Juan Antonio Rosado | Angélica Tornero.
2004 / 01 nov 2018 12:24
Este tipo de obras, en general de carácter realista, se basa en determinados hechos históricos y los ficcionaliza, los transforma en material literario. La historia llega en forma amena o artística al público no especializado. Estas novelas pueden usar la biografía o las memorias y el personaje o los personajes principales son hombres o mujeres que participaron en episodios de la historia del país. Los antecedentes decimonónicos de la novela histórica en México son Juan Díaz Covarrubias; con Gil Gómez, el insurgente, o La hija del médico, novela histórica mexicana; Juan A. Mateos, con El cerro de las campanas, sobre Maximiliano, y Heriberto Frías, con Tomóchic (1893), sobre una masacre cometida en 1892 por las tropas porfiristas, y cuya última versión apareció en 1911.
En 1902 se publican los Episodios Nacionales Mexicanos, relato anecdótico de nuestras luchas y de la vida nacional desde 1851 a 1861, recogido y puesto en forma amena e instructiva por el Lic. D. Victoriano Salado Álvarez. Esta obra monumental, que consta de varios volúmenes, se refiere, entre otros temas, a la administración de López de Santa Anna, a la Reforma, la Intervención, el imperio de Maximiliano y al periodo de Porfirio Díaz.
Con la Revolución Mexicana en 1910, el género cobrará auge y en ocasiones se asociará con la Narrativa de la Revolución*. En 1915, Ireneo Paz da a conocer su novela Madero. Durante las primeras décadas del siglo xx se publican numerosas novelas históricas. Uno de los autores más prolíficos y reconocidos de novela histórica es Salvador Quevedo y Zubieta, con obras como La camada, novela histórica mexicana (1912), En tierra de sangre y broma, novela histórica contemporánea (1921), México manicomio, novela histórica contemporánea (1927), sobre la época de Venustiano Carranza, y México marimacho, novela histórica revolucionaria (1933).
En 1928, Martín Luis Guzmán publica El águila y la serpiente, episodios del México revolucionario, con personajes auténticos y ficticios. La sombra del Caudillo (1929), también de Guzmán, ficcionaliza y mezcla dos hechos distintos de la historia nacional: la rebelión delahuertista (1923-1924) y el asesinato del general Francisco Serrano, candidato de la oposición en 1927.
Publicada por vez primera con el título de Mina el Mozo (1932), la biografía Javier Mina, héroe de España y de México está más cercana de la investigación histórica que de la ficción literaria. En Muertes históricas, publicada primero con el título de Muertes paralelas (1938), Guzmán narra los decesos de Porfirio Díaz y de Venustiano Carranza. Del mismo año es Filadelfia, paraíso de conspiradores, basada en un personaje histórico, el español Diego Correa. Febrero de 1913 (1963), cuyo protagonista es Madero, podría, según Emmanuel Carballo, figurar como el segundo volumen de Muertes históricas.
La primera novela del veracruzano José Mancisidor, La asonada (1931), trata sobre el levantamiento del general Escobar en 1929. En 1933, Roque Estrada publica Liberación, novela histórica contemporánea. A su vez, el general Manuel W. González rememora los acontecimientos de la época de la Revolución y los utiliza en una serie de cuentos impresos en dos tomos bajo el título de Con Carranza, episodios de la Revolución Constitucionalista (1913-1914). El general Francisco L. Urquizo, que participó en la Revolución rememora aquellos tiempos en su novela Tropa vieja (1931).
Artemio de Valle Arizpe también incursionó en el tema histórico, con obras como Historia de vivos y muertos (1936), Andanzas de Hernán Cortés y otros excesos (1940) y su novela La güera Rodríguez (1951), que se desarrolla durante los últimos años del virreinato.
Leopoldo Zamora Plowes publica en 1945 una novela sobre el dictador Antonio López de Santa Anna: Quince uñas y Casanova, aventureros. Patricia Cox es autora de novelas históricas y de biografías noveladas. Entre las primeras destacan Batallón de San Patricio (1954), El enemigo está adentro (1956), que complementa la anterior, y una novela sobre la independencia: Maximiana (1957). Entre las segundas, José Rodríguez Alconedo (1955), Cuauhtémoc, Juan Inés de la Cruz y Leona Vicario (1967) y El secreto de Sor Juana (1972).
En 1943, Rodolfo Usigli publica una obra dramática que él califica como “pieza antihistórica”: Corona de Sombra, sobre la época de Maximiliano. Le siguen Corona de fuego, “primer esquema para una tragedia antihistórica americana” (1960). Los dramas “antihistóricos” de Usigli, más que del estudio pormenorizado de la historia, provienen de un impulso fundamentalmente poético, creativo.
La década de los cincuenta dio algunas novelas históricas, como Naufragio de indios (1951), de Emilio Abreu Gómez, que se desarrolla en Yucatán durante la época de Maximiliano. El mismo autor publica en 1958 La conjura de Xinum, prologada por el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que trata sobre los levantamientos indígenas en Yucatán durante la llamada guerra de castas ocurrida en la segunda mitad del siglo xix.
Desde los años setenta, la novela histórica no sólo tiene un afán totalizador, sino que experimenta con el lenguaje y con la estructura. El escritor se preocupa también por revisar la historia para recrearla de un modo distinto al del realismo. Entre otras obras de temas históricos cabe destacar: Quemar las naves (1975), Noche de independencia (1978), Vida y tiempos de Juan Cabezón de Castilla (1985), Memorias del Nuevo Mundo (1988), y la obra dramática Moctezuma (1981), todas ellas de Homero Aridjis; Gonzalo Guerrero (1980), de Eugenio Aguirre, sobre un episodio poco mencionado de nuestra historia; Intramuros (1983), donde se aborda la llegada de los inmigrantes españoles y Este era un gato (1988), que trata sobre la invasión norteamericana al puerto de Veracruz, ambas novelas de Luis Arturo Ramos; Madero, el otro (1989), La noche de Ángeles, El gran elector, la obra dramática El jefe máximo (1987) y Nen, la inútil (1994), sobre la llegada de los españoles al nuevo mundo, de Ignacio Solares; Noticias del Imperio (1987), sobre la época de Maximiliano, de Fernando del Paso; Ascensión Tun (1981) y La familia vino del norte (1987), ambas de Silvia Molina; La campaña, de Carlos Fuentes; una obra sobre los filibusteros: Somos vacas, somos puercos (1991) y Llanto, novela imposible (1992), ambas de Carmen Boullosa; La huella del conejo (1991) y La saga del conejo (1993), las dos de Julián Meza; Tinísima (1992), biografía novelada sobre Tina Modotti, de Elena Poniatowska (tema en el que, por cierto, ya había incursionado Víctor Hugo Rascón Banda en su obra de teatro Tina Modotti, estrenada en 1983), y una obra que recrea el imperio de Iturbide, La corte de los ilusos, Premio Planeta-Joaquín Mortiz* 1995, de Rosa Beltrán.