Esculpidos y grabados sobre piedra, estuco, madera, hueso, jade; pintados sobre cerámica, murales y códices de papel de amate, sobreviven numerosos textos que constituyen la expresión gráfica de las creencias religiosas, los conocimientos científicos, la historia, y, tal vez, las vivencias estéticas de los mayas prehispánicos.
Estos vestigios materiales lograron salvarse de la gran destrucción que significó la conquista española, en lo que a cultura indígena se refiere; pero aquellos que sabían escribir y leer las inscripciones fueron perseguidos y muertos, al tiempo que se quemaban casi todos los códices, perdiéndose, de este modo, el conocimiento de la escritura maya. Dentro de la investigación epigráfica que se cultiva en varios países del mundo, y que nos ha dado a conocer la posible identificación de muchos glifos, no se ha hallado aún la clave para descifrar esta compleja escritura, la más avanzada del mundo americano prehispánico. Así, los cientos de textos que han pervivido siguen manteniendo oculta, de hecho, su verdadera significación; pueden ser interpretados, pero no leídos. ¿Cómo hablar entonces de literatura maya?
La conquista española interrumpió el proceso cultural mesoamericano, imponiendo una nueva trayectoria histórica en la que los indígenas quedarían marginados. Pero la reacción de los mayas no fue de sometimiento pasivo, desde el primer momento surgieron levantamientos, huidas en masa, suicidios y otras reacciones de rebeldía ante la imposición española; y uno de los movimientos más fuertes, que se dio en toda el área maya, fue el encabezado por algunos mayas de linaje ilustre, que conscientes de la necesidad de mantener su identidad, con una profunda conciencia histórica, realizaron la labor que casi siempre es más profunda y perdurable que cualquier acto político: escribir libros.
Después de aprender de los frailes el alfabeto latino y la adaptación hecha por ellos para expresar los sonidos de las lenguas mayenses que no existen en español, hombres de diversos grupos y regiones mayas se aplicaron a la labor de redactar nuevos libros en sus propias lenguas; integraron diversos datos consignados en los antiguos códices, las tradiciones orales que los complementaban y los acontecimientos contemporáneos que consideraron importantes, aunando a todo ello sus propias vivencias y emociones. EI conjunto de estos libros escritos en lenguas mayenses y signos latinos durante los primeros decenios de la Colonia es lo que podemos considerar como "literatura maya".[1] Se trata, por tanto, de una literatura escrita con fines prácticos; de una literatura de reacción contra la imposición política, económica y espiritual de los conquistadores.
No consideramos como literatura maya los textos escritos en lenguas mayenses cuyo contenido no es indígena, como gramáticas y vocabularios, catecismos, registros eclesiásticos, elaborados todos ellos por frailes españoles. Tampoco las crónicas e historias escritas por españoles, aunque hablen de las costumbres y tradiciones indígenas. Asimismo, no hemos considerado aquí como literatura indígena los textos etnográficos surgidos de manos de antropólogos durante los siglos xix y xx. De acuerdo con esto, nuestro criterio para considerar un texto como literatura maya es que haya sido escrito por hombres mayas, en alguna lengua mayense y cuyo contenido pertenezca a la tradición maya, aunque llegue a presentar influencias de la cultura occidental.
La literatura maya está constituida por documentos escritos en quiché, yucateco, chontal, cakchiquel, mam y pokomchí, entre otras lenguas mayenses, así como algunos textos que sólo se conservan en versiones en español, pero que originalmente fueron escritos en una lengua mayense. Entre las numerosas obras que se conservan, podemos destacar las siguientes:
Popol Vuh. Conocido también como El libro del consejo, Manuscrito de Chichicastenango. Libro del común. Libro nacional de los quichés, Historias del origen de los indios de esta provincia de Guatemala. Procede de Santa Cruz del Quiché, Guatemala y fue escrito en quiché por un hombre del linaje Kavek, alrededor de 1550-1555, que pudo ser Diego Reynoso.
Desde el punto de vista literario, es tal vez la obra capital de los mayas coloniales. Destaca por su estructura armónica que revela la presencia de un solo autor, dotado de una extraordinaria capacidad poética. La obra integra los mitos y relatos de los quichés, logrando una narración excelente de su historia, que se inicia desde los orígenes del ser humano, según su mito cosmogónico, y culmina en el momento de la conquista. En este acontecer participan activamente las deidades y las energías sagradas, sin distinciones entre mito e historia, que en la visión religiosa del mundo y del hombre de los mayas antiguos no existen. La anécdota es la siguiente:
Los cuatro primeros hombres, fundadores de los linajes quichés, son formados de masa de maíz por un grupo de dioses creadores, cuya energía vital está representada por Gucumatz, la serpiente emplumada, símbolo del agua primordial. Este acontecimiento se da después de la formación del mundo, de las plantas y los animales, y como culminación de varios intentos fallidos, por parte de los creadores, de hacer seres que los veneren y los sustenten. Estos cuatro primeros hombres empiezan a multiplicarse e inician una larga peregrinación buscando sus tierras de asentamiento y esperando la aparición del Sol y de la Luna, último momento del proceso cosmogónico. Van acompañados y aconsejados por deidades protectoras que recibieron en la ciudad de Tulán y que permanecerán con ellos durante toda su historia, enseñándoles los ritos que deben practicar para sustentarlas y permitirles así seguir generando la vida del mundo y del hombre.
Al llegar a las regiones donde establecen sus residencias, presencian, por fin, la salida del Sol, fundan sus primeras ciudades y se organizan social, política y religiosamente. El libro relata sus relaciones, tanto pacíficas como guerreras, con otros grupos de Guatemala; los hechos notables de sus gobernantes, y enumera la descendencia de los tres principales linajes: Quiché, Tamub e Ilocab, que se disputan el poder.
La obra recoge, así, la tradición religiosa e histórica de la época prehispánica, tal vez con base en antiguos códices que se perdieron, como lo afirma el propio texto. Se constituye, por ello, en una de las fuentes principales para el conocimiento de los antiguos quichés.
Rabinal Achí. Procede de San Pablo de Rabinal, Guatemala. Se trata de un drama titulado originalmente "Baile del tun" y cuyo asunto es un ritual de sacrificio de un guerrero del linaje Kavek, realizado por los habitantes de Rabinal. Es también una obra con estructura unitaria y armónica, considerada como uno de los mejores ejemplos de la forma de expresión de los indígenas: monotonía, fórmulas de cortesía y repeticiones constantes. La obra se basa en un diálogo entre el señor de Rabinal y el señor quiché, cuyo pasado va haciéndose presente en el propio diálogo. Se supone, por su estilo, que fue escrita en el siglo xvi, pero la versión que se conoce es la realizada en quiché en 1850 por uno de los depositarios del texto, Bartolo Sis, de San Pablo de Rabinal.
