Los títulos que Gilberto Castellanos elige para sus libros suelen ser un hallazgo que nos instala en el centro mismo de la poesía que vamos a ver. Letranía sugiere a la vez una imagen visual, un acorde verbal, así como una temática. Y en efecto, Letranía tiene como tema la incesante formación de la palabra que surge a la vez del dibujo de la letra y de la sonoridad que las grafías evocan. Materia en formación pero a la vez tallada con esmero, la poesía de Castellanos tiene la precisión de la mirada del dibujante y el ritmo de quien ha educado su oído en el ejercicio de la aliteración y el acento.
¿Poesía para ver o poesía para oír? Cada poema es una composición visual en la que la diferente extensión de los versos va componiendo un cuerpo hecho de gradaciones y simetrías. Pero en el interior del poema los versos organizan un paisaje que, alumbrado de palabras, se abre bajo nuestros ojos: "cintilan las palabras / en la noche / de la página".
El verbo aquí es la materia del decir y la forma de lo dicho. Un verbo de trazos y sonoridades en el que, para descubrir su secreto, es necesario escuchar con los ojos y mirar con el oído. ¿Cómo, si no, podríamos recoger este cruce de sentidos, estas rotundas sinestesias que vienen a nosotros en un verso como: "¡Qué oro de añiles arde en el huerto!"?
Gilberto Castellanos es un poeta de pincel -¿o cincel?- y un dibujante del sonido. Su poesía parece moverse en el sentido contrario a lo que, por lo que creemos saber, fue el derrotero de toda lengua: de la sonoridad de la palabra oral al trazo de la palabra escrita. Pero el poeta escribe:
Antes de ser palabra
esa grafía primitiva de la lengua
que signa
la pasión de las miradas,
fue imagen
¿Será, pues, verdad, que antes de los sonidos fueron aquellas primordiales escrituras -huellas de animales, nubes, transformaciones de luz, hojas llevadas por el viento- cuyo mensaje los primeros hombres debieron descifrar en el cielo y en la tierra?
Raúl Dorra