Lezama Lima no es un escritor, es un acontecimiento de la lengua, acaso su culminación, donde por fin ha superado las mutilaciones y las vilezas que la historia le ha hecho sufrir, y se ha colmado de sí, ligera, misteriosa, solar. Es un poeta de la alquimia que mezcla los elementos más luminosos y aéreos de la lengua para hacer de un lugar –la vana página de un libro– el universo entero. Y, como en todo universo, la oscuridad también está presente en su obra. La oscuridad de un descenso a los infiernos en busca de un amor, de un sentido más alto para los gestos de la vida, de un renacimiento. El aire y la luz son, tal vez, los animales tutelares del poeta, y serán también nuestros guías en el universo de Lezama, hasta conducirnos, al final de nuestro viaje, a un recinto en la luz donde, por ningún poder, por ninguna desilusión, por ninguna desdicha, seremos nunca sometidos. «Yo ya he hablado con mi muerte y cada uno sabe lo que tiene que hacer», dijo Lezama en alguna ocasión. Si nosotros hablásemos con la nuestra, no hay duda de que nos aconsejaría leer estos poemas, no sólo para vivir más libres y más hermosos, sino también para que logremos hallar el camino hacia nuestra resurrección.