Enciclopedia de la Literatura en México

Historiadores del siglo XVIII novohispano

mostrar La cultura en Nueva España en el siglo XVIII

El siglo xviii se inició para España con una serie de cambios importantes. En 1700 sucedió la muerte de Carlos ii y concluyó para el imperio español el reinado de los Habsburgo. Comenzaba entonces, con la ascensión al trono español de Felipe de Borbón, un nieto de Luis xiv, el tiempo de la dinastía de los Borbones, la casa reinante en Francia. El nuevo monarca tomó el nombre de Felipe v. Este cambio de dinastía significó para el imperio español el inicio de una serie de transformaciones. Una de ellas, en verdad significativa, fue la apertura de España hacia el mundo. En efecto, desde el reinado de Felipe ii en el siglo xvii, el imperio español se había constituido en un universo cerrado, impermeable a las ideas que se generaban más allá de sus fronteras.

Coincidió esta apertura con un momento señaladamente importante para la cultura europea. Se trata del surgimiento de la Ilustración, que más que una teoría o una doctrina fue una nueva manera de ver las cosas, de aprehender el mundo, de concebir la vida. El principio de ello fue la libertad de la razón.

La riqueza intelectual que prohijó la Ilustración tomó distintas características en cada país, pues dado que sus alcances implicaban formas novedosas de pensar la vida, se ancló en las delicadas urdimbres culturales de cada reino. En el caso particular de España la influencia francesa no se hizo esperar y se introdujo en los círculos sociales, de tal forma que comenzó a observarse un afrancesamiento que recorría diversos ámbitos de la cultura, desde la moda hasta la producción intelectual.

El afrancesamiento alcanzó a la Nueva España. En el vestido de las clases pudientes comenzó a notarse una serie de cambios. El virrey duque de Alburquerque no se conformó con introducir la moda francesa en la corte virreinal y rediseñó los uniformes de los soldados de su guardia. Muy pronto comenzaron a llegar a la Nueva España sastres, peluqueros y pasteleros requeridos para hacer factible el tan anhelado afrancesamiento.

Por lo que toca al ámbito intelectual, la penetración del espíritu de las Luces no fue tan rápida como ocurrió con la introducción de las modas y las comidas. Los funcionarios que llegaban de España empezaron a influir, de maneras muy diversas, en la cultura imperante en estas tierras. Sin duda las tertulias que pronto comenzaron a organizar los virreyes fueron ámbitos en los que fluyeron a raudales las corrientes ilustradas. A ello debe agregarse la llegada de viajeros cultos que participaban plenamente del espíritu de las Luces. Incluso los militares destacados en Nueva España constituyeron elementos de irradiación de las nuevas ideas.

Durante los primeros decenios del siglo xviii las instituciones educativas –la universidad y los colegios– encargadas de formar a las nuevas generaciones no fueron precisamente permeables a las ideas que venían de más allá de los Pirineos. Durante ese tiempo los jóvenes novohispanos siguieron formándose en la escolástica, pues sus maestros veían con malos ojos la filosofía moderna. Fue en el seno de la Compañía de Jesús donde comenzaron a observarse algunos destellos que anunciaban un cambio en los programas de estudios. En efecto, hombres de la talla de Campoy, Alegre, Abad y Clavijero, entre otros, cada uno a su manera, pusieron sus empeños en lograr cambios importantes en lo que los colegios de su instituto religioso enseñaban a los jóvenes que en ellos se formaban. Esta obra, difícil y no siempre grata, pues la resistencia con la que se encontraron les valió muchos sinsabores, se vio truncada por uno aún mayor. En 1767 la Compañía de Jesús, por razones que todavía se discuten, fue expulsada de todos los reinos del imperio español.

La empresa intelectual quedó en manos de prominentes miembros de la congregación de San Felipe Neri. De ellos, el ejemplo más notorio es el de Benito Díaz de Gamarra, quien a su regreso de la Universidad de Pisa, Italia, donde obtuvo el grado de doctor, fue uno de los más fuertes impulsores de la nueva filosofía que con su obra sentó sus reales en las instituciones educativas.