Título de Totonicapán. Fue escrito en 1554 en Totonicapán, Guatemala. Es un título de propiedad que relata la historia del pueblo quiché desde sus orígenes míticos hasta mediados del siglo xv, poniendo énfasis en los acontecimientos de cáracter bélico. Se conocía únicamente una traducción al español realizada por Dionisio José Chonay en el siglo xvii, que omite la primera parte por referirse a la creación del mundo, pero en 1973 fue descubierta una versión en quiché, por Robert M. Carmack, en manos de los principales de San Miguel Totonicapán.
Otros textos quichés que también sirvieron como títulos de propiedad y constituyen importantes documentos históricos son: Título Yax, Título C'oyoi, Títulos Nijaib, Título del Ajpop Huitzitzil Tzunún, Título de los indios de Santa Clara la Laguna, Título de los Señores de Scapulas (con versión al español), Título Tamub.
Libros de Chilam Balam. Escritos en maya yucateco. Proceden de diversos poblados de la península de Yucatán, recibiendo el nombre de dichos sitios aunado al de Chilam Balam. Ellos son: Chumayel, Tizimín, Káua, Ixil, Tecax, Nah, Tusik, Maní, Chan Kah. Hay referencias de libros semejantes de Teabo, Peto, Nabulá, Tihosuco, Tixcocob, Telchac, Hocabá y Oxkutzcab. O sea, que al parecer cada poblado del momento de la conquista tenía su texto tradicional, que recibió el nombre de Chilam Balam por un sacerdote adivino llamado así, quien se supone profetizó la llegada de extranjeros con una nueva religión. Dicha profecía aparece en varios de los libros, aunada a las de otros sacerdotes.
A diferencia del Popol Vuh estos libros no son obras unitarias y estructuradas, sino recopilaciones de textos diversos redactados en distintas épocas; hay escritos religiosos, tanto míticos como proféticos; textos cronológicos que explican el calendario indígena; textos astronómicos con una fuerte influencia europea; textos históricos que relatan los principales acontecimientos de los grupos que ocuparon la península, como los itzaes y los xiues; textos literarios, y escritos diversos de otros tipos.
Estas obras se cuentan entre las fuentes escritas más valiosas de la península de Yucatán, en lo que a conceptos religiosos y acontecimientos históricos se refiere, destacando entre ellas el Chilam Balam de Chumayel.
Cantares de Dzitbalché. Es un grupo de dieciséis cantos procedentes de Dzitbalché, Campeche, que fueron recopilados en el siglo xviii. Constituyen el único ejemplo sobre el texto que acompañaba a las danzas rituales, elemento básico en las ceremonias religiosas de la época prehispánica. Entre ellos hay oraciones, muchas de ellas dedicadas al Sol, como dador de la vida; otras son las que pronunciaban los médicos en los ritos curativos. Hay varios cantos que van desde himnos sagrados relacionados con los sacrificios humanos, hasta cantos de bodas y cantos mágicos para seducir a los hombres, que realizaban las mujeres en lugares apartados. Hay, asimismo, cantos líricos, o sea, que reflejan emociones subjetivas ante la naturaleza o la problemática humana.
Códice de Calkiní. Se le conoce también como Chilam Balam de Calkiní y como Crónica de Calkiní. Proviene de Calkiní, Yucatán, y tal vez fue escrito en el siglo xvii. Es una recopilación de relaciones de tipo histórico referentes al linaje de los Canules. Detalla la extensión y los límites de su territorio por tratarse de un título de propiedad, y hace una vívida narración de la conquista española realizada por Montejo.
Ritual de los bacabes. Precede de Yucatán y pertenece al siglo xviii. Contiene cuarenta y dos encantamientos usados para curaciones mágicas. Se trata de textos escritos en un lenguaje que pretende lograr la curación por la fuerza mágica de la palabra sagrada.
Libros del judío. Se conoce con ese nombre a varios textos médicos, tal vez porque están asociados a una obra de Ricardo Ossado, alias "el judío", que fue al parecer un curandero que utilizaba remedios indígenas. Son diez libros de los cuales cinco están escritos en maya yucateco, y cinco en español.
Códice Pérez. Recibe este nombre una recopilación hecha en el siglo xix que contiene varios textos procedentes de Maní, Ticul, Sotuta y otros sitios. Incluye gran parte del Chilam Balam de Maní; parece ser que la tercera parte del códice se basa en el Chilam Balam de Oxkutzcab, que se ha perdido, y, entre otros documentos, se encuentra en esta recopilación la Crónica de Chac Xulub Chen, escrita por Nakuk Ah Pech en el siglo xvi, texto que relata la conquista española y otros acontecimientos ocurridos en Yucatán entre 1511 y 1562.
Otros textos de Yucatán que parecen ser documentos de tierras, títulos de propiedad, son: Crónica de Maní, Crónica de Yaxkukul, Crónicas de los Xiú, Documento de tierras de Sotuta, Documentos de Tabí y Títulos de Ebtún. Todas estas obras están escritas en maya yucateco, lengua hablada en la totalidad de la península.
Texto Chontal. En lengua chontal contamos con un texto contenido en los Papeles de Paxbolon-Maldonado. Sólo se conserva una copia procedente de Tixchel, Campeche, de 1614. Fue escrito originariamente en náhuat,[2] en 1567, cuando Pablo Paxbolon era cacique y gobernador de Tixchel. En 1612 se hizo una traducción al chontal para Martín Maldonado. Contiene una probanza de méritos y servicios de Pablo Paxbolon con una relación histórica sobre los reyes de Acalán, una genealogía del personaje, una lista de 76 localidades del sitio y un relato de los acontecimientos ocurridos desde tiempos de Cortés hasta 1604.
Anales de los cakchiqueles. Procede de Sololá, Guatemala, y está escrito en lengua cakchiquel. Es conocido también con los nombres de Memorial de Sololá, Memorial de Tecpán-Atitlán, Manuscrito cakchiquel y Anales de los Xahil de los indios cakchiqueles.
Fue escrito a fines del siglo xvi y principios del xvii por dos miembros del linaje Xahil. Uno de ellos fue Francisco Hernández Arana, testigo de la conquista en 1524, quien transcribió las tradiciones de su linaje hasta su muerte, ocurrida tal vez en 1582. En 1583 Francisco Díaz, perteneciente al mismo linaje, continuó la relación. Es una obra de gran extensión que, como el Popol Vuh, se inicia con el mito del origen del hombre; se trata de la misma tradición mítica que encontramos en las obras quichés y tiene pocas variantes respecto de la narración cosmogónica del Popol Vuh. En seguida empieza el relato de la historia cakchiquel, a partir de los fundadores de linajes. Menciona la procedencia en un lugar remoto más allá del mar, de donde los grupos llegaron a Tulán para recibir a sus dioses. Refiere la salida de Tulán hacia Guatemala, señalando los sitios que tocan las tribus en su larga peregrinación, las guerras, la fundación de sus ciudades y sus relaciones con los quichés, por quienes fueron dominados. Como en el Popol Vuh, los mitos se entretejen con la historia, por lo que la obra da a conocer los conceptos religiosos y el sentido de sus rituales. Por otra parte, nos corrobora la verdad histórica de los hechos relatados en los libros quichés.
