En Francia han surgido, una o dos veces por siglo, poetas aventureros, poetas mercenarios, poetas bucaneros, poetas que buscan el aire libre, un territorio abierto, salvaje, sin fronteras, donde la civilización (es decir, la muerte, la miseria, la humillación, el fracaso de las ilusiones) aún no ha llegado. Un lugar a salvo de la destrucción del tiempo. No buscan un sitio en la historia de la literatura, sino una palabra, una lengua, que logre resguardar la vida, reconstruirla, llevarla fuera del miasma en que siglos de racionalidad, de ambición y de odio la han sumergido. ¿Quiénes han sido esos poetas? François Villon, Arthur Rimbaud, Lautréamont. A esa lista de poetas furiosos, a ese grupo de seres salvajes y, al mismo tiempo, eruditos, puede sumarse ahora el nombre de Frédéric Boyer.
En mi pradera es un largo poema que convoca un territorio en el que cowboys, indios, búfalos, brujos, plantas silvestres, ríos, sirenas conviven bajo el hechizo de las palabras. No es un territorio imaginario. Es un lugar que, durante siglos, durante miles de años, la imaginación y la literatura se han empecinado en resguardar. Es un lugar en el que siempre estaremos a salvo, el territorio libre de la infancia, el refugio que invocamos antes de que la oscuridad nos cubra por completo. En mi pradera es un amuleto, una canción, una fórmula mágica que nos mantendrá a salvo, cada vez que lo leamos, de las ruinas del mundo que caen sobre nosotros.