Enciclopedia de la Literatura en México

Las Bibliothecas, tesauros literarios del siglo XVIII

2011 / 11 ene 2018 11:25

mostrar [Introducción]

La identificación, sistematización y divulgación de los letrados y sus obras, como expresión de la cultura de una sociedad, fue un reto de los círculos intelectuales de cara a la modernidad. Si bien desde los primeros años de la era cristiana hubo escritores que emprendieron la realización de magnos tesauros, orientados a mostrar la producción textual de los individuos, como expresiones de una época o de un pueblo, en los siglos xviixviii, en Occidente, se multiplicaron los escritos de esta índole, que fueron calificados como bibliothecas. Estas obras estuvieron orientadas a inventariar y clasificar el conocimiento expresado en la escritura, con la finalidad de hacerlo del dominio del público, según la definición que Sebastián de Covarrubias expresó de este vocablo en su Tesoro de la lengua castellana (1611).

La primera gran compilación biobibliográfica en la que fueron incorporados los escritores americanos fue Epítome de la biblioteca occidental y oriental náutica y geográfica (Madrid, 1629) de Nicolás León Pinelo (¿1594?-1660). Otras obras monumentales, dedicadas a los autores españoles, fueron Bibliotheca Hispana Vetus (1672) y la Bibliotheca Hispana Nova (1696), de Nicolás Antonio (1617-1684). Estos magnos impresos fueron un referente obligado para los autores novohispanos, que más tarde se dieron a la tarea de escribir sus Bibliothecas.

 

mostrar Las bibliothecas novohispanas. El género biográfico

En Nueva España –desde el siglo xvi y, de manera específica, después del Concilio de Trento– sobresalieron los letrados que cultivaron y divulgaron, a través de la imprenta, el género biográfico, en el ánimo de hacer del conocimiento del público lector las virtudes de quienes eran considerados buenos cristianos. En el siglo xvii se multiplicaron las crónicas del clero regular, en aras de mostrar el triunfo de la expansión cristiana americana como principal logro de sus tareas evangelizadoras. Como complemento de esos relatos, anexos a las crónicas o independientes de éstas, surgieron los menologios, panegíricos de los más distinguidos miembros de las órdenes religiosas. Los autores de crónicas y menologios reseñaron la trayectoria personal de sus biografiados, sus manifestaciones místicas y sus realizaciones en los ámbitos pastoral y educativo y, además, dieron cuenta de lo que sus biografiados plasmaron en sus escritos y de aquellos que fueron divulgados a través de la imprenta.

Desde fines del siglo xvi; los jesuitas, paladines del Concilio de Trento, se distinguieron en la práctica del género biográfico. Primero, en sus Cartas edificantes, promovidas por el propio santo fundador, Ignacio de Loyola, quien recomendó el género epistolar para la difusión de la trayectoria de los jesuitas ejemplares y de sus escritos.[1]  En los siglos xvii y xviii se ocuparon de ello los autores de crónicas, menologios y biografías; muchas de estas obras fueron impresas para su circulación y lectura en América, Asia y Europa.

El “Catálogo de los escritores angelopolitanos” puede considerarse entre las primeras biobibliografías de la Nueva España. Fue escrito por Diego Bermúdez de Castro, natural de Puebla, sobrino del arzobispo criollo de Manila Carlos Bermúdez de Castro. Fue escribano real y notario mayor de la curia angelopolitana.[2]

Diego, contemporáneo y corresponsal de Juan José Eguiara y Eguren, le envió a éste su manuscrito, ampliamente mencionado por Eguiara en su Bibliotheca Mexicana, así como por Beristáin en su Biblioteca Hispano-Americana. No obstante, Beristáin advirtió, en el “Prólogo” de esta obra, que, aunque conservaba el manuscrito original de Bermúdez de Castro, lo había recibido con otros documentos de Eguiara en el año de 1815 de manos del obispo electo de Durango, Juan Francisco Castañiza, marqués de Castañiza, y lamentaba no haberlo conocido diez años antes, lo que le “habría ahorrado mucho tiempo y trabajo”.[3]

Las Bibliothecas novohispanas de Eguiara y Beristáin

En el siglo xviii las bibliothecas escritas e impresas en la Nueva España, al igual que las europeas, constituyeron la síntesis de los géneros epistolar, biográfico y bibliográfico. A la luz de la historiografía contemporánea podemos considerarlas como tesauros de la cultura novohispana.

En las bibliothecas sus autores relacionaron, de manera explícita, la trayectoria intelectual de los letrados con la producción de sus escritos, tanto los que llevaron a la imprenta como los que circularon a través de copias manuscritas y permanecieron inéditos en las bibliotecas o gabinetes llamados, en su tiempo, librerías de conventos, catedrales o de individuos.

La producción de estas bibliothecas en el siglo xviii nos revela, entre otras cuestiones, primero, la existencia de numerosas comunidades intelectuales residentes en las principales ciudades americanas; segundo, que estas comunidades compartían sus conocimientos a través del género epistolar, en espacios locales, regionales y continentales; tercero, que las compilaciones magnas de la producción escrita e impresa novohispana fueron resultado de la eficiencia del género epistolar y su circulación como medio de comunicación entre los literatos en el mundo hispánico.

Juan Joseph de Eguiara y Eguren, autor de la Biblioteca Mexicana, y Joseph Mariano Beristáin y Souza, de la Biblioteca Hispano-Americana, emprendieron la tarea magna de escribir sus compilaciones, y ambos se preocuparon de la investigación, escritura y dirección de la impresión de sus obras. Con ello quisieron mostrar a sus lectores, desde una perspectiva histórica, la grandeza de la sociedad y cultura novohispanas. Si bien fueron distintas sus trayectorias y circunstancias, no así sus motivaciones para realizar sus monumentales investigaciones. En ellos prevaleció el interés por la reconstrucción y difusión del patrimonio literario hispanoamericano y su divulgación impresa dentro y más allá de las fronteras americanas.

Eguiara y Beristáin han sido objeto de numerosos estudios realizados en los siglos xix y xx, preferentemente por quienes se han ocupado por el estudio de la imprenta en México.[4] Sus obras han sido muy apreciadas como corolarios de la cultura hispanoamericana, además de reconocerlas como claves de acceso a los escritores de la época virreinal. Entre otros motivos, porque nos permiten estimar la labor intelectual en Hispanoamérica; de manera específica, la prolífica producción impresa que se desarrolló en el reino de la Nueva España, no obstante los elevados costos del papel y de los salarios de los operarios en los talleres de impresión en América.

Estos bibliógrafos han sido estudiados con un cariz identitario e ideológicopolítico, que ha dado lugar a privilegiar la figura del escolástico Eguiara y su Bibliotheca Mexicana sobre la del canónigo Beristáin y su Bibliotheca Hispano-Americana. Al primero se lo ha reconocido como preclaro exponente de la identidad mexicana, mientras que a Beristáin, reiteradamente, se le ha echado en cara su adhesión a la monarquía española y su rechazo y condena al levantamiento de 1810 presidido por el cura Miguel Hidalgo.

Superada la historiografía oficial que menospreció el pasado hispánico, y que inspiró, entre otras, las comparaciones ideológicas entre estos dos bibliógrafos novohispanos, las bibliothecas novohispanas del siglo xviii; merecen ser valoradas como tesauros de las comunidades intelectuales del reino de la Nueva España, y como expresiones literarias de dos intelectuales ávidos de insertar a los autores americanos y a sus obras en la literatura moderna occidental.

Eguiara y Beristáin nacieron en la Nueva España, de padres vascongados, prosapia muy celosa de su identidad y proclive, en América, al cultivo de las letras.[5] Ambos reconocieron su identidad monárquica y expresaron su fidelidad a su rey a través de su tarea intelectual; Eguiara dedicó su Bibliotheca a Fernando vi, mientras que Beristáin lo hizo a Fernando vii. Nuestros bibliógrafos reconocieron sus obras como producto de una tarea colectiva; nos ofrecieron noticias de sus informantes y de quienes les antecedieron en la labor biobibliográfica.

Los dos autores asumieron como reto ofrecer al público lector, inserto en la cultura occidental, el fruto de los literatos hispanoamericanos y, conscientes de su pertenencia a éstos, redactaron sus autobiografías y las de sus contemporáneos para incorporarlas en sus obras. Eguiara y Beristáin reseñaron y exaltaron la producción textual hispanoamericana desde una perspectiva histórica, sin omitir la de su “tiempo presente”, y se mostraron comprensivos de la cultura americana, expresada ésta en la suma de la trayectoria intelectual de los escritores americanos y la enumeración de sus escritos, testimonios éstos de la simbiosis entre lo americano y lo hispánico.

mostrar Juan Joseph Eguiara y Eguren y su Bibliotheca Mexicana

Su contexto familiar

Nicolás de Eguiara, padre de nuestro bibliógrafo, fue reconocido hijodalgo, oriundo de la villa de Vergara, provincia de Guipúzcoa, al norte de la península ibérica, hijo de Francisco de Eguiara y María Ana de Eguren. Arribó a tierras mexicanas hacia 1680 y nueve años más tarde se declaró “de oficio cajonero”, es decir, comerciante a cargo de un cajón o tienda al menudeo.[6] Como era tradición entre los vascongados desde el siglo xvi, Nicolás seguramente llegó a México a instancias de algún pariente o paisano; probablemente de alguno de sus padrinos de matrimonio, los vascos Domingo de Larrea y Nicolás de Arteaga.

