Enciclopedia de la Literatura en México

Las casas editoriales del exilio español en México

Lizbeth Zavala Mondragón
01 may 2019 / 04 jun 2019 23:44

mostrar Introducción

En las siguientes líneas se explora un pasaje fundamental de la historia del libro compartida entre México y España, es decir, la historia de los libros de literatura del exilio republicano español en nuestro país, durante los años cuarenta. Se trata de un momento que por muchos años no se exploró de manera sistemática y que actualmente se encuentra en plena divulgación. Antes de dar un paseo por algunas de las casas editoriales fundadas en el transtierro español en México –pues como veremos se contabilizan mucho más que una centena de proyectos hasta 1955–, hemos de repasar brevemente el marco histórico en que éstas se cimentaron y conocer el mundo de libros que las recibió.

La Guerra Civil española (1936-1939) hubo de terminar con el comienzo de una dictadura y con una emigración masiva que huía no sólo para salvar su vida, sino para continuar con sus ideales en el exterior, siempre con la esperanza de la justicia como móvil del regreso. El triunfo de ese dictador fue el de Francisco Franco y el exilio masivo fue el de los republicanos, una fuerza integrada por diferentes ideologías con el interés en común de una sociedad justa en los sectores que la componían. Muchos de ellos trataron de huir de España a través de Francia, en donde fueron encerrados en campos de concentración. Al poco tiempo comenzó la Segunda Guerra Mundial.

En México, el gobierno de Lázaro Cárdenas estaba en funciones y él fue uno de los pocos presidentes que mostraron no sólo una simpatía abierta por la causa republicana, sino que mediante sus embajadas en Portugal, España y Francia lanzó el plan de asilo político en México, el cual implicaba el rescate de republicanos encerrados en los campos –que ascendía a unos 450 mil–, así como de las figuras que se encontraban en otros países y en España. Las gestiones habían comenzado durante la guerra. Los primeros refugiados, los 460 Niños de Morelia, arribaron en 1937, en 1938[1] llegó un reducido grupo de intelectuales y en junio de 1939 comenzó la inmigración masiva.[2]

Un aspecto que se suele destacar en los estudios sobre el exilio español es la alta profesionalización y el excelente nivel de un buen número de intelectuales, artistas y trabajadores que llegaron a México. Se calcula que vinieron alrededor de 20 mil refugiados, cuyo 28% tenía un alto nivel educativo y el resto se trataba de trabajadores calificados.[3] Víctor Díaz Arciniega señala que aquel 28% eran personas sumamente preparadas, “por encima del promedio español, que, a su vez, era superior al promedio mexicano”.[4] Suele señalarse que esta inmigración fue muy diferente de la comunidad española que ya habitaba en México, pues tal se dedicaba más bien al sector mercantil.[5] Estos nuevos exiliados habían sido políticos inmersos en la vida intelectual o intelectuales comprometidos con la vida política en su país.

México experimentaba justamente un momento de buen desarrollo en diferentes sectores, era una etapa “progresista y ambiciosa”[6] y el gobierno de Lázaro Cárdenas supo aprovechar las características de esta inmigración. Su estrategia no sólo daba la mano a un gobierno por el que sentía una simpatía política, sino que con esa movilidad ayudaba al desarrollo de su proyecto de nación, la cual en aquel entonces era de unos 20 millones de ciudadanos.[7]

Los transterrados con sumo entusiasmo, aunque también con las dificultades naturales de un proceso de inmigración –desde la adaptación a una sociedad bien distinta hasta la aceptación de la población receptora y la búsqueda de sustento económico–, se integraron a las labores en México pero con ciertas restricciones. Por ejemplo, no poder intervenir en la política del país de asilo, ni transformar su vida profesional, pues no todos consiguieron desempeñarse en las mismas labores que hacían antes de migrar.

En México, los exiliados no sólo tuvieron la posibilidad de salvar su vida, continuada o reinventada, sino que también tuvieron plena libertad de expresión, lo cual fue una de las circunstancias que más influyó en su inmersión en el mundo del libro. Aquí se instauraron organizaciones políticas y de ayuda, y comenzaron o continuaron numerosos proyectos de prensa y publicaciones: desde órganos de información y documentación sobre la situación política, hasta proyectos literarios que parecían no estar vinculados directamente con la vida política.

Las contribuciones de los exiliados en el ámbito editorial pueden valorarse en todos los aspectos, pues no solamente produjeron libros, sino que también organizaron su circulación desde la creación de boletines para la venta del libro, ferias y librerías. Con ello ayudaron a la formación de una industria, que se consolidaría cuando el trabajo del transterrado ya se había homogeneizado en México, cuando muchos de ellos habían regresado a España, emigrado a otros países, o ya eran mexicanos. La contribución del exilio no sucedió únicamente en los rubros literarios, editoriales o culturales, sino en todos los otros campos como las artes, la ciencia, la pedagogía, la academia, el derecho, la medicina, entre bastantes otros; sus contribuciones después de ochenta años del exilio aún repercuten en cada uno de estos sectores.

mostrar Antecedentes

Antes del estallido de la Guerra Civil, España tenía una industria editorial estructurada, en la cual convivían editoriales de características diversas, algunas con más de medio siglo de vida como: Calleja, Sopena, Salvat o Gustavo Gilli; otras consolidadas en grupos como Espasa-Calpe; editoriales en plena expansión como: Aguilar, Juventud o Catalonia; y las editoriales de avanzada como: Morata, Oriente, Cenit o Zeus.[8] Este último grupo sería de gran relevancia para las editoriales del exilio fundadas en nuestro país, porque su modelo fue imitado en cierta medida. Aun con ello, España no tenía un mercado principal en la industria mundial del libro, lo cual no era el caso de otros países europeos como Francia, Alemania o Inglaterra, o bien, de América, Estados Unidos. No obstante, el mercado español había logrado incursionar en las exportaciones hacia América Latina durante la Primera Guerra Mundial, hasta ser el principal proveedor antes del estallido de la guerra civil.[9]

El camino de México en la producción del libro fue muy diferente. A la llegada de los exiliados, el desarrollo editorial llevaba un curso regular aunque lento. La razón principal fue que el país estuvo sumido en una inestabilidad política que devino en la Revolución Mexicana (1910-1921). La Primera Guerra Mundial ayudó a España a cubrir el mercado del libro que los países en conflagración no pudieron atender. Sin embargo, México no pudo aprovechar estas circunstancias de aquella manera, dado que también atravesaba su propia conflagración. Curiosamente, a pesar de tantos años de revueltas en México, país donde se producían numerosas obras de autor, se importaban libros o los impresores y libreros publicaban sus propias ediciones, comenzaron a trabajar algunas editoriales que ejercieron funciones durante muchas décadas, incluso algunas de ellas siguen en funcionamiento. A continuación, revisaremos algunos ejemplos de aquellas casas cuyos proyectos forman o formaron parte importante de nuestra historia de los libros.

La librería Porrúa Hermanos es una de ellas. Su fundación e inicios de las actividades editoriales datan del mismo año en que estalló la Revolución, aunque con antecedentes en 1900. En aquel año editó la Guía de la Ciudad de México, aunque impresa en España, y en 1914 el primer libro que produjo por completo en México fue Las 100 mejores poesías líricas mexicanas. No fue sino hasta 1944 que formalmente se constituyó como editorial.[10] Décadas más tarde de su fundación se vincularía directamente con el exilio español, pues el Boletín Bibliográfico Mexicano, una publicación periódica sobre las novedades que llegaban a la librería Porrúa y que aún tiene vida, fue editado bajo la dirección del exiliado catalán Miquel i Ferrer, cofundador de la Compañía General Editora y el Instituto Panamericano de Bibliografía y Documentación,[11] empresa e institución que se encargaron de editar el Boletín para Porrúa.