La escritura de la historia no fue ajena a este proceso, pues a lo largo del siglo xviii dio frutos valiosísimos que se debieron a las plumas de prominentes historiadores. Podría hablarse incluso de una generación, pues sus principales exponentes nacieron en distintas ciudades de la Nueva España entre 1718, cuando vio la luz Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, y 1739, cuando vino al mundo Andrés Cavo. Entre estas fechas límite nacieron Francisco Javier Alegre en 1729, Francisco Javier Clavijero en 1731 y Antonio León y Gama en 1735. Esta información no debe ser desdeñada pues significa que todos ellos produjeron sus obras en la época en que estas regiones veían florecer las ideas ilustradas.

Para este ensayo, a fin de lograr un acercamiento que nos permita valorar en términos generales la historiografía del siglo xviii novohispano, hemos considerado la necesidad de establecer una muestra representativa. Se trata de tres prominentes historiadores: Clavijero, León y Gama y Veytia. El lector se preguntará qué razones nos asisten para proponer sólo a estos tres personajes para ser analizados aquí. Una causa es que se trata de autores cuyo espíritu criollo no puede ser puesto en tela de juicio; otra es que las obras más representativas de los tres versan sobre la historia indígena prehispánica y, finalmente, un motivo adicional es que por sus ocupaciones nos ofrecen una variedad nada despreciable. De tal forma que tendremos ante nosotros a tres historiadores cuyas perspectivas son, por fuerza, diferentes, en virtud de las actividades a que se dedicaron, además del cultivo de la historia.

Tendremos en Clavijero a un sacerdote jesuita, de una muy sólida formación intelectual, formador de jóvenes, interesado en introducir la nueva filosofía en los colegios que estaban a cargo de su orden; que sufrió la expulsión, junto con sus hermanos, de todos los reinos del imperio español, y que, finalmente, debió insertarse en la realidad europea que constituyó la cotidianidad desde la que escribió su principal obra historiográfica: La historia antigua de México.

Antonio León y Gama fue un probo funcionario del virreinato que trabajó arduamente para comprender el pasado prehispánico, para lo cual se benefició de la antigua colección confiscada a Boturini que se encontraba en los archivos de la secretaría del virreinato. Con ese fin sacrificó sus ratos de ocio y hasta el sueño. Su realidad siempre fue su patria novohispana pues nunca se alejó de ella. Su obra más conocida es la Descripción de las piedras...

Mariano Veytia, hijo de una familia prominente, fue un culto abogado que se dedicó a administrar los negocios familiares. Pasó una temporada en España, y conoció a Boturini, de quien recibió influencias importantes. A su regreso a Nueva España, además de continuar con sus negocios y las tareas que se desprendían de los cargos administrativos que ocupó en la burocracia de su natal Puebla, escribió una Historia antigua de México que la muerte le impidió concluir. De los tres de nuestro repertorio, éste fue el que primero vino al mundo.

Dos de estos historiadores estuvieron en contacto cercano con las nuevas ideas, pues vivieron en Europa, Clavijero mucho más tiempo que Veytia. Podría pensarse que el más lejano de la Ilustración habría sido León y Gama por no haber salido nunca de la Nueva España. Sin embargo es claro que, como veremos adelante, en su obra se puede observar con claridad la influencia de las Luces.

Un elemento nada desdeñable en los tres historiadores, y por supuesto en sus obras, es el acendrado espíritu criollo que se percibe con claridad en ellos. Tal espíritu o sentimiento cuajó admirablemente, como veremos, en la manera como se aproximaron a la realidad indígena anterior a la conquista. En las obras de los tres es fácil observar que, con base en búsquedas intelectuales prohijadas en el espíritu de las Luces, se reivindicaba un pasado en el cual los pueblos de estas tierras habían alcanzado niveles culturales sorprendentes.

 

mostrar Mariano Veytia

Uno de los autores más destacados del siglo xviii, y quizás el menos favorecido por la crítica historiográfica del siglo xx, es el historiador criollo Mariano Fernández de Echeverría y Veytia. La complejidad de sus trabajos se debe en parte a que en ellos se concilian elementos de la tradición historiográfica del siglo xvii con algunas tendencias que caracterizaron al Siglo de las Luces, constituyéndose así como una obra de transición hacia una nueva forma de concebir y hacer historia.

