El Chato, quien narra esta historia, toma cerveza con su interlocutor mientras da testimonio de sus experiencias desde que conoció en campaña de guerra al Güero, después llamado Juan Vargas, hombre de respeto y de poder. Las situaciones van ligando estrechamente las vidas de los dos hombres: en un principio, el pelotón; luego, la relación laboral. Una vez que el Chato sale de prisión, se convierte en la mano derecha del patrón hasta que éste pierde todo y aquél, siguiendo las enseñanzas de Joaquín, el peluquero del penal, se dedica a ese oficio. Para el Chato "la vida siendo un sueño de pronto se hace pozo, profundidad de espanto, mariposa negra. La muerte, digo, sin avisar, siendo su territorio la noche, mata". Vargas muere sin haber tenido una "impresión de la vida" y sólo entonces el narrador se siente libre de un peso, de las sobras, del fango. Roberto Bravo, con una prosa que atrapa desde las primeras líneas, nos transporta Al sur de la frontera, sitio en que las pasiones humanas se desencadenan a la par que las palabras.