Enciclopedia de la Literatura en México

La Ilustración científica en el siglo XVIII

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Quisiera hacer algunas rectificaciones (acaso in)necesarias. De ellas, tal vez puedan desprenderse tesis un tanto diferentes, si no es que en buena medida opuestas a las que son habituales en nuestro país. Digo lo anterior porque no me parece correcto unir, en un solo haz, las ideas que informan a la así llamada Ilustración novohispana con el deseo de independencia; que resulta igualmente indebido poner el acento en lo que sea particular de América y, por lo tanto, diferente de Europa, en aspectos botánicos, zoológicos, físicos o humanos (incluidos los ideológicos) para demostrar que en todo ello late no solamente la exaltación de la patria chica, sino, además, el germen de la independencia intelectual y, por lo tanto, de la independencia política.

Si la lucha por actualizar la filosofía escolástica se lleva al extremo y se la considera como síntoma de una autonomía intelectual que conducirá a la soberanía política, se cree, al propio tiempo, que la crítica al sistema de pensamiento escolástico es una crítica al sistema político colonial, que así pondría en evidencia el desafecto sensible a la corona española. Se olvida que la misma corona, desde las reformas borbónicas, impulsa muchas de estas críticas y que la actualización de la filosofía escolástica va de la mano con el despotismo ilustrado, a partir, sobre todo, de Carlos iii.

Seré aún más radical y diré que diversos españoles peninsulares, ya radicados en la Nueva España (los artistas Manuel Tolsá y Rafael Ximeno, por ejemplo; el obispo y economista Manuel Abad y Queipo; los científicos Andrés Manuel del Río y Fausto de Elhúyar; el intendente de Guanajuato Juan Antonio Riaño) no son retrógrados ni partidarios de la escolástica sino que asumen posiciones más modernas, ilustradas y audaces que, incluso, las de los españoles criollos. Sin embargo, al propio tiempo estos españoles peninsulares, al lado de diversos españoles criollos, son claros enemigos de la independencia. (He de repetir que español es el sustantivo, en tanto que peninsular y criollo son los adjetivos.)

Como un ejemplo sintomático de esa tendencia que considero errada, citaré lo que afirma José Gaos en el Prólogo a los Tratados de Juan Benito Díaz de Gamarra: “las investigaciones en curso acerca de la historia de las ideas en México durante el siglo xviii parecen confirmar y aun aumentar el papel de iniciadores de una reforma docente y de una renovación intelectual, de que acabó saliendo la independencia política de México, asignado a los jesuitas mexicanos de dicho siglo anteriores a Gamarra”.[1] Al insistir en que esa reforma docente y esa renovación intelectual condujeron a la independencia política de México se comete un grave error.

La idea que de los jesuitas expulsos tiene Gabriel Méndez Plancarte abunda en esta línea. Dice Méndez Plancarte que, en los jesuitas expulsos, “lo primero” que notaremos y lo que constituye “un rasgo inconfundible de familia” es “su acendrado mexicanismo”; añade: “criollos todos ellos... no se sienten ya españoles sino mexicanos”.[2] Debo decir que no hallo un cabal sustento de esta tesis, en la medida misma en que los jesuitas siempre se consideraron de nacionalidad española y varios de sus escritos acusan la huella de la lucha en contra de los detractores de América y de España (la famosa leyenda negra, tan cara a los ilustrados franceses para así atacar el carácter retrógrado de la colonización peninsular). Los españoles criollos se identificaron con el sustantivo de americanos en el curso de la guerra.

Lo propio podría decirse de lo que, siguiendo a Méndez Plancarte y a Gaos, sostuvo en fechas posteriores Bernabé Navarro: al hablar de la labor de Alzate, dijo que éste disponía de la conciencia “de una patria nueva, que no era España, ni México como colonia de aquella, sino algo distinto” ya que, según Navarro, “las ideas filosóficas y sociales que Alzate difundió en su labor intelectual y que provenían de la Ilustración, fueron, directa o indirectamente, las que prepararon los espíritus para la Independencia”.[3] Navarro comete un vicio que juzgo imperdonable, o sea, el de modernizar las tesis de los filósofos que examina, digo, atribuir a épocas pasadas lo que es propio de la nuestra: así, Alzate sería la cima de la llamada Ilustración novohispana. Navarro cree que los textos filosóficos publicados en Gacetas de Literatura fueron escritos por Alzate, cuando fueron, la mayor parte de ellos, textos de José Mariano Mociño. Por último, me parece incorrecto que Navarro identifique Nueva España con “México” y criollo con “mexicano”, pues ya he dicho que los criollos son de nacionalidad española.

