Rulfo evoca ya una metáfora universal en el imaginario literario de México. Comala es Tebas, Ítaca o Ur, y Pedro Páramo y Susana San Juan son resimbolizados para ocupar el lugar del padre o el poder, de la muerte y del deseo. Son el pre-texto desde donde nos hablan el drama y la tragedia de la cultura mexicana contemporánea. Es el camino que va, de los muertos vivos cuyas sentencias iluminan nuestra noche como una escritura cifrada, a las llamas del llano donde el fuego forja el itinerario del lenguaje que campea en novelas, estudios y poemas diversos de no pocas generaciones hispanoamericanas. Armado de un tono de bajos sonoros y huecos, rasposos y vibrantes como la voz de Muddy Waters, el blues de Varela va inundando el mundo rufiano, espectral y desértico, para tejer su propio periplo alrededor de los iconos de Comala. Revisita, refunda, redunda, recae. Y del polvo de sus imágenes su voz emerge más allá del homenaje literario; crece, furtiva, sobre las aguas lodosas de la literatura complaciente.