La poesía de Ana Alonzo no surge de la abstracción de la página en blanco sino de la concreción de un instante vivido a fondo. El poema es vivencia, pero entendida ésta y asumida como videncia: “Para hablar se necesita retroceder la noche, / [...] por el nombre olvidarse / y por el olvido / apedrear esa gran puerta, / sin armadura, sin soldados, / apedrear, abrirla / así sea / como caballo, al irse, / desnudándose de viento”.
Acaso la palabra central de Por una vez octubre es el término danés que da título a uno de los poemas: "Anfaegtelse", que en sentido lato equivale a inquietud, angustia, tentación, ataque, y al que Kierkegaard redefinió como el estado de quien se encuentra en el umbral de lo sagrado: horror religioso, duda mística, ansiedad o crisis espiritual ante el misterio, temor y temblor ante lo absurdo, conflicto radical con uno mismo.
Se trata, sin duda, del más esencial dilema humano y, a la vez, del signo distintivo del verdadero artista. Poesía de rigor insobornable que exige una entrega análogamente transparente en el lector, la de Por una vez octubre no se rinde, sin embargo, a la Anfaegtelse, y surge desde una paz interior que redefine a su vez términos como intimidad y gracia. Puesto que “En la oscuridad nos ampara el alma”, Ana Alonzo escribe “para proveernos en poesía / del pacto primero con lo posible”.