Se decía que en el Valle de Peñamellera las brujas cantaban antes de salir por las chimeneas y volar desde Alles, hasta un collado a las afueras de Abándames. Mujeres de piel de invierno y melena de rojizo otoño. La belleza desbordada sólo podía haber sido urdida por el enemigo de las almas cristianas que habita, según sabían, pero nadie admitía, en la cueva de Las Brujas.
Simona, la última del perseguido linaje cruzó el océano Atlántico, en el buque Astrea, bajo la protección del Inquisidor Juan de Mier y Villar. Su camino a la santidad se entrelazó con el de la hechicera Rosalba Uribe y cristalizó en la hacienda de Santo Domingo Atlapaleca.
Un largo viaje por las espinosas veredas del Santo Oficio, la radiante obscuridad de los libros prohibidos, la apacible tormenta del amor, llevaron a la Beata Hechicera a buscar las respuestas en el paradójico entorno del virreinato, con la medalla de la Virgen en una mano y el grimorio de los hechizos en la otra.
Entrañable, sorpresiva, diferente, una invaluable aportación a la literatura, en la cual, los hechos históricos se entrelazan con la ficción. ¿Acaso no es así el quehacer de la brujería?.