Para escapar del tedio al que la vida cotidiana puede conducir, Baudelaire recomendaba embriagarse de vino, de amor o de virtud. "De lo que queráis -añadía-, pero embriagaos". Porque el milagro, latente hasta en los objetos más humildes, señalaba Luis Cardoza y Aragón, sólo es posible cuando los sentidos están en una suerte de hiperestesia. Si la realidad resulta de suyo dolorosa, también puede devenir Epifanía, revelación. Nubes, olas, sombras... de Roberto Martínez Garcilazo, nos muestra que el poeta ha comprendido la esencia de las cosas (por humildes que puedan parecer) al constatar lo que es efímero, milagroso, y sin embargo eterno. Instalado en lo que podría ser su poética ("Escribir es vivir en estado de gracia"), el autor mira al mundo y se mira en el mundo, mira la realidad y se mira en la realidad; y allí, desde esa voluntad de vivir, o desde esa inevitabilidad que es el vivir, ese saberse consumido, purificado, por la llama del amor, elabora imágenes rotundas y delicadas, versos cuya musicalidad muestra la esencia de las cosas que le ocurren a la vida cuando ésta es vivida sin concesiones. Esa Epifanía que lo ha invadido, ensombrecida acaso por los desgarrados versos de la segunda parte del libro: "En el nombre del Padre", da cuenta, también, de una poética del duelo. La rebeldía blasfematoria y el reclamo por la muerte del padre ceden, no sin antes brindar al lector una travesía, nostálgica y generosa, por ese pasado que el recuerdo tamiza y devuelve, como una marca de agua, convertido en una escritura en la que los versos acusan la aceptación de ese inevitable reencuentro con el Uno es la Eternidad. Nubes, olas, sombras... es un libro generoso, revelador, nos permite escapar del tedio, nos muestra el milagro que es el vivir pese a la seducción que el logos pueda ejercer. Nos muestra que la alegría y el dolor de la vida están tejidos con las letras del poema, y esa filigrana siempre se agradece. (José Carlos Blázquez)