En la segunda parte se narra la conquista española, y después la obra registra acontecimientos de escasa importancia en forma de anales, de 1571 a 1604.
Historias de los Xpantzay. Trasunto de los títulos de tierras de Tecpán, Guatemala. (Con versión española de 1659.) Textos procedentes de Tecpán, Guatemala, escritos alrededor de 1550. Son tres documentos que fueron presentados en 1659 por los indios cakchiqueles de Tecpán como prueba de su legítima propiedad de la tierra; con este fin fueron traducidos al español. Como en el caso de otros títulos indígenas, estos textos relatan el origen del grupo, precisan los límites de sus tierras (primero); relatan las actividades guerreras de los cakchiqueles al lado de los quichés (segundo); y narran la historia de la dinastía de los Xpantzay, detallando la migración de los cakchiqueles alrededor del lago Atitlán (tercero).
Titulo Chajorna. Se trata de otro título de propiedad, de los cakchiqueles de la rama Chajoma, escrito en San Martín Xilotepeque en 1555. Contiene una lista de topónimos prehispánicos y nombres de grupos. Incluye menciones de los gobernantes y algunas referencias de la historia cakchiquel.
Título del Barrio de Santa Ana. Éste es un documento escrito en lengua pokomchí que procede de San Cristóbal Verapaz (Cahcoh), Guatemala. Fue redactado en 1565. Es el único documento conocido acerca de los pokomchís. Habla de los antepasados que ocuparon las tierras, de sus luchas por defenderlas, de la Ilegada de los españoles y la evangelización; presenta, finalmente, una genealogía de los gobernantes.
Entre los textos indígenas de los que sólo se conservan versiones en español, podemos mencionar los siguientes:
Papel del origen de los señores o Título Zapotitlán. Procede de la región de Zapotitlán, Guatemala, y fue escrito en 1579. Presenta la genealogía y la historia de los reyes de Utatlán, capital de los quichés a la llegada de los españoles. Es una versión distinta de la historia quiché y al parecer es una transcripción exacta del original en quiché.
Relación Tzutuhil. Llamada también Relación de los caciques y principales del pueblo de Atitlán. Fue escrita en 1571 en Atitlán, Guatemala. Describe la organización política y social de los tzutuhiles del sitio durante la época prehispánica. Relata la conquista española y menciona la imposición del tributo.
Título de san Pedro Necta. Es un documento de origen mam con fecha de 1742, pero que fue traducido de un original antiguo en lengua mam, según lo afirma el propio texto. Se trata de un breve documento que precisa los límites de tierras del sitio, con el objeto de probar la legítima posesión del mismo por parte de los indígenas.
Título de Ostunalco y Chiquirichapa. Es otro documento tal vez escrito originalmente en lengua mam. Los sitios se encuentran en la región de Quetzaltenango, Guatemala. En el se afirma que los mames ocuparon esas tierras desde el origen, en la época prehispánica. Refiere las guerras contra los achíes (quichés) que quisieron quitarles las tierras. Menciona la llegada de los españoles, y precisa los límites del territorio como defensa contra los quichés que continúan invadiendo sus tierras.
Sentido y finalidad de los libros
Como se desprende de los propios documentos, una de las finalidades básicas para la creación de esta literatura colonial fue la defensa de las tierras, el preservar la herencia material de los mayas. Cada uno de los libros pertenecía a un grupo humano, era una obra de la comunidad, guardada celosamente y heredada de padres a hijos. La mayor parte de estos textos consta de crónicas, títulos de propiedad, tratados de tierras y probanzas de méritos y servicios, que fueron redactados por los principales de cada pueblo con la finalidad de confirmar la legítima posesión de las tierras, para solicitar privilegios o para reducir los tributos, según las disposiciones españolas. Pero estas obras son importantes documentos históricos, porque los derechos se basaban en la antigüedad de los linajes en la ocupación de las tierras; así, muchos autores se remontan al origen mítico del hombre y a partir de ahí nos presentan la historia del grupo, sus relaciones con los otros, su organización social y política, etc. Asimismo, relatan la conquista española, dándonos una valiosa información sobre los acontecimientos que la constituyeron y sobre los inicios de la Colonia.
Pero los autores se cuidan de escribir algo que pueda ocasionar problemas y persecuciones, por lo que muchas veces adaptan sus mitos a los mitos bíblicos, tal vez hasta aconsejados por los frailes españoles. Por ejemplo, al inicio de las Historias de los Xpantzay se dice: "Nosotros los principales, éste es nuestro título, cómo vinieron nuestros abuelos y padres cuando vinieron en la noche, en la oscuridad. Somos los nietos de los abuelos Abraham, Isaac y Jacob, que así se llamaban. Somos, además, los de Israel."[3]
Esto significa que la mayor parte de estos textos, por su carácter legal, no fueron elaborados con libertad, siguiendo las antiguas tradiciones, sino que predomina en ellos la intención de ajustarse a los requerimientos de las autoridades españolas.
Pero hay otras obras que, aunque pudieron haber servido también para esos fines prácticos, fundamentalmente legales, tuvieron como principal finalidad preservar la herencia espiritual de los antepasados, es decir, sus creencias religiosas y sus normas morales. A éstos les podemos denominar "Libros sagrados de la comunidad", ya que eran considerados, al igual que los antiguos códices, como objetos sagrados, que debían ser custodiados por las familias principales del pueblo y heredados a los sucesores. Estas obras, de contenido fundamentalmente religioso, no fueron elaboradas con el único fin de ser presentadas a las autoridades españolas, sino que como receptáculos de la identidad de las comunidades tuvieron el principal objetivo de ser leídas en reuniones de la población indígena, siguiendo la tradición de los antiguos sacerdotes, quienes en las grandes ceremonias religiosas transmitían oralmente al pueblo el contenido de los códices.
Sólo que estas nuevas ceremonias no se realizaban en la parte principal del pueblo ni a pleno día, sino en lugares apartados y en las noches, porque eran reuniones clandestinas que buscaban preparar al pueblo para oponerse al dominio español. Los españoles las llamaban "actos de idolatría" y quienes eran encontrados responsables de participar en ellas eran sometidos a crueles tormentos. Dichas ceremonias debieron ser muy comunes en los primeros decenios de la Colonia, ya que fray Francisco Ximénez, quien recogió el manuscrito del Popol Vuh, nos dice:
Pero como fue con tanto sigilio que se conservó entre ellos con tanto secreto, que ni memoria se hacía entre los ministros antiguos de tal cosa, e indagando yo aqueste punto, estando en el Curato de Santo Tomás Chichicastenango, hallé que era Doctrina que primero mamaban con la leche y que todos ellos casi lo tienen de memoria, y descubrí que de aquestos libros tenían muchos entre sí...[4]
Entre estos libros sagrados, los más importantes (que se conocen) son el Popol Vuh de los quichés, el Memorial de Sololá de los cakchiqueles y los Libros de Chilam Balam de los yucatecos.