Un caso similar, el de la editorial Botas. Su fundador fue el español Andrés Botas, quien por casualidad se involucró en la venta de libros, pues originalmente vendía puros. En 1926 su hijo Gabriel tomó la jefatura del negocio, dada la precaria salud de su padre, y comenzó la publicación de los escritores mexicanos más destacados. La editorial Botas publicó intensamente durante muchas décadas, por lo menos hasta los años ochenta.[12]

Por su parte, a media Revolución Mexicana fue fundada la colección Cvltvra, un proyecto nacido durante el carrancismo con el fin de crear una comunidad de lectores y que se empeñó en entregar a su público obras de calidad editorial. Sus fundadores fueron Agustín Loera y Chávez (director), Julio Torri y José Gorostiza, aunque también colaboraron otros miembros ateneístas, de los Siete Sabios y los Contemporáneos, entre otros. Esta colección estuvo conformada por 87 cuadernillos que se publicaron entre 1916 y 1923. Cvltvra se fue transformando durante esos años, pues en 1919 se integró a Editorial México Moderno, proyecto en el que participaban también Enrique González Martínez, Antonio Caso, Julio Torri, Ramón López Velarde, Efrén Rebolledo, Jesús González y Alberto Garduño, es decir, varios de los intelectuales mexicanos más destacados de la época. Posteriormente, en 1921, el hermano de Agustín Loera, Rafael, compró las acciones de aquellas empresas y fundó Editorial Cvltvra, así como integró una imprenta. Cvltvra perduraría muchos años en funcionamiento, pues incluso llegó a festejar medio siglo de vida.[13]

Estas tres editoriales lograron establecerse firmemente en el mercado del libro mexicano y con ello lo transformaron. No obstante, durante los años veinte también hubo otros proyectos interesantes, aunque menos documentados. Un ejemplo es la editorial Mi Mundo, de poesía de mujeres y fundada por la mexicana Emmy Ibañez (1887-1950), quien fuera también escritora, periodista y activista, fundadora del Ateneo Mexicano de Mujeres.[14] Asimismo, las publicaciones institucionales fueron de suma importancia en esta época, como los departamentos editoriales de la Secretaría de Educación Pública (sep) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam).

De los años treinta pueden encontrarse ejemplos más diversos, algunos de carácter político, aunque relativamente fugaces. Pocos años antes del exilio, en 1936, se echó a andar la editorial Polis, fundada por el guanajuatense y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, Jesús Guisa y Acevedo (1899-1989). Guisa y Acevedo fundó al año siguiente la librería Taberna Libraria y ahí estableció también su editorial. Polis publicó, como Botas, a los intelectuales mexicanos de la época, así como algunas pocas traducciones. Su proyecto editorial pervivió por lo menos hasta los años setenta.[15]

Aunque el Fondo de Cultura Económica (fce) se fundó en 1934, dos años antes que Polis, queda como último ejemplo de editorial mexicana para vincularlo con el exilio español, pues su consolidación está relacionada más que estrechamente con los refugiados.[16] Daniel Cosío Villegas, su fundador, observó la necesidad de publicar libros de economía para educar, para evitar desastres como la crisis de 1929. Fue así que, animado por sus colegas mexicanos, echó a andar el fce en 1934; no obstante, los colaboradores no eran economistas formados como él, sino intelectuales más bien de carácter literario, como Salvador Novo o Antonio Castro Leal. Sin importar estas circunstancias, comenzó a publicar la revista El Trimestre Económico y algunos libros de economía. Posteriormente, Cosío Villegas fue llamado como diplomático en Portugal y allá concibió el plan de invitar a intelectuales destacados para que impartieran cursos y conferencias en universidades mexicanas, al mismo tiempo que quitaba su vida del peligro de la conflagración. Cabe destacar que varios de estos intelectuales se habían formado en universidades alemanas, francesas o inglesas apoyada por la Junta para Ampliación de Estudios, lo cual no sólo les facilitó el acceso a una segunda lengua, sino, principalmente, importar a su idioma las obras de nuevos pensadores. Estos intelectuales eran parte de una “reanimación de la vida cultural e intelectual en España”. Para financiar y coordinar esta comitiva, Cosío Villegas organizó junto con Alfonso Reyes la creación de La Casa de España en México, posteriormente El Colegio de México, que incluso tenía sus mismas oficinas dentro del fce. Un año después de la llegada de este grupo, el fce no sólo aumentó su producción, sino que amplió su campo de publicaciones, pues dejó de ser una editorial enfocada en la economía para publicar obras de ciencias sociales y humanidades. Tras la llegada masiva de exiliados, el Fondo los incluyó en su plantilla de empleados, los colaboradores mexicanos siempre estuvieron presentes, pero definitivamente los superaron en número los transterrados.

A partir de 1938 comienza la labor de los transterrados en los libros. Un año más tarde y con el inicio de la inmigración masiva, en junio de 1939, los frutos de esta colaboración comenzaron a hacerse visibles. Cabe mencionar que algunos de esos proyectos se habían gestado antes de la llegada a México y contaban con fondos de algunas organizaciones del gobierno republicano, algunos más con dinero mexicano y otros más fueron resultado de asociaciones con empresarios mexicanos y otros extranjeros o españoles que habían emigrado a México antes del exilio. Dicho lo anterior, se puede comenzar la exploración de los proyectos.

mostrar Los libros del exilio

Los principios de los exiliados españoles, además de la naturaleza de salvaguardar su vida ante un ambiente opresivo y violento como fue el de la dictadura de Franco, se basaron en la pervivencia de su cultura en el país de refugio y la resistencia republicana. Por ello el mundo de las publicaciones fue el medio ideal para documentar y comunicar sus ideales, para organizarse. Ya en México, la producción del libro no sólo fue un instrumento documental, sino de sustento económico. Los estudios, crónicas y documentaciones sobre las actividades editoriales de exiliados en México permiten de alguna manera observar no sólo el ritmo de la producción, sino también su fuerza como grupo dentro de un mercado nacional. De manera implícita y explícita en algunos casos, trazan periodos de producción que van a ser útiles para observar el movimiento del libro del exilio, así como sus características.

El primer testimonio se documentó en el Pabellón de la República Española en la iv Feria Mexicana del Libro y Exposición del Periodismo en 1946. Esta feria fue organizada por uno de los transterrados más activos en el ámbito editorial, se trata de Rafael Giménez Siles. De este evento se desprendió un catálogo[17] con las principales editoriales fundadas por exiliados españoles, así como con los libros que tradujeron. Esa publicación comprende diez editoriales fundadas por exiliados, una de las cuales, Vasca Ekin, residía en Buenos Aires. En el listado aparecen: Arcos, Proa, Editor B. Costa-Amic, Vasca Ekin, Ediciones Xóchitl, Ediciones Centauro, Ediciones Educación, Editorial Leyenda, Editorial Séneca y Ediciones Rex. El grueso de los libros corresponde a literatura, biografías o arte, aunque también aparecen temas de índole pedagógica, histórica, científica y administrativa. Pero esas diez editoriales son tan sólo unos cuantos proyectos. Con mencionar que el organizador de dicha feria había emprendido él solo unos diez proyectos más. Si esas editoriales no figuran en el catálogo, no es modestia. Se trata de que Giménez Siles en ese entonces ya tenía años de haberse nacionalizado mexicano. Además del trabajo de este editor, en el primer lustro de los años cuarenta aparecieron muchos otros proyectos, pero varios fueron tan fugaces que no sobrevivieron hasta 1946.