Echeverría y Veytia[1] nació en la ciudad de Puebla en 1718, hijo de padre español y de madre criolla. Ingresó a los 13 años a la Real y Pontificia Universidad, donde recibió el grado de bachiller en artes y, tres años después, el correspondiente en leyes. A los 19 años se trasladó a España, donde permaneció trece años, estancia que marcaría de manera definitiva el rumbo de sus intereses. En 1744 hospedó al historiador milanés Lorenzo Boturini, quien había pasado varios años en la Nueva España recolectando, entre otras cosas, manuscritos de tradición indígena para elaborar una historia de la América septentrional.

Tras dos años de continua convivencia, el joven Veytia heredó del historiador milanés no sólo la pasión por la historia antigua de México, sino también una serie de reflexiones que de una u otra manera lo llevarían a construir su propia idea de la historia y del oficio de historiar.

En 1750 Mariano Veytia regresó a la Nueva España, y tras ocho años de estancia en la capital del virreinato, se instaló definitivamente, en 1758, en su natal Puebla. Lo que primero se constituyó como una pesquisa de recuperación de los documentos incautados a su amigo Boturini, antes de su expulsión de la Nueva España, terminó por convertirse en una de las labores que ocuparían los siguientes treinta años de su vida: la elaboración de una historia de la Nueva España, desde los tiempos antiguos hasta el siglo xviii, obra magna que quedaría inconclusa debido a su muerte en 1780.

Además del Códice Veytia y de los Calendarios mexicanos, Mariano Veytia produjo tres obras fundamentales para la historiografía del siglo xviii. La Historia antigua de México, su trabajo principal, está compuesta por tres libros, el tercero de ellos inconcluso, y pretendía ser un recuento del devenir de los pueblos que habitaron la cuenca de México antes de la llegada de los españoles. La Historia de la fundación de la ciudad de Puebla de los Ángeles, obra apologética que tiene como personaje central a su ciudad natal, aborda los principales acontecimientos políticos, económicos, sociales y religiosos desde su fundación hasta el siglo xviii. Por su parte, Baluartes de México trata de reconstruir la historia y devoción de las cuatro imágenes marianas protectoras de la ciudad de México, la Virgen de Guadalupe, la de los Remedios, la de la Piedad y la de la Bala.

Vistas en su conjunto, estas obras constituyen un discurso cuya trama nos habla del proceso de conocimiento de su personaje central, la Nueva España en construcción, cuyo origen se halla en el pasado prehispánico, en su espacio y sus hombres, que encuentra un momento de dinamismo con la presencia española, y finalmente su culminación epifánica con la aparición y protección marianas.

Si bien las tres obras de este autor revisten gran importancia para comprender de manera integral su pensamiento, sus planteamientos más acabados se encuentran en la Historia antigua de México, trabajo que es una puerta abierta al pensamiento criollo del siglo xviii novohispano.

La obra de Mariano Veytia se inserta claramente en el contexto de una historiografía novohispana barroca que dista mucho de tener una actitud crítica hacia su presente y que al mismo tiempo deja traslucir algunas de las inquietudes y actitudes del espíritu ilustrado europeo que marcan una clara diferencia con los historiadores del siglo que le antecedió.

Algunas de las ideas vertidas por Mariano Veytia en sus obras nos permiten percibir ciertas preocupaciones que forman parte de la nueva concepción del mundo que se respira en la Europa del siglo xviii. Su recurrente crítica a la ignorancia –generalmente asociada con el “vulgo”–, y la consecuente exaltación de la educación como sustento de la posibilidad de cambio y progreso, lo vinculan con las ideas de algunos ilustrados españoles que compartieron el siglo con el historiador poblano. Asimismo, el énfasis en la importancia de las instituciones, como garantes de la convivencia armónica en sociedad y como fundamento de la posibilidad de justicia y bien común, traslucen el interés que su siglo dio a la constitución de la sociedad y de las instituciones mismas.

Sus trabajos, situados en la frontera imaginaria que separa las actitudes historiográficas del siglo xvii de aquellas de la segunda mitad del siglo xviii, reúnen un espíritu analítico, racional y crítico con una visión providencialista de la historia. Veytia cree así constatar el registro que los antiguos indígenas hicieron de acontecimientos tales como el diluvio o la torre de Babel, e interpreta las fuentes y las evidencias para concluir la veracidad de la venida del apóstol santo Tomás a predicar el evangelio, y lo identifica con la figura de Quetzalcóatl. También señala los principios y regularidades que rigen lo mismo la naturaleza del hombre que la forma en que los pueblos del mundo han desarrollado, de manera progresiva, tanto las instituciones como la religión.