Los textos religiosos e históricos de dichos libros fueron tomados, probablemente, de antiguos códices, dadas su complejidad y precisión. En ellos, tradición histórica y conceptos religiosos se presentan entremezclados, pero se pone énfasis en el papel que los dioses desempeñaron en la historia; se incluyen mitos sobre el origen de los rituales y se destaca el valor de los fundadores de linaje, los antepasados que en la tradición maya al morir adquirirán el carácter de divinidades protectoras. Es decir que estos textos, al igual que las obras plásticas de la época prehispánica, buscan afirmar el poder de los gobernantes, mostrar su carácter sagrado, que les permite dirigir a los otros hombres. Por ejemplo, en el Popol Vuh se describen los poderes sobrenaturales de Gucumatz y otros reyes, presentándolos como grandes naguales o brujos.
Otro tipo de textos, los escritos para ser cantados, bailados o representados teatralmente, de los cuales conocemos el Rabinal Achí de los quichés y El libro de los cantares de Dzitbalché de los yucatecos, parecen haber sido escritos también para conservar la herencia espiritual de los mayas, es decir, para afirmar sus convicciones religiosas, exaltar a los gobernantes y mantener viva la conciencia de la identidad indígena. Asimismo, buscan hacer pervivir los ritos, que formaban parte esencial de esas ceremonias clandestinas de la época colonial.
Sabemos que los bailes prohibidos, llamados "bailes del tun" se representaron durante los siglos xvi, xvii y xviii, y siempre fueron tornados como actos religiosos, pues se realizaban ceremonias de purificación antes de ejecutarlos. Por ello, los manuscritos que recogieron el texto de esas representaciones, que tal vez eran guardados por los maestros oficiales de danzas, llamados holpopoob por los yucatecos, pueden ser considerados también como libros sagrados de la comunidad.
Desconocemos la existencia de textos dramáticos de la época prehispánica, pero en las crónicas coloniales se registran muchos datos acerca de representaciones que se llevaban a cabo en los grandes ritos. Había danzas, cantos, juegos escénicos y farsas o dramas, cuyos temas eran los mitos y las historias de los antepasados, como ocurrió en el primitivo teatro griego. Contaban con sitios especiales para las escenificaciones, distintos tipos de actores, director de la música o holpop, director de los actores o ah cuch tzublal y director de los cantos o cayom, según las informaciones que tenemos acerca de Yucatán. La casa donde se reunían a ensayar se llamaba Popolná, y su encargado era el holpop; ahí se trataban también asuntos generales de la comunidad.
Entre los bailes y juegos escénicos había algunos que tenían el carácter de ritos para pedir perdón por las faltas cometidas o para propiciar buenas cosechas; otros eran bailes guerreros con un carácter de magia simpatética para triunfar en las batallas. Asimismo, había representaciones populares, profanas, de carácter cómico, y juegos de ilusionismo y magia; estos últimos tenían también un sentido ritual, ya que se mencionan en algunos mitos, como parte de las hazañas de ciertos dioses (Popol Vuh).[5]
Así, en las grandes ceremonias prehispánicas, además de leerse públicamente el contenido de los códices, se representaban las historias míticas y humanas; se realizaban diversos ritos acompañados de canto y baile, y quizá se ejecutaban también juegos profanos. Por eso, durante la Colonia los dirigentes mayas recurrieron a la lectura pública de los nuevos libros, que sustituyeron a los códices destruidos por los conquistadores, y a la celebración de ritos y dramas, pero ahora en ceremonias clandestinas, y con una nueva finalidad básica: preservar la propia identidad frente a la invasión extranjera; dar a la comunidad una motivación para oponerse al dominio político, económico y espiritual de los españoles. Era una especie de contraevangelización que fue decisiva para las múltiples rebeliones indígenas que han tenido lugar en el área maya hasta nuestros días, y para la notable conservación, que se advierte en algunas comunidades actuales, del principio de identidad y la fuerza comunitaria del pueblo maya.
Por todo lo anterior, parece evidente que el destacar la finalidad con la que fueron escritos los textos mayas coloniales es una gran ayuda para acercarse a su comprensión; por ejemplo, aquello que pudiera considerarse como una influencia cristiana en los mitos cosmogónicos de ciertos títulos parece haber sido un afán de congraciarse con las autoridades españolas, para quienes se escribieron esas obras. En cambio, en obras cuya finalidad era ser leídas en las ceremonias indígenas sí encontramos los mitos cosmogónicos prehispánicos, incluso con ideas que parecen atacar a la tradición cristiana.
Contenido y forma de los libros
Los "Libros sagrados de la comunidad" constituyen la producción escrita maya que mejor revela la capacidad poética de este pueblo, que mejor expresa su riqueza espiritual. Desde el punto de vista literario y pensando en los géneros clásicos de la literatura universal, resulta que cada una de las obras es a la vez lírica, épica, dramática, didáctica e histórica, por lo que no es posible clasificar esta producción literaria con base en esos géneros. La literatura maya es fundamentalmente una expresión de las creencias religiosas y fue realizada, como hemos señalado, con un fin práctico, no con un fin estético. Además, ella revela una concepción del mundo y de la vida muy distinta de la de las grandes culturas del Viejo Mundo. Por todo eso, para intentar una breve visión formal (literaria, no lingüística) nos hemos basado en el hecho de que los diversos temas determinan ciertas diferencias estilísticas, y hemos hecho una clasificación destacando los temas que parecen ser centrales y que se abordan sobre todo en diversos textos del grupo de los "Libros sagrados de la comunidad". Con este criterio, podemos destacar cuatro grupos principales de textos: literatura mítica y profética, literatura ritual, literatura médica, astronómica y calendárica y literatura histórica y legendaria.
Literatura mítica y profética
Los únicos mitos que conservamos de los mayas antiguos están contenidos en los textos indígenas coloniales, además de las versiones de ciertos mitos que nos comunicaron algunos frailes españoles, muchas veces interpretadas desde la perspectiva cristiana.
Generalmente intercalados en los relatos históricos encontramos diversos mitos, que van desde los que expresan algún aspecto particular de las concepciones religiosas, hasta los grandes mitos cosmogónicos, que dan la explicación general del universo: su origen, estructura y dinamismo. Estos últimos se encuentran en el Popol Vuh, el Memorial de Sololá, y los Libros de Chilam Balam. El más rico y mejor estructurado es el del Popol Vuh; y el más complejo y esotérico, en parte por estar plagado de interpolaciones cristianas, es el de los Libros de Chilam Balam.
