La leyenda es un género literario que puede definirse como una forma narrativa en prosa con valor de verdad.[1] Este tipo de narración se refiere a la relación del hombre con lo sobrenatural y sus temas pueden ser religiosos o profanos. El narrador/transmisor ubica la narración en un tiempo más o menos reciente y en un lugar conocido por la comunidad (a diferencia del mito que narra lo acontecido en un pasado remoto y relacionado con el origen y la formación del mundo). Como todo género de la literatura tradicional, la leyenda vive en variantes; es decir que no existe una versión única sino que una leyenda tiene múltiples versiones y se cuenta de manera distinta en cada comunidad. El acervo de leyendas conserva su vigencia en la medida en que continúa transmitiéndose y los habitantes de la comunidad siguen otorgándole valor de verdad. Calificar la leyenda como narración breve quiere decir que se trata de una narración sin mayor complejidad narrativa en la que, generalmente, se desarrolla un solo motivo; es decir que únicamente se narra un acontecimiento y no la variedad de motivos o acciones que se desarrollan, por ejemplo, en un cuento. Del mismo modo no abunda en descripciones ni de los personajes ni de los espacios ya que, en gran medida, éstos son conocidos por los oyentes.
La enunciación de las leyendas no requiere de un espacio ni de un auditorio específico; puede ser contada a un solo receptor o a un público más amplio y de cualquier edad. Se transmite con el afán de conservar ciertos valores y conocimientos acerca de la propia comunidad ya sea de su historia o de su vida cotidiana. Respecto de su distribución geográfica podemos decir que en todo México, la leyenda es un género que mantiene su vigencia tanto en comunidades rurales y suburbanas como en los grandes núcleos urbanos; tanto en comunidades predominantemente indígenas como en las mestizas. Dada la pluralidad cultural de nuestro país, podemos hallar variedad de leyendas y múltiples versiones que relatan desde narraciones sobre creencias de la época prehispánica hasta otras relacionadas con diversas tradiciones ya sean del continente americano, de la tradición panhispánica o de una tradición universal.
Caracterización estética del género
La leyenda es un género abierto y flexible pues tiende a presentar características regionales o locales; de ahí que muchas veces no sea posible aplicar los mismos criterios de definición y clasificación elaborados sobre un corpus de leyendas de una cultura y región determinadas a otra. No obstante las posibles diferencias, sobresalen tres elementos característicos para toda leyenda: el valor de verdad, la ubicación en un tiempo y un lugar más o menos determinados, y su sencillez narrativa y estructural.
El valor de verdad en la leyenda
El valor de verdad es uno de los rasgos esenciales de la leyenda. La distingue del cuento porque éste es concebido como una ficción, como algo irreal, pero la relaciona con el mito, en el sentido en que la degradación de un mito por la pérdida de su valor fehaciente –en cuanto a explicación del mundo– puede originar una leyenda. Esto no quiere decir que la leyenda se derive forzosamente de un mito, ni que la leyenda sea un mito desacralizado o adaptado al pensamiento más moderno de una u otra cultura. El proceso es mucho más complejo: no hay una transformación directa sino un largo camino desde la pérdida del valor fehaciente del mito, la evolución de las mentalidades y la conservación de ciertos elementos míticos que subyacen en algunas creencias, ritos y costumbres de una comunidad hasta llegar a la leyenda. Es decir que en una leyenda no puede “rastrearse” un mito, sólo se pueden hallar elementos como temas y motivos que formaban parte de un mito.[2]
La importancia del valor de verdad en la leyenda ha sido reconocida por distintos estudiosos: Arnold van Gennep, a principios del siglo xx, señalaba que la leyenda era “objeto de fe” tanto para la comunidad como para el propio narrador-transmisor.[3] François Delpech subraya que este género puede tener distintos niveles de creencia pero que aun en las comunidades más avanzadas, una leyenda se admite si no como verdad absoluta por lo menos con el “aire de probable”.[4] Linda Dégh considera que “la creencia es la piedra angular del género” y señala que no se trata de dilucidar si una leyenda es verdadera o falsa sino que si se transmite es porque posee ese valor y los portadores y sus oyentes podrán aceptar o dudar de lo narrado.[5] Para José Manuel Pedrosa, la leyenda “se percibe como posible (e incluso a veces como real, auténtico y hasta experimentado en persona) por el narrador y por el oyente”[6] y señala que ambos la sienten como “una historia extraordinaria y con contenidos poco explicables desde el ámbito de la experiencia normal y de la cotidianeidad, pero refrendada por su conexión con su espacio y tiempo vitales”.