Larrea se distinguió en Nueva España como comerciante de plata; fue originario de Eribe, Álava; llegó a México a los catorce años y, en 1669, ya con algún capital, se casó con Josefa Palomino y Solís. En 1681 contaba con fortuna y prestigio entre los vascongados radicados en la capital, lo que le valió la elección como primer rector de la entonces Hermandad de Aránzazu, cargo para el que fue relecto en 1688. Murió en México en 1697.

Nicolás de Arteaga había nacido en México. Su padre fue Antonio Zandetegui, natural de Azpeitia, Guipúzcoa. En el último tercio del siglo xvii Arteaga era reconocido como mercader de productos asiáticos. En 1689 ocupó la rectoría de la cofradía de Aránzazu y, entre sus iniciativas, entusiasmó a los miembros de esta corporación a invertir parte de su capital en el tráfico mercantil filipino. Arteaga fue padrino de bautizo de nuestro bibliógrafo Juan Joseph. Confió así sus bienes a su compadre Nicolás de Eguiara, a quien nombró albacea y coheredero universal.[7]

Nicolás de Eguiara, ya con un capital de veinticinco mil pesos, en 1694 contrajo nupcias con su prima hermana María de Elorriaga y Eguren (ca. 1680-20-1-1723), hija de Andrés Elorriaga y Eguren y María de Contreras, entonces difuntos.[8]

El matrimonio Eguiara-Elorriaga tuvo seis hijos. El mayor fue Juan José (1696-1763), nuestro bibliógrafo. A éste le siguió Nicolasa (1699-1754), quien no tomó estado y, a la muerte de sus padres, se dedicó a cuidar a sus hermanos menores, Francisco Antonio (1703-1768), Manuel Joaquín (1707-1759) y Rafael Agustín (1709-1756). Al igual que Juan José, los tres siguieron la carrera eclesiástica. Francisco se distinguió como “capellán de su majestad”, rector del Colegio de San Juan de Letrán,[9] consiliario de cánones de la universidad en 1742[10] y abogado de la Real Audiencia; Manuel Joaquín fue consiliario de teología en 1753,[11] así como rector de la Real Universidad de México.[12] Fue cura de la parroquia de la Santa Veracruz en la capital desde 1753 hasta su muerte. Carecemos de información de la trayectoria eclesiástica de Rafael. El más pequeño de los hermanos, Francisco Felipe (1711-1761), fue el único que contrajo nupcias, con Francisca García de Rojas, con quien procreó una hija llamada María Josefa Gertrudis, de la cual nuestro bibliógrafo fue tutor a partir de 1761.[13]

Nicolás de Eguiara, en el Consulado de Comerciantes de México, fue elector, diputado y cónsul. El aprecio de la comunidad vascongada le valió ser electo, en 1719, como rector de la cofradía de Aránzazu, tal como lo fueron sus posibles introductores a Nueva España y como después lo fue su primogénito Juan José. Su prolífica descendencia y su mediana fortuna lo motivaron a orientar a sus hijos a la vida sacerdotal. Para asegurar al hijo mayor, en calidad de albacea de María Ruiz de León, Nicolás fundó tres capellanías de tres mil pesos sobre las rentas de algunas casas habitación en la ciudad de México.[14] Estas fundaciones habrían de proporcionarle a nuestro bibliógrafo 450 pesos anuales. Además, en 1724 Nicolás instituyó tres capellanías sobre tres casas de su propiedad valuadas en 18 240 pesos, las cuales estaban ubicadas en la plazuela de Jesús Nazareno (hoy conocida como plaza Primo de Verdad), frente al hospital de la Purísima Concepción. De éstas, nombró patrono a Juan José y capellanes a sus hijos menores en el ánimo de que siguieran la profesión eclesiástica.[15] A su hija Nicolasa le adjudicó una casa en la calle de San Agustín, gravada con una capellanía en favor del más pequeño de los hijos, Francisco Felipe, quien no la ocupó por no aspirar a la vida eclesiástica.

Por lo que hemos expresado hasta aquí, podemos confirmar que Juan José Eguiara y Eguren nació y se educó entre la élite vascongada, y en 1705 fue reconocido y registrado en el libro de los caballeros e hijosdalgo de la villa de Vergara.[16] Sin embargo de lo que han afirmado sus biógrafos, nuestro bibliógrafo no heredó una cuantiosa fortuna. No obstante el liderazgo que ejerció su padre entre los mercaderes de la capital novohispana y en la comunidad de vascos, sus bienes e inmuebles, así como el capital invertido en el comercio, apenas le alcanzaron para legar a sus hijos modestas rentas para profesar la vida eclesiástica.

Eguiara (1696-1763), un eclesiástico novohispano

Sobre la educación y trayectoria como sacerdote de la arquidiócesis de México, el propio Juan José Eguiara –ya hemos dicho– dejó escrita su autobiografía como parte de su Bibliotheca; sin embargo no se difundió en su tiempo porque quedó inserta en la parte inédita. En adición a los datos que nos ofreció en ese texto latino, dejó también constancia de sus méritos y servicios en dos relaciones que escribió para postular por beneficios reales, las cuales han llegado hasta nosotros. La primera data de 1724; la redactó como opositor a la cátedra de teología en la Real Universidad de México; la segunda es de 1757; fue escrita con motivo de procurar su promoción como tesorero de la catedral de México. Como complemento a sus autorreferencias, debemos considerar un texto escrito en 1760; se trata de la Dedicatoria para el tercer tomo de Sermones varios de su amigo, colega y colaborador.[17] de la Bibliotheca, el doctor Andrés de Arce y Miranda, quien en esa fecha comentó haberlo conocido cuarenta años atrás, cuando ya Eguiara era apreciado en la universidad “por sus virtudes y doctrina”, y Arce era asiduo asistente a la casa de Eguiara, “escuela de sagrada erudición”, en la que se organizaban numerosas tertulias para el estudio de la teología escolástica, la moral y predicación evangélica.[18]

Ya hemos hecho referencia a su entorno familiar y social. Ahora debemos referirnos a su trayectoria intelectual. Eguiara recibió la impronta jesuita como becario real del Colegio de San Ildefonso de México y como discípulo de filosofía del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. En 1715 obtuvo los grados de licenciado y doctor en la Real y Pontificia Universidad. En esa institución se distinguió como docente. Durante dos años y meses fue catedrático temporal de filosofía y veintiún años fue titular de la cátedra de vísperas y prima teología. En 1749 fue electo rector de la universidad[19] y en 1752 y 1756, consiliario.[20] Hacia 1726 se inició como examinador sinodal del arzobispado de México, función que practicó durante veinte años. En 1746 era reconocido como predicador con veintisiete años de experiencia y veintiuno como confesor. En 1736 juró el cargo de calificador de la Inquisición.[21] Alternó estas funciones propias de su profesión eclesiástica con la redacción de sus numerosos escritos que, en su mayoría, se conservan inéditos, y con el cultivo de las tertulias en su casa donde, a decir del doctor Arce, se apreciaba:

su menaje moderado, su mueble el preciso: sólo se veía una copiosa y esquisita librería, de que se utilizaban todos los que concurrían, guardándose en ella exactamente (aún antes de haberse promulgado) todas aquellas preciosas leyes que estableció para el uso y buen gobierno de su biblioteca el famoso deán de Alicante.[22]

Atraído por la congregación del oratorio de San Felipe Neri, se distinguió en ella como el fundador de la Academia de Teólogos, que fue conocida en su tiempo como Academia Eguiarense, la cual presidió durante veintiún años y es a la que se refiere nuestro autor, después de mencionar en su Bibliotheca a la Real Universidad de México. Asistía a los sacerdotes filipenses, todas las tardes, en los ejercicios espirituales y en las pláticas que se llevaban a cabo en el oratorio. Su entrega a dicha corporación le valió la recomendación del Ayuntamiento de México y de los padres del oratorio para la obtención de una canonjía en el arzobispado de México, la que se le otorgó en 1747. En 1751 el rey Fernando vi lo propuso ante el papa como obispo de Yucatán, mitra que Eguiara rechazó argumentando que “su quebrantada salud” sólo le permitía continuar su labor pastoral en el púlpito y en el confesionario, alternando ésta con el ejercicio de la pluma, su reto intelectual: la conclusión de su Bibliotheca Mexicana.

En 1757, a la muerte del canónigo Luis Antonio de Torres, Eguiara le sucedió en el cargo de tesorero de la catedral. El canónigo Torres y sus sobrinos Cayetano y Luis Antonio Torres Muñón, a quienes trató nuestro escritor, se distinguieron por su interés bibliográfico, manifiesto en su magna biblioteca, conocida como “Biblioteca Turriana”. En 1758, a la muerte del canónigo Francisco Rodríguez Navarijo, fue promovido a maestrescuela de la catedral y cancelario de la universidad.[23] Eguiara se distinguió también como capellán del convento de religiosas capuchinas, condición que le permitió, en sus últimos años, el traslado a éste de su domicilio y de su taller de imprenta. A su muerte, sus restos fueron inhumados allí.