En el Popol Vuh el proceso de creación del mundo se inicia con una decisión de los dioses de formar seres que los alimenten y veneren, para lo cual crean primero la habitación de estos seres: el mundo. Los dioses creadores, así como la energía vital que los anima, son simbolizados con animales y en forma de parejas: Hunahpú Vuch, Cazador tlacuache o zarigüeya, diosa que representa el amanecer, y Hunahpú Utiú, Cazador coyote, dios nocturno, pareja del anterior. Zaqui-Nimá-Tziís, Gran pizote bianco, y Nim Ac, jabalí, pareja de viejos. Aparecen también Tzacol y Bitol, el Creador y el Formador; Alom, diosa madre que concibe hijos y Qaholom, dios padre que engendra; U Qux Cho, Corazón o espíritu de la laguna, y U Qux Paló, Corazón o espíritu del mar; Ah Raxá Lac, Señor del verde plato (la tierra), y Ah Raxá Tzel, Señor de la jícara verde (el cielo).[6]
Estos dioses se encuentran en una situación estática, sobre el agua primigenia, representada por Gucumatz, la serpiente emplumada, que en el pensamiento maya fue el principal símbolo animal del agua y la fertilidad. Gucumatz, a la vez, se identifica con Huracán, Una pierna o Caculhá Huracán, Rayo de una pierna, deidad de la lluvia y el relámpago.
La energía que provoca la formación del mundo a partir del agua es la palabra de los dioses; éstos ordenan que la tierra surja del fondo del agua, y en seguida crean a los animales pidiéndoles que hablen y los reconozcan. Como los animales sólo graznan y chillan, los dioses les asignan como moradas las montañas y los bosques. Los creadores hacen expresa nuevamente la finalidad de la creación: formar seres que los veneren y alimenten; esto significa que los dioses no son perfectos, que requieren de sus creaturas, y que éstas tienen la misión de mantener la vida de las deidades a cambio de su propia existencia.
Se habla después de la formación de dos tipos de hombres que no pueden sobrevivir porque no son capaces de reconocer a sus creadores. El primero es de barro, pero ni vive ni comprende; se deshace con el agua. En esta parte hay un ataque al cristianismo en su idea de que el hombre fue hecho de barro, lo que nos confirma que el libro fue escrito para oponerse a la dominación espiritual española. Este hombre de barro corresponde a una de las etapas del proceso cosmogónico, que en otras versiones del mito se simboliza con imágenes distintas, pero que presentan también a un hombre inferior y sin conciencia. El segundo hombre fue de madera; pero no tenía sangre ni humedad; además, era orgulloso e inconsciente, petulante y vanidoso; por ello, es destruido por medio de un diluvio de resina ardiente. En otras cosmogonías mayas y nahuas hay también una destrucción cósmica causada por un diluvio; entre los mayas de Yucatán y entre los nahuas, este diluvio es de agua.
La siguiente etapa del proceso, o el siguiente ciclo cósmico es cualitativamente distinto: en él aparece el hombre auténtico, que es el ser consciente de sí mismo y de los dioses; ello se debe a que es formado con una materia sagrada, el maíz. En la obra de construcción del hombre participan los animales trayendo el maíz de sus sitios de origen; estos animales son un gato montés, un coyote, una cotorra y un cuervo. La participación de los animales en este proceso, así como la naturaleza animal de las deidades nos expresa la profunda comunidad del hombre maya con la naturaleza; el cosmos, para ellos, es una unidad armónica de todos los seres que lo integran.
Los primeros hombres formados son cuatro varones que, contrariamente a los deseos de los dioses, resultaron perfectos, por lo que fue necesario quitarles la perfección y hacerlos seres limitados y dependientes. Esta condición era la base para adorar y sustentar a los dioses, lo cual es el sentido de la creación. Dice el texto:
Y como tenían apariencia de hombres, hombres fueron; hablaron, conversaron, vieron y oyeron, anduvieron, agarraban las cosas; eran hombres buenos y hermosos y su figura era figura de varón.
Fueron dotados de inteligencia; vieron y al punto se extendió su vista, alcanzaron a ver, alcanzaron a conocer todo lo que hay en el mundo... Las cosas ocultas las veían todas, sin tener primero que moverse... Grande era su sabiduría; su vista llegaba hasta los bosques, las rocas, los lagos, los mares, las montañas y los valles.
En la vista está expresada para los quichés la capacidad de conciencia y de razón. Por ello a estos hombres perfectos los dioses les echan un vaho sobre los ojos para... "¡Que su vista sólo alcance a lo que está cerca, que sólo vean un poco la faz de la tierra!"[7]
Y es entonces cuando los dioses crean a las mujeres, cuya misión es acompañar a los hombres y procrear hijos; por tanto, para los quichés nunca hubo mujeres perfectas, ni su existencia tiene sentido por ella misma.
Estas cuatro parejas son las fundadoras de los grandes linajes quichés, cuya historia es relatada en seguida. Una vez que reciben sus dioses en la primigenia Tulán, las tribus inician una larga peregrinación hacia las tierras donde fijarán sus residencias, en los altos de Guatemala. Ya ahí, aparecen el Sol y la Luna, último momento de la obra de la creación del cosmos. Con el Sol se inicia el movimiento, y con él, el tiempo y la historia.
En su lenguaje esotérico y oscuro, los Libros de Chilam Balam nos dan su versión del mito cosmogónico que fue común a muchos grupos mesoamericanos; según éste, el cosmos sigue un movimiento cíclico de creaciones y destrucciones que culminan en la aparición de un hombre de maíz, cuya relación de interdependencia con los dioses es el eje y sentido de la existencia del universo. En fragmentos inconexos se habla de cataclismos ocasionados por agua; del desplome del cielo sobre la tierra y la muerte de los hombres, debido a que los nueve dioses del inframundo robaron su principio vital, la serpiente emplumada, a los trece dioses de los cielos. El Chilam Balam de Chumayel relata después el reordenamiento del mundo y la aparición de los "hombres amarillos", es decir, los hombres de maíz.[8]
Por su parte, el Memorial de Sololá nos presenta un mito cosmogónico muy semejante al del Popol Vuh, con algunas variantes, por ejemplo, el que los animales no sólo indican el sitio de donde obtener el maíz para formar al hombre; sino que el grano se encuentra dentro de uno de ellos y la sangre de otros dos complementa la materia prima del ser del hombre:
Por fin se encontró de qué hacerlo. Sólo dos animales sabían que existía el alimento en Paxil... que se llamaban el Coyote y el Cuervo. El animal coyote fue muerto y entre sus despojos, al ser descuartizado, se encontró el maíz. Y yendo el animal llamado Tiuh-tiuh [gavilán pequeño] a buscar para sí la masa de maíz, fue traída de entre el mar por el Tiuh-tiuh la sangre de la danta y de la culebra y con ellas se amasó el maíz. De esta masa se hizo la carne del hombre por el Creador y el Formador.[9]
El tapir o danta simbolizó el aspecto monstruoso e irracional del cosmos, ligado con la madre primigenia; la serpiente fue en la religión maya el símbolo por excelencia de la energía vital que anima los tres grandes planos del cosmos, y en las cosmogonías está asociada con el agua primordial; y el coyote se asocia con el perro, animal que fue considerado como el más cercano al hombre, el que lo podía sustituir en los sacrificios humanos y el que lo conducía a su última morada tras la muerte. Así, el hombre tiene un sustrato de irracionalidad en su ser mismo; tiene la energía sagrada que lo asemeja a los dioses y está vinculado consustancialmente con el perro (tal vez por ello, los tzotziles actuales consideran al perro como el antepasado de los hombres).