Ahora he de examinar dos casos, ocurridos ambos en el último tercio del siglo xviii. Uno de ellos se refiere precisamente a Díaz de Gamarra, el autor de los Elementa recentioris philosophiae;[4] el otro implica a quien sin duda es el más alto científico novohispano, reconocido como botánico de primer orden, preterido sin embargo en las investigaciones filosóficas que se hacen en México; me refiero, por supuesto, a José Mariano Mociño.[5] En ambos casos, mis aclaraciones serán en extremo breves (de Mociño preparé una edición muy amplia, según digo adelante).

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En la Gaceta de Literatura que corresponde al 30 de noviembre de 1790 José Antonio de Alzate edita un texto que le atribuye a Juan Benito Díaz de Gamarra. El título es: “Memorial ajustado”.[6] Alzate se cuida de hacer esta aclaración, empero: “se nos ha confiado la siguiente traducción de un juicio burlesco, que en el fondo es el mismo que el de Despréaux, trabajado por el Dr. D. Juan Benito Díaz de Gamarra[7] (que había muerto siete años atrás). ¿Por qué la referencia a Despréaux? Despréaux es, como se sabe, el célebre compañero de Racine, el dramaturgo, el poeta, el teórico literario, el autor de la preceptiva neoclásica en Francia, Nicolas Boileau, conocido también por ese seudónimo. Tanto sus Sátiras como su teoría literaria (en verso), L’art poétique, tuvieron un amplio impacto en Europa.

La historia del texto de Boileau (que sin duda comentó con Racine) es de sobra conocida; empero, la recordaré con brevedad extrema. El texto fue presentado, de manera anónima, al Primer Parlamento de París, para que así se aprobara. Boileau ofreció su texto, al mismo tiempo que la Universidad de París demandaba al Parlamento suprimir la enseñanza de la filosofía moderna (o sea, la de Descartes, Gassendi y Malebranche).

Haré una relación de los hechos: entre 1663 y 1671 la Universidad de París fue agitada por una polémica de dimensiones enormes. De un lado estaban los aristotélicos y tradicionalistas; del otro, los modernos. En 1663 la obra de Descartes fue puesta en el Index. Luego, en 1671, el obispo de París prohibió la enseñanza de todo tipo de novedades y exigió que en la universidad prevalecieran aquellas doctrinas que “las reglas y los estatutos” establecían, o sea, la escolástica. En el contexto de esta polémica fue que la universidad presentó la demanda al Primer Parlamento de París, presidido por Guillaume de Lamoignon, para impedir, sobre todo, la enseñanza de la filosofía cartesiana.[8] Fue en ese momento que Boileau redactó su escrito y lo presentó al Parlamento.[9] Se dice que Lamoignon se percató de la broma, la celebró entre risas y desechó la demanda de la universidad.

Adviértase la forma en extremo cautelosa con la que procede Alzate, pues, cuando presenta el “Memorial ajustado”: se trata de una “traducción”, dice; añade que es “un juicio burlesco” que, “en el fondo”, afirma, es “el mismo que el de Despréaux”, sólo que “trabajado” por Gamarra. ¿De qué se trata? Sin duda de una traducción libre, mejor, como dice Alzate, de un texto trabajado, o sea, ampliado y matizado por Díaz de Gamarra (Alzate conocía el texto de Boileau e informa de él en otra de sus Gacetas).[10] Así, comparemos, para disipar el posible problema, ambos textos. Advertiremos de inmediato las profundas, las gratas semejanzas; también las abismales, las claras diferencias. El escrito de Gamarra, es obvio, le debe mucho al de Boileau: tema y tratamiento general, antes que nada; pero Gamarra amplía el texto de Boileau y lo sitúa en el ambiente particular de Nueva España. El texto de Gamarra tiene una exposición de motivos (o un “memorial”), del que carece el de Boileau, y hace referencia a Newton, mientras que en el de Boileau esta mención era imposible, en tanto que los Philosophia naturalis principia matemática aún no eran causa de conflictos en la Universidad de París. Hay otros matices, como veremos luego.

