La prosa artística ha tenido puntuales cultores en México, desde Ricardo Gómez Robelo hasta Alberto Ruy Sánche, desde Carlos Díaz Dufoo Jr. hasta Luis Ignacio Helguera, pasando por los nombres canónicos de López Velarde, Gilberto Owen y Juan José Arreola. En Saltillo -ciudad donde labora Alfredo García- han brillado asimismo los prestigiosos de Julio Torri y Artemio de Valle Arizpe. La viga en el ojo es un libro misceláneo, una silva de varia lección, que contiene aforismos, estampas, poemas en prosa y breves relatos. Entre sus páginas caben un bestiario, un arte poética, un oráculo manual, un cuento gótico, un cuento de hadas suburbano, un relato dentro de las reglas del trobar clus, un tratado de los oficios, una súmula de menesteres del ocio, inclusive una novela en aforismos. En este opúsculo, García continúa sus microempresas dentro de la prosa de arte menos, ese género chico que ya había abordado en un anterior volumen de crítica de poesía. Micromegas o miligramos de a libra, condensados dentro de un clima a un tiempo cáustico y ártico, que se tornan cromos daltónicos, discontinuos cuentos, aforismos desaforados, aguafuertes opuestos a todo aguachirle, pero también al bizantinismo de los granos de arroz. La viga en el ojo del prosista da lugar a una visión oblicua de la realidad, alterando los planos y los objetos, la sintaxis y los fenómenos, hasta construir una escenografía privada, un teatro abierto, que la paja en el ojo del prójimo no permitía registrar hasta ahora.