Sus contemporáneos, partícipes de una sociedad multicultural

Eguiara, vecino de la ciudad de México, capital de la Nueva España, formó parte de una sociedad letrada multicultural, en la que sus integrantes se empeñaron en expresar el celo por su origen e identidad. Entre otras formas lo hicieron, desde el siglo xvii, mediante la organización de sociedades y representaciones simbólicas religiosas. Fue nuestro autor partícipe de un tiempo en que se promovieron numerosas advocaciones marianas, tales como la Virgen de los Remedios, la Virgen de Ocotlán, la Virgen de Aránzazu, la Virgen del Pilar, la Virgen de Loreto, etc., consonantes con la diversidad de lugares de origen de los habitantes de México, a la vez que se reconoció a la Virgen de Guadalupe del Tepeyac como el símbolo de identidad de la heterogénea sociedad novohispana.

Eguiara nació a principios del mes de febrero de 1696, pocos años después de que el rey Carlos ii aprobara la fundación y estatutos de la cofradía de Aránzazu, corporación que integró a los oriundos de las provincias de Álava y Guipúzcoa, del señorío de Vizcaya y del reino de Navarra. Al igual que su padre, nuestro bibliógrafo asumió el liderazgo de los vascos de la ciudad de México. Hay que mencionar que, cuando era rector de esta cofradía (1731-1734), fue colocada la primera piedra del Colegio de San Ignacio para mujeres vizcaínas en 1734, en presencia del arzobispo virrey Juan Antonio Bizarrón y Eguiarreta y el entonces obispo electo de Durango y, más tarde, obispo de Valladolid, Michoacán, Martín de Elizacochea. Cabe hacer notar aquí que Eguiara y sus hermanos aparecen en la relación de patrocinadores de esta institución.

Durante sus años de estudio en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, en los que ocupó la beca real en el Colegio de San Ildefonso, participó de la multiculturalidad de la corporación jesuita, pues cabe señalar que desde fines del siglo xvii y durante la primera mitad del siglo xviii  la provincia mexicana de la Compañía de Jesús fue fortalecida con la presencia de individuos procedentes de los estados italianos y del centro de Europa. Por ejemplo el padre Juan Bautista Zappa, quien introdujo la devoción a la Virgen de Loreto y promovió la construcción de su primera capilla en el Colegio de San Gregorio; el padre Eusebio Kino, quien había emprendido con acierto la tarea misional en Sonora; el hermano Juan de Esteyneffer, de origen checo, autor del Florilegio medicinal, fue el enfermero del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo en la época en que Eguiara estudió allí artes, y Simón de Castro, en los primeros años del siglo xviii, además de ser reconocido por sus habilidades arquitectónicas, enseñaba el catecismo y era maestro de música de los niños novohispanos.

Eguiara, durante su formación, tuvo la oportunidad de aprehender el legado retórico de la generación jesuita de fines del siglo xvii y principios del siglo xviii . Entre los integrantes de la misma hay que mencionar a Antonio Núñez de Miranda, reformador de los conventos de religiosas y más reconocido, en nuestro tiempo, por haber sido el confesor de Sor Juana Inés de la Cruz; José Vidal, quien fue promotor de las misiones urbanas en el Bajío e introductor en la Nueva España de la devoción de los dolores de María; Juan Martínez de la Parra a quien, por sus aciertos en el púlpito, sus superiores le ordenaron escribir y publicar sus más importantes sermones bajo el título de Luz de verdades católicas, obra que, en el siglo xviii, alcanzó más de cuarenta ediciones, y a principios del siglo xx era aún lectura obligada de las familias católicas.

Eguiara participó del círculo de preclaros letrados proclives a la devoción guadalupana. Incluyó, entre sus lecturas, la obra del padre Francisco de Florencia. Conoció y trató ampliamente a los padres Juan Antonio de Oviedo, a quien se debe una de las aprobaciones de su Bibliotheca Mexicana, y Francisco Xavier Lazcano, biógrafo del anterior y célebre por sus textos marianos. Juan Francisco y Vicente López, el primero en su calidad de procurador de la orden, obtuvo en Roma el patronato universal de la Virgen de Guadalupe sobre América septentrional; al segundo Eguiara lo cita como su amigo, y se refiere a él calificándolo de “sujeto erudito como pocos”.[24] Fue uno de los censores, y quien escribió el prefacio de la Bibliotheca, con el título “Diálogo abrileño”. Eguiara fue también amigo y compañero, en la Academia de San Felipe Neri, de Cayetano Cabrera y Quintero, capellán del arzobispo Juan Antonio Bizarrón y Eguiarreta, autor, entre otras, de la magnífica crónica de la epidemia de matlazáhuatl y de las celebraciones con motivo de dicho patronato, publicada con el título de Escudo de Armas de México, bajo el patrocinio del Ayuntamiento de la capital de México. Eguiara, perteneciente a la generación de estos criollos letrados, no sólo dejó constancia de los escritos marianos en su Bibliotheca, sino que manifestó su profesión guadalupana al incluir un bello grabado de la Virgen de Guadalupe como viñeta en la portada interna de su primer tomo. Afín a sus maestros, los jesuitas, quienes se distinguieron por escribir cartas edificantes, menologios y biografías, Eguiara apreció, leyó y cultivó también ese género literario.

En el inventario de los libros de su biblioteca personal es posible identificar numerosas biografías escritas por miembros de la Compañía de Jesús. Aparecen, entre otros, el Menologio del padre Florencia; la biografía del jesuita José Vidal, escrita por Antonio Núñez de Miranda; la del padre Juan Antonio de Oviedo, escrita por el padre Francisco Xavier Lazcano, y las biografías de los coadjutores temporales de la Compañía de Jesús, del mencionado padre Oviedo.[25]

Habría que citar, como ejemplo de sus contemporáneos del clero secular y uno de sus principales informantes, a Arce y Miranda, el ya mencionado canónigo de la catedral de Puebla, humanista reconocido por sus brillantes textos oratorios, que renunció al obispado de Puerto Rico, siguiendo el ejemplo de Eguiara.

Eguiara estuvo vinculado también a quienes, en su tiempo, se interesaron por el estudio de las ciencias. Fue contemporáneo de José Antonio Villaseñor y Sánchez, autor del Teatro Americano, y de Felipe de Zúñiga y Ontiveros, “philomatemático”, a quien en 1753, año en que abrió su imprenta, le publicó su Breve explicación del pronóstico.

El reto de escribir y publicar la Bibliotheca Mexicana

Juan Joseph Eguiara le dedicó al monarca Fernando vi su Bibliotheca en sus veinte textos o “prólogos”, publicados bajo el título de Anteloquia; además de ofrecernos una síntesis de la cultura novohispana expresó que la lectura de las cartas del bibliotecario Nicolás Antonio y del deán de Alicante, Manuel Martí,[26] fue lo que lo motivó a dedicar sus años de madurez y parte importante de su peculio a la producción de su Bibliotheca. Sin demérito de sus afirmaciones y de las de sus biógrafos, podemos sugerir que el interés de Eguiara por la biografía y el género biográfico estuvo siempre presente en su formación y trayectoria intelectual, en consonancia con los intelectuales de Occidente de cara a la modernidad, de la generación de tránsito del siglo xvii a las primeras décadas del xviii. La denuncia que hizo Eguiara de la ignorancia del deán Martí sobre los americanos, en su Anteloquia, puede calificarse como un discurso-arenga para sumar a los letrados novohispanos a su tarea laudatoria de la cultura americana y también para garantizar la venta, entre sus compatriotas, del costoso primer volumen de su Bibliotheca. Inmerso en una generación de novohispanos ávidos de exaltar en letra impresa la grandeza de la cultura hispanoamericana, el autor dio cauce al interés propio y de sus contemporáneos de ofrecer, a través de los géneros biográfico y bibliográfico, una historia comprensiva de la cultura, digna de ser inserta y valorada en los círculos intelectuales americanos y europeos.

Para compilar la información de su Bibliotheca Eguiara se valió de diversos recursos. Lo primero que hizo fue registrar a los autores de las obras que conservaba en su cuantiosa colección bibliográfica. Cabe hacer notar que tenía entre ellas 135 tomos de sermones, oraciones latinas y fúnebres. Obras de extrema rareza ya en su época, como Grandeza mexicana, de Bernardo de Balbuena;[27] los impresos de Carlos de Sigüenza y Góngora y los de Sor Juana Inés de la Cruz, y “un librito” de Benito Fernández Belo titulado: Breve aritmética militar, que había sido publicado por la viuda de Bernardo Calderón en 1675.[28] Por el inventario de su biblioteca podemos advertir que consultó las obras biobibliográficas europeas, entre ellas las de Nicolás Antonio y León Pinelo; de Possevino, la Bibliotheca selecta; la Bibliotheca Societatis Jesu del padre Rivadeneyra y la Bibliotheca franciscana de fray Juan de San Antonio. Tenía, entre sus libros, las principales crónicas y menologios de las órdenes religiosas en Nueva España. Ejemplo de éstas son el Teatro mexicano y el Menologio franciscano de fray Agustín de Vetancurt; la Chronica de Zacatecas del padre Arlegui; de Baltasar de Medina, la Chronica de San Diego de México; la Palestra Historial y la Chronica de Oaxaca del padre Burgoa; la de fray Diego Basalenque de la provincia agustina de Michoacán y, para la provincia mexicana de la Compañía de Jesús, los textos del padre Francisco de Florencia.