¿Quién es, pues, el autor de este texto magnífico en e que imperan la ironía y el sarcasmo, el buen humor y la crítica más acerba? ¿Boileau o Gamarra? Boileau, sin duda alguna; pero Gamarra hace una paráfrasis de tales dimensiones, e incorpora tal cantidad de elementos, que su “Memorial ajustado” no puede ser reducido a una traducción del texto de Boileau: su versión, del francés al español, crea en realidad un nuevo texto (por la cantidad de matices y ampliaciones que contiene). Veamos, para empezar, el título de los textos francés y español.

El escrito de Boileau se titula: “Arrêt burlesque donné en la gran-chambre du Parnasse, en faveur des maitres des arts, médecins et professeurs de l’Université de Stagyre, au Pays des Chimères, pour le maintien de la doctrine d’Aristote”.[11] Arrêt, según el Robert, tiene por quinta acepción la de juicio o sentencia judicial; pertenece al léxico del foro, por lo tanto. A su vez, burlesque asume aquí el obvio sentido de cómico, grotesco, jocoso. La traducción más fiel acaso sería ésta: “Sentencia jocosa” o, tal como dice Alzate, “juicio burlesco”. El resto del título diría: “dado en la gran cámara del Parnaso, en favor de los maestros en artes y medicina y los profesores de la Universidad de Estagira, en el País de las Quimeras, para mantener la doctrina de Aristóteles”.

El título que propone Gamarra es más largo (insisto en que se trata de una paráfrasis): “Memorial ajustado que los maestros de filosofía, los doctores en medicina y demás profesores de las universidades y colegios peripatéticos presentaron al ente de razón, raciocinante supremo, juez y presidente de la audiencia y cancillería de Estagira en el reino de las Quimeras, para que en dichas universidades y colegios se mantenga la doctrina de Aristóteles; y sentencia definitiva del presidente y oidores a favor de la misma doctrina. Traducido todo del original griego, que se imprimió en la ciudad de Fantasía por Juan Peripatomatix impresor de cámara, calle de la verdad, año de 11,675”.[12]

Es fácil percibir las diferencias de estilo. El título de Boileau es claro y transparente, sencillo y puro; el de Gamarra, abigarrado, es más explícito y amplio. Ya he dicho que se trata de una traducción libre y que Gamarra se permite, pues, no sólo esta sino otras muchas libertades, hasta lograr una parodia del texto francés. La diferencia de estilo se acentúa a medida que se avanza en la lectura de los dos textos. Boileau utiliza una ironía fina, que sitúa su escrito, desde el ángulo estilístico, en la precisión y la claridad del neoclásico; Gamarra, por el contrario, es barroco en el estilo y en el léxico (aun cuando sea actual, moderno o neoclásico en los conceptos). Gamarra incorpora el nombre del supuesto impresor y la calle en donde se realizó la pretendida edición; añade que se trata de una traducción del griego y pone, además, desde el título mismo, la fecha de la redacción (coincide en el año de 11,675), que Boileau coloca al final del “Arrêt” o “Sentencia”.

Por otro lado, Gamarra introduce, desde el título, al “ente de razón”, y lo califica de “raciocinante supremo”. Boileau, en cambio, en las primeras líneas del texto dice que los peripatéticos “quieren impedir, por la fuerza, en las universidades, la entrada de un desconocido, llamado Razón”. Hacia el final de su escrito Boileau dice que el tribunal condena a la Razón “a que sea por siempre expulsada de las universidades” y a que se le prohíba entrar otra vez en ellas, para “no perturbar ni inquietar al dicho Aristóteles”.[13]

En el texto de Gamarra se expulsa de las universidades donde reina el Estagirita no sólo a la Razón, sino también, y de manera expresa, a la experiencia. En ambos textos se deja “al mencionado Aristóteles” en plena y tranquila posesión de las escuelas peripatéticas e igualmente se ordena a profesores, regentes y doctores que obedezcan la doctrina de Aristóteles, “sin que tengan obligación de leerlo ni de conocer su lengua”, dice, no sin ironía, el texto de Boileau, mientras que en el de Gamarra se establece que no deben hacerse nuevas experiencias ni nuevos descubrimientos “que no estén en los libros del señor Aristóteles”. En suma, ambos textos, pese a las diferencias, persiguen el mismo fin: ridiculizar la vieja filosofía escolástica, que desprecia la razón y la experiencia y que se apoya en el principio de autoridad. Subrayo: el texto de Boileau precede en un siglo al de Gamarra.

