Estas páginas no se proponen ensayos en forma sobre Quevedo, ni interpretaciones originales, ni descubrimientos filológicos. Son meras letras de estudio, cuadernillos de escolar, que comparto con el lector, a manera de clases o lecciones. Aunque adolezco de cierta amarillenta licenciatura universitaria en Letras Hispánicas, he tratado de conservar la seriedad, el entusiasmo y el sentido común del autodidacta, que no abundan en la infatuada academia. Borges se enorgullecía de ser un escolar con las sienes canosas.
Refiero y comento algunos estudios importantes sobre Quevedo. A veces resumo y converso. Prodigo las citas de los estudiosos y del estudiado, para facilidad del lector y por el gusto de recordar excelentes textos literarios y muestras de la mejor erudición filológica de la segunda mitad del siglo xx en asuntos del Siglo de Oro español. Desean introducir al lector en discusiones más profundas, cuyas señas se anotan.
Siempre he estudiado a Quevedo, a pesar de la dificultad de encontrar en México los modernos estudios internacionales que se le dedican, y que han renovado por completo en las últimas décadas tanto el cuerpo textual como las interpretaciones y el conocimiento biográfico del autor. Hay un nuevo Quevedo que no se sospechaba en 1960.
Las primeras versiones de este cursillo, que me he impartido sobre todo a mí mismo, y ahora publico con el fin de conversar con el lector aficionado a las letras clásicas de nuestro idioma, aparecieron en los suplementos culturales de Siempre! (1983), de La Crónica de Hoy y en Nexos (2000).
Dice Quevedo de Montaigne: “Dará fin a esta defensa la autoridad del Señor de Montaña en su libro, que en francés escribió, y se intitula Essais o Discursos, libro tan grande, que quien por verle dejara de leer a Séneca y a Plutarco, leerá a Plutarco y a Séneca”. Leer a Quevedo es leer en él también a estos autores, y a otros más, como a Petrarca y los varios escritores satíricos españoles del Renacimiento, como los de las diversas Celestinas; a Garcilaso, a fray Luis de León y a Góngora; a los moralistas cristianos y a Lope de Vega y a Cervantes; y embozadamente, a algunos grandes licenciosos de otras lenguas, como Boccaccio y Rabelais.
En la obra de Quevedo cristalizan las mayores libertades, riquezas e invenciones de la literatura española de los siglos xvi y xvii, que tanta falta hacen a la espesa y municipal escritura en castellano de nuestro tiempo.
Nuestra flaca modernidad de fines del siglo xx añora el vigor, la riqueza, el sentido del placer espiritual y físico, la frescura de los fundadores de la literatura hispánica. Nuestra modernidad —lengua y literatura— será mejor cuanto más recuerde a los siglos xvi y xvii. José Joaquín Blanco