Unos años más tarde, en 1950, apareció el libro La emigración republicana española. Una victoria de México de Mauricio Fresco.[18] Se trata de un registro de las principales actividades en que incursionaron los españoles exiliados, en el cual por supuesto no faltó el correspondiente a las labores editoriales. Fresco proporciona algunos números a 11 años del inicio del exilio masivo: la producción de 2,250 libros de infinidad de temas; la traducción de 1,600 obras clásicas con el francés, el inglés, el alemán y otras lenguas de salida, y la fundación de más de 50 casas editoriales, entre ellas algunas dedicadas a la publicación de libros en catalán y vasco (con referencia a Vasca Ekin, de Buenos Aires). Casi una década después, en 1959 se publicó Crónica de una emigración [la de los Republicanos Españoles en 1939] de Carlos Martínez.[19] Tal cual como reza el título, se trata de una extensa crónica de todos los ámbitos de participación de los exiliados durante veinte años, con un estilo amigable e incluso literario. Martínez destaca cómo el mundo del libro como sustento económico sustituyó a la tienda de abarrotes, el “abarrote intelectual”, le llamó a su actividad editorial. A pesar de que no refiere números, reseña las principales editoriales fundadas por los exiliados y que se gestaron no durante los veinte años que habían transcurrido al momento de la publicación de su Crónica, sino que coincidían con los proyectos editoriales tempranos de los que habla Mauricio Fresco. Finalmente, en los años ochenta, dentro del libro El exilio español en México, 1939-1982, Luis Suárez[20] aporta más detalles sobre los proyectos editoriales que tanto Mauricio Fresco, como Carlos Martínez repasaron y añade proyectos de un periodo tardío, como lo fue, por ejemplo, la editorial de Alejandro Finisterre, quien llegó a México a finales de los años cuarenta. Los tres autores coinciden en que los editores exiliados trabajaron intensamente con distintos proyectos editoriales con el fin de resistir culturalmente en el exilio.

En tiempos recientes han aparecido estudios mucho más detallados sobre las editoriales de exiliados en México realizados por académicos españoles. En su estudio La edición catalana en México,[21] Teresa Férriz Roure describe detalladamente los proyectos emprendidos por los catalanes durante casi treinta años de exilio. Los refugiados de esta región participaron de manera intensa en las publicaciones tanto en español como en catalán. Férriz Roure explica cómo los libros en lengua catalana fueron un medio de resistencia política y cultural ante la dictadura de Franco, quien eliminó su lengua de las escuelas españolas y propició la publicación de libros en catalán de manera clandestina. Ella distingue dos etapas en la edición catalana: la primera, que va del inicio de la inmigración masiva a 1947. Para ese año era evidente que la dictadura franquista no sería revocada y el exilio se volvió para muchos definitivo; durante ese tiempo, asimismo, varios exiliados se mudaron a otros países. Fue el periodo de mayor intensidad en la producción y cuando se creó la mayoría de las editoriales del exilio en general, no sólo en idioma catalán. El segundo periodo parte de 1948 y finaliza con la muerte de Franco, en 1975. Férriz Roure detecta en estos años una disminución de la producción del libro catalán y también del interés político en las publicaciones. Aunque toma 1975 como límite de la segunda etapa, en realidad señala que desde 1960 ya no se puede hablar estrictamente sobre libros del exilio.[22] A esta situación pueden añadirse otras circunstancias, como que algunos editores exiliados ya tenían su vida establecida en México y su condición de exiliado más bien se había convertido en la de residente permanente, algunos más ya habían muerto o eran bastante mayores; o bien, unos ya no vivían en México y otros más eran exiliados muy jóvenes o de segunda generación.

El trabajo más destacado y completo sobre editoriales del exilio español ha sido presentado recientemente, en julio de 2018. Se trata de la tesis doctoral de Lluís Agustí L’edició espanyola a l’exili de Mèxic: 1936-1955. Inventari i propostes de significat,[23] la cual fue el producto de una investigación de más de diez años. En ella, Lluís Agustí sistematizó sus resultados en fichas catalográficas de cada proyecto editorial, donde capturó los antecedentes, el año de la fundación, el inicio y final de la actividad, las variaciones al nombre, la organización, los directores y colaboradores, la dirección, el logotipo, los talleres de impresión, el capital social, aspectos técnicos y artísticos, el tiraje, el precio, la distribución, las colecciones, los autores, traductores o ilustradores, y los títulos publicados, hasta donde ello fue posible recopilar, pues la investigación fue un rompecabezas que para armar hubo de valerse de entrevistas a personajes relacionados al exilio español y el mundo de los libros, como Martí Soler y Carlos Anaya Rosique, así como visitar bibliotecas, archivos de la inmigración, librerías, etc. Es un trabajo monumental de unas mil páginas, divido en dos tomos, que registra proyectos de 111 empresas editoriales, 52 asociaciones, 19 partidos políticos, 12 diarios y revistas, 3 imprentas, 94 autoediciones y 2 falsos pies de imprenta. Como año más productivo indica 1945 con 280 libros publicados. El investigador plantea una pregunta fundamental en el estudio de los libros del exilio y es: ¿cómo definir una editorial del exilio? A lo que responde con tres modalidades posibles: “a) proyecto encabezado y puesto en marcha por exiliados españoles; b) proyecto emprendido por exiliados a pesar de que la fuerza de trabajo intelectual y/o mecánico fuera en gran parte mexicano; c) proyecto relacionado con la cultura y el exilio españoles a pesar de haber sido puesto en marcha por mexicanos”.[24]

Un proyecto editorial del primer tipo descrito podría ser la editorial Séneca, la cual en los estudios sobre el libro en México puede reconocerse como el símbolo de las editoriales en el exilio. A pesar de la brevedad de su existencia, es la casa que más ha sido estudiada y cuyos libros, como incluso menciona Carlos Martínez en 1959,[25] a menos de 20 años de haber sido publicados se hicieron de interés para los bibliófilos, interés que hoy en día es vigente. Para el segundo tipo de editoriales –las editoriales emprendidas por exiliados, pero cuya fuerza de trabajo fue mexicana–, puede considerarse ediapsa (Edición y Distribución Ibero Americana de Publicaciones, S.A.), el cual fue un grupo editorial conformado por unas nueve editoriales, que emprendió Rafael Giménez Siles asociado con intelectuales mexicanos como Martín Luis Guzmán, Adolfo López Mateos o Antonio Caso. Este ejemplo también lo utiliza Lluís Agustí en su tesis doctoral. En el último grupo descrito por el investigador catalán, correspondiente a los proyectos emprendidos por mexicanos pero efectuados por republicanos exiliados, es el que hemos revisado al hablar del Fondo de Cultura Económica.

Con este repaso es posible observar que el periodo de producción más fuerte de los libros del exilio español sucedió durante la década de los cuarenta. Posteriormente sería inadecuado señalar que hubo un fin del libro del exilio; quizá sería más acertado verlo como una integración gradual al mundo del libro mexicano, en el caso de aquellos exiliados que se quedaron a vivir en México tras el establecimiento definitivo de la dictadura franquista. Este proceso de asimilación también puede observarse en la orientación de los proyectos: al comienzo podemos encontrar varias casas que se fundaron con un fin de pervivencia política y cultural, que con el curso de los años deja de aparecer y en ocasiones los mismos fundadores de aquellos proyectos empiezan a fundar “empresas”. Una de las observaciones comunes que se han hecho a los proyectos editoriales de los exiliados es su fugacidad. Como se verá, durante el primer periodo se emprendieron proyectos que pronto cerraron sus puertas, a veces con tan sólo un libro publicado, y en otras ocasiones comenzaron proyectos que cerraron para iniciar otros nuevos o transformarlos, ya fuera en nuevos sellos, imprentas o hasta productoras cinematográficas. Esto hace difícil la clasificación de esos proyectos. Es por ello que para explorar los libros del exilio se realizará la enumeración por editoriales que compartieron colaboradores o estuvieron cercanas, para de esta manera hilar fácilmente la historia de sus libros.