Concluyo diciendo que Boileau formó parte de la corte de Luis xiv y fue partidario del despotismo ilustrado. El estilo clásico, que alentó en la literatura, forma un todo coherente con las líneas, también clásicas, que en escultura, pintura o arquitectura fueron características del reinado de Luis xiv. Así, el racionalismo y la crítica de la escolástica y el barroco literario y artístico marchan a la par de las tesis políticas del rey Borbón, de igual modo que las tesis filosóficas de los ilustrados de Nueva España, españoles criollos o peninsulares, concuerdan en un todo con las tesis que sostiene la corona española a partir de que fuera ocupada por los Borbones.[14]

Luis xiv tenía en alto aprecio el talento de Boileau. Voltaire relata esta anécdota, que revela el carácter de Luis xiv (y el de Boileau): ante el rey, Despréaux se atrevió a decir que entendía mucho más de poesía que él: “Tiene razón –dijo el rey–, él es más competente que yo.” [15]

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Veamos ahora qué sucede con José Mariano Mociño. Los especialistas, sin duda, han reconocido sus enormes méritos y sus aportaciones científicas, sobre todo en el campo de la botánica. Mociño se incorporó, a partir de su tercera fase, a la Real Expedición Botánica de Nueva España, dirigida por Martín de Sessé y Lacasta. La cédula que autorizó esta expedición (y, a la vez, la formación del Real Jardín Botánico) la emitió Carlos iii el 27 de octubre de 1786. En la que fue su tercera y última fase, la Real Expedición Botánica alcanzó las costas septentrionales del Pacífico americano (hasta la frontera que ahora tienen Alaska y Canadá. Allí, los científicos encontraron navegantes rusos que habían hecho la travesía contraria, desde el continente asiático hasta las costas americanas, a través del estrecho de Bering.)[16]

El trabajo que, primero en la expedición y luego en la conservación de los materiales, hizo Mociño, es de tal importancia que, por esa causa, el resultado de aquella gran expedición científica lleva el nombre de ambos y se la conoce con el nombre de Sessé-Mociño. No sólo la vida de Mociño parece una novela. También el destino de su colección lo semeja.

Mociño nació en Temascaltepec el 24 de septiembre de 1757; murió en Barcelona el 19 de mayo de 1820, en la pobreza, casi ciego, tras haber sufrido los rigores del exilio. Fue director de la Academia de Medicina de Madrid en aquella época amarga en la que Napoleón impuso a su hermano José como rey de España; la colaboración con Bonaparte le costó a Mociño el exilio, la prisión y por poco la pérdida de los manuscritos, los dibujos y las plantas de la colección que hoy lleva su nombre.

La colección de dibujos botánicos, ornitológicos, de lepidópteros y de mamíferos, hecha bajo la supervisión de Sessé y Mociño, por los artistas novohispanos Atanasio Echeverría y Godoy y Juan de Dios Vicente de la Cerda, fue llevada por Sessé y Mociño, en 1803, a España. Le pertenecía, como es obvio, a la corona española, que sufragó los gastos. Al terminar la invasión francesa a la península ibérica la colección de Mociño atravesó los Pirineos (1812). Largo tiempo permaneció la colección en Montepellier y después en Ginebra. En Suiza y Francia la examinó un enorme botánico, Augustin Pyramus de Candolle. Muerto Sessé, Mociño quedó en calidad de depositario de la colección. Apaciguada la guerra en la península, Mociño anunció a De Candolle su intención de trasladar la colección a España. De Candolle logró entonces que en breves semanas “toda Ginebra” trabajara, de modo febril, en calcar los magníficos dibujos. Las copias se conservan en el Jardín Botánico de Ginebra (esa colección se conoce con el nombre de Flora de las Damas de Ginebra).[17]