En síntesis, los libros sagrados de la comunidad no sólo nos expresan la concepción cosmogónica de los diversos grupos, sino también las ideas que sobre la estructura del mundo, sobre la naturaleza del hombre y sobre los dioses, tuvieron los antiguos mayas; es decir, nos dan a conocer la concepción del mundo y de la vida de ese pueblo. Y nos revelan, también, la comunidad de creencias entre los distintos grupos mayenses, y entre los grupos mayenses y los nahuas, lo cual muestra una base común de creencias religiosas en el mundo mesoamericano.
Los textos proféticos se encuentran fundamentalmente en los Libros de Chilam Balam, y gracias a ellos conocemos este aspecto esencial de la religión maya, basado en una concepción cíclica de la temporalidad. Para los antiguos mayas, el cosmos íntegro está permeado de fuerzas sagradas, que se manifiestan en los fenómenos naturales, en los espacios celeste, terrestre e infraterrestre, en diversos animales y en algunas plantas. Y este universo sagrado no es estático, sino que está en constante relación y en constante movimiento. El movimiento mismo del universo es considerado como sagrado, encontrando así, al lado de los dioses de las fuerzas naturales, dioses patronos de los lapsos de tiempo, que cíclicamente dejan caer sobre el mundo y los hombres influencias benéficas o maléficas, de acuerdo con su conjunción.
Con base en esa idea de la temporalidad, los mayas creían que los acontecimientos, tanto naturales como históricos, se repetían, dado que volvían a presentarse en cada ciclo las mismas influencias que habían determinado los hechos en el lapso anterior del mismo nombre. Así, basándose en sus códices, donde estaban registrados todos los acontecimientos y los cálculos cronológicos y astronómicos, los sacerdotes preparaban sus profecías y luego las daban a conocer a la comunidad para que ella, por medio de diversos rituales a los dioses, se preparara ante el futuro. Esta creencia se conservó hasta el siglo xviii, ya que en los Libros de Chilam Balam encontramos pronósticos elaborados en ese siglo.
Entre los textos proféticos hay predicciones para los katunes o períodos de veinte años, para los tunes o años de 360 días y para los kines o días. Además, encontramos profecías sobre la llegada de extranjeros que traerían una nueva religión y un tiempo de miseria y sufrimiento, por lo que se relacionaron con la conquista española.
Estos textos nos ilustran sobre las creencias religiosas, sobre la historia y sobre los conceptos morales. Un dato peculiar es que casi todos ellos anuncian desgracias, lo cual puede deberse a que se escribieron en la época de destrucción de la cultura maya y sometimiento de sus creadores.
En cuanto al estilo de las obras míticas y proféticas, podemos señalar que en los libros de Guatemala predominan la forma narrativa y el cuidado por dar a las obras una estructura coherente, mientras que en los textos de Yucatán abunda el uso de fórmulas sintéticas, lo que les da un carácter esotérico, y casi todas las obras son recopilaciones sin estructura alguna. Pero en todos los textos encontramos un lenguaje altamente simbólico y, por ello, multívoco, en el que se emplean metáforas generalmente relacionadas con la naturaleza y con objetos cotidianos.
El medio natural en el que vivieron los mayas fue extraordinariamente rico y variado; encontramos en el área desde las impenetrables selvas pantanosas de las tierras bajas de Guatemala, plagadas de serpientes, felinos e insectos, hasta las grandes planicies semiáridas del norte de la península de Yucatán. Los mayas crearon en este ámbito una cultura a la vez muy influida por él y muy libre, viéndose en tan estrecha comunicación con la naturaleza, que la vida humana fue concebida como regida por las mismas leyes que el mundo físico; el hombre comparte su alma con los animales de la selva, se liga a las plantas al integrar en su propio ser al maíz, y también está vinculado con los astros, que son deidades que determinan su vida. Al mismo tiempo, el cosmos tiene una dimensión humana, ya que se comporta y se expresa como el hombre. Y hombre y cosmos están inmersos en una pluralidad de energías sagradas.
Por ello, el mundo astral, vegetal y animal domina toda la creación maya, está presente en los mitos, en la historia y en el arte plástico. Así, el lenguaje simbólico de los "Libros sagrados de la comunidad" escritos en la Colonia, como las estelas clásicas de Copán y de Quiriguá, es una expresión exuberante y rica en colorido y dinamismo. Veamos, como ejemplo, parte de una profecía para un año Cauac:
11 Cauac, Trueno, en Uno Poop, Estera, el decimoséptimo año tun. Éste será el tiempo en que impere Ah Cakin Poop, El-de-la-estera-de-dos-días, y Ah Cakin Dzam, El-del-trono-de-dos-días. Asentado estará el vaso de Ah Okol Koh, El-de-la-máscara- que-llora, porque se erguirá Ah Koh Bacab, El-vertedor-de-la-máscara, Ah Cantzienal, El-de-los-cuatro-rincones, cuando venga... Será el tiempo en que se manifieste Ah Cantzienal, El-de-los-cuatro-rincones, y tome su oficio Ix Tol Och, La-ventruda-zarigüeya; será el tiempo en que el katún remoje la corteza para el vino... y será entonces el tiempo en que las serpientes se unan unas a otras por la cola y se tomen nuevas bragas-ceñidores y nuevas ropas y nuevos Señores del Trono a la faz del cielo.[10]
Y el Popol Vuh describe así la creación de la tierra:
Ésta es la relación de cómo todo estaba en suspenso; todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo. / Ésta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: sólo el cielo existía. / No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.../ Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en el agua, rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz./ Llegó entonces la palabra... Hablaron, pues, consultando entre sí, meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento... ¡Hágase así! [dijeron] ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe (el espacio), que surja la tierra y que afirme! Así dijeron.../ ¡Tierra!, dijeron, y al instante fue hecha...[11]
El abigarramiento de los textos míticos y proféticos se debe también a un recurso estilístico que consiste en repetir un mismo pensamiento en diferentes términos o formas verbales, recurso al que se ha llamado paralelismo, y que es adecuado para expresar una significación compleja con una simetría y un ritmo peculiar, propio para ser recitado o cantado. Esta modalidad estilística es característica del pensamiento mítico y fue común a las literaturas religiosas de la antigüedad, ya que la encontramos en los libros sagrados de varios pueblos, incluyendo la Biblia. En las palabras de los dioses creadores cuando deciden formar al hombre de maíz, el Popol Vuh nos muestra el paralelismo de las frases: "Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos han de sustentar y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra."[12]
Otra de las características del estilo de los textos míticos y proféticos es la enumeración de seres, atributos o cualidades, que expresa el mismo deseo de manifestar una idea en todas las formas posibles. Estas repeticiones tornan monótono el texto, pero en libros como el Popol Vuh siempre predominan el alto tono poético y la riqueza expresiva. Esta obra, sin duda la mejor desde el punto de vista literario, es un poema escrito con predominio de paralelismos y repeticiones, en un lenguaje que busca ante todo expresar la significación, y en el que no hay ni el abigarramiento y la oscuridad de los textos de Yucatán, ni la desesperante monotonía de otras obras quichés, y que logró crear los elementos formales más adecuados para comunicar las vivencias religiosas, las ideas y los acontecimientos del pueblo quiché.