[7] Por mi parte, considero que se trata de un elemento definitorio. Es cierto que conforme las comunidades conviven con mayores adelantos tecnológicos, sus habitantes tienden a restarle credibilidad al relato. Sin embargo, la leyenda no es un género exclusivo de comunidades primitivas ni un género del pasado, su vigencia queda manifiesta en las recolecciones que se hacen directamente de la tradición oral tanto en medios rurales como urbanos y en cada versión se advierte la presencia de este valor de verdad. Ahora bien, tomando en cuenta que la leyenda es un relato sobre la relación del hombre con lo sobrenatural es innegable que dentro de una comunidad, lo que antes se consideraba como algo sobrenatural puede tener ahora explicaciones completamente racionales y la gente puede aceptarlas y dejar de creer en la primera explicación. Es el caso de varias leyendas que relatan la formación determinada de una roca, un cerro, una laguna o cualquier otro elemento de la naturaleza, por ejemplo:
Toda la gente de por acá cuenta que, ya más cerca de Zacatecas, donde no hay casi nada, nomás mezquites, hay un cerro, no muy grande, que tiene una cueva. Al cerro le llaman El Temeroso, porque por ahí huyó uno de la guerra de antes de la Revolución. Y como iba en su caballo, se encerró en la cueva para esconderse, pero ya nunca pudo salir, porque allí también había un dinero escondido que lo tentó. Y mientras guardaba el tesoro, se deslavó el cerro y se cerró la cueva. Entonces, por eso dicen que el cerro tiene esa forma saliente en forma de caballo porque el animal se quiso salir pero ya no le dio tiempo. Y la gente se ha juntado muchas veces para ir a sacar el dinero, pero cada vez que se acercan, hay como una luz que no los deja pasar. Unos dicen que es lo que relumbra del oro que hay guardado. Y nadie ha podido encontrar bien la cueva porque pasan cosas muy raras por ahí: se oyen voces y gemidos, y dicen que las ánimas del caballo y del soldado andan sueltas ahí. Y todo esto es verdad, porque lo cuentan desde nuestros abuelos o desde más antes.
David Herrera López, 68 años, campesino.[8]
No obstante el posible cuestionamiento o explicación racional de los hechos, la comunidad suele conservarlas en su acervo ya que si bien este tipo de leyendas se aceptan –actualmente– casi como ficción (el que la roca saliente sea el caballo petrificado), la consideran como parte de sus orígenes o de lo que creían sus antepasados y eso es razón suficiente para tener un valor distinto al del cuento tradicional, aceptado como una ficción total, lejana en el tiempo y sin vínculos físicos con la realidad. Otros ejemplos serían los que relatan la formación del Cañón del Sumidero; del Popocatéptl y el Iztaccíhuatl; del Cerro de la Teresona, del lago de Zirahuén, y otras formaciones naturales del país.
Varios de los recursos empleados para la narración de la leyenda expresan y enfatizan dicho valor de verdad, por ejemplo la alusión a las fuentes. Es decir, utilizar fórmulas aparentemente ambiguas como “dicen que”, “cuentan que”, “todos dicen que”, “los viejos cuentan que” entre otras, se refiere a fuentes fidedignas; a miembros de la comunidad que forman parte de la cadena de transmisión oral y que poseen cierta autoridad, bien porque sean viejos o porque sean transmisores privilegiados que guardan en su memoria el acervo tradicional de toda la comunidad y, por lo tanto, su información es fiable. Otro recurso es la narración en tercera persona seguida de una anécdota personal narrada en primera persona que sirve para “comprobar” lo contado reforzando el valor de verdad; por ejemplo el siguiente fragmento de La Llorona en el que la anécdota es brevísima:
[…] Y todos dicen que es una muchacha muy bonita, vestida de blanco y con el cabello muy largo y negro. Y sí, yo también, una vez, la vi, pero de espaldas: yo iba por el canal que lleva a la acequia y oí tan fuerte el llanto, que no creí que fuera de un ánima, hasta que vi a la mujer.
Guadalupe H. de Noriega, 53 años, comerciante.[9]
Generalmente la narración combina la tercera con la primera persona; sin embargo, cuando la creencia o tema central de la leyenda está completamente arraigado en la comunidad y es conocido por todos, se tiende a narrar únicamente la anécdota relacionada, esto sucede con mucha frecuencia al preguntar por leyendas sobre ánimas en pena como La Llorona o sobre brujas y nahuales. Algunos estudiosos como Linda Dégh y Andrew Vázsonyi consideran que el relato en primera persona proporciona mayor credibilidad al relato[10] pero esto no sucede, por el momento, en México ya que el recurso de aludir a fuentes fidedignas antes mencionado mantiene gran fortaleza.