 

Ediciones Quetzal, Ediciones Libres, Publicaciones Panamericanas, B. Costa-Amic Editor

Ediciones Quetzal se trata de una de las editoriales más emblemáticas del exilio y la raíz de otros proyectos editoriales, uno de ellos fundamental en la historia de los libros en México: B. Costa-Amic Editor. No obstante, Bartomeu Costa-Amic (1911-2002) no fue el fundador de Quetzal, sino Ramón J. Sender (1901-1982) en 1939. Durante los años en que Sender fue el dueño, varios de los libros publicados fueron sus propias obras, que oscilaron entre la literatura y la biografía: El lugar del hombre, la novela Proverbio de la muerte (ambas publicadas en 1939), Mexicayotl (1940), Hernán Cortés: retablo en dos partes y once cuadros (col. Un Hombre y una Época). De otros autores, apareció Cervantes, un hombre y una época (col. Un Hombre y una Época, 1939) de Jean Cassou y Fulgor de Martí (1940) de Mauricio Magdaleno, por citar algunos.

En 1941, Sender cambió su lugar de residencia a los Estados Unidos de América, por lo cual cedió Quetzal a Bartomeu Costa-Amic, Julián Gorkin,[26] el financiero mexicano Eduardo Villaseñor y el francés Michel Berveiller, quienes formaron una sociedad anónima.[27] También los apoyaron económicamente ocho hombres franceses,[28] que a su vez abrieron una librería francesa. Algunos de los títulos publicados en ese año de transición fueron Hitler contra Stalin: la fase decisiva de la Guerra Mundial (1941) de Víctor Serge, Caníbales políticos: Hitler y Stalin en España (1941) de Julián Gorkin, o Páginas del destierro (1941) de Álvaro de Albornoz. El proyecto editorial inicial dio un giro con su reconstitución, pues comenzaron a publicarse obras francesas tanto en español como en francés, con la intención de exportar sus ediciones a Canadá, ya que se abría el mercado en esa lengua dada la escasez demandada por la Segunda Guerra Mundial.[29] Julián Gorkin fue el director de Quetzal durante los años 1942-1944, hasta que abandonó el proyecto junto con Berveiller para viajar a Francia. Gorkin quería estar cerca de España para cuando cayera Franco, lo cual no sucedió sino hasta la muerte del dictador, en 1975.[30] Entre las obras francesas publicadas por Quetzal podemos encontrar Cándido o el optimismo (1942) de Voltaire con versión del diplomático español exiliado Felipe García Ascot dentro de la colección Las Obras Eternas; El sobrino de Rameau de Diderot y, su éxito editorial más grande, la novela Clochemerle de Gabriel Chevalier, con traducción de la actriz exiliada Amparo Villegas, que se reimprimiría incansablemente y que incluso se publicó después dentro de B. Costa-Amic, Editor. Al parecer Quetzal también emprendió otros proyectos, como el de la distribución, pues se han encontrado ejemplares con el sello “México” y la leyenda “Distribuidores: Ediciones Quetzal, S.A.”. Uno de estos títulos es la novela de Giuseppe Garreto Serpa Pinto, pueblos en la tormenta (1932).

Ediciones Quetzal no sería el primer proyecto en que Costa-Amic y Julián Gorkin colaboraran. Ambos llegaron exiliados a México en 1940, año en que emprendieron dos proyectos editoriales. El primero de ellos fue Ediciones Libres, en las que se asociaron con los intelectuales mexicanos Ermilo Abreu Gómez, José Muñoz Cota y David Castañeda, con el francés Marceau Pivert y con el también exiliado en México Víctor Serge,[31] belga de ascendencia ruso-polaca. La relación con estas últimas figuras no es de extrañar, puesto que Costa-Amic y Julián Gorkin habían sido parte del Partido Obrero de Unificación Marxista (poum). Incluso Costa-Amic había viajado a México en una operación encubierta para solicitar a Lázaro Cárdenas asilo político para León Trotsky.[32] Ediciones Libres publicó únicamente dos o tres títulos y vivió un año:[33] Retrato de Stalin (1940) de Víctor Serge con traducción de Julián Gorkin y Balance de Agustín Lara (1941) de Daniel Castañeda.

Asimismo, en 1940, Costa-Amic y Gorkin emprenderían otra editorial de características similares a Ediciones Libres, es decir, una editorial de índole política: Publicaciones Panamericanas. Para este proyecto se apoyaron económicamente en los hermanos Kluger, empresarios judíos de origen polaco que también estaban refugiados en México.[34] En el aspecto laboral también convergerían Ramón J. Sender y Julián Gorkin con el pintor, también refugiado, Ceferino Palencia Álvarez (1882-1963), que fungió como traductor. Estas colaboraciones se pueden ver en títulos como las novelas El indio y su destino (1941) de Oliver la Farge, con traducción de Palencia y prefacio de Sender, Orden público (1941) de Sender o El retoño (1941) de Jean Giono con versión de Julián Gorkin. De igual manera, publicaron obras de índole pedagógica, como Héroes de la civilización (1941) de Joseph Cottler y Haym Jaffe, y de política internacional, como ¿A dónde va Francia? (1940) de Marceau Pivert, socio de Ediciones Libres, con traducción del líder socialista Enrique Adroher Gironella, quien estuvo exiliado en México durante esos años y quien también, como Gorkin, continuó su exilio en París.[35] La fuerza visual del diseño de Publicaciones Panamericanas, así como de Ediciones Libres y algunos títulos de Quetzal, es propia de la edición política de aquella época. Publicaciones Panamericanas cerraría sus puertas muy pronto, pues no fue un negocio redituable, por lo cual los socios polacos se retiraron[36] y muy pronto Gorkin y Costa-Amic adquirirían Ediciones Quetzal.

Poco antes del cierre de Quetzal, Bartomeu Costa-Amic ya había empezado a publicar bajo su propio sello y quizá no imaginó que se volvería uno de los editores más prolíficos no sólo del exilio sino del país, pues llegó a publicar unos 2 mil libros. Se reconoce como el inicio de B. Costa-Amic Editor el año de 1942. El catalán se hizo de un taller de imprenta con el cual comenzó a editar libros de iniciativa propia, algunos proyectos financiados por los propios autores[37] y también encargos de otras editoriales, como de la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana (uteha) del español no exiliado José María González Porto (1895-1975).[38]

En aquella iv Feria del Libro Mexicano, en la cual se exhibió el trabajo más destacado de los exiliados, B. Costa-Amic Editor tuvo su lugar en el catálogo. A tan sólo cuatro años del comienzo de su editorial, ya contaba con unos sesenta títulos publicados en español, unos 15 en catalán y uno en “castellano, inglés y francés”: la edición trilingüe de Campos de concentración de Narcís Molins i Fábregas, ilustrado por Josep Bartolí.[39]

Es interesante observar que el negocio independiente de Costa-Amic prosperó a través de los años, a pesar de que él básicamente no había participado en proyectos editoriales en España[40] y tras la experiencia de los otros tres negocios que cerraron. Quizá la explicación esté relacionada con que su formación profesional era la de licenciado en administración pública. Además trabajó con constancia, independencia y organización, pues al mismo tiempo que publicaba los libros, procuraba su distribución, específicamente con Fidel Mirò, como indica Férriz Roure.[41] En los catálogos de los primeros proyectos, Ediciones Libres, Panamericanas y Quetzal, es visible la influencia de Gorkin, Sender o las demás figuras socialistas. Costa-Amic como editor independiente se abrió a autores mexicanos, también publicó algunas traducciones y no dejó de lado la resistencia cultural en el exilio, pues creó también la Biblioteca Catalana, también en 1942, donde publicó 37 volúmenes, otros once fuera de colección y con la que de antemano sabía que no ganaría mucho dinero.[42] No sería el único proyecto en catalán de Costa-Amic, pues también publicó, gracias al envío de la Biblioteca del Congreso de Washington, los microfilms de clásicos catalanes quemados por las fuerzas de Franco en 1946.[43]

