Esta obra tiene varias cosas fascinantes. Una de ellas: todo lo que aquí se dice es verdad. Pero es verdad porque es ficción. Así de contradictorio.
¿O trata de la trascendencia? Un grupo de personas se dedican a actuar en una compañía que se ha institucionalizado o que parece que (peor todavía) se ha sindicalizado. Muchos años después se desgarran unos a otros en un juego por permanecer en la memoria del público. ¿Podríamos, seríamos capaces, de humillarnos a nosotros mismo hasta el patetismo por la absurda aprobación de un grupo de desconocidos? "La efímera posibilidad de ser eternos", cito al autor.
David Gaitán fue un dramaturgo joven que nos deslumbró con algunas formas y recursos dramáticos en sus primeros textos. Obras llenas de vida y de ímpetu. Pero eso se acabó. Creció aun antes de que pudiéramos darnos cuenta. Obras tras obra y frente a nuestras narices. ¡Ahora es un dramaturgo maduro (que todavía tiene veintitantos) que sabe bien de qué quiere hablar y cómo! Tiene un estilo y una mirada personal. Es sensato pero también apasionado. Y habla del teatro como quien habla de su familia. Carácter y claridad. Arremete contra los mercaderes en el templo. Porque —como ya dije— tiene la pasión pero conserva la inocencia. ¡Qué pocas veces combina eso el drama mexicano!
David ama el azar casi tanto como ama el teatro. Así que los une. Beisbol es un juego que depende del giro de dos ruletas: la de las escenas y la de los actores. Parecería decirnos: no somos más que dados con los que Dios sí juega. Tenemos miedo de que el teatro diga la verdad. Pero ése es el riesgo. Si tenemos un poco de suerte sólo veremos a los actores haciendo el ridículo. O a alguno cayendo fulminado por un paro cardíaco durante la representación. "El privilegio de la carne", dice Jean Cocteau.
Esta obra es conmovedora y es potente. Pero sobre todo es verdadera.
Martín Acosta