Enciclopedia de la Literatura en México

Felipe Teixidor

José Luis Martínez
1995 / 14 oct 2018 12:25

Hispano-mexicano laborioso y sabio, Felipe Teixidor (Barcelona, 1895-México, 1980) inició su obra con recopilaciones bibliográficas: Exlibris y bibliotecas de México (1931), Anuario bibliográfico mexicano de 1931, 1932 y 1933 (1932, 1933 y 1934) y Bibliografía yucateca (Mérida, 1937), y preparó el rico Catálogo de libros mexicanos o que tratan de América y de algunos otros impresos en España (1949), de la Librería de Porrúa Hermanos –de cuya importante producción editorial fue director–. Teixidor cuidó, además, la edición de las Cartas de Joaquín García Icazbalceta (1937, con prólogo de Genaro Estrada) a varios corresponsales; la antología de Viajeros mexicanos (siglos xix y xx) (1939); el curioso calendario El fin de nada y el principio de todo (1956), y la espléndida traducción de La vida en México (2 volúmenes, 1959) de Madame Calderón de la Barca, con interesantes notas e ilustraciones.

Estudió en su ciudad natal en el prestigioso Colegio Francés de los Padres Maristas, donde se familiarizó con la cultura y el mundo de los libros. A los dieciséis años se trasladó a París, donde trabajó como traductor para la Editorial Garnier, a la vez que estudiaba dibujo en la “Academia de los Extranjeros”, en el barrio de Montparnasse; ahí, convivió con artistas como los pintores Diego Rivera y Juan Gris, el escultor Josep Clarà y el músico Quinito Valverde. En 1912 viajó a Barcelona para asistir al funeral de su padre; volvió a París, ciudad en la que radicó hasta 1915, cuando contrajo el tifo, por lo que regresó a España, a Vilanova i la Geltrú, donde compartió la vida con los pescadores. A los veinticuatro años decidió abandonar sus propiedades y aventurarse en América; tras una breve estancia en Nueva York, llegó al puerto de Veracruz. En la Ciudad de México se reencontró con los amigos parisinos y frecuentó los teatros, hasta 1920 en que, por necesidades económicas, se radicó en Orizaba, donde trabajó como curtidor de pieles. En 1923 regresó a la Ciudad de México, frecuentó la Librería de los hermanos Porrúa, con quienes trabó amistad; al año siguiente estableció, con Eduardo Bolio Rendón, un puesto de libros viejos en la Plaza del Volador, que llamó El Murciélago. Por intervención de su amigo Joaquín Ramírez Cabañas consiguió un empleo como empadronador en la municipalidad de Tacubaya. En 1928 obtuvo la nacionalidad mexicana. Fue traductor del inglés y francés para el Colegio Militar e impartió clases de Historia de México en la Escuela Secundaria Nocturna número 5 (1934-1935). Desempeñó numerosos cargos en el gobierno: trabajó en el Departamento de Archivos, de la Secretaría de Salubridad, bajo las órdenes de Bernardo Ortiz de Montellano (1927-1928), a la vez que se desempeñaba como administrador de la revista Contemporáneos; fue jefe de la Sección Administrativa (1929-1935) y jefe de sección en el Departamento de Publicidad (1932), de la Secretaría de Relaciones Exteriores; jefe de personal de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (1935-1937), jefe del Departamento Administrativo de la Secretaría de la Economía Nacional (1938-1939) y ayudante del director general de Petróleos Mexicanos (1940-1946). En 1947 se retiró a la vida privada en la ciudad de Cuernavaca, Morelos, aunque continuó colaborado para la Editorial Porrúa. En 1958 regresó a la Ciudad de México, donde murió mientras preparaba su discurso de ingreso en la Academia Mexicana de la Lengua.

Felipe Teixidor [i Benach] fue librero, editor, bibliófilo y un gran conocedor de la cultura mexicana. Sus aportaciones principales se ubican dentro del campo de la bibliografía y de la labor editorial, ya que tuvo a su cargo la redacción de las fichas para el Anuario Bibliográfico Mexicano y, durante muchos años, las elaboró para el Boletín Bibliográfico Mexicano, de la Editorial Porrúa. En esta misma casa, fue consejero editorial, principalmente del Diccionario Porrúa y de la colección Sepan Cuántos. Se le debe también la edición de textos poco conocidos, pero de gran valor para el conocimiento de la historia mexicana, particularmente de los siglos xix y xx; en este sentido destaca su edición, con traducción, un importante estudio y copiosas notas, de La vida en México, de Madame Calderón de la Barca. Gran coleccionista de libros, pues no se consideraba bibliófilo, logró reunir un importante número de obras sobre cultura mexicana; esta afición le permitió reunir una serie de testimonios de viajeros nacionales, que dio a conocer en Viajeros mexicanos (siglos xix y xx), que puede considerarse su trabajo más personal. Ex libris y bibliotecas de México es también resultado de su colección particular; además de presentar un breve, pero valioso panorama sobre el desarrollo de las bibliotecas novohispanas, proporciona una buena muestra de ex libris, que acompaña con notas acerca de sus propietarios y de los artistas que los realizaron.

