¿Desde dónde concibe la facilidad Jesús Carmona-Robles? Y, una vez establecida, en ese lugar al que nos conduce para verla de frente, ¿hasta dónde la estira, para no reventarla y convertirla en simpleza? ¿Es ella su palabra? ¿Es fácil? El de Jesús respira como un mundo recién nacido, con la inocencia propia de quien, literalmente, no daña. Porque la felicidad lo colma, lo constituye de veras, manteniéndolo al margen de sentimentalismos. Criaturas recién nacidas, estos poemas poseen un ritmo natural, oscilante entre el decidido tempo lírico y el poema en prosa; una música propia que de inmediato nos enfrenta sin confrontar, poseedora de la energia verbal de quien mira por primera vez con un candor transparente, pero sin engaño, sin ingenuidad. El autor parece preguntarse por qué el ser humano no sabe reconocer la gracia de estar vivo, la oportunidad única de amar a la muerte incluso, y la respuesta flota, indefensa, en el aire. Afirma, coloca dos puntos, y no resuelve con ideas o sentencias, sino con lo que él mismo llama la liquidez de las palabras. Las deja fluir por cuenta propia. No les impone diques conceptuales; simplemente, proyecta sobre y entre ellas una luz intelectual que guía las emociones agazapadas, dolientes o juguetonas: sabe muy bien que, sólo con estas emociones el poema no se sostiene. Así, no se convierte nada más "en la risa de los niños", sino en la de los que "no conoce". Amor, muerte, bienestar, enfermedad, todo se encierra en la burbuja del momento, a la que Jesús se acerca con un alfiler llamado deseo de mano. En la punta está la verdad.
–Pura López Colomé