En 2001, cuando Víctor Hugo Rascón Banda presentó Este lado del silencio, el primer volumen de cuentos de esta autora (en 1995, una editorial del DF publicó un primer libro que ella prefiere ignorar), se preguntó: ¿Dónde estaba Beatriz Meyer?, ¡por qué no la habíamos leído? No tardó mucho en arriesgar una predicción: la narradora estaba llamada a convertirse en autora de culto. Una década después podemos aventurar que si la difusión restringida, aunada a depurados niveles de calidad y a una temática explorada con esmero, son características de una obra de culto, el conjunto de textos que integran Sucedió un cuerpo, el cuarto libro de cuentos de Beatriz Meyer, parece destinado a contribuir al cumplimiento de esa predicción. Los personajes de estos relatos son refractarios a establecer un pacto dócil con el caos que agobia la sociedad globalizada. Su erotismo a veces soterrado, rotundo en ocasiones, es al mismo tiempo una salvaguarda contra las presiones de la cotidianeidad y un ejercicio de persistencia amorosa. A través de ellos, el deseo, la sensualidad y la sexualidad se manifiestan como la única metáfora de la vida, como la sola posibilidad de existir más allá de las convenciones. Foucault decía que el cuerpo es el punto cero del mundo, fantasma que danza en el fondo de un espejo, ese cristal de azogue venenoso que solivianta nuestras pulsiones más secretas. En los cuentos de Beatriz Meyer, el cuerpo sucede como actor absoluto, como el lugar donde se cruzan los caminos de lo posible y lo deseable.