El Real Jardín Botánico de Madrid guarda, a su vez, algunos dibujos de la colección, además del archivo de la expedición. Creo que sólo la Real Expedición al Nuevo Reino de Granada, dirigida por José Celestino Mutis, tiene la dimensión y el rigor artístico y científico de la expedición de Sessé y Mociño a la Nueva España. Añadiré que la colección de Sessé-Mociño quedó perdida por más de siglo y medio.[18] La conserva el Hunt Institute for Botanical Documentation, que pertenece a la Carnegie Mellon University, en Pittsburgh (Pensilvania). Nunca había sido publicada de manera íntegra. Hoy, Siglo xxi Editores mediante un convenio con el Hunt Institute publica, en 12 volúmenes, lo que es la edición más completa de la obra de José Mariano Mociño. En este trabajo se cuenta con la colaboración de nuestra máxima casa de estudios. Por acuerdo del rector de la unam, José Narro Robles, un grupo multidisciplinario de investigadores laboró, bajo la supervisión de Estela Morales, coordinadora de Humanidades de la universidad, en la tarea de ordenar y clasificar la totalidad de los dibujos y manuscritos que integran la edición: se identificaron los géneros, las especies y las familias botánicas y se hizo concordar dibujos y nomenclaturas latinas. Participaron en esa labor el Instituto de Biología (que dirige Tila María Pérez Ortiz, y uno de cuyos miembros, José Luis Godínez, se ha especializado en el trabajo de Mociño); el Instituto de Investigaciones Filológicas (dirigido por Mercedes de la Garza) y el Instituto de Investigaciones Filosóficas (que dirige Guillermo Hurtado). Se trabajó de manera intensa con objeto de terminar la edición en septiembre de 2010. Así se aportó una edición de primer nivel para conmemorar el bicentenario de la independencia y el centenario de la fundación de la Universidad Nacional. Estuve a cargo de la coordinación académica de todo el proyecto.

Para que se cobre una mejor idea del trabajo de Sessé, Mociño y los artistas Echeverría y Cerda habría que compararlos con trabajos de la misma época. Por ejemplo, en los grabados del libro de Robert John Thornton, The temple of Flora. Garden of nature,[19] dibujos contemporáneos de los hechos por la expedición de Sessé-Mociño, pueden advertirse los rasgos del romanticismo temprano, lo que podríamos llamar un ambiente mitificado, donde se sitúan las plantas. El conjunto de estas láminas intenta ser un homenaje a la labor científica de Linneo. Sin embargo, en verdad ha quedado sólo como un ejemplo de trabajo artístico de primer orden, lo que no es poco.

Por otro lado, en los dibujos de la flora que recoge la expedición de Mutis,[20] las especies no se reproducen en su ambiente natural, sino en un espacio ficticio (artístico y ornamental, por decirlo así). Las ramas de las plantas parecen diseñadas como si fueran caligrafía; da la impresión de que siguen los criterios del racionalismo francés, que produjo jardines armónicos, simétricos y equilibrados. Examinemos los ejemplos de la flora recogida por Humboldt y, a su lado, los dibujos de la colección de Mociño. Se advierte, en ambos casos, lo que podríamos llamar una nueva manera de observar la naturaleza. En estos dibujos se ha alcanzado un nivel de reproducción fiel de las plantas y de los animales, en su entorno real; las especies vegetales y animales fueron observadas y dibujadas con fidelidad completa (además, disecadas in situ). Sessé, Mociño y sus dibujantes han obedecido de modo puntual la exigencia que daba Casimiro Gómez Ortega (director del Real Jardín Botánico de Madrid por esa época) a los artistas que acompañaban a los científicos: “copiar exactamente la naturaleza, sin presumir corregirla ni adorarla, como suelen hacer algunos dibujantes que añaden adornos sacados de su imaginación”.[21] Se trataba de unir el arte y la ciencia en sólida unidad. Esa estupenda labor la lograron sólo Humboldt y, con su misma altura, los integrantes de la Real Expedición Botánica de la Nueva España: Sessé, Mociño, Echeverría y Cerda.