Entre los años 1948 y 1954 Costa-Amic llevó a cabo una misión en Guatemala: fue invitado por el gobierno de Juan José Arévalo para crear la Biblioteca de Cultura Popular 20 de Octubre y dirigir el departamento editorial del Ministerio de Educación Pública.[44] A su regreso a México retomó su negocio e incursionó en otros dos proyectos muy importantes para el país. En sociedad con el mexicano Frank de Andrea y el transterrado Fidel Miró creó Libro Mex Editores y Editores Unidos Mexicanos.[45] Costa-Amic continuó con su propio sello hasta finales de los años setenta, que se asocia con sus hijos.[46]

 

Séneca

Como se ha mencionado hace anteriormente, la editorial Séneca es un símbolo del libro español en el exilio en México. La investigación más amplia sobre ella la realizó Víctor Díaz Arciniega y sus resultados fueron presentados en “Séneca, por ejemplo. Una casa para la resistencia, 1939-1947”.[47] Este texto es de suma relevancia, pues no sólo narra la historia de la casa, sino que presenta el programa de publicaciones previstas y el de publicaciones concretadas, con las características físicas y de contenido que se señalan en el único catálogo impreso que ubicó de la editorial, de enero de 1941.

La fundación de la editorial fue en la ciudad de París en 1939 por José Bergamín, y los fondos para las publicaciones fueron proporcionados por el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (sere) y el Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles (ctare). La creación de esta editorial tuvo como interés la resistencia cultural en el exilio. Como bien señala Díaz Arciniega, “no es un azar que el nombre elegido para la editorial sea el del filósofo estoico, quien ante la adversidad de los exilios y prisiones empleó como punta de lanza sus epístolas; resistió, porque su anhelo era volver a su lugar de origen”.[48] Sin saberlo, la editorial que dirigiera Bergamín comenzaría años antes del exilio, en 1936, cuando en su despacho Federico García Lorca le dejó el manuscrito de Poeta en Nueva York.[49] Se trata de una obra que no vería la luz en la España de aquel momento que iniciaba una guerra. Hubo de ser en 1940 que la publicó Bergamín en una bella edición dentro de la colección Lucero, junto con un poema de Antonio Machado y un prólogo del editor.

Tras aquella parada en París, donde se inició Séneca, Bergamín se exilió en México y ahí realmente echó a andar el proyecto. Realizó un programa de publicaciones muy ambicioso que desafortunadamente no concretó del todo. La editorial siempre estuvo en medio de problemas financieros, políticos y personales.[50] No obstante, logró publicar más de ochenta títulos en sus ocho años de vida, organizados en seis colecciones generales, más otros títulos fuera de colección. Uno de sus editores fue el exiliado José María Gallegos Rocaful.[51]

El foco principal de Séneca –en términos de una casa de resistencia cultural– fue la literatura española. Se publicaron obras clásicas y contemporáneas de los exiliados españoles, en muchas ocasiones ilustradas y prologadas por los propios refugiados, aunque también hubo colaboraciones de intelectuales mexicanos, como Octavio Paz y Xavier Villaurrutia, y españoles no exiliados, como Dámaso Alonso o Xavier Zubiri.

La colección Laberinto, por ejemplo, en 1940 publicó Obras: Poesías completas. Juan de Mairena. Sigue hablando Mairena a sus discípulos. Obras sueltas de Antonio Machado, pero también, al siguiente año, una de las ediciones más celebradas de la editorial, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes con notas del también exiliado, Agustín Millares Carlo. Según señala el catálogo de la editorial, eran volúmenes encuadernados en piel, en papel biblia y de formato “fácilmente manejable”.[52]

La colección Estela fue la única que publicó obras fuera de los campos de las humanidades, más bien se dedicó a la ciencia y a la divulgación de la ciencia. Dentro de la colección general, por ejemplo, se publicó en 1940 el libro El cielo abierto (razón y vida de las estrellas) de Pedro Carrasco o El mar. Acuario del mundo de Enrique Rioja y con ilustraciones de José Renau. Esta colección tenía a su vez otras líneas, como la Colección Popular de Libro de Medicina, en donde apareció El problema social de la lepra (1940) de Julio Bejarano.

La colección Árbol seguramente también tuvo sus orígenes antes del exilio, pues entre 1933 y 1936, Bergamín dirigió una editorial con este nombre, al mismo tiempo que la revista Cruz y raya.[53] En la colección Árbol fue publicado Poeta en Nueva York y también la Baraja de crónicas castellanas del siglo xiv, cuya edición fue preparada por Ramón Iglesia; La realidad y el deseo de Luis Cernuda, y las Poesías líricas de Gil Vicente, con prólogo y notas de Dámaso Alonso, que se quedó en España. Árbol también tuvo su subdivisión, la Colección de Libros de Filosofía, que sólo contó con dos títulos, entre ellos la Filosofía de las ciencias. (Teoría de la relatividad) (1941) de Juan David García Bacca. Esta colección ofrecía al lector antologías de poesía y filosofía, tanto de España como de América, de autores tanto clásicos como contemporáneos. Con respecto a las obras de filosofía, la editorial Séneca señalaba que “son de verdadera novedad para los lectores de lengua española, pues les ofrecen las grandes corrientes universales del pensamiento con los más importantes textos de sus autores a la vista”.[54]

La colección Lucero fue la más extensa de todas, con 27 títulos. En ella aparecieron: La arboleda perdida (libro primero de memorias), y otras prosas (1942) del exiliado español en Argentina Rafael Alberti, unas seis obras del propio Bergamín, como los tres volúmenes de El pasajero. Peregrino español en América, todos publicados en 1943 o España, aparta de mí este cáliz. 15 poemas (1940) del peruano, César Vallejo. En el catálogo impreso de la editorial, según Díaz Arciniega, se indica:

La colección Lucero se caracteriza por su actualidad palpitante. En ella se reúnen los libros de más vivacidad literaria, histórica y política. Aquellos que expresan más directamente nuestra vida contemporánea. Algunos de ellos forman un verdadero cuestionario crítico de dramático interés reciente. Otros se incorporarán, a su vez, a las grandes corrientes del pensamiento contemporáneo, pero dentro siempre de la situación crítica que los ha determinado. Entre todos pueden formar como una luminosa pulsación del tiempo presente, verdaderamente anunciadora del día, como la del lucero del alba.[55]

La bella colección El Clavo Ardiendo osciló entre la poesía y la filosofía y publicó en su mayoría traducciones. En ella apareció, por ejemplo, ¿Qué es la metafísica? (1941) de Martin Heidegger con versión de su alumno, el filósofo español Xavier Zubiri; las versiones del poeta mexicano Xavier Villaurrutia de El matrimonio del Cielo y del Infierno de William Blake y El regreso del hijo pródigo de André Gide, ambas en 1942; otra obra nacida en los proyectos en España de José Bergamín fue Poemas del alemán Friedrich Hölderlin, con traducción de Luis Cernuda y Hans Gebser. Este volumen fue publicado en la revista Cruz y raya y al parecer no contó con el permiso de Cernuda para ser publicado en Séneca.[56] Otras versiones interesantes son Presencia y experiencia de Dios (1942) traducida y anotada por Juan David García Bacca o Tratado del purgatorio de Santa Catalina de Génova (1941), con versión de José Bergamín.

