Descendencia imaginaria reúne 52 minificciones, ejemplos de la pluralidad de este género que, aunque no es nuevo, es aire fresco en la esfera de las letras. Los textos recorren una ruta desde lo dramático como Oigo el llanto de todos los animales que he comido, a lo humorístico: el timbre en los monasterios hace ying-yang. Alexandr Zchymczyk conoce la técnica y las herramientas para mantener activo el mecanismo de la prosa mínima: el argumento comprimido, el carácter proteico, el lenguaje preciso y el final sorpresivo, sin dejar de esgrimir la intertextualidad. Escuchamos al Rey Salomón dictar sentencia nuevamente, vemos al minotauro sufriendo el rechazo de sus amores, o atestiguamos cómo el genio mágico cumple el deseo de volver en oro lo que se toque. En seis capítulos, Alexandr Zchymczyk ordena su Descendencia imaginaria, desde el primogénito hasta el benjamín: los hijos perdidos, los imaginarios, los naturales, los de la calle, los bastardos sin cabeza y los hijos ilegítimos. Como niños, rebosan de imaginación al jugar con parvada de alas verdes, con la mujer destrozada por una despedida, con hormigas aquejadas por una adicción, o con René Descartes aburrido de una vida cuadrada. De esta forma, la ficción breve sigue atrayendo a lectores y escritores por méritos propios. Edmundo Valadés los vislumbró: El minicuento está llamado a liberar las palabras de toda atadura. Y a devolverle el poder mágico, ese poder de escandalizarnos.