Encuentras de todo, y todo cabe, en los recovecos de la bolsa de una mujer. Del mismo modo, toda historia, todo mundo narrable, cabe en una prosa concisa, como es el caso. La bolsa en este libro es un «multiverso»: se hallan cosas tan comunes como el chicle de Susanita —la hija—, las fantásticas medias de Colón, una pluma del penacho de Moctezuma o hasta la cola de un dinosaurio. Como todo objeto fetiche, la bolsa de la señora Rodríguez es una extensión de ella misma: es la identidad, desmenuzar su contenido es sinónimo de develar su ser interno.
Publicada originalmente en 1990, de La señora Rodríguez y otros mundos se dijo en su momento que era «una aventura caleidoscópica», y lo sigue siendo: la vigencia de su lectura va más allá del tiempo. Nos encontramos con historias entreveradas que nos transportan a pequeños diferentes mundos: cada fragmento funciona como una pieza armable, característica de toda ficción moderna.