Procedió también a la revisión de las bibliotecas de sus amigos, tales como la de José de Elizalde, colega suyo en la catedral[29] y la de Manuel Antonio de Luyando, a quien se refiere como “compañero nuestro muy erudito”;[30] las de los colegios y conventos de la ciudad de México y de sus alrededores, entre éstas las de los carmelitas en San Ángel,[31] el Colegio de San Ildefonso de México,[32] el oratorio de San Felipe Neri,[33] el archivo y la biblioteca de la Real Universidad de México[34] y la de los franciscanos en Tlalnepantla, donde vio un Arte de la lengua mexicana de fray Andrés de Olmos.[35]

Un tercer procedimiento fue la invitación a sus colegas letrados y a sus corresponsales foráneos, entre los que es posible identificar a sus amigos, maestros y condiscípulos, residentes en las principales ciudades del virreinato de la Nueva España; tal fue el caso del canónigo de Puebla, Andrés de Arce y Miranda, y del padre Bermúdez de Castro.[36] Recibió manuscrita la obra de fray José Fonseca “Noticia de los escritores de la isla de Cuba”.[37]

También convocó a las corporaciones religiosas y a los prelados de los obispados a que contribuyeran con información de los regulares y seculares que se hubieran destacado como letrados. Así tuvo en sus manos un “Catálogo de escritores” que le envió fray José Arlegui de la provincia de Zacatecas;[38] las “informaciones de los frailes de la Provincia de Yucatán”;[39] el “Catálogo y noticia de los escritores” de la provincia franciscana de Guatemala escrito por fray Antonio Arochena, el cual le remitió el provincial fray Marcos Linares[40] y lo que le informaron los religiosos del convento dominico de Guatemala, “en las cartas enviadas a nosotros”,[41] y los del convento mayor de la orden de predicadores de la provincia de Oaxaca.[42] Fueron fundamentales en su investigación las cartas que recibió como respuesta a su convocatoria, procedentes de muy diversos lugares del virreinato.[43] Seguramente se valió del eficiente sistema de correspondencia de los empresarios vascongados, entre los que tanto Eguiara como su padre ejercieron un liderazgo identitario.

Hay que citar, como parte de su metodología, el uso de un “libro de memoria”, herramienta invaluable de sus visitas a los archivos y bibliotecas.[44] El “libro de memoria” lo define la Real Academia Española como “El que sirve para apuntar en él lo que no se quiere fiar a la memoria.” Tal como Cervantes nos mencionó su uso por el Quijote de la Mancha, Eguiara nos advirtió que llevaba en mano su “libro de memoria” a sus pesquisas en los repositorios bibliográficos. En el “libro de memoria” registró las obras manuscritas e impresas de los autores americanos que identificó en las bibliotecas que consultó. Cabe decir que muchos de los escritos que él consultó ya habían desaparecido a principios del siglo xix, cuando Beristáin revisó de nueva cuenta las bibliotecas. Así lo refiere éste a propósito de los escritos de numerosos autores, entre éstos los de Cayetano Cabrera y Quintero, cuyos manuscritos apreció Eguiara en la biblioteca de los padres del oratorio, y Beristáin nos dice que en esta biblioteca “hoy apenas existe la mitad, que he visto”.[45]

Recurrió también Eguiara a la información directa que le proporcionaron sus contemporáneos. Por ejemplo, nos dice que tuvo noticia del Arte para aprender la lengua tarahumara de Agustín Roa, “La cual asegura haber visto cuando allí moraba el M. R. P. Juan Antonio Baltasar, de la provincia de México de la misma Compañía de Jesús, prepósito, cuando nosotros escribíamos esto, y varón muy ilustre.”[46]

mostrar Manuel y Juan José de Eguiara, impresores

Nuestro autor, Juan José, sostuvo sus estudios con los productos de las capellanías que su padre le consiguió y con la beca real del Colegio de San Ildefonso, la cual obtuvo por oposición. Ya sacerdote, incrementó sus ingresos con los honorarios derivados de su intensa actividad en la cátedra, en el púlpito o como calificador del Santo Oficio. A principios de los años cuarenta del siglo xviii se asoció con su hermano Manuel Joaquín para fundar la Imprenta Mexicana, importando para ello la maquinaria y los tipos modernos. Abrió su taller en 1753; primero, ubicado en la casa paterna, en la calle de San Agustín. El negocio de impresión se podía apreciar en su tiempo como prometedor, si tomamos en cuenta que entonces, en la ciudad de México, funcionaban sólo tres imprentas. Estas circunstancias hicieron que con frecuencia los escritores enviaran sus manuscritos a Europa para ser impresos en plazas tales como Amberes y Madrid. En muchas ocasiones fueron empresas fallidas, entre otros motivos por la imposibilidad que tenía el autor de cuidar su edición o porque los manuscritos se perdían en la travesía atlántica. El propio Eguiara envió a Europa los tomos dos y tres de sus sermones, los cuales nunca fueron impresos. Por ello Eguiara, ya mayor, con su propia imprenta, emprendió la empresa editorial que dio a la luz pública importantes escritos de sus contemporáneos y cuidó la edición del primer tomo de su Bibliotheca Mexicana que salió de la prensa en 1755.

El primer tomo de la Bibliotheca cautivó a sus contemporáneos; Eguiara se esmeró para mostrar en Occidente la calidad con la que era posible imprimir en América. Seleccionó un buen papel y nuevos tipos de letras que fueron motivo de aprecio en la Nueva España. El diseño de su portada, de vanguardia para su época, incluyó, ya he dicho, una estampa de la Virgen de Guadalupe, signo de la identidad criolla de su autor y editor.

La Bibliotheca Mexicana

Eguiara se propuso integrar su biblioteca con breves referencias biobibliográficas de los individuos de que tuvo noticia, que, habiendo nacido o vivido en América, habían dejado testimonio de su obra escrita. No obstante, los letrados registrados fundamentalmente estuvieron vinculados al reino de México, lo que le motivó a calificar su Bibliotheca como Mexicana.

De cada uno de los autores de los que tuvo noticias ofreció los datos biográficos y registró los títulos de sus escritos, manuscritos o impresos. Incorporó en su Bibliotheca a algunas instituciones educativas, entre éstas a la Real Universidad. Hizo mención también de los concilios celebrados en Caracas, Chiapas, Comayagua, Guatemala, La Española, Yucatán, México y Puerto Rico.

Su monumental obra la escribió en latín, con el propósito manifiesto de mostrar al público selecto de letrados europeos y americanos el refinamiento literario que se había logrado en América. Organizó su información en orden alfabético, iniciando por el nombre seguido por el apellido. De los tres volúmenes que escribió, sólo el primero fue impreso en su tiempo. Los otros se conservaron manuscritos hasta que, avanzado el siglo xx, Ernesto de la Torre Villar emprendió la tarea de dirigir la edición en castellano de las obras completas de Eguiara, en cinco tomos, proyecto que quedó inconcluso.[47]

En los preliminares, las aprobaciones fueron escritas por los padres jesuitas Juan Antonio de Oviedo y Vicente López. Siguen a éstas los prólogos del autor, en los que Eguiara nos ofreció con detalle los motivos de la obra, su metodología y sus fuentes. Inició su biobibliografía con la mención a la Real Universidad, primera institución de educación superior que abrió sus puertas en el continente americano y siguió a ésta la Academia que él mismo organizó en el oratorio de San Felipe Neri. Concluyó el primer volumen con la letra C, específicamente con la biobibliografía del escritor Cosme Borruel, con la que sumó un total de 782.

Publicado el primer tomo de la Bibliotheca, fue ampliamente difundido en el mundo hispánico. Sabemos por ejemplo que, en su juventud, José Mariano Beristáin la consultó por primera vez en Valencia, gracias a su mentor, el erudito Gregorio Mayans.

Se ha dicho que Eguiara dejó escritas sus biobibliografías hasta la letra J en cuatro cuadernos (en el primero, las letras D y E; en el segundo, las letras F y G; en el tercero, las letras G a J, y en el cuarto la continuación de la letra J), los cuales, a principios del siglo xix, se conservaban manuscritos en los acervos de la Biblioteca Turriana, perteneciente a la arquidiócesis de México, donde los consultó el bibliógrafo Beristáin. Sin embargo hay que mencionar que en los “borradores” de Eguiara aparecen autores correspondientes a la letra M.[48] 

Cabe aquí mencionar que el obispo electo de Durango, Juan Francisco Castañiza, en su calidad de albacea de Patricio Fernández de Uribe, quien fuera capellán del Colegio de Vizcaínas y cura del sagrario metropolitano, en 1815 proporcionó a Beristáin copia de los borradores, varios manuscritos, entre ellos el de Bermúdez de Castro, y alguna correspondencia de Eguiara, cuando, a decir de Beristáin, ya estaba concluida su Biblioteca Hispano-Americana.[49] No obstante, éste los consultó y citó frecuentemente. Beristáin debió depositarlos en la Biblioteca Turriana de donde, avanzado el siglo xix, los manuscritos de Eguiara pasaron a manos de José María Ágreda y Sánchez, bibliotecario de dicha biblioteca, y de éste a las de Genaro García, cuya colección, a su muerte, fue vendida en 1921 a la Universidad de Texas en Austin, donde hoy en día se conservan, mientras que el manuscrito del primer volumen forma parte de la Biblioteca Nacional de México.[50]

No obstante que sólo fue publicado el primer volumen de la Bibliotheca Mexicana de Eguiara, éste constituyó el primer esfuerzo de síntesis de la cultura novohispana que fue impreso y difundido en el mundo hispánico y, entre otros efectos de su divulgación, Joseph Mariano Beristáin, décadas después, habría de emprender su Bibliotheca Hispano-Americana Septentrional.