También hubo una colección de un solo título, Espiga, y éste fue una edición anotada por Peter A. Ortiz de Las paredes oyen (1942) de Juan Ruiz de Alarcón. Díaz Arciniega señala que Ortiz financió la edición y que la colección estaría conformada por más ediciones críticas de literatura española clásica y dirigida para un público estadounidense.[57] Fuera de la colección de Séneca aparecen obras diversas en lengua española y traducciones, y se encuentran autores como el exiliado Wenceslao Roces, André Malraux –con quien Bergamín entrara en contacto en Francia antes de partir a México–, Platón o Heidegger. Llama la atención que uno de los títulos está fechado en 1949, dos años después de que Séneca terminara su producción, se trata de De quince llevo una, un volumen de cuentos de Paulino Masip. De hecho, José Bergamín dejó México en 1946 para viajar a Venezuela, después a Montevideo y Francia, regresar a España, irse y regresar, hasta su muerte en San Sebastián en 1983.[58]

 

Ediciones Galatea, Ediciones Atlántida, Ediciones Leyenda, Ediciones Centauro

José Bolea Gorgorino (1903-1987), un destacado escritor y periodista valenciano, llegó exiliado a México en abril de 1939. A su llegada colaboró en publicaciones como el periódico Excélsior y la revista Estampa, y fungió, asimismo, como editor de la revista La semana cinematográfica.[59] No obstante, su labor más importante durante el transtierro fue la de impresor y editor, pues al poco tiempo de establecerse creó las imprentas Edimex, Fototipográfica Editorial y Litoarte,[60] así como arrancó las bellas editoriales Galatea, Atlántida, Leyenda, Centauro y Oasis. Con excepción de la última, que más bien sería un sello tardío,[61] los otros cuatro sellos los fundó en el primer lustro de los años cuarenta. Los temas principales de los cuatro fueron el arte y la literatura europea y las ediciones en general siempre fueron de acabados detallados y con un diseño editorial vistoso.

Con Galatea y Atlántida suele pasar algo curioso: el mismo título podía aparecer con el mismo formato en una impresión bajo el sello de Atlántida y en otra, bajo el sello de Leyenda. O bien, publicar un título bajo Galatea, pero dentro de la colección Atalaya, que después pasaría a Leyenda, por ello es difícil estimar cuántos títulos se publicaron en cada una. En cambio Centauro y Oasis fueron sellos consistentes. En el caso de Centauro, Lluís Agustí estima que se publicaron unos 60.

Tanto los sellos de Leyenda como de Centauro solían incluir en sus colofones a la “Editorial Galatea” como los talleres de impresión. Como sello editorial apareció, por ejemplo, Rubens, su técnica: análisis de los cuadros de la Galería Medicis en el Louvre (ca. 1943), de Louis Anquetin, dentro de la colección Atalaya. El diseño, el formato y el logo eran idénticos en esta colección tanto dentro de Galatea como de Leyenda: libros de bolsillo con una camisa rayada y una simpática ilustración de una atalaya centrada al pie. En esa misma colección, pero dentro de Leyenda aparecieron novelas de interesante introducción al español como El resucitado (1944) de D.H. Lawrence con traducción del exiliado Daniel Tapia Bolívar.

Quizás, Leyenda sea la editorial más conocida en particular por una de sus colecciones: Obras Maestras de la Literatura Amorosa, o bien, Eros.[62] No se sabe con precisión cuál era el título oficial de la colección, pues en las hojas de cortesía aparecía el primero y en la portada interior el segundo. Lo cierto es que éstas eran ediciones de un formato mayor, por lo general extensas, con camisa, siempre ilustradas y numeradas, elaboradas por los intelectuales y artistas más destacados del exilio, con un catálogo bellísimo de la literatura amorosa clásica y moderna, así como unas tiradas que a veces superaban los 2 mil ejemplares. Podemos encontrar, por ejemplo, La dama de las camelias (1944) de Alexandre Dumas hijo con la traducción de Enrique Díez-Canedo e ilustraciones de Manolita Ballester, Fisiología del matrimonio (1945) de Honoré de Balzac con traducción de Ceferino Palencia e ilustraciones de Enrique Climent, La señorita Elisa (1945) de Arthur Schnitzler con traducción de José Moreno Villa o Salambó (1946) de Gustave Flaubert con traducción de Paulino Masip e ilustraciones de José Renau; esta edición tiene también su gemela en ediciones Atlántida. Por los años en que se han encontrado títulos de Atlántida, es probable que ésta fuera un ensayo de Leyenda, pues Salambó apareció en esta colección en 1943, mientras que en Leyenda en 1946. No se han registrado títulos de Obras Maestras de la Literatura Amorosa o Eros antes de 1944, mientras que de Atlántida sí, como también lo fue Carmen (1943) de Prosper Mérimée con traducción de Enrique Díez-Canedo, óleos y acuarelas de Ruano Llopis y viñetas de Alma Tapia.

Otras de las colecciones de Leyenda fueron Historia e Historiadores de México, con títulos como Cuauhtémoc: vida y muerte de una cultura (1944) de Héctor Pérez Martínez; la colección Arco Íris, con títulos como Alrededor del amor: correspondencia íntima (1945) de Johann Wolfgang von Goethe; la colección Carabela, con obras como La monarquía española de los siglos xvi y xvii (1946) de Leopold van Ranke, o la colección Antares, con títulos como Cuentos cubanos contemporáneos (ca. 1947) de José Antonio Portuondo.

En algunos estudios de las contribuciones del exilio español, se ha mencionado que el español no exiliado Vicente González Palacín (1904-1973) fue el socio de José Bolea en varios de sus proyectos y que incluso fue él quien coordinaba la famosa colección.[63]

Centauro también fue un sello con sumo cuidado editorial y donde se publicó literatura clásica al mismo tiempo que interesantes títulos de literatura contemporánea. En la iv Feria Mexicana del Libro, esta editorial expuso por lo menos unos 50 títulos dentro de cinco colecciones, en las cuales también participaron en distintas tareas los exiliados españoles, sobre todo el matrimonio de Ernestina de Champourcin y Juan José Domenchina. Centauro fue de corta vida: duró de 1944 a 1947.[64] En la colección Poesía Mejor se observan volúmenes antológicos preparados por Domenchina, como lo fueron la Obra escogida de Miguel Unamuno (1945) o la Obra escogida de Emily Dickinson (1945-1946), que tradujo el matrimonio.

La colección Amor y Poesía en Oriente es una de las más bellas expresiones de los libros del exilio; en ella aparecieron textos persas, chinos, indios, griegos, entre otras culturas clásicas, con un diseño alusivo a la época. De hecho fue el matrimonio Champourcin-Domenchina el que la dirigió.[65] En Amor y Poesía en Oriente fue publicada La guirnalda de Afrodita con versión de Champourcin, quien cabe mencionar que fue la traductora más destacada del exilio: en Centauro publicó la mayoría de sus traducciones literarias, pues el resto aparecieron en el fce. Champourcin trabajaba con lenguas como el inglés, el francés y el portugués, lo cual nos habla de que las traducciones provenientes de lenguas orientales seguramente se habían realizado sobre segundas lenguas de partida.

Otra colección importante de Centauro fue Técnica del Arte. También incluyó varias traducciones al mismo tiempo que trabajos de los exiliados; por ejemplo, Técnica aerográfica: la brocha de aire (1946) del artista exiliado, Juan Renau o Chopin (1945) de Franz Liszt en versión de la también exiliada Blanca Chacel.

Centauro tuvo por lo menos otras dos colecciones y varios títulos fuera de colección. Dentro de la colección Historia y Aventura, fue publicado el volumen El fin y otros cuentos de la alemana Anna Seghers (1946), quien compartió la condición de refugiado político, aunque de la Alemania nazi. La Biblioteca Sol incluiría sólo traducciones de autores clásicos como Oscar Wilde, Fiodor Dostoievski, Maksim Gorki o Sören Kierkegaard; dentro de ella, una traducción destacada fue la de Los siete ahorcados (1944) de Leónidas Andreiev que realizó el exiliado Antonio Sánchez Barbudo en colaboración con León Krasnov. Centauro también publicó obras relacionadas con los problemas políticos de la España que los había hecho exiliarse, como Una pregunta sobre España (1945) del mismo Antonio Sánchez Barbudo.