El espíritu analítico se hace notorio en la preocupación del historiador poblano por definir y establecer la manera de llegar a la verdad que encierran los hechos históricos. El oficio de historiar se lleva a cabo a través de una serie de operaciones intelectuales realizadas por el historiador, entre las cuales destacan la selección, la crítica, la valoración y el análisis de las fuentes que constituyen su materia prima. Fue así como logró de manera natural una revaloración de las fuentes indígenas, las cuales le revelaron su importancia para la elaboración de la historia de los pueblos que habitaron la cuenca de México antes de la llegada de los españoles.

De esta manera, de la mano de innumerables documentos pictográficos e historias de síntesis de tradición indígena, particularmente los escritos de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Mariano Veytia emprendió su revaloración del espacio y de los hombres del pasado indígena, para demostrar a Europa que aquellos que habían habitado la Nueva España antes de la llegada de los españoles no eran bárbaros ni estaban gobernados por el demonio. Muy por el contrario, se trató de grupos civilizados, con un avanzado desarrollo científico, con un evidente dominio de su entorno por medio de una serie de recursos tecnológicos, y que habían constituido una sociedad compleja, sustentada en instituciones jurídicas y políticas equiparables a las del Viejo Mundo. Este panorama idílico sólo se vio ensombrecido por la idolatría y la práctica del sacrificio humano, ambas productos, esencialmente, de la superstición y la ignorancia.

Su interpretación de los hombres y los pueblos del México antiguo, derivada no sólo de sus preceptos metodológicos sino también de una necesidad ontológica, lo vincula de manera innegable con la conformación de una identidad criolla, cuya formación se inicia con la conquista misma y que llega a su clímax en el contexto de la realidad barroca del siglo xviii novohispano.

De esta manera, las obras de Mariano Veytia son una veta extraordinaria, y en muchos sentidos inexplorada, para el interesado en la historia y la historiografía del siglo xviii novohispano. Sus planteamientos no son incendiarios ni subversivos, pues no hay en él una crítica a las formas de dominio y control político de España en América. Sin embargo, el historiador poblano recurre a la memoria histórica para lograr articular un discurso social y político que contiene su visión del mundo novohispano y que construye su propia idea de la Nueva España, que sustentará y justificará su derecho como heredero del espacio y de la historia de su nación.

mostrar Francisco Javier Clavijero

Francisco Javier Mariano Clavijero nació en Veracruz en 1731. Su padre, don Blas Clavijero, originario de Castilla la Vieja, había viajado a la Nueva España en busca de mejor fortuna. Su madre, criolla de origen vasco, era hija de un funcionario español. Tras muchos esfuerzos, la fortuna efectivamente sonrió a don Blas Clavijero, que obtuvo nombramientos destacados en la administración virreinal, en Veracruz, la Mixteca Alta y Puebla.

Francisco Javier Mariano fue enviado a estudiar a la ciudad de Puebla, a los colegios jesuitas de San Jerónimo y San Ignacio, donde se inició en los estudios de filosofía y teología y obtuvo el grado de bachiller en artes. Ingresó a la Compañía de Jesús en 1748 y realizó sus estudios tanto en Puebla como en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, en la ciudad de México. Fue allí donde consultó la colección recabada por Sigüenza y Góngora, y muy probablemente también la confiscada a Lorenzo Boturini.

En 1758 fue asignado al colegio para indígenas de San Gregorio. Su interés en los estudios filosóficos, que lo había llevado al estudio de filósofos europeos como Descartes, Gassendi, Leibniz y Newton, se vio favorecido en 1762 por su nombramiento para ocupar la cátedra de filosofía en el Colegio de San Francisco Javier, en Valladolid. Producto de esta práctica docente es su Cursus Philosophicus, obra en la que se concilian los principios de la escolástica con las ideas de la nueva ciencia de los siglos xviixviii. En 1766 fue enviado al Colegio de Santo Tomás en Guadalajara, también para impartir una cátedra de filosofía, última ciudad novohispana en la que radicó antes de sufrir la expulsión de su instituto religioso, ordenada por Carlos iii.