mostrar José Mariano Beristáin, bibliógrafo ilustrado (1756-1817)

Para ofrecer una aproximación biográfica a este autor contamos con valiosos textos que él escribió. Al igual que Eguiara, el bibliógrafo Beristáin incorporó su autobiografía en su Biblioteca Hispano-Americana Septentrional. En adición a ello, fueron publicadas varias relaciones de méritos que redactó para postular a las canonjías de las diócesis de Valladolid en España (1782) y Puebla de los Ángeles (1791), así como en 1812, con motivo de su aspiración al cargo de deán, siendo entonces presidente del arzobispado de México en sede vacante. Contamos también con algunas referencias de Miguel Guridi y Alcocer, quien lo conoció en Puebla, en su calidad de secretario del obispo Salvador Biempica.[51]

José Mariano nació en la ciudad de Puebla el 22 de mayo de 1756, un año después de que saliera de la imprenta la Bibliotheca de Eguiara. Sus padres fueron Juan Antonio Beristáin y Souza Mesa Solano de Mendoza Bravo de Lagunas, y Lorenza Mariana Romero Fernández de Lara López del Castillo. Se preciaba nuestro autor de su probada limpieza e hidalguía y, entre otras calidades, de ser descendiente de san Francisco Solano y del venerable fray Francisco Jiménez de Cisneros, quien emprendiera en tiempo de los Reyes Católicos la reforma a las órdenes mendicantes. En su hogar fue testigo de la “Academia privada o Tertulia de personas de ingenio...”,[52] en la que se reunían Manuel Iturriaga, a quien se refiere Beristáin como “uno de los ingenios sublimes de la Compañía de Jesús en la poesía, en la oratoria y en las ciencias sagradas”;[53] el doctor Diego Quintero, “ayo y consultor” del obispo Anselmo Álvarez de Abreu, cura de San Francisco Tepeyanco;[54] el dominico Saldaña; el médico de cámara de los obispos de Puebla, José Palafox y Loria, reconocido por Beristáin por ser “docto en la lengua griega, de exquisito gusto y crítica en la física, cuyas máquinas modernas poseía y manejaba con inteligencia, utilidad y acierto”;[55] Nicolás Toledo y el colegial de San Pablo José Dimas Cervantes, catedrático de filosofía en los colegios palafoxianos.[56] Nuestro autor se preciaba de la singularidad de la academia literaria de sus padres: “siendo la mía la única casa en que se vieron amigablemente unidos jesuitas, dominicos y colegiales palafoxianos”.

Con los jesuitas inició la gramática en 1766, en el Colegio de San Jerónimo, y habiendo obtenido una beca de gracia como colegial del Real Colegio Palafoxiano de San Juan, la concluyó en éste, donde también estudió retórica, filosofía e inició la teología. En dicha institución “Siempre que pasaba a otra clase le honraban sus maestros con el primer lugar”, y fue el primer colegial seleccionado para un acto público de latinidad y poesía, al cual se invitó mediante carteles públicos. Fue miembro de la Academia de Bellas Letras de su colegio, fundada por el obispo Fabián y Fuero. En 1772 obtuvo el grado de bachiller de filosofía en la Real Universidad de México. Se ganó el aprecio del obispo Francisco Fabián y Fuero, quien lo incorporó entre sus familiares y lo llevó consigo cuando fue trasladado a la arquidiócesis de Valencia, donde no sólo lo apoyó en sus estudios sino le dio “por sí mismo lecciones de la lengua griega”.[57] Obtuvo, en 1776, el grado de doctor en teología en la Real Universidad de Valencia. Realizó también estudios de derecho canónico y en 1781 fue nombrado primer consiliario de la Academia Pública de Sagrados Cánones. En esta institución sobresalió por sus brillantes presentaciones públicas sobre teología escolástica, todas ellas difundidas en “impresos y que en todos ha sido singular el lucimiento del actuante y la satisfacción de cuantos le han leído”. Fue regente de dos academias de filosofía en esa universidad. La Academia de las Tres Nobles Artes de Valladolid lo nombró miembro honorario y consiliario. La Real Academia Geográfico-Histórica de los Caballeros de Valladolid lo reconoció como su académico el 12 de diciembre de 1782 y, un año más tarde, dicha sociedad le encomendó una disertación geográfica sobre la utilidad y aun necesidad de la geografía para el varón eclesiástico, que presentó en junta pública en noviembre de 1783. Durante el año 1784 le encargaron que explicara “a los caballeros oyentes los elementos de la geografía y tratados de la esfera”. En abril de ese año le correspondió leer, en la junta pública, el elogio al director de la sociedad, Joseph Alaisa.

En 1782 ingresó como amigo benemérito de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, a la cual le dedicó su primer impreso: Odas de Filopatro. La misma sociedad, en reconocimiento a su labor intelectual, en 1798 lo distinguió como socio literato.

En marzo de 1783 se incorporó a la Universidad de Valladolid, y el 3 de octubre fue designado por el rey para la cátedra en propiedad y perpetua de teología, la que ejerció hasta 1789. En diciembre de 1783 la Real Academia de la Purísima Concepción de Matemáticas y Dibujo de Valladolid lo recibió como académico honorario; un año después le encomendó la oración inaugural de la junta pública para la distribución de premios, y el 5 de noviembre de 1786 fue designado por el rey consiliario de dicha academia. Más tarde fue académico de honor de la Real Academia de San Carlos en Valencia.

Como promotor y fundador de la Real Sociedad Económica de Valladolid, el 31 de enero de 1784 fue nombrado censor y comisionado para formar sus estatutos. En la junta pública del 1 de mayo leyó su canto: “El Pisuerga consolado por Esgueva”. Dos años después ocupaba el puesto de secretario de esa Real Sociedad.

En 1784 los apatistas o imparciales de Verona lo aceptaron como individuo recíproco “en atención a su ingenio, ciencia y apreciables circunstancias”. En Valladolid fundó a sus expensas la Academia de Jóvenes Cirujanos y premió a los jóvenes con medallas de plata en los años 1786-1788.

Se presentó a varias oposiciones a las canonjías de oficio de catedrales de España, entre ellas la de Orihuela (1777), Valladolid (1782), Segovia (1785) y Toledo (1789), habiendo ya ganado en 1788 por oposición una canonjía lectoral en Vitoria, que sostuvo hasta 1794, cuando fue designado canónigo de la metropolitana de México.

En la península ibérica adquirió prestigio por sus brillantes intervenciones como predicador, lo que le valió para aproximarse a la corte y ganarse el favor del rey. En septiembre de 1785 predicó, en la iglesia de Santa María, en el real sitio de San Ildefonso, el sermón en las honras fúnebres del hermano del rey, el infante don Luis (1727-1785), cuyo texto fue impreso después en Segovia. El rey le autorizó la consulta y registro de los manuscritos de El Escorial, “en atención a la inteligencia y circunstancias de este eclesiástico”. A fines de 1786 Beristáin, por la intervención del conde de Floridablanca, obtuvo la autorización real para la publicación de su Diario Histórico, Literario, Legal, Político y Económico, del cual sacó 69 números durante los años 1787-1788.[58]

En enero de 1789 la congregación de Guadalupe, en Madrid, le encomendó el primer sermón pronunciado con motivo de la muerte de Carlos iii. En mayo de ese mismo año, en su calidad de diputado y censor de la Real Sociedad de Valladolid, entregó personalmente a Carlos iv una oración impresa con motivo de su exaltación al trono.

Regresó a México en 1790 como secretario del obispo de Puebla, Salvador Biempica, y al año siguiente, apoyado por el prelado, se presentó por oposición a una canonjía lectoral vacante. No obstante, en una reñida votación, el primer lugar lo obtuvo José Joaquín España.[59] No conforme, Beristáin decidió regresar a la península ibérica para conseguir el fallo a su favor a través de su protector Manuel Godoy, duque de Alcudia. Sin embargo, en la travesía atlántica primero enfermó “de unas calenturas” en La Habana y más tarde naufragó próximo a las islas Bahamas. Al tiempo en que esto sucedía, el doctor España obtuvo la confirmación de la canonjía lectoral de Puebla, por lo que Beristáin no sólo perdió dicha canonjía, sino que también extravió en el naufragio sus apuntes y biblioteca. Tras un azaroso viaje llegó once meses después a La Coruña, en Galicia. De su costosa y accidentada travesía dio cuenta en su Oración eucarística pronunciada en la iglesia de San Agustín de la Coruña.[60] Nos dice Miguel Guridi y Alcocer que “su viaje, no obstante, le fue muy provechoso, pues obtuvo después por medio de su protector una canonjía de México”.[61] En efecto, regresó a México como canónigo de la metropolitana, y habiéndolo distinguido Carlos iv con la cruz de la real orden de Carlos iii.

