Iván Farías nació en uno de tantos barrios chilangos donde se crece contra todas las probabilidades: la Agrícola Oriental. De ahí sólo salen los valientes. Farías es uno de ellos. Ha sometido a la calle leyendo a James Ellroy y otros monstruos de la novela negra, pero sobre todo la ha domado escuchando las historias de un ex cantinero y ex luchador: don Ramón, su abuelo. Él ha sido su Marco Polo del crimen. Podría decirse que los libros y don Ramón son los responsables de que Farías haya calibrado el oído y templado la pluma. En Tipos que no duermen por la noche, Farías no le falla a su viejo y a sus lecturas: sus doce relatos muerden.
El envenenamiento de un perro desata la peor venganza; un gobernador, mitad miserable mitad hijo de puta, es el blanco de un atentado; dos jóvenes ladrones huyen en una camioneta sin frenos; un viaje familiar en auto nuevo termina en balacera; una mujer tullida compra a sus amantes; otra busca a través de la brujería acabar con sus fantasmas y el maldito insomnio.
Con estos relatos Farías dejó el bullpen —diario calentaba brazo desde una librería— para mostrarnos sus mejores lanzamientos y lograr con el lector un juego perfecto: el no saber en dónde acabarán los entrañables personajes. La narrativa de Farías, por fortuna, no es pretenciosa. Es modesta, como se escriben las mejores.