Enciclopedia de la Literatura en México

El Ateneo Mexicano de Ciencias y Artes

Con el propósito de “promover el cultivo, adelanto y difusión, bajo todas sus formas y manifestaciones de las ciencias y las artes”, se fundó en la Ciudad de México en 1882 el Ateneo Mexicano de Ciencias y Artes.[1]

La organización del ateneo admitió tres clases de miembros: accionistas, suscriptores y correspondientes. Los socios accionistas fueron aquellos que adquirieron acciones que emitió el ateneo para su fundación, el cual recibió, además, una subvención del gobierno.

Los socios tuvieron entre otras obligaciones la de contribuir a la formación de la biblioteca con un ejemplar de cada obra escrita por ellos, y entre los derechos a que se hacían acreedores estaba el de tomar parte en los concursos del ateneo.

La junta directiva se reunía con los socios una vez por semana para tratar asuntos relacionados con los trabajos literarios o científicos presentados, así como para discutir las publicaciones que se hicieran de las obras de los socios.

El ateneo estuvo dividido en dos grupos. El de ciencias incluía las matemáticas puras, las matemáticas aplicadas, las físico-matemáticas y físico-químicas, la botánica, la zoología, la fisiología humana, la anatomía y fisiología comparadas, la antropología, la filología, la lingüística, la psicología general, la historia y las ciencias auxiliares de la historia, la estadística, la economía política, la sociología, las ciencias jurídicas, la teología y la metafísica. El grupo de las artes lo integraban los estudios sobre educación, política general, medicina, arte militar, lógica, estética, literatura, música, pintura, escultura, arquitectura y moral científica.

Las sesiones debían ser públicas una vez al año por cada grupo. La única prohibición que establecía el ateneo se refería a discusiones sobre política de la época y a toda clase de juegos.

El fundador y el primer presidente del ateneo fue don Vicente Riva Palacio, el novelista que hizo resurgir a la Colonia en sus obras, a pesar de la deliberada intención de sus contemporáneos de destruir todos los lazos que los unieran con aquella época. El autor de Los ceros y de los Cuentos del general, fundó en esta ocasión un verdadero ateneo en el que se encontraban todas las ramas del saber, representadas por los principales personajes de la época. Es de suponerse que este movimiento literario científico alcanzó gran éxito, pero al decir de Pimentel: “fue como un meteoro: se presentó, brilló y desapareció”.[2]

Colaboraron en el ateneo de 1882 Manuel Dublán, Luis Méndez, Antonio Carvajal, Juan de Dios Arias, Juan de Dios Peza, Jesús E. Valenzuela, Manuel González, hijo, Agustín Verduzco y otros.

En la carta dirigida por Manuel Gutiérrez Nájera a Felipe G. Cazeneuve, comentó lo publicado en La Libertad (14 de junio de 1882) sobre el Ateneo Mexicano. Gutiérrez Nájera escribió:

[...] el Ateneo tiene gran significación patriótica, porque acelerará sin duda, muchos progresos [...] de cierto que no han meditado suficientemente sus palabras los que censuran la fundación del Ateneo [...] quisieran celebrar la organización de un centro literario, perfecto en todas y cada una de sus partes. No procuren –les decía a los críticos– poner trabas a los que tantos beneficios puede traer para las letras patrias. Es muy triste –añadía– que la iniciación de empresa tan laudable en vez de levantar aplausos entusiastas, dé ocasión a críticas acerbas y enconadas burlas. Se ha creído –aclaraba– que el Ateneo va a ser una reunión de personas que se declaran a sí propias eminencias; cuando precisamente en los ateneos de todas partes, al revés de lo que acontece en formalistas academias, se recibe a todo aquel que siente la noble sed de instruirse, ora venga del sur o del poniente.

Al tratar el ateneo de integrar la mesa de cada sección, motivó que se comentara, en algún diario, que el señor Altamirano se mostraba ofendido por ir pospuesto a Guillermo Prieto; pero Gutiérrez Nájera apuntó que Altamirano negó tal aseveración.


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