El nombre de Felipe Teixidor puede tener escasa resonancia entre las nuevas generaciones de editores y libreros por tratarse de un hombre que vivió y trabajó siempre desde un segundo plano. En parte, por su condición inicial de extranjero en México, pero sobre todo debido a su carácter retraído y ajeno a ruidosos protagonismos. La labor que desempeñó como editor y bibliófilo ha quedado olvidada no obstante que durante varias décadas él fue la eminencia gris de varios proyectos editoriales de la Librería Porrúa Hermanos, situada en esa esquina emblemática de la vida mexicana a la que siempre aludió como “mi casa”. Parecería imposible, pues, hablar de este catalán llegado al país en 1919 sin referirse a la firma que lo acogió desde muy poco después de su arribo, primero como fisgón frecuente de las listas de novedades, pronto como colaborador ocasional y eventualmente como un activo permanente de la librería, adonde acudió cotidianamente desde 1945 hasta su muerte.[1] El vínculo indisociable con el establecimiento situado en República de Argentina y Justo Sierra, si bien le permitió añejar y extender su inveterado amor por los libros desde un sitio privilegiado, ha borrado la impronta que dejó en los ámbitos editorial y bibliográfico, en paradójico contraste con su general rechazo a que los individuos fueran subsumidos en un membrete, un partido o una corporación, por nobles que estos fueran.[2]

El contexto de la integración de don Felipe a México, cuando Europa vivía la resaca moral y económica de la Gran Guerra y México las sacudidas agraristas y posrevolucionarias, parecería poco propicio al cultivo de los libros y la lectura. Él mismo recordaba que eran contadas las librerías y editoriales que había entonces en la ciudad, algunas herederas de nombres emblemáticos de la era porfiriana como Rosa y Bouret y otras portadoras de la modernidad de formatos y contenidos, como fue el caso de Cvltvra. Lejos de ser un obstáculo, la exigua producción y la estrechez del medio abrían un espacio en el que todo estaba por hacerse, y un tiempo ritmado por inquietudes nacionalistas y cosmopolitas que ponían la mirada tanto en las viejas tradiciones culturales como en las vanguardias.

La reconstrucción material y moral del país durante la tercera y cuarta décadas vigesémicas abarcó muchos aspectos; pasó también por los mercadillos y tendajos del centro de la ciudad de México que adocenaban los libros de antiguas bibliotecas privadas dispersas por la Revolución así como toda clase de objetos, láminas y documentos rescatados del naufragio bélico. Fue allí adonde Teixidor dirigió con frecuencia sus paseos de flâneur, igual que antes había hecho en su natal Barcelona, donde husmeaba en las madrugadas de desvelo los quioscos de las Ramblas, pródigos en periódicos y revistas. La compra-venta de libros viejos se convertiría al cabo en algo parecido a una profesión, si bien en un principio fue la única manera de hacerse de algunos pesos. Sus primeros clientes de aquel comercio fueron acaso los propios hermanos Porrúa Estrada –Francisco, Indalecio y José–, en cuyo establecimiento se vendieron siempre libros de ocasión, pero pronto el joven Teixidor abriría El Murciélago, un pequeño puesto de libros raros en el Volador, populoso mercado que durante años hizo las delicias de toda clase de anticuarios y chachareros.[3]

Al margen de sus peripecias como recién llegado, don Felipe no era hijo de la improvisación. Había leído con desordenada avidez desde muy joven y desarrollado un gusto y un instinto especiales para la investigación bibliográfica propiamente dicha: las efemérides, las bibliografías comentadas, las compilaciones documentales y las ediciones críticas. Gracias a ello realizó varios trabajos notables de esa índole sobre temas mexicanos, unas veces por iniciativa propia y otras por encomienda de alguna institución oficial, dada su cercanía a la administración pública para la que trabajó en diferentes ministerios entre 1923 y 1945. Figuran entre dichos encargos Morelos. Documentos inéditos y poco conocidos (1927); Ex libris y bibliotecas de México (1931); Bibliografía yucateca (1937); Cartas de Joaquín García Icazbalceta a Fernando Ramírez, José María Agreda, Manuel Orozco y Berra, Nicolás León, Agustín Fischer, Francisco del Paso y Troncoso, Aquiles Gerste y Fernando del Paso y Troncoso, con prólogo de Genaro Estrada (1937); Viajeros a México. Siglos xix y xx (1937); Reglas y ordenanzas para los gobiernos de los hospitales de Santa Fe de México y Michoacán, con introducción de Mauricio Magdaleno (1940).[4]

El conjunto de estos títulos ofrece atisbos sobre la naturaleza de las inquietudes más caras a Teixidor, cultivadas mediante varias bibliotecas personales que formó y vendió a lo largo de los años, conservando sólo aquellos miles de volúmenes que privilegió especialmente y que a su muerte se integraron a la Biblioteca México, en el acervo que lleva su nombre. Tales fueron, entre otros, muchas memorias y bitácoras de viaje, crónicas de la conquista y la evangelización, libros de oraciones y ritos litúrgicos conventuales, disposiciones y noticias de la intervención francesa y el segundo imperio así como una importante colección de folletería decimonónica y varios mapas singulares. La pluralidad de sus lecturas e intereses quedaría plasmada en un curioso almanaque que con motivo del inicio del año 1957 apareció bajo el sello de la Librería Porrúa Hermanos. En él, Teixidor reunió fragmentos escogidos de sus textos más entrañables sobre México y una reflexión propia sobre la fugacidad y trascendencia de la vida, que explica en buena parte la razón del título, El fin de nada y el principio de todo.

