Los invito al viaje que yo hice, descubriendo, en la familia Grimaldi, protagonista de estos cuentos, a la familia de cada uno de nosotros o, por lo menos, un buen acervo en común. Los invito a recorrer estas páginas participando de un juego irónico que no excluye el veloz aleteo de la tragedia, y que hacen recordar a las mejores de Julio Cortázar. A los lectores de estos cuentos nos es dado asomarnos al mundo otra vez con ojos de niño, sabiendo al mismo tiempo que la infancia no podrá ser resucitada. Esa nostalgia, junto al reencuentro con la primera utopía del hombre, la de ignorar la muerte, nos otorgan la voluntad de decidir en la lectura una tregua saludable en medio del vértigo de nuestra vida de adultos, vértigo que nos mata. Para desesperación de los autores, no pocos libros salen a la calle y en el acto de desprecian como si fueran carros modelo del año, pasando de nuevos a usados al cruzar el umbral de la agencia de ventas. Otros obtienen el éxito del día pero luego nadie se acuerda de ellos. Unos terceros permanecen y, a veces lentamente, van haciendo su club de lectores, cuando no de fans. Estos cuentos de Juan Sebastián Gatti pertenecen al último grupo, los libros que permenecen y, además, consagran al autor desde su primera obra.