Beristáin hizo pública su lealtad a la corona española y, específicamente, su adhesión a la política del valido Manuel Godoy. En mayo de 1795 ofreció la cesión al rey de la mitad de la renta decimal de su canonjía durante el tiempo que durara la guerra contra Francia, no obstante “los empeños que contraje el año de 91 en mi segundo viaje a España tan desgraciado como costoso, y la numerosa y pobre familia que mantengo, como único apoyo a mi casa”.[62] Con motivo de las celebraciones por la paz firmada con Francia, en diciembre de 1795, Beristáin fue acusado ante la Inquisición de México por haber adornado el balcón de su casa con una imagen de la Virgen de Guadalupe y debajo una corona, un blasón con dos palmas y el retrato de Godoy, duque de Alcudia, acompañado con cuatro tarjetones con textos bíblicos.[63] En el primer tarjetón apareció el texto de los Macabeos: anticipemus facere pacem; en el segundo, el de Isaías: Principatur super numerun efus et vocabitur Princeps pacis; en el tercero, el de san Lucas: Pax vobis, ego sum, Noli te timere, y el cuarto procedía del libro de Esther: Sic honorabitum quem cumque volvent rex honorare. Esto fue motivo de escándalo, entre otras razones porque el Concilio de Trento decretaba la excomunión “que fulmina contra los que usan los textos de la Sagrada Escritura para asumptos profanos y que ha tenido por incurso en ella al Sr. Canónigo”. Hubo quienes lo defendieron de las acusaciones y críticas, entre éstos su pariente, el oidor decano Cosme de Mier y Trespalacios, quien advirtió que el canónigo, en un sermón que predicó en el real convento de Jesús María, había probado que no había cometido abuso alguno de los textos bíblicos.[64]

En 1798 presentó al virrey Miguel José de Azanza un proyecto para fundar en México una Sociedad Económica. En el año de 1800, a la muerte del arzobispo Núñez de Haro, Beristáin fue secretario del arzobispado en sede vacante y, en 1809, lo fue nuevamente por la defunción de Lizana y Beaumont. En 1810 fue designado arcediano; en 1812, presidente del gobierno episcopal en sede vacante, y en 1813 ascendido como deán.

De 1802 a 1811 fue superintendente del Hospital General de San Andrés. Ocupó también los cargos de rector del Colegio Hospital de San Pedro para sacerdotes, abad de la venerable congregación de San Pedro, prepósito de la congregación eclesiástica de Oblatos y juez visitador del Real Colegio de San Ildefonso.

En 1807 Beristáin fue nombrado teniente, vicario general y subdelegado castrense del ejército acantonado en Nueva España porque en su persona “concurren las buenas partes de la virtud, literatura, prudencia y práctica de negocios”.[65]

Como lo hicieron muchos de sus pares de cara a la Ilustración, se distinguió como promotor de la instrucción pública en la Nueva España. En 1799, en su calidad de encargado de la visita a las escuelas de primeras letras, se preció de haber recaudado limosnas, y con otros tres “beneméritos de la patria” vistió a más de tres mil “niños pobres que se presentaron al Gobierno y al público en tres días solemnes”.[66]

Fue vocal y presidente de la Junta Provincial de Censura de Libros, comisionado por el superior gobierno para negocios graves y visitador extraordinario del arzobispado, comisionado a la ciudad de Querétaro, censor del Teatro de Comedias, juez de colegios, vocal de la Junta de Remplazos de los batallones de Fernando vii.

Ya mayor, con una mediana fortuna, se distinguió como mecenas de las artes. El propio Beristáin, en su Biblioteca, nos cuenta cómo patrocinó un certamen para celebrar la colocación de la estatua ecuestre del rey Carlos iv, obra del escultor valenciano Manuel Tolsá. A dicho certamen acudieron más de doscientos escritores. Las composiciones premiadas las imprimió en México y fueron también reimpresas en Valencia. A instancias de Beristáin, el cabildo eclesiástico encomendó a Tolsá la conclusión de la catedral de México; éste dejó su impronta en las balaustradas con las que remató el edificio en el exterior, la magnífica cúpula y las esbeltas vestales que representan las virtudes teologales y que aún se aprecian sobre el reloj, en la portada principal.

En atención a su incisiva defensa de la monarquía española ante la insurgencia, fue condecorado por Fernando vii con la cruz de caballero comendador de Isabel la Católica.

Algunos de sus contemporáneos

Su personalidad versátil, su variada actividad y sus constantes cambios de domicilio en el reino de México y en la península ibérica, lo llevaron a relacionarse con numerosos individuos reconocidos en los ámbitos políticos, como el valido de Carlos iv, Manuel Godoy, duque de Alcudia, y eclesiásticos, como los obispos Fabián y Fuero y Biempica, así como entre los afectos al cultivo de las letras, como fue el caso del ex jesuita Pedro Montengón (1745-1824) y el ya mencionado Gregorio Mayans, de quien Beristáin nos advirtió “á quien por fortuna alcanzé vivo y á quien merecí lecciones de literatura y buen gusto”.

De la etapa de su formación en Puebla podemos citar a los ya mencionados tertulianos de la casa materna y a los jesuitas residentes en San Jerónimo, el padre rector Cayetano Cortés y el maestro de aposentos y de menores José Lava, al tiempo de la expulsión de la Compañía de Jesús. A José Pérez Calama lo reconoció como director de la Academia de Bellas Letras. Más tarde Pérez Calama fue miembro del cabildo de Michoacán, socio de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País y obispo de Quito. A José Dimas Cervantes lo trató en la casa de su madre y fue quien le enseñó a escribir “en su habitación del Colegio Palafoxiano por mero efecto de su cariño”,[67] y a Joaquín Cañete lo recordó como su maestro de retórica.[68]

A fines del siglo xviii, ya avanzada su edad, debemos mencionar a los que junto con Beristáin se reconocieron familiares del obispo Fabián y Fuero y costearon los gastos de sus exequias celebradas en Puebla: los doctores Juan Campos, deán de México; Juan Tapia, deán de Michoacán; José Solís, deán de Oaxaca; Juan España y Joaquín Alejo Meabe, prebendados de Puebla; Juan Erroz, cura de Nativitas, y el capitán de dragones José Basarte. También hay que apreciar su identificación con los centenares de novohispanos que, como él, se afiliaron a la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País[69] y con el grupo de valencianos que llegaron a la Nueva España para enriquecer la Real Academia de Bellas Artes; entre éstos fue evidente su cercanía con Manuel Tolsá,[70] a quien, al incluirlo en su Biblioteca, se refiere como “ingenio universal y fecundísimo”.[71]

Entre los que lo apoyaron en la escritura de su Biblioteca hay que citar al marqués de Castañiza, obispo electo de Durango, del que ya hemos dicho que le proporcionó los manuscritos originales de la Bibliotheca Mexicana de Juan José de Eguiara, así como numerosos manuscritos que utilizó éste; a Francisco Sedano, autor de Noticias de México, quien murió en 1812 y le donó a Beristáin todos sus manuscritos;[72] al padre José Pichardo, quien le franqueó algunos textos;[73] éste fue catedrático de latinidad del Colegio de San Juan de Letrán, del oratorio de San Felipe Neri, de quien Beristáin nos dice que “acopió para su uso a costa de la economía de sus cortas rentas una Librería de seis mil cuerpos ó volúmenes, y todos los leyó y daba razón de todos muy circunstanciada”,[74] y también consultó la biblioteca de Agustín Pomposo Fernández de San Salvador.[75] Éste se preciaba de ser descendiente de Ixtlilxóchitl, último rey de Texcoco. Fue en varias ocasiones rector de la Real Universidad y abogado relator de la Real Audiencia. No obstante su identificación regalista, su hijo Manuel se incorporó al movimiento insurgente junto con Andrés Quintana Roo.

Mención especial amerita Félix de Osores, a quien debemos reconocer como el intelectual en cuya obra biobibliográfica se aprecia el tránsito de la cultura novohispana hacia la conformación de la cultura nacional. Éste fue alumno de San Ildefonso, licenciado y doctor en teología, vicerrector en Querétaro del Real Colegio de Abogados, nombrado diputado por la intendencia de Querétaro a las Cortes de Cádiz en 1814 y en 1820. A decir de Osores, su colega, el licenciado Francisco Herrera le pidió prestados sus apuntes biobibliográficos de los ex alumnos del Colegio de San Ildefonso y en 1811, cuando conoció a Beristáin, habiendo acudido éste a Querétaro en calidad de comisionado eclesiástico, Osores descubrió que Herrera le había entregado a nuestro bibliógrafo sus notas. Beristáin le solicitó que leyera y enriqueciera el texto de su Biblioteca;[76] la relación entre los bibliógrafos se prolongó hasta 1814. Beristáin nos dice que “siempre dedicaría agradecido una memoria por el interés y empeño, con que leyó los manuscritos de esta Biblioteca en Querétaro el año de 1814, franqueándome varias noticias, y advertencias para la perfección de la Obra”.[77] Hay que decir que, ya impresa la Biblioteca, Osores, en el prólogo a sus Noticias Bio-bibliográficas de alumnos distinguidos del Colegio de San Pedro, San Pablo y San Ildefonso de México, nos advirtió que, a lo escrito por Beristáin, había añadido “más de cien artículos nuevos” y le había completado “casi otros tantos”.[78] En sus Noticias incorporó 662 referencias. No obstante, el autor murió sin ver su obra impresa. Las Noticias vieron la luz apenas en 1908 por iniciativa del historiador Genaro García.[79]

La Biblioteca Hispano-Americana Septentrional

En el “Prólogo” de la Biblioteca Hispano-Americana Septentrional Beristáin, como lo hiciera Eguiara en su obra, describió con detalle el propósito de su magna Biblioteca.