Tras el decreto de expulsión Clavijero se embarcó en 1767 hacia Italia, donde se estableció, primero en Ferrara y posteriormente en Bolonia. En esta última ciudad fue donde inició la elaboración de su Historia antigua de México, publicada por primera vez en italiano entre 1780 y 1781.[2]

Esta obra, síntesis histórica del México antiguo, centrada en el desarrollo de los mexicas y que apareció acompañada de una serie de disertaciones en torno a América, se inserta claramente en el contexto de lo que Antonello Gerbi ha llamado “la disputa del Nuevo Mundo”.[3]

Si bien desde el siglo xvii en Europa se había debatido en torno a América desde diversas perspectivas, el marco científico-racionalista del siglo xviii dio a esta discusión nuevas dimensiones. Los naturalistas Georges-Louis Leclerc de Buffon y Cornelius de Pauw, a través de sus obras, habían tenido gran influencia en el pensamiento europeo sobre América. Ambos hombres de ciencia, cada uno desde su particular perspectiva, buscaban sistematizar y plantear un corpus coherente de ideas tendientes a explicar la naturaleza y origen de las diferencias entre ambos mundos. Los dos compartieron una preocupación central: describir y comprender la naturaleza del Nuevo Mundo desde una perspectiva científica que permitiera entender la realidad de ese entorno que para ellos resultaba hostil.

Georges-Louis Leclerc de Buffon intentó explicar la diferencia entre América y Europa elaborando una teoría de la naturaleza en la cual el nuevo continente, precisamente por su calidad de novedad, era inhóspito e inmaduro. Por su parte, Cornelius de Pauw se basó en los planteamientos de Buffon y los extremó, llevándolos a niveles que ni el mismo Buffon contemplaba. Interpretó así al Nuevo Mundo no como un mundo inmaduro sino más bien decadente. La naturaleza americana, agreste a todo desarrollo del hombre en sociedad, lo convertía en una bestia incapaz de someterse tanto a toda regla como a la educación.

En este marco la obra de Clavijero es claramente, y desde muchos puntos de vista, una respuesta puntual a estos y otros autores; en ella la defensa del Nuevo Mundo es uno de sus componentes esenciales. Este elemento es el que ha llevado a algunos historiadores, como el mismo Antonello Gerbi, a considerar que la obra de Clavijero es esencialmente apologética.

Los trabajos de Clavijero abarcan una amplia gama temática que refleja las diversas facetas del historiador veracruzano. Entre sus varios discursos, cursos de física, traducciones y gramáticas del náhuatl, resaltan las obras de interés histórico. Varios son sus textos, pero entre aquellos que han sido publicados se conocen esencialmente tres. La ya mencionada Historia antigua de México con sus “Disertaciones”; la Historia de la antigua o baja California y la Breve descripción de la prodigiosa y renombrada imagen de la Virgen de Guadalupe de México, obra apologética que narra la historia de las apariciones de la milagrosa imagen.

La visión analítica y crítica propia del siglo xviii conformó de muchas maneras los espíritus de los ilustrados de las diversas naciones que sintieron su influjo; así, en Nueva España se adaptó a las circunstancias y preocupaciones de los hombres de estas tierras.

El trabajo del jesuita veracruzano no es ajeno a dichas preocupaciones, que se manifiestan de manera clara en sus planteamientos y procederes en torno al quehacer histórico. Es por eso que pasado el tiempo se ha convertido en una obra que bien puede ser considerada un modelo.

Frente a los embates de la crítica europea respecto a América, Clavijero responde no sólo debatiendo en torno a las particularidades del Nuevo Mundo, sino que va más allá, y cuestiona incluso las formas en que se está haciendo historia en Europa. Su compromiso con las “leyes de la historia” lo llevó a plantear la necesidad de hacer una historia despojada de los artificios de la retórica, basada en fuentes confiables y en una investigación rigurosa, libre de prejuicios y alteraciones, y cuyo único compromiso fuera la verdad.

De esta manera Clavijero, al igual que Veytia, reconoce la especificidad del conocimiento histórico y la consecuente necesidad de enfrentarse a él con una serie de procedimientos indispensables para poder llegar a la verdad. Clavijero establece en principio la importancia de los documentos de tradición indígena como fuentes esenciales para el estudio y la comprensión del México antiguo, y se lanza a la tarea de reconstruir su historia sin reconocer mayor autoridad que la de la crítica, con la única salvedad de lo revelado por las Sagradas Escrituras. Así, todos los autores anteriores y contemporáneos a él son sometidos a rigurosa crítica a fin de develar la verdad que hay en ellos.