Literatura ritual
Por literatura ritual entendemos el conjunto de textos que recogieron himnos sagrados, oraciones, cantos de distintos tipos y dramas. Destacan, de la península de Yucatán, El libro de los cantares de Dzitbalché, y de Guatemala, el Rabinal Achí, escritos en maya yucateco y en quiché, respectivamente.
El canto, la danza y las oraciones formaron parte esencial del ritual maya prehispánico. Los cantares de Dzitbalché constituyen el único ejemplo que conocemos sobre el texto que acompañaba a las danzas rituales, que, como hemos señalado antes, se siguieron realizando durante la Colonia en ceremonias clandestinas. El manuscrito, descubierto en Mérida alrededor de 1942, consta de quince cantares y una portada que dice: "El libro de las danzas de los Hombres Antiguos que era costumbre hacer acá en los pueblos cuando aún no llegaban los blancos"; esto nos indica que las danzas estaban acompañadas de cantos. Sin embargo, no todos los textos son cantos: hay oraciones, exhortaciones al guerrero que va a ser sacrificado, descripciones de los danzantes sacrificadores, himnos sagrados que debieron entonarse en las grandes ceremonias, y cantos para ritos privados de tipo mágico, como el que harían las mujeres para conseguir el amor. Otros son cantos subjetivos, a manera de poemas líricos, como el Canto 8, que es el lamento de un huérfano por su condición de abandono y soledad, y el cantar 14 que expresa una vivencia de placer ante la naturaleza. Un canto relativo al amor erótico, simbolizado por la flor de Plumeria, que se relacionaba con el sexo femenino, es el llamado Kay Nicté o Canto de la flor, tiene también un gran sentido lírico y comienza así:
La bellísima luna
se ha alzado sobre el bosque;
va encendiéndose
en medio de los cielos
donde pueda en suspenso
para alumbrar sobre
la tierra, todo el bosque.
Dulcemente viene el aire
y su perfume.
Ha llegado en medio
del cielo; resplandece
la luz sobre
todas las cosas. Hay
alegría en todo
buen hombre.
Hemos llegado adentro
del interior del bosque donde
nadie
[nos] mirará
lo que hemos venido a hacer.
Hemos traído la flor de la Plumeria
la flor chucum, la flor
de jazmín canino, la flor de...[13]
Estos poemas sencillos y emotivos son muy distintos de los textos míticos y proféticos porque no tienen sentido religioso. Pero incluso los cantos rituales, los himnos y las oraciones emplean metáforas más simples, aunque encontramos también en ellos paralelismos y redundancias, ya que debían adaptarse al ritmo de la música y de la recitación.
Pero había ritos más complejos que las danzas y los cantos, que consistían en la escenificación de un hecho, sobre la base de un texto dialogado. La obra representativa de este tipo de ritos es el Rabinal Achí de los quichés, la única que ha sobrevivido. El asunto es la captura, interrogatorio y sacrificio de un guerrero quiché por los rabinalenses. Nos da a conocer que los ritos de sacrificio humano se acompañaban de un estricto ceremonial y nos confirma que esta forma de muerte dignificaba, e incluso sacralizaba, a los hombres. Por otra parte, su cuidadosa conservación dentro de la comunidad, muy posiblemente en un manuscrito del siglo xvi que se perdió, revela que la representación dramatizada de los ritos era, ella misma, un acto ritual, acompañado de ritos de entrada o de purificación.
En cuanto a su valor literario, el Rabinal Achí es de las pocas obras indígenas que tienen una estructura unitaria; y respecto del lenguaje, éste es también metafórico y abundan en el las fórmulas de cortesía y las repeticiones, no sólo constituidas por abundantes paralelismos, sino porque el diálogo consiste en que el interlocutor repite el parlamento anterior antes de iniciar el suyo. Sin embargo, el texto tiene un alto tono dramático y poético, como se puede apreciar en estas palabras pronunciadas por el hombre que va a morir:
¡Ah, o cielo! ¡Ah oh tierra! Mi decisión, mi denuedo, no me han servido. Busqué mi camino bajo el cielo, busque mi camino sobre la tierra, apartando las hierbas, apartando los abrojos... ¿Debo realmente morir, fallecer aquí, bajo el cielo, sobre la tierra?... iCómo no puedo cambiarme por esa ardilla, ese pájaro, que mueren sobre la rama del árbol, sobre el retoño del árbol donde consiguieron con qué alimentarse, con qué comer, bajo el cielo, sobre la tierra![14]
Literatura médica, astronómica y calendárica
En los libros mayas se incluyen varios textos médicos, así como algunos textos sobre el calendario maya que tocan asuntos astronómicos; pero ellos no provienen de la gran ciencia matemática, astronómica y calendárica de los antiguos mayas, sino que son más bien explicaciones del calendario y de algunos fenómenos naturales con una fuerte influencia del pensamiento occidental. Los más valiosos son los textos médicos: varios escritos incluidos en los Chilames de Ixil, de Tekax y de Káua, que describen sfntomas y curaciones de enfermedades, y obras cuyo contenido es exclusivamente médico, redactadas en los siglos xviii y xix, pero de tradición prehispánica. Ellos son los Libros del Judío y el Ritual de los Bacabes. Este último puede ser considerado como el texto médico más importante, pero como se trata de medicina mágica, es igualmente un libro religioso. Contiene cuarenta y dos encantamientos curativos que nos dan a conocer el sentido sobrenatural que se adjudicaba a ciertas enfermedades, por lo que los medios curativos eran también sobrenaturales.
Los textos están escritos en un lenguaje arcaico, plagado de simbolismos esotéricos, empleándose como metáforas incluso palabras vulgares y groseras. Se trata de un lenguaje sintético que obviamente no pretende explicar nada, sino más bien lograr la curación por la fuerza mágica de la palabra pronunciada en voz alta. Entre las fórmulas curativas tenemos, por ejemplo, "El encantamiento para el ataque-de-guacamaya y convulsiones" y las "Palabras para la erupción-de-tarántula".