Mención especial merecen los anuarios bibliográficos que a iniciativa propia realizó en los años 1931, 1932 y 1933 con el apoyo de la Secretaría de Relaciones Exteriores, a la sazón a cargo de Genaro Estrada. En esas modestas ediciones consignó don Felipe los títulos publicados en el país en dichos años, esfuerzo individual que no pudo sostenerse en vista de los vaivenes burocráticos, pero que da una idea por sí solo de la modesta dimensión del mundo editorial mexicano de la época. Una época, por cierto, que coincidió con su naturalización como mexicano, en 1931. Sin embargo, su labor mejor conocida en vista de su diversidad y proyección fue la que llevó a cabo como parte integrante del establecimiento de los hermanos Porrúa, al que se incorporó de manera definitiva al mediar la década de los años cuarenta. Bien como consejero editorial o traductor, como antologador o prologuista, como iconógrafo o corrector de pruebas, Felipe Teixidor ejerció allí de manera exhaustiva todas las tareas propias de un verdadero editor. En parte por ello, al cumplirse los cincuenta años en México de los empresarios libreros, Teixidor hizo un catálogo conmemorativo que llevó por título Catálogo de libros mexicanos o que tratan de América y algunos otros impresos en España,[5] el cual tuvo tan buena acogida que mereció la publicación de un boletín en el que don Felipe vertió los elogiosos comentarios y felicitaciones que recibió la Casa con motivo de aquella edición.[6]

Asimismo, ayudó a nacer colecciones tan importantes para los lectores mexicanos como “Sepan Cuantos…”, en cuyos rústicos volúmenes de clásicos de la cultura universal, impresos a doble columna y no siempre con crédito al traductor, se formaron muchas generaciones de estudiantes desde 1959, cuando apareció El periquillo sarniento, de Fernández de Lizardi.[7] Acaso pionera de lo que más tarde serían los llamados libros de bolsillo, aquella serie miscelánea daría cabida, entre muchas otras, a una obra fundamental de nuestra bibliografía, La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, formada por las cartas de la marquesa Calderón de la Barca al historiador William Prescott, las cuales tradujo, anotó y prologó el propio don Felipe.[8]

Largo sería el recuento de sus satisfacciones y vicisitudes como librero, editor, coleccionista de estampas y fotografías o, como él prefería considerarse, mero aficionado a fierros y papeles viejos. Su última gran aportación al catálogo Porrúa fueron las Memorias de Concepción Lombardo de Miramón, toda una rareza del género que él, ya octogenario, rescató y anotó para la serie Biblioteca Porrúa. Como a manera de rúbrica de su vocación y oficio editoriales, las Memorias aparecieron el mismo año de su muerte, en 1980, acaecida en su casa de la Ciudad de México.[9]

 

Bibliografía

340 “Sepan Cuantos...” 1959-1979, México, Porrúa, 1979.

Calderón de la Barca, Frances, La vida en México durante una estancia de dos años en ese país, traducción, prólogo y notas de Felipe Teixidor, México, Porrúa (“Sepan Cuantos…”: 74), 1959.

Canales, Claudia, Lo que me contó Felipe Teixidor, hombre de libros (1895-1980), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Memorias mexicanas), 2009.

Memorias de Concepción Lombardo de Miramón, preliminar y notas de Felipe Teixidor, México, Porrúa (Biblioteca Porrúa; 74), 1980.

Rivera Mir, Sebastián, “El expendio de libros de viejo en la Ciudad de México (1886-1930). En busca de un lugar entre pájaros, fierros y armas”, en Información, cultura y sociedad: revista del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas (Universidad de Buenos Aires), núm. 36, 2017, (consultado el 12 de febrero de 2019).

Teixidor, Felipe, Catálogo de libros mexicanos o que tratan de América y de algunos otros impresos en España, México, Librería Porrúa Hermanos y Cía. (Bibliografía Americana; 5), 1949.

---- “Selección de cartas, artículos y comentarios periodísticos referentes a la publicación del Catálogo-Aniversario” en Boletín Bibliográfico Mexicano, año xi, núms. 121 y 122, enero-febrero de 1950, pp. 12-25.

 

Enlaces externos

Catálogo digital de la colección “Sepan Cuantos...”, (consultado el 12 de febrero de 2019).

Rivera Mir, Sebastián, “El expendio de libros de viejo en la Ciudad de México (1886-1930). En busca de un lugar entre pájaros, fierros y armas”, en Información, cultura y sociedad: revista del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas (Universidad de Buenos Aires), núm. 36, 2017, (consultado el 12 de febrero de 2019).

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