Su interés por las letras americanas tuvo su origen en Valencia, gracias a la lectura del primer tomo de la Bibliotheca Mexicana de Eguiara. El ilustrado Gregorio Mayans le reveló que dicha obra había quedado inconclusa. Su deseo entonces fue continuar la obra de Juan Joseph de Eguiara para mostrar, en Occidente, la grandeza de la cultura hispanoamericana. Tal como lo hicieron los jesuitas en el exilio, se propuso contrarrestar las afirmaciones de escritores europeos, como “el prusiano Pauw”, en sus Reflexiones, Marmontel en sus Incas y Robertson en sus Historias, y de los dibujantes y grabadores, como Teodoro de Bry, Gages, Prevost y el autor de la Galería del mundo, quienes, al referirse o representar al territorio y a los pobladores americanos, hacían patente su ignorancia y aun su desprecio por el nuevo continente. Noviembre de 1785, fecha en que obtuvo el permiso real para revisar la colección de manuscritos en la Biblioteca Secreta de El Escorial, probablemente fue el punto de partida de sus investigaciones sobre la cultura hispanoamericana.[80]

Radicado ya en México, en calidad de canónigo de la catedral metropolitana, emprendió su obra con mayor ambición que Eguiara; pretendió, como lo dejó explícito en el título de su obra, un “catálogo y noticia de los literatos, que ó nacidos, ó educados, ó florecientes en la América Septentrional española, han dado á luz algún escrito, ó lo han dejado preparado para la prensa”. Nótese que, aunque incluyó a autores que radicaron en América meridional, no lo comprometió en el título de la obra, acaso porque fueron muy escasas las respuestas de sus corresponsales de los virreinatos del sur. Sin embargo el autor advirtió que su obra fue limitada a la América septentrional porque, expresó: “mis fuerzas no me permitían extenderme a la América meridional”.

Compartió en la capital sus actividades de rutina en el cabildo catedralicio con la búsqueda de los materiales inéditos de Eguiara y el registro de manuscritos e impresos de americanos ubicados en las principales bibliotecas de la capital, al tiempo en que Europa, y específicamente en la península ibérica, se vio amenazada por los revolucionarios franceses. Sin embargo, cuando a decir de Beristáin “ya me prometía dar mi obra al público”, el levantamiento de Hidalgo, al que se refiere como “un mal párroco”, lo llevó a distraer su pluma para dedicarla a escribir a favor de la corona, en aras de reducir “la efervescencia de los ánimos”.

Publicados sus Diálogos patrióticos de Filópatro, el Verdadero Ilustrador Americano y su varios Discursos y Sermones, Beristáin resolvió continuar su Biblioteca HispanoAmericana para mostrar al mundo la obra de España en América, ilustrada con la reseña biobibliográfica de los casi cuatro millares de escritores o literatos que quedaron registrados en ella. No obstante, el año de 1810 fue decisivo para la composición y redacción de su Biblioteca, pues consideró que ésta era el mayor testimonio de la grandeza de la monarquía hispánica, por lo que concluirla representaba el mejor servicio a su rey. Para el año 1812 nos advirtió que ya estaba prácticamente concluida; en el año de 1814 había sido corregida y aumentada por la información proporcionada por Osores y, en diciembre de 1815, habiendo escrito su autobiobibliografía, consideró concluida su Biblioteca.[81] No obstante, al año siguiente aún incorporó información. Por ejemplo, al referirse al obispo Castañiza, añadió entre sus escritos la Relación del Restablecimiento de la Sagrada Compañía de Jesús y su Carta Pastoral á sus diocesanos, ambos impresos en 1816.

Beristáin concluyó su Biblioteca en diciembre de 1815. La fecha del “Prólogo” es 17 de marzo de 1816; las censuras, una del mercedario Manuel Mercadillo, está fechada el 28 de octubre de 1816; la otra, de Matías de Monteagudo, prepósito de la congregación de San Felipe Neri, distinguido años después entre los firmantes del acta de independencia, fue escrita el 22 de noviembre del mismo año.

En su Biblioteca Hispano-Americana Septentrional, dedicada al rey Fernando vii, en tres volúmenes, dejó noticia de 3687 biobibliografías de escritores americanos y europeos que en algún momento de su trayectoria intelectual radicaron en el espacio americano.

En un principio Beristáin pensó enviar su manuscrito a Valencia, a causa de los altos costos en las imprentas mexicanas. Sin embargo podemos conjeturar que, por su accidente, en el año 1815 decidió publicarla en la imprenta de Alejandro Valdés, ubicada en la calle de Santo Domingo, en la ciudad de México. Durante el año 1816 planeó y promovió su impresión por suscripción, como era costumbre entre los letrados de su tiempo. Para convocar a los interesados en ella se valió de la Gaceta de México. En ésta anunció que la obra sería publicada en varios cuadernos. El primero, que fue entregado a fines de ese año, incluyó los preliminares, el prólogo y la dedicatoria. Beristáin sólo pudo cuidar el primer volumen hasta el pliego 46. El resto de la edición estuvo a cargo de su sobrino José Rafael Enríquez Trespalacios Beristáin, quien se hizo cargo también de los volúmenes 2 y 3 que salieron de las prensas en 1819 y 1821, respectivamente. Así nos lo confirma en la nota que publicó al inicio del tomo 2:

El Editor de la presente Obra, que lo es desde el pliego cuarenta y siete del primer tomo, no ha hecho cosa ni hará, que procurar la fiel correspondencia en un todo, de lo impreso con lo manuscrito; de suerte, que el Público tendrá la Obra, tal qual su Autor la escribió.

Murió Beristáin en 1817, habiendo sido testigo de la restitución de la Compañía de Jesús en el mundo hispánico, pero sin haber visto totalmente impreso el primer tomo de su Biblioteca.

Sus fuentes, concepción, estructura y contenido de su Biblioteca

No obstante que nuestro autor asumió que el punto de partida de su Biblioteca había sido el primer volumen de la Bibliotheca Mexicana de Eguiara y Eguren, a diferencia de ésta, la suya la escribió en castellano, en aras de dirigirse como sus lectores al gran público.

En la capital novohispana, en 1794, emprendió la búsqueda de los manuscritos de Eguiara, y

al cabo de algún tiempo solo pude hallar en la librería de la Iglesia de Mégico, quatro cuadernos en borrador que abanzaban hasta la letra J. De los nombres de los escritores, pero esta tan incompleta, que no llegaba á los Josephos, y aun entre los Joannes faltaban muchos.[82]

“Desesperanzado” por no encontrar la continuación de la Bibliotheca Mexicana de Eguiara, en 1796 decidió emprender su Biblioteca “baxo otro plan y método que la de Eguiara”.[83]

Consultó, al igual que Eguiara, las bibliotecas europeas de Nicolás Antonio, León Pinelo, Matamoros, la del religioso dominico francés Jacques Quetif y el Diccionario de Literatura Inglesa de Laurence Echard, entre otras.

Emprendió la revisión de los impresos y manuscritos de su valiosa biblioteca[84] y los preservados en las bibliotecas de los conventos y colegios de la ciudad de México, que, nos advirtió el propio Beristáin en su prólogo, “pasan de dieciséis”, entre ellas la de la Real Universidad, la del Colegio Mayor de Todos los Santos y la del Colegio de San Gregorio.[85] Estuvo también en poblaciones cercanas a la capital, en las bibliotecas de San Buenaventura de Tlatelolco,[86] San Antonio, en Texcoco,[87] Tacubaya,[88] Churubusco, San Agustín de las Cuevas, San Joaquín, Tepozotlán y Querétaro, así como en bibliotecas de Puebla. En algunos de los acervos pudo advertir la pérdida de materiales que Eguiara había podido consultar y que, cuando él acudió, ya habían desaparecido.

Al igual que Eguiara, se valió de las crónicas, menologios, biografías y cartas edificantes para dar cuenta de los literatos miembros de las órdenes religiosas. Afirmó nuestro autor que revisó “todas las crónicas generales de las órdenes religiosas, y las particulares de las Provincias de la Nueva España y distritos de los arzobispados y Sufragáneos de Santo Domingo, Mégico y Guatemala”.[89] Entre éstas, el ya citado Menologio de Agustín de Vetancurt.[90] Utilizó también libros que fueron impresos en la época en la que él preparaba su Biblioteca; tal fue el caso de Tardes americanas, de Granados y Gálvez.[91]

Proclive a la Compañía de Jesús, puso especial empeño en consultar las crónicas de esta corporación y de incluir en su Biblioteca a los más reconocidos escritores expulsos, de los que mencionó sus obras manuscritas y las publicadas en el exilio. Para esto se valió de los manuscritos que de ellos se conservaron en los acervos novohispanos y de la obra de Juan Luis Maneiro, De Vitis aliquot Mexicanorum Aliorumque Qui sive virtute sive litteris Mexici, Bononiae, Ex Tipographia Laelii a Vulpe, pars prima, 1791, pars secunda y pars tertia, 1792.[92] Un ejemplo que merece citarse es la referencia al padre Magdaleno Ocio, que ha pasado inadvertido en las historias de la literatura novohispana, y del que Beristáin afirmó que “como planta puesta en terreno fecundo dio sabrosos frutos de Literatura amena, de que fue linda muestra el que en sus primeros años dio en Mégico intitulado: Poema in honores S. Ignatii Loyolensis 528 hexametris constans”.[93]

Su experiencia como editor, en la península ibérica, del primer diario de Valladolid, le permitió valorar y utilizar, como fuentes para su Biblioteca, las Gacetas de México[94] y el Diario de México, en el que vieron la luz algunos artículos suyos.

