Hay varias formas, sugiere Bernardo Ruiz, de acercarse a la literatura: como una búsqueda de afinidades, sea en cuanto ideas y sensaciones, el placer de la aventura o caminos de verdad; como un intento por comprender a los hombres, su felicidad y aspiraciones, su vocación por la esperanza, su fatalidad o destino; o bien, como un amplio paisaje de la vida, que mira las diversas edades de la humanidad como una sola, como un Asunto de familia.
Esta asunto involucra tanto un interrogatorio a este vasto protagonista humano como un depredador altamente especializado, o como un hacedor de sueños y pesadillas: un interlocutor de fantasmas y aberraciones de la imaginación, la cuna de todos los miedos. A la vez, describe la disección de una especie que atisba con interés su inminente extinción. Somos las escasos adivinadores de nuestro porvenir y del universo.
Difícilmente, el lector curioso podrá escapar de esta serie de reflexiones que, define con acierto Brenda Ríos, «son un conjunto de textos que pasean tranquilamente entre el ensayo, la crónica, el relato, o el mismo diario personal: escenas narradas, instaladas, desde un lugar de movimiento: atrás, adelante, pasado, futuro, atracciones recientes», para establecer la complicidad entre un autor-lector y el mar insondable, inmenso, envolvente de la literatura.