 

Edición y Distribución Ibero Americana de Publicaciones, S.A. (ediapsa)

La figura de Rafael Giménez Siles es una pieza clave en la formación de la industria editorial en México, pues antes de la implementación de sus proyectos, no hubo en nuestro país una empresa que se desarrollara tan ampliamente como Edición y Distribución Ibero Americana de Publicaciones, S.A. (ediapsa). La situación política de Giménez Siles en México fue un tanto distinta a la del resto de los exiliados. Si bien todos habían sido invitados a continuar sus actividades políticas y profesionales a salvo de la dictadura de Franco, la invitación a Giménez fue a sabiendas de las contribuciones que él podría hacer al mundo del libro en nuestro país.

En España, él había sido precursor de proyectos trascendentales como lo fue el movimiento editorial de avanzada, cuyo eje era la labor social a través del libro. Rafael Giménez era comunista y muchos de sus proyectos fueron financiados por entidades de esta corriente política. Asimismo, fue el creador de Ediciones Cenit (1928), una editorial de marcada orientación marxista,[66] y que ha marcado la historia de la edición de España. Asimismo, él fue quien echó a andar en 1933 no sólo las primeras ferias del libro en Madrid, sino también los camiones-librerías,[67] cuyo objetivo era llevar el libro hasta las poblaciones más recónditas de España. Fue el fundador de la Agrupación de Editores Españoles y el responsable de gestionar la Distribuidora de Publicaciones –por encargo del Partido Comunista Español– durante la guerra civil, la cual incluía las editoriales Nuestro Pueblo y Estrella, que continuara brevemente en el exilio.[68]

Adalberto Tejada, el entonces embajador de México en España, y Gabriel Lucio, su secretario, le propusieron a Rafael Giménez Siles implementar sus proyectos en México,[69] y así fue como se le planteó su destino de exilio; no obstante, su partida no se vio exenta de dificultades, pues como muchos otros de los exiliados que vinieron a México, él estuvo encerrado en el campo de concentración Argelès-sur-mer de Francia. En palabras del embajador a Lázaro Cárdenas con la propuesta:

Juzgo que la empresa que nos ocupa entraña sumo interés para el porvenir cultural y revolucionario de nuestra patria, puesto que se trata de establecer una verdadera fuente de ideología socialista, que asentada en México, irradie su influencia en todos los diversos países de la América de habla española, en los que, usted lo sabe bien, resulta ya alarmante cómo se están difundiendo, por los libros, por la radio, por la prensa, etcétera, las doctrinas del fascismo y del nazismo, amenazas peligrosísimas no sólo para las instituciones democráticas sino hasta para la más elemental cultura humana [Barcelona, 22 de abril de 1938].[70]

Rafael Giménez Siles llegó a México en mayo de 1939 y un año después ya se había nacionalizado mexicano. Lo suyo fue, en todos los aspectos, un transtierro, e inmediatamente a su llegada puso manos a la obra en el gran proyecto de ediapsa, que estaría financiado tanto por el gobierno mexicano como por inversores extranjeros y siempre en mancuerna con el escritor Martín Luis Guzmán.[71]

ediapsa no sólo era la fundación de una editorial, sino de todo un circuito de producción, distribución y venta del libro; he ahí que se lo considere pieza clave en el proceso de industrialización del libro en México, cuyo único antecedente cercano, probablemente, sería Porrúa Hermanos. Los tres ejes de ediapsa fueron la creación de la revista Romance, el complejo editorial y finalmente la fundación de las librerías de Cristal. El último proyecto duró de 1940 a 1975 –año en que Giménez Siles se jubiló y quedó como consejero asesor. Tenía 18 sucursales en la Ciudad de México y once sucursales más en otros estados de la República; para 1995, tenía 67 librerías en total, que hoy básicamente están extintas.

Giménez Siles no sólo se ocupó de este monumental proyecto creado con éxito, sino que también impulsó la Asociación de Libreros y Editores Mexicanos en 1944 y de la cual su socio más importante, Martín Luis Guzmán, llegó a ser el presidente. Los demás socios de ediapsa fueron: Pascual Gutiérrez Roldán, Adolfo López Mateos, Eduardo Lucio Argüelles, Luis Henríquez Guzmán, Virgilio Galindo, Arsenio Farell Cubillas, Alfonso Pompeyo Márquez, Luis Tejeda, Rafael Aguirre Manjarrez, Adolfo Roldán, Jorge Henríquez Guzmán, Roberto Molina Pasquel, Ezequiel Burguete, Pedro Ordorica, Luis G. Solana, Jorge Cuesta, Antonio Castro Leal, José Mancisidor, Alberto Tejeda, Luis Legorreta, Carlos Trouyet, Gustavo Ortiz Hernán, José Farell Cubillas, Justo Ruiz Valdés, José de la Macorra, Juan Manuel Durán y Casahonda, Alfonso García Benítez, Juan Arellano Ochoa, Aarón Sáez; y las instituciones: Banco Capitalizado de Ahorros S.A., Financiera Algodonera de Fomento Industrial y Mercantil S.A. y Productora e Importadora de Papel S.A.[72]

Entre las editoriales que fundó Giménez Siles figuran: el sello ediapsa; Editorial Colón, y tuvo al impresor de los talleres Stylo, Antonio Caso, como socio; la Colección Málaga con su esposa Francisca Navarro; las Empresas Editoriales en asociación con Martín Luis Guzmán y las cuales estaban pensadas para escritores mexicanos, pero también publicaron traducciones; Editorial México, también con Guzmán y Carlos A. Madrazo y Rodrigo García Treviño; Editorial Norgis, con José Noriega y que se trataba de libros técnicos de autores mexicanos; la Compañía General de Ediciones, con Guzmán; Editorial Libreros Mexicanos Unidos (limusa) con Guzmán, José Noriega, Carlos Noriega, Francisco Trillas, Luis Elías, Eulogio Ripoll, Luis Fernández Manuel Caramazana, Rafael Porrúa, Alfredo Cicerón, Jorge Rodríguez, Abelardo Fábrega, Enrique Sainz, Froilán Trillas, Fernando Rodríguez, Carlos Cesarman, Ángel Noriega, Alfonso Noriega y Jorge de la Vega; Editorial Nueva España con Guzmán, Antonio Ortiz Mena, Eduardo Bustamante y Eduardo Garduño, y Editorial Diógenes con Emmanuel Carballo.[73]

Ediciones Colón podría decirse que fue en parte heredera de las Ediciones Cenit, que fundó Giménez Siles en España. Se trata de otro proyecto más de recuperación de la cultura española en el exilio. En ellas podemos encontrar algunos títulos con traducciones que se publicaron en España, como El ángel azul (Cenit, 1930; Colón, 1946) de Henrich Heine, con traducción de Luis López Ballesteros; de León Trotsky, Mi vida (Cenit, 1930 con traducción de Wenceslao Roces, director de la Biblioteca Carlos Marx; Colón, 1946, sin consigna de traductor en cubierta, aunque muy probablemente fuera del mismo Roces); o bien, El delator (Cenit, 1929; Colón, 1947) de Liam O’Flaherty con versión de Manuel Pumeraga, por citar algunos títulos.

La Colección Málaga es conocida principalmente por la publicación de la versión de dos obras monumentales en mancuerna con el traductor transterrado Aurelio Garzón del Camino: La comedia humana de Honoré Balzac y Los Rougon Macquart (Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio) de Émile Zola. La comedia humana comenzó a publicarse en 1945 –a tan sólo un año de la llegada al exilio– y sumó un total de 16 tomos, finalizando en 1948; se han encontrado por lo menos cuatro reediciones hasta 1966 y desde 2015 la editorial española Hermida se encuentra editándolos de nueva cuenta. Por otro lado, en 1950 fue publicado el primero de 20 tomos de Los Rougon Macquart, tarea que terminaría en 1963. Otra empresa también de gran relevancia fue la Biblioteca León Felipe, con la publicación de sus obras Versos y oraciones del caminante (1967) y ¡Oh, este viejo y roto violín! (1968). Asimismo, aparecieron en este sello La voz y la entonación en los personajes literarios (1976) de Tomás Navarro Tomás o La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán.

