Siempre sostuve que las hipótesis teatrales que propone un material dramático deben ser invisibles; es decir, no detectables en el texto escrito. La dimensión teatral se debería poder apreciar sólo en la presentación de la obra y no en su lectura. Detectar ese plus de antemano es, si no imposible, muy difícil. Quizá sólo lo podamos intuir. Y quizá en el acierto de esa intuición radique la clave de una verdadera traducción del texto escrito al texto espectacular.
Intuyo en Tangram una gran teatralidad. Y esta intuición se sostiene de la nota que antecede al texto propiamente dicho. El hecho de que las versiones de la historia sean asumidas por distintas parejas de actores, disparará, en el momento de su puesta en escena, sentidos que en el papel son inimaginables. Porque la transferencia o identificación que podamos tener con los personajes y su historia está interferida, perturbada, desacomodada por otro tipo de transferencia o identificación: la que tendremos con los actores que encarnarán cada uno de las versiones. Esto agrega, según mi parecer, una tensión más a la tensión misma que argumentalmente plantea la pieza.
La eficacia resultante de esta ecuación escénica será necesariamente de carácter misterioso.
¿Y qué mejor? ¿Acaso el teatro no es misterio?
Javier Daulte