En el marco de su visión providencialista de la historia los pueblos del México antiguo adquieren un sitio en la historia universal, como grupos civilizados, cuyas instituciones y formas culturales no son inferiores a las de las culturas clásicas europeas. El gran fantasma del México antiguo, del que Clavijero confiesa hubiera querido no hablar pero que su celo de historiador le impide acallar, es la idolatría y el sanguinario sacrificio humano. Y son estas prácticas las que, en el marco de un plan divino de redención, justificaron la llegada de los españoles para difundir la verdadera fe.

Sin embargo la pluma crítica de Clavijero se agudiza para resaltar los malos procederes de algunos de los conquistadores, e incluso arremete lateralmente contra lo que considera las erróneas políticas españolas que desplazaron a la nobleza indígena, que no fomentaron el mestizaje y que sometieron a los indios a la más oscura de las ignorancias, hecho que explica el precario estado que él observaba en los naturales de su tiempo. Es importante resaltar que, a pesar de esta actitud crítica hacia la madre patria, Clavijero nunca cuestiona el dominio español sobre América.

La revaloración del espacio y de los hombres del México antiguo, la negación del valor de Europa como arquetipo de civilización y la actitud crítica frente a Europa y España, constituyen tan sólo algunos de los elementos que permiten considerar a este autor como uno de los más destacados representantes de la historiografía criolla ilustrada del siglo xviii novohispano.

mostrar Antonio de León y Gama

Antonio de León y Gama nació en la ciudad de México en 1735. Provenía de una familia media cuyo padre fue un abogado de cierto renombre. Fue alumno del Colegio de San Ildefonso, donde hizo estudios de gramática y filosofía. Posteriormente realizó los de jurisprudencia en la Real y Pontificia Universidad de México, donde fue condiscípulo de otro novohispano ilustrado muy notable, José Antonio Alzate.[4] Al igual que su padre, abrazó al fin la abogacía, carrera en que se graduó. En 1758 fue admitido para un puesto burocrático en uno de los oficios de cámara de la Real Audiencia de México, donde llegó a ser oficial mayor. Más tarde contrajo nupcias y procreó a una numerosa prole que contrastó siempre con sus magras posibilidades de subsistencia. Murió el 12 de septiembre de 1802 en la ciudad que lo había visto nacer 67 años antes y que al parecer nunca abandonó.

León y Gama fue un ilustrado en todo el sentido del término. Inquieto y curioso, se interesó por la astronomía, las matemáticas y la historia, materias en las que todo parece indicar fue un autodidacta, aunque cabe la posibilidad de que haya estudiado matemáticas con el grupo que fundó Joaquín Velázquez de León. Con éste y con Alzate lo unió una fecunda amistad que sin duda fue un apoyo importante en las investigaciones científicas que emprendió.

De sus trabajos científicos sólo logró sacar a la luz dos Calendarios, la Descripción orthográfica universal del eclipse de sol del día 24 de junio de 1778, unas “Observaciones meteorológicas” en la Gazeta de México, “El discurso sobre la luz septentrional que se vio en esta ciudad el día 14 de noviembre de 1789”, publicado también en la Gazeta, la Disertación física sobre la materia y formación de las auroras boreales, una “Carta a un amigo” y un escrito matemático en forma de carta sobre la imposibilidad de la cuadratura del círculo, que aparecieron en la Gazeta. De su labor científica da cuenta asimismo un gran número de apuntes de matemáticas y astronomía que se conservan en la Biblioteca Nacional de Francia, en París.[5]

Sabemos que León y Gama cultivó relaciones con algunos científicos de la época. Entre ellos habrá que citar al prestigiado astrónomo francés Joseph Lalande, quien en 1773 escribió una carta a nuestro autor en la que elogiosamente comentaba las observaciones astronómicas que le había comunicado. En ella le dice: “Veo con placer que México tiene en usted un hábil astrónomo...”[6]  Es claro que el científico francés guardaba admiración por el mexicano.