Literatura histórica y legendaria
El registro de los hechos del pasado fue una importante tradición prehispánica heredada por los mayas coloniales, que se basó en el concepto cíclico de la historia: los acontecimientos se repiten, por lo que es necesario conocer el pasado para prevenir el futuro, Además, el registro de la historia buscaba confirmar la nobleza de los linajes para justificar su dominio sobre el pueblo. En la época colonial surgen nuevas finalidades, como probar la legítima posesión de las tierras y obtener privilegios, en los títulos o "Libros histórico-legales de la comunidad", y mantener la identidad y la dignidad como pueblo frente a la ocupación española, fundamentalmente en los "Libros sagrados de la comunidad".
Entre los textos históricos contenidos en el segundo tipo de escritos, destacan la historia de los quichés, que aparece en el Popol Vuh y en casi todos los libros de Guatemala, y la historia de los itzaes y los xiues, que se incluye en los Libros de Chilam Balam. Se menciona el origen de los grupos, sus peregrinaciones, las genealogías de los gobernantes, la fundación de sus ciudades, las guerras con otros grupos; se destacan las jerarquías políticas, las costumbres rituales y los valores morales de estos pueblos, entremezclando el relato histórico con narraciones míticas de todo tipo y presentando a los dioses protectores de las tribus como protagonistas principales de la historia.
En estos escritos se nota un especial interés en asentar las genealogías de los linajes ilustres, de los que salían los gobernantes y sacerdotes en la época prehispánica. Muchos de los textos tienen como finalidad precisamente la historia de un linaje. En los libros sagrados es notable la veneración por los antepasados, al destacar sus hechos; sobre todo se exalta a los fundadores de los linajes y a los gobernantes, que aparecen como grandes naguales o chamanes con poderes sobrenaturales, lo que da a los escritos un carácter de verdaderos poemas épicos. Por ejemplo, sobre el rey Gucumatz, dice el Popol Vuh:
Verdaderamente Gucumatz era un rey prodigioso. Siete días subía al cielo y siete días caminaba para descender a Xibalbá; siete días se convertía en culebra y verdaderamente se volvía serpiente; siete días se convertía en águila, siete días se convertía en tigre: verdaderamente su apariencia era de águila y de tigre. Otros siete días se convertía en sangre coagulada y solamente era sangre en reposo. / En verdad era maravillosa la naturaleza de este rey, y todos los demás Señores se llenaban de espanto ante él.[15]
Esta preocupación por asentar las genealogías y exaltar a los gobernantes es también una herencia de los mayas prehispánicos, como lo ha mostrado el descubrimiento de posibles biografías de monarcas en las inscripciones jeroglíficas de varios sitios clásicos del área central. En los textos coloniales se hace expreso que fue de la nobleza de sus linajes de lo que los escritores mayas se valieron para defender su herencia histórica.
Y en relación al estilo de estos textos, encontramos varias formas expresivas, pero todos ellos se distinguen de los textos religiosos en que casi no utilizan metáforas y buscan asentar los hechos con claridad y precisión. Los escritos de Guatemala son poemas históricos, narraciones que parecen corresponder a la versión oral de la historia que se hacía en las fiestas religiosas con apoyo en los códices. Por el contrario, en los textos yucatecos es notable el interés por registrar las fechas con exactitud y asentar los hechos de una manera sumamente escueta. Tal vez esta forma de inscripción histórica corresponda a la de los códices prehispánicos, de los que pudieron haber sido copiadas estas obras.
Entre los escritos históricos están también los relatos de la conquista española que no sólo nos ilustran acerca de los hechos que la constituyeron, sino también sobre las vivencias de los mayas sometidos y sobre la significación que para ellos tuvo tal acontecimiento. Mientras que los libros de Guatemala narran escuetamente la llegada de los españoles, casi sin expresar emoción alguna, los libros de Yucatán, sobre todo los Libros de Chilam Balam, manifiestan el dolor, la humillación, la indignación y la desesperanza que significó para los mayas la conquista. Basten las siguientes palabras para ilustrar estos sentimientos:
¡Ay! ¡Entristezcámonos porque llegaron!
Del oriente vinieron cuando llegaron a esta tierra los barbudos, los mensajeros de la señal de la divinidad, los extranjeros de la tierra, los hombres rubicundos... comienzo de la Flor de Mayo [la lujuria]. ¡Ay del Itzá, Brujo-del-agua, que vienen los cobardes blancos del cielo...
¡Ay entristezcámonos porque vinieron, porque llegaron los grandes amontonadores de piedras... los de reatas para ahorcar a los Señores! Triste estará la palabra de Hunab Ku, Única-deidad, para nosotros, cuando se extienda por toda la tierra la palabra del Dios de los cielos... Ese Dios verdadero que viene del cielo sólo de pecado hablará... Inhumanos serán sus soldados, crueles sus mastines bravos... Preparaos a soportar la carga de la miseria que viene a vuestros pueblos...[16]
He presentado aquí una visión muy general, y con un enfoque histórico y literario, del legado que los mayas coloniales nos dejaron a través de su palabra escrita. Sólo me resta reiterar que gracias a la notable conciencia histórica de esos hombres, al enorme deseo de mantener viva su herencia espiritual, con una profunda convicción de su valor y su sitio en el mundo, están todavía presentes las comunidades de hombres mayas. A pesar de la conquista, la colonización y todos los demás cambios sociales y políticos ocurridos, ahí, en el extenso territorio maya, habitan los hijos de los hijos de aquellos hombres, hablando sus lenguas, venerando a sus dioses, perpetuando el ser de sus antepasados en sus costumbres cotidianas, en sus vestidos, en sus creencias, en sus formas de pensamiento y expresión. A pesar de la enorme diferencia entre la gran civilización maya prehispánica y las desposeídas comunidades actuales, en los mayas de hoy se cumple, de algún modo, el deseo de sobrevivencia de los mayas coloniales, que el autor del Popol Vuh expresó con estas palabras:
¡Oh tú, hermosura del día! iTú Huracán! iTú, Corazón del Cielo y de la tierra! ¡Tú, dador de la riqueza, y dador de las hijas y los hijos! Vuelve hacia acá tu gloria y tu riqueza; concédeles Ia vida y el desarrollo a mis hijos... que se multipliquen y crezcan los que han de alimentarte y mantenerte; los que te invocan en los caminos, en los campos, a la orilla de los ríos, en los barrancos, bajo los bejucos. Dales sus hijas y sus hijos. Que no encuentren desgracia ni infortunio... Que no caigan, que no sean heridos... Que no encuentren obstáculos ni detrás ni delante de ellos... Concédeles buenos caminos, hermosos caminos planos...[17]
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