Concluida ya su Biblioteca en 1815, según afirma Beristáin, el marqués de Castañiza le entregó el “Catálogo y noticia de los escritores del Orden de San Francisco de la Provincia de Guatemala de fray Antonio Arochena”, obra que le envió a Eguiara fray Marcos Linares, de la cual dice “algo me sirvió”.[95] También, en esa fecha, tuvo acceso al “Catálogo de los escritores Angelopolitanos”, de Bermúdez de Castro, y a copia de los cuatro cuadernos que años antes había encontrado en la Biblioteca Turriana, así como “varias cartas eruditas” de Eguiara.[96]

Se valió también del sistema de corresponsales para obtener información de las principales ciudades del reino de México. Por ejemplo, mencionó entre sus informantes al ya citado Félix Osores y a fray Antonio de Liendo Goicoechea, de la provincia franciscana de Guatemala, erudito y distinguido por su interés científico, de quien Beristáin, que escribió su biografía el 12 de diciembre de 1811, añade: “me confieso deudor á muchas noticias que me ha franqueado”. De él nos dice también que

A los primeros pasos de su carrera buscó y consiguió libros escogidos; y en su viaje a España adquirió una colección de los más esquisitos, y los acompañó a los Globos, Esfera armilar, Sistema planetario, Microscopio, Telescopio, Barómetro, Termómetro, Máquinas Pneumática y Eléctrica, Tablas geométricas, Mapas geográficos, Cartas Hidrográficas, Tablas de longitudes y una Meridiana, que tiene colocada en el centro de un Jardincito, que cultiva por sus manos.[97]

Decidió el orden alfabético de los escritores por su apellido. En ocasiones ordenó a los autores por su segundo apellido, por considerarlos más reconocidos por éste. Tal fue el caso de Miguel Guridi y Alcocer, al que incluyó en la letra A.

Con cierta frecuencia corrigió e hizo adiciones a las biografías de Eguiara, tal como lo hace al referir que fray Bartolomé Rico “no fue prior ni Vicario Provincial como dice la Bibliotheca de Eguiara”.[98] Manifestó su extrañeza de que, siendo éste muy próximo a los jesuitas, no identificara el anagrama Genesius Maldigo, con el que solía firmar sus escritos el jesuita irlandés Miguel Wadding o Godínez, como fue conocido en México.[99] Beristáin Corrigió también la obra de Nicolás Antonio; ejemplo de ello es la advertencia de que al médico Alonso López de los Hinojosos lo registró dos veces, como Alonso López, jesuita, y como Alonso López Hinojoso.[100]

Al igual que Eguiara, hizo mención a sus contemporáneos de origen europeo que se distinguieron en América por su labor intelectual y por el bien del público. Entre éstos, el doctor Francisco Xavier Balmis a quien, como introductor de la vacuna contra la viruela, consideró “digno de las bendiciones y gratitud de muchos millones de hombres, que es lo menos que puedo decir en elogio de un amigo que vive todavía para honor y consuelo de la humanidad”.[101] Del científico Alexander von Humboldt refiere que “con licencia y recomendación de la Corte de España pasó á las Américas; y después de haber recorrido la Meridional llegó á la Septentrional, ilustrando á ambas, y haciendo en ellas observaciones astronómicas, experimentos físicos y reflexiones morales y políticas”.[102] Cabe mencionar aquí que, por iniciativa de Beristáin, el gremio de la minería mandó hacer el retrato del científico alemán, para colocarlo en el Colegio de Minas como ejemplo de sus alumnos.[103]

También incorporó en su Biblioteca a reconocidos letrados españoles que fungieron como diplomáticos en América. Tal fue el caso de Carlos Manuel Martínez de Irujo, marqués de Casa Irujo (1743-1824), valenciano que inició su trayectoria como paje de bolsa de los despachos de Guerra y Hacienda y del de Estado, Gracias y Justicia, a cargo de los condes de Gauza y Floridablanca, respectivamente, y llegó a ser ministro plenipotenciario en América septentrional, embajador en la corte de Brasil, regresó a Europa como primer secretario de Estado y fue en tres ocasiones ministro de Asuntos Exteriores.[104] Asimismo, incluyó a Valentín de Foronda (1751-1821), economista ilustrado con ideas constitucionales, creador entre otros del Banco de San Carlos y la Real Compañía de Filipinas. Fue socio benemérito de la Real Sociedad Bascongada, de la Real Academia de Burdeos, cónsul de España en Estados Unidos, autor de numerosas obras, quien, a decir de Beristáin, fue un “genio infatigable”.[105]

No dejó fuera a los escritores que se identificaron con los insurgentes, como Carlos María de Bustamante. De éste nos dice:

Y si la ulterior conducta de este joven hubiese sido conforme á los sentimientos que estampó en este opúsculo [Memoria piadosa que recordará á la posteridad de la América la piedad y lealtad del pueblo mexicano] y en algún otro papel, no tendría yo que avergonzarme de añadir Juguetillos que escribió después unos insultantes y sediciosos en que se manifestó partidario de los insurgentes de la N. E. declarándose abiertamente por la rebelión con huir de Mégico e incorporarse con las Gavillas y Corifeos de ella. Sin embargo, pido al Cielo que, iluminándole para que conozca su error y se aproveche de sus talentos y buenos principios de educación, le vuelva al seno de los buenos americanos, donde aún puede hacerse digno de este lugar, que ahora le señalo.[106]

Cuando escribió la biografía de Fernández de Lizardi, la que incorpora en la letra L, su novela El Periquillo sarniento aun no estaba impresa, aunque salió de la prensa en 1816, antes que la Biblioteca Hispano-Americana. Beristáin se refirió a este literato como “Ingenio original. Que si hubiese añadido á su aplicación más conocimiento del mundo y de los hombres y mejor elección de libros, podría merecer, si no el nombre de Quevedo americano, á lo menos el de Torres Villarroel megicano.”[107]

Tuvieron un lugar, en su Biblioteca, las referencias a gobernantes y funcionarios de la Iglesia y del estado, como modelos de virtudes y compromisos patrios. Virreyes, obispos y oidores atrajeron la atención de Beristáin. En particular se ocupó de sus contemporáneos. Para ilustrar esto, mencionemos lo que afirmó de Ciriaco González Carvajal, oidor que fue de Filipinas y México, inadvertido en nuestro tiempo como literato.

Vive aun quando esto escribo; y por eso me abstengo de otros elogios que ofenderían su modestia y en que acaso se creería que tenía más parte mi amistad, que su distinguido mérito... He leído todos estos Escritos, que hacen al Sr. Carvajal digno sobre el dictado de Ministro íntegro, del de buen patriota, celoso del bien público... y de que su memoria sea grata á los naturales y vecinos de Filipinas y la Nueva España.[108]

A su autobiografía, así como a la de personas muy cercanas a él, como el obispo Fabián y Fuero, les dedicó varias páginas, y no reparó en elogios para quienes le proporcionaron información.

Con incisivos rasgos moralizantes apeló nuestro bibliógrafo, en su monumental obra, a procurar en las bibliotecas la preservación de los escritos e impresos de los literatos, patrimonio de la cultura americana. Al referirse a las obras de fray Jacobo Daciano añadió:

Y aquí me parece oportuno rogar por el honor de la literatura, y por la memoria de los beneméritos Escritores y por la pública utilidad; y si necesario fuere, por las entrañas de Nuestro Señor Jesucristo, á todos los Reverendos Prelados de las órdenes religiosas que no permitan sacar y extraviar de sus Bibliotecas libro ni papel alguno; antes bien tomen las más rigurosas providencias, para que se recojan, guarden y conserven los pocos Escritos, que entre innumerables han quedado por fortuna.[109]

Beristáin se valió del género biobibliográfico para expresar sus ideas políticas y severas críticas a propósito de Napoleón, a quien reconoció como la gran amenaza de la Europa occidental. Para la Nueva España, equiparable percibió el levantamiento de Hidalgo y las subsecuentes manifestaciones en contra de la monarquía española. Sin embargo, mantuvo la esperanza de que su Biblioteca Hispano-Americana sería leída por los intelectuales insertos en la insurgencia o partícipes del debate intelectual sobre la opción de los americanos ante la fragilidad de la monarquía, y, valorada la cultura hispanoamericana, habrían de reconsiderar su posición política en favor de Fernando vii, a quien nuestro bibliógrafo dedicó su obra.

La Biblioteca de Beristáin, por su contenido y dimensiones, puede reconocerse como la culminación de la literatura de la Ilustración novohispana. En ella se aprecian los intereses de su autor por fomentar una filosofía moral de cara a la modernidad, en la que concilia su profesión cristiana con el entusiasmo por la razón. Las biobibliografías fueron, para su autor, un medio para fomentar en los lectores, principalmente los americanos, las virtudes humanas, entre éstas la lealtad, el amor y el honor patrios.

Desde una perspectiva contemporánea, podemos proponer la edición de la Biblioteca Hispano-Américana Septentrional como la síntesis de la cultura novohispana. Cabe decir que se leyó y difundió en la época en la que México surgió como nación independiente. Con los tres volúmenes impresos por Alejandro Valdés se cierra el capítulo de la imprenta novohispana.