La obra historiográfica de León y Gama que ha llegado a nosotros y que le ha valido un lugar entre los historiadores de su siglo es la que lleva por título Descripción histórica y cronológica de las dos piedras, que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la plaza principal de México, se hallaron en ella el año de 1790, a lo que se agrega como subtítulo: Explícase el sistema de los calendarios de los indios, el método que tenían de dividir el tiempo, y la corrección que hacían de él para igualar el año civil, de que usaban, con el año solar trópico. Noticia muy necesaria para la perfecta inteligencia de la segunda piedra a que se añaden otras curiosas é instructivas sobre la mitología de los mexicanos, sobre su astronomía, y sobre los ritos y ceremonias que acostumbraban en tiempos de su gentilidad. Las dos piedras de que trata no son otras que la Coatlicue y la Piedra del Sol, también mal llamada calendario azteca.

Como ya advierte en el título que lleva su obra, fue el hallazgo de esas dos piedras colosales, que desde el siglo xvi se encontraban sepultadas en la Plaza Mayor de la ciudad, lo que le dio ocasión para escribir este estudio.

La Descripción histórica y cronológica... es una obra hija de la Ilustración. En efecto, se trata de un trabajo en el que el autor hace gala de una gran erudición que pone al servicio de los requerimientos de una explicación que imponía el aspecto abigarrado de los monolitos que se habían desenterrado en la Plaza Mayor de la ciudad. León y Gama dividió esta obra en cuatro apartados. Dos de ellos, el primero y el tercero, están dedicados a explicar la cronología de los antiguos mexicanos. En los otros dos, el segundo y el cuarto, se aplicó a la descripción detallada de los monolitos. Con posterioridad escribió una segunda parte a la que llamó “Advertencias anti-críticas” en la que, como lo indica el nombre, discute las objeciones que sus contemporáneos habían hecho a la Descripción.

Esta segunda parte nos da elementos en verdad interesantes que nos permiten aquilatar la manera como este autor se entregó a sus investigaciones:

Cuando comencé a indagar las antigüedades de los indios, fue sólo por satisfacer mi curiosidad sobre su origen y progresos que hicieron hasta fundar a México... no hallaba en las historias impresas sino variedad y confusión, por lo que empecé a buscar relaciones manuscritas de los mismos indios; y aunque con gran dificultad conseguí algunas, como estaban en idioma mexicano, de que no entendía ni una palabra, me fue preciso solicitar interpretes que me las tradujeran; pero viendo ni podían leer aquella letra antigua, ni correspondía su traducción a la historia... me resolví a tomar el trabajo de aprenderlo, no obstante la suma dificultad que le encontraba... Entretanto... se me facilitó sacar copia, no sólo de muchas de las que colectó el caballero Boturini, así en nuestros caracteres, como en pinturas que existían en la Real Universidad...[7]

Este pasaje de la obra de León y Gama es muy revelador, pues en él el autor relata cómo pasó de la simple curiosidad a los terrenos donde se elabora el conocimiento histórico, lo que le significó la necesidad de penetrar críticamente en las fuentes de que disponía, desechando aquéllas que le resultaban poco convincentes y guardando las que se le presentaban como fidedignas. Ello implicó una capacidad crítica ante los materiales con que contaba. También es digno de señalar que su interés por conocer tan profundamente como le fuera posible todos estos documentos lo llevó a estudiar el náhuatl, la lengua en que muchos de ellos estaban escritos. Esta manera de enfrentar el trabajo de investigación nos muestra a un hombre capaz de realizar una indagación rigurosa, fundada en la selección de sus materiales y en un uso cuidadoso de la información obtenida en ellos. Esta forma de proceder nos muestra a León y Gama como un historiador de su tiempo, cuyo ideal supremo es el conocimiento de la verdad a través de la razón. Estamos, pues, ante un historiador ilustrado.

Las capacidades que hemos mencionado permitieron a León y Gama realizar una investigación en verdad compleja con base en materiales muy variados, entre los que se encuentran las obras de Hernán Cortés, Francisco López de Gómara, fray Diego Valadés, el jesuita José de Acosta, fray Juan de Torquemada, fray Agustín de Vetancurt, Gemelli Careri, Eguiara y Eguren, Lorenzo Boturini, Francisco Javier Clavijero y Mariano Veytia, además de los indígenas Cristóbal del Castillo, Hernando Alvarado Tezozómoc, Domingo Francisco Chimalpahin y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, sin desdeñar los antiguos códices, muchos de los cuales copió.