Lo anterior, sin embargo, es sólo un aspecto de la situación de olvido en la que se halla el trabajo de José Mariano Mociño. Ya he dicho que sus tareas botánicas, su viaje a Nutka, su descripción del volcán de Tuxtla, su informe sobre la fiebre amarilla, son conocidos y comentados. Pero lo que de él se desconoce (o se le atribuye a otros) es su trabajo filosófico.

Acudo otra vez a las Gacetas de Literatura. En ellas hay varios textos de Mocño, que diversos investigadores han atribuido indebidamente a José Antonio de Alzate.[22] El primero aparece en la Gaceta de Literatura del 15 de febrero de 1788; carece de título (en el índice del tomo i de la segunda edición se llama “Pintura de un aristotélico enfurecido y diálogo que tuvo con un moderno”).[23] Roberto Moreno de los Arcos me dice, en carta privada, que el texto es de Alzate, a pesar de reconocer que el estilo no concuerda con el de Alzate; ese estilo “no le casaba mucho”, afirma.[24] Tiene razón Moreno de los Arcos: el estilo del texto es semejante al estilo de los textos en que “José Velázquez” se burla de Bruno Francisco Larrañaga y su Margileida.

¿Qué podría decirse de este texto? ¿Es de Alzate? ¿O de Mociño? El hecho de que carezca del nombre de su autor no lo hace, por sí solo, obra de Alzate. Puede ser de Mociño. ¿Deberé recordar que Mociño publicó sus textos en la Gaceta de Literatura con el seudónimo de Joseph Velázquez o de José Velázquez de Vice Cotis? Así, pudo publicar el primero de ellos (éste, del que aquí me ocupo) sin ampararlo siquiera con seudónimo, con objeto de mantenerse en la sombra. Sólo más tarde Alzate ha de reconocer que el autor de los textos es Mociño y revela la identidad:

Con esta Gaceta finaliza el tomo primero, que comprende cuarenta y ocho números: para disponerlo me he valido de todos los medios que me ha sugerido el amor á mi nación, ya procurando vindicarla de las falsedades con que la insultan varios estrangeros, ya procurando tambien solicitar cooperadores que desempeñasen el objeto á que solo alcanzaban mis deseos. En efecto, D. José de Mociños compuso algunas memorias que fueron muy bien recibidas, y publicadas bajo el nombre de José Velázquez: no ha podido continuar á causa de haber obtenido empleo en la expedición botánica.[25]  

Una consideración final. El carácter moderno de la obra de Mociño queda fuera de duda. Sin embargo, es necesario subrayar que su actitud política coincidía con la de la corona española, en particular con la del rey ilustrado Carlos iii. Nunca fue Mociño, hasta donde se sabe, partidario de la independencia (falleció antes de que México fuera una nación soberana e independiente). Ignoramos qué posición habría adoptado entonces. Pero lo cierto es que sus contemporáneos ilustrados y modernos combatieron, hasta con las armas en la mano, la independencia de América, a pesar de que se opusieran a las posiciones retrógradas de Fernando vii. Es el caso, tal vez paradigmático, de Manuel Abad y Queipo, el obispo electo de Michoacán, que excomulgó a Hidalgo y a Morelos, y que tenía incoado, sin embargo, un proceso inquisitorial por afrancesado y hereje. Abad y Queipo participó en la revolución de Riego, fue diputado a Cortes por Asturias y murió en prisión, encarcelado por Fernando vii.

Quizá debamos extraer una conclusión. Las ideas políticas, aun las revolucionarias, no son acompañadas siempre por posiciones avanzadas en el terreno científico. Por el contrario, hay científicos que tienen posiciones políticas retrógradas y que hacen, sin embargo, enormes aportaciones en el campo de la ciencia. Es el caso de Vesalio, médico de Carlos v (a quien le dedica su obra magna De humani corporis fabrica) y de Felipe ii (le dedica el Epítome, cuando Felipe era el príncipe heredero). Es también el caso de Thomas Hobbes, partidario de Charles i, el rey de Inglaterra y, por lo tanto, enemigo de la revolución de Cromwell. Tal vez las ideas políticas y las revoluciones científicas caminen por sendas separadas. Unas no conducen a las otras. Los ilustrados novohispanos no querían la independencia.