Como género literario, el cuento en México tiene una larga historia desde la época de Fernández de Lizardi hasta nuestros días y ha dado a la historia de la literatura nombres importantes y obras trascendentales como El llano en llamas de Juan Rulfo o El principio del placer de José Emilio Pacheco. A partir del 2000, sin embargo, el género corto ha experimentado cambios sustanciales de la mano de sus nuevos ejecutantes: los autores nacidos en los setenta, cuya pertenencia a un grupo generacional es aún tema de discusión.
Mucho se ha escrito ya sobre esta cuestionada generación, lo que también la ha legitimado de algún modo, y se han publicado artículos interesantes o incluso prólogos en antologías de cuentos que empiezan a consolidarse como un pequeño canon de la época; aunque pocos son todavía los libros de crítica académica dedicados en exclusiva a la obra de estos autores que actualmente son nombres recurrentes en todo tipo de eventos literarios.
El dilema central al que se enfrentan estos escritores setenteros es el hecho de que sus referentes estéticos a menudo son altamente cuestionados: si en sus textos permean temas de literatura de masas, se les acusa de superficiales; si, por el contrario, intentan mantenerse fieles a una tradición canónica, la crítica juzga sus obras con parámetros a todas luces inalcanzables y termina por colocarlas en la lista de los intentos que no terminan por fraguar. Así pues, el punto de partida de los autores setenteros no es ya el canon literario, sino el periodismo, el realismo sucio y la literatura basura; los personajes antiheroicos y decadentes que a menudo pueblan sus historias son muestra de la actitud vital de una generación sin mayor esperanza de mejoras en el futuro. Este libro está dedicado a ellos, la Generación Inexistente.