Con este conjunto de materiales supo armar una extensa explicación de las piedras que se encontraron cuando se realizaban las labores del nuevo empedrado de la Plaza Mayor. Esta explicación, erudita y muy rica en sugerencias, es una verdadera reivindicación del pasado prehispánico que para los criollos de su generación era un elemento importante en el proceso de diferenciación, de formación de un espíritu que presagiaba el nacionalismo del siglo por venir.

mostrar Bibliografía

Brading, David, Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2003.

Cañizares Esguerra, Jorge, How to write the history of the New World. Histories, epistemologies, and identities in the eighteenth-century Atlantic World, Stanford, Stanford University Press, 2001.

Clavijero, Francisco Javier, Historia antigua de México, pról. de Mariano Cuevas, México, D. F., Porrúa, 10a. ed., 2003.

----, Historia de la antigua o baja California, ests. prels. de Miguel León-Portilla, México, D. F., Porrúa, 2a. ed., 1975.

----, La Madonna de Guadalupe, pról. de Guillermo Schulenburg P., México, D. F., s. p. i., 1970.

Gerbi, Antonello, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica 1750-1900, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 2a. ed., 1982.

Lafaye, Jacques, Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la conciencia nacional en México. Abismo de conceptos: Identidad, nación, mexicano, pref. de Octavio Paz, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 4a. ed., 2002.

León y Gama, Antonio de, Descripción histórica y cronológica de las dos piedras, que con ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la plaza principal de México, se hallaron en ella el año de 1790. Explícase el sistema de los calendarios de los indios, el método que tenían de dividir el tiempo, y la corrección que hacían de él para igualar el año civil, de que usaban, con el año solar trópico. Noticia muy necesaria para la perfecta inteligencia de la segunda piedra a que se añaden otras curiosas é instructivas sobre la mitología de los mexicanos, sobre su astronomía, y sobre los ritos y ceremonias que acostumbraban en tiempos de su gentilidad, ed. facs. de la de 1832, México, D. F., Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1990.

Moreno Bonett, Margarita, Nacionalismo novohispano. Mariano Veytia. Historia antigua, Fundación de Puebla, Guadalupanismo, México, D. F., Universidad Nacional Autónoma de México, 2000.

Moreno de los Arcos, Roberto, “Ensayo biobibliográfico de Antonio de León y Gama”, Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, t. ii, núm. 1, pp. 43-135.

----, “La Colección Boturini y las fuentes de la obra de Antonio León y Gama”, Estudios de Cultura Náhuatl, vol. ix, 1971, pp. 253-270.

----, “La Historia antigua de México de Antonio de León y Gama”, Estudios de Historia Novohispana, vol. 7, 198, pp. 49-78.

Ronan, Charles E., Francisco Javier Clavijero, S. J. (1731-1787). Figura de la Ilustración mexicana; Su vida y obras, pres. de Jesús Gómez Fregoso, México, D. F., Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente/ Universidad de Guadalajara, 1993.

Roulet, Eric, L’histoire ancienne du Mexique selon Mariano Veitia (xviiie siècle), pref. de Jacqueline de Durand-Forest, París, L’Harmattan, 2000.

Sarrailh, Jean, La España ilustrada de la segunda mitad del siglo xviii, México, D. F., Fondo de Cultura Económica, 1981.

Trabulse, Elías, “Clavijero, historiador de la Ilustración mexicana”, en Francisco Xavier ClavijeroHistoria antigua de México, ed. facs. de la de Ackermann, 1826, 2 vols., pról. de Luis González, Epílogo de..., México, D. F., Factoría Ediciones, 2000, vol. ii, pp. 3-27.

Veytia, Mariano, Baluartes de México. Descripción histórica de las cuatro milagrosas imágenes de Nuestra Señora que se veneran en la muy noble, leal e imperial ciudad de México, capital de la Nueva España. A los cuatro vientos principales, en sus extramuros, y de sus magníficos santuarios, con otras particularidades, Guadalajara, Edmundo Aviña Levy editor, 1967; ed. facs. de la de fray Antonio María de San José, 1820.

----, Historia antigua de México,  2 vols., México, D. F., Leyenda, 1944.

----, Historia de la fundación de la ciudad de Puebla de los Ángeles en la Nueva España, su descripción y presente estado, 2 vols., Puebla, Altiplano, 1963.