Aunque Manuel Aznar Soler y José-Ramón López García indican que la Compañía General de Ediciones se constituyó hasta 1949,[74] en realidad unos diez años antes ya podemos encontrar títulos de este sello que dirigiría y cofundaría el exiliado catalán Miquel i Ferrer y en el cual dentro de las colecciones colaborarían otros transterrados como Josep Carner (1884-1970). Ejemplos de ello son las colecciones que este último coordinó: la Colección Mirasol con obras como La celebrada rana saltarina y otros cuentos (1940) de Mark Twain y el Conde Gaspar Ruiz. Un anarquista (1941) de Joseph Conrad, o la Pequeña Colección Mirasol, con La paternidad inquieta (1940) de Jean Schlumberger, textos que el mismo Carner traduciría al español. Por supuesto la Compañía tuvo bastantes otras colecciones y sus publicaciones pueden encontrarse aún en los años ochenta. Cabe destacar la colección Ideas, Letras y Vida, en la que también colaboró arduamente el traductor Aurelio Garzón del Camino y que incluyó obras de escritores mexicanos como El águila y la serpiente de Martín Luis Guzmán.

 

Algunos proyectos más

Sin duda los anteriores proyectos editoriales son tan sólo un puñado de los más de cien que Lluís Agustí logró rastrear tan minuciosamente en su investigación, y son representativos de la edición del exilio español. Para cerrar esta presentación se revisarán brevemente otros proyectos fugaces pero trascendentes en el ámbito literario en español.

Uno de ellos es la editorial Cima, de la que no ha sido posible esclarecer quiénes fueron sus fundadores, pero que aparece en todos los recuentos del exilio español. Sus ediciones comienzan a salir en el mismo 1939 de la llegada del exilio masivo. Bajo este sello se encuentran interesantes traducciones de la literatura fantástica en formato pequeño y con un diseño sobrio pero al mismo tiempo extravagante. En la presentación de La guerra de las moscas (1939) de Jacques Spitz con traducción del exiliado Domingo Rex –quien a su vez fundó las Ediciones Rex–,[75] se dice lo siguiente:

Uno de los propósitos de la “Editorial Cima” es dar a conocer las varias direcciones o corrientes literarias que llaman la atención del público, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Continente. La novela fantástica, con su envoltura científica y su fondo de aventuras, anecdótico y sentimental, no ha dejado de cultivarse y de gozar de la estimación de gran número de lectores.

Otras obras publicadas por Cima fueron, por ejemplo, la novela de Bruno Traven La rosa blanca (1940) con versión de Pedro Geoffroy Rivas y Lya Kostakowsky o La rueda. La más famosa novela italiana contemporánea (1940) de Gián Dauli con traducción de Pedro Moles. Como se han encontrado otros títulos con la consigna de Imprenta Cima, nos hace pensar que fue un caso similar a los de José Bolea.

Por su parte, un proyecto editorial bien conocido es de la Imprenta La Verónica que Manuel Altolaguirre junto con Concha Méndez, su esposa, echó a andar en su primer lugar de exilio, La Habana, Cuba, en 1939 y la cual funcionó hasta que llegó a México en 1943. La Verónica publicó en el mismo año que llegó La paloma en el hombro: treinta poemas, Retablo de una voz: veinte sonetos de Luciano Kubli; Aires de mi España: Poesía de San Juan de la Cruz; Aires de mi España: Poesía de Góngora; Responso heróico de Rafael García Bárcena y Winston Churchill de Miguel Alessio Robles. Pronto Manuel Altolaguirre emprendió otro proyecto con su segunda pareja, María Luisa Gómez Mena, la Editorial Isla en 1945 y cuya duración fue de sólo un año, para después comprometerse más bien con el mundo cinematográfico en Producciones Isla. En Ediciones Isla apareció un volumen del propio Altolaguirre: Nuevos poemas de Las islas invitadas en 1946.[76]

Otra figura de sumo interés en el mundo literario y editorial del exilio español es la de Álvaro Arauz (1911-1970), quien llegó a México desde Francia en 1942. Además de trabajar en la prensa escrita, aquí dirigió la publicación de siete colecciones de teatro: Colección de Teatro Español, Colección de Teatro Mexicano, Colección Temas Teatrales, Colección Teatro de Bolsillo, Colección Teatro Contemporáneo, Colección Teatro Universal y Colección Teatro Mexicano en el Extranjero.[77] Como ejemplos tenemos A puerta cerrada (Teatro Francés Contemporáneo, 1948) de Jean Paul Sartre, que también tradujo; y, bajo su dirección, La parodia del comediante (Colección Temas Teatrales, 1954) de Denis Diderot traducida por Manuel Gimeno.

mostrar Consideraciones finales

Los exiliados españoles vinieron a México con la consigna de volver muy pronto a sus países, de resistir política y culturalmente para regresar y derrotar una dictadura. Desafortunadamente ese momento no llegó sino hasta 1975 y muchos exiliados ya no vivirían para volver a ver a su España libre. Este pensamiento de temporalidad breve destaca cuando se le compara con la inmensa fuerza con que se insertaron al mundo laboral mexicano y en particular en el mundo de los libros. Ellos llegaron aquí a actuar en el momento mientras resolvían su situación política y económica. Es impresionante notar cómo a menos de un año de su llegada ya se habían publicado una buena cantidad de obras en español y traducciones.

En los estudios del exilio suele hablarse de la fugacidad de muchos de estos proyectos a causa de varias razones: para algunos editores México fue un lugar de tránsito y continuaron su exilio en otros países, otros editores volvieron a España, otros editores no lograron librar las desavenencias económicas y administrativas, otros editores publicaron uno o dos libros como estandarte. Pero lo interesante es que a pesar de su brevedad, la importancia cultural de esas editoriales es enorme, pues introdujeron autores que hasta entonces eran desconocidos o poco publicados en México; aumentaron sustancialmente la labor de traducción no sólo literaria, sino también científica y técnica; pusieron en las librerías ediciones de un cuidado editorial exquisito, quizá antes visto sólo en Cvltvra, y lanzaron colecciones especializadas en una variedad de temas literarios, educativos, médicos, históricos, biográficos y de actualidad política.

De los proyectos más longevos, hubo varios que perduraron a través de las décadas y si bien, hoy día casi ninguno está en funciones, fueron el peldaño de un proceso de industrialización que se consolidaría unas décadas más tarde. Dentro de las editoriales fundadas por mexicanos, fueron muchos los exiliados que formaron parte de la plantilla ejerciendo diversas funciones como impresores, jefes de corrección o directores de colecciones, y que después enseñarían los menesteres editoriales a intelectuales mexicanos tan destacados como fue el caso de Sergio Pitol, quien aprendió con Aurelio Garzón del Camino.

Las contribuciones de los exiliados no se limitan simplemente a la creación de una editorial, sino que se extienden en colaboraciones que a veces no se han mencionado más que en la anécdota. Esta inserción discreta del mundo del libro del exiliado en el mundo del libro mexicano es la que queda actualmente como parte de una tradición editorial. Para los tiempos que está viviendo la edición en México, quizá valdría rescatar la forma en que vieron los exiliados al “libro”; es decir, como un medio de resistencia política, como un medio de sustento económico, como un medio de intercambios culturales, de pensamiento, de educación y, por supuesto, de placer.

mostrar Bibliografía

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