Nacido en Ciudad de México, Navarro es otro de los jóvenes personajes de la Academia de Letrán, que llegó con Prieto en el grupito de la tertulia de Francisco Ortega, junto con Antonio Larrañaga y Eulalio María Ortega. Estudiante también del Colegio de Letrán, tenía 16 años cuando aparece en la Academia. No sé si Guillermo Prieto tenía la tendencia en su vejez a exagerar las cualidades de sus compañeros de escuela y en general de todos los literatos con los que trató, pero sobre todo a los jóvenes les atribuye tales cualidades que nos hace pensar que aquella generación fue notable. De Navarro contrarresta su aspecto físico: “chiquitín, cabezón, rubio, de piernas cortas y desmesurado busto, facciones toscas, boca grande y piel salpicada de barros, con su brillante inteligencia y erudición, extraña en un chiquillo de esa edad; era un consumado ideólogo y nos sorprendían sus estudios filológicos por lo profundos y trascendentales… Nos obligó al estudio de esas materias desconocidas casi por los literatos; extendía sus excursiones a la prosodia”.
Imaginemos a un adolescente analizando los estudios literatos desde el punto de vista de la erudición y de la gramática. De ser así, la contribución de Navarro a la Academia de Letrán fue importante, pues realmente los literatos de aquella época no cuidaban el purismo de la forma y no es extraño encontrar incluso faltas de ortografía en sus escritos, lo que en varias ocasiones hizo notar el creador de la crítica literaria de la primera mitad del siglo XIX, don José Gómez de la Cortina.
Joaquín Navarro se recibió de médico, ocupó importantes puestos políticos, fue diputado, senador y notable orador parlamentario, siempre desde su posición de liberal apasionado, y murió en Ciudad de México de una erisipela fulminante a los 31 años de edad.
Su producción poética fue escasa y se encuentra dispersa en las revistas y periódicos de la época: El Mosaico Mexicano (1837) y El Año Nuevo (1838-1839).