¿Jardín de infancia? Yo diría mejor: de una vida que no tiene otra edad que la infancia. Y justo porque no es evocada a la luz de otra edad, no se trata de una infancia, sino de la época inmóvil en que el niño, el hombre adulto, la mujer, son los ciudadanos con derechos iguales de una capital fabulosa que el poeta no tiene por qué nombrar. La infancia no es el objeto de una nostalgia; es la voz inflexiblemente ingenua de una vida que no conoce otro solar. El poeta nada aprendió, nada tiene por aprender; encuentra al término de su poema lo que él ya sabía al principio, y de fuente segura. Las palabras, inventadas sin embargo, le son dadas. No vienen unas de otras, sino, ellas también, brotan de esa fuente tan segura. Son dueñas por sí mismas de un perfume, cuando no hablan de perfume, tal como el agua pura posee su olor, que no puede ser sino ese, enseguida reconocido, de lo simple.
Gaëta Picon