La ubicación en un tiempo y un lugar más o menos determinados
En cuanto a la indicación del tiempo y el lugar más o menos determinados, la leyenda alude a tiempos que pueden ser identificados por los oyentes, aun cuando se trate de un pasado de más de un siglo. El narrador no suele mencionar una fecha exacta sino que se refiere a un tiempo más amplio que muchas veces implica un cambio de ciclo (de ahí que emplee términos como “en la época que había cólera…”, “antes de la revolución…”, “en el tiempo de las haciendas…” etc.). Esto permite al auditorio reconocer la ubicación, aunque sea relativamente; ya que para una comunidad, los cambios de ciclo determinan –en gran medida– su historia y, así, las diferentes épocas pueden distinguirse por algún acontecimiento o situación que haya afectado a toda la comunidad, por ejemplo: una epidemia, una guerra, una modificación urbanística, un desastre o fenómeno natural como temblores, inundaciones o sequías.Si bien la leyenda es una narración que alude al pasado, frecuentemente lo hace con relación al presente; es decir, establece dentro de la narración una asociación entre los dos tiempos relacionando a los miembros de una comunidad con tiempos y lugares del pasado; como señala Honorio M. Velasco: “las leyendas son un lenguaje de vinculación”[11] y esa asociación se vuelve “única, necesaria e indisoluble”[12] para las comunidades. El narrador da cuenta de ese pasado pero a partir de un presente que lo demuestra. Los ejemplos más claros son todas las leyendas sobre una persona o cualquier otro ser que vivió en el pasado pero que su ánima o espíritu se aparece constantemente. En estos casos suele incluirse un nexo como: “por eso” o “desde entonces”:
Dicen que por aquí, cuando la acequia todavía era grande, vivía una señora que le gustaba mucho salir por las noches y andar fuera; pero, a veces, no sabía qué hacer con sus hijos para poder irse. En una ocasión, que ya estaba desesperada por salir, agarró a sus hijos y los echó al agua de la acequia, y se ahogaron. Años después, ella murió un poco arrepentida y, aunque Dios la recibió, le dijo que su alma no podía estar salvada hasta que encontrara a sus hijos. Por eso, cuando llueve y lleva mucho agua el río, se escuchan los lamentos de la Llorona, que está buscando a sus hijos, gritando: “¡aaaaaaaayyy, mis hijos!”
Rosario Ruiz Elías, 23 años, ama de casa.[13]
Esta vinculación también se advierte en aquellas leyendas donde su final es cerrado en el sentido opuesto a las apariciones de ánimas y otros seres que se perpetúan hasta el presente, por ejemplo cuando quedan rastros físicos de lo narrado, tal como sucede con la piedra en la que los bandidos de los caminos reales jugaban a las varas:
Dicen que hace muchos años, allá en la sierra de San Miguelito, se reunía una banda de ladrones españoles, solían beber y apostar en el famoso juego de las varas. En la cueva donde se refugiaban existía una piedra, como una loza, y ésta tenía varios orificios: el juego consistía en lanzar unas varillas en los orificios y quien tuviera mejor puntería era el que se quedaba con los objetos que robaban en los caminos reales. Esa piedra está allí y aún se pueden ver las varas con las que jugaban, hay quienes han ido intentando encontrar algún tesoro que los bandidos hayan enterrado, pero hasta el momento no se ha encontrado absolutamente nada.
Citronio Ramírez, 75 años, agricultor.[14]
O bien, en las innumerables leyendas toponímicas es decir que narran el origen nominal de un lugar ya sea una calle, un cerro, un lago o un pueblo y así tenemos el Callejón del diablo, la Calle del Mono Prieto, el Cerro de la Teresona, el Cerro de Mariana, la avenida Barranca del muerto, la laguna Suyula, entre muchos otros tal como ocurre en la leyenda mexiquense sobre la Curva del Charro negro:
Hubo un tiempo en que corrió el rumor de que en el pueblo de Juiquipilco se aparecía, por las noches, un Charro negro. Dicen que salía de una curva del camino y que llegaba hasta el centro del pueblo; después entraba a la Presidencia haciendo mucho escándalo, aventando los papeles que encontraba para regresarse, después, por donde había venido. Un señor que vivía cerca de la Presidencia y que siempre lo oía decidió esperarlo para ver quién era. Una noche se escondió cerca de la puerta de la Presidencia, llevaba una espada en la mano: Esperó a que el Charro entrara y cuando lo vio salir le encajó la espada. Y dicen que el señor recordaba perfectamente cómo se la había encajado pero que después ya no supo más de él porque cayó desmayado y cuentan que dicen que desde entonces ya no vieron jamás al Charro negro. También, desde entonces, a esa curva le llaman la “Curva del Charro negro”.
Vidal Mercado, 48 años.[15]
Respecto de la ubicación en un espacio determinado o la referencia al lugar de los hechos, puede ser tan vaga como “por aquí cerca” o tan precisa que indique el nombre de una calle, pero siempre se tratará de un sitio dentro o en los alrededores de la localidad y vinculado a la vida de sus habitantes. En la mayoría de los casos, la especificidad del lugar funciona como estrategia del narrador para apoyar la veracidad del relato; en ocasiones, dependiendo del tema de la leyenda, esta precisión resulta innecesaria y el narrador no se detiene en detalles ya que se trata de un lugar conocido por todos los habitantes de la comunidad. Por ejemplo:
Cuentan que por donde está la bomba de agua vieja, ahí en el centro, vivió una señora que de joven fue muy hermosa y que…
En una época en que en San Luis había peste, vivían por aquí…
Allá por la mina de Catorce hay un hombre acostado; como una estatua en la piedra…
Por ahí, en el camino viejo que lleva a "La Cola de Caballo" hay una casona muy vieja…
y otros muchos ejemplos en los que con sólo emplear los adverbios y una que otra señal, el oyente reconoce el lugar donde acontecieron los hechos narrados.
La referencia a un espacio concreto también cumple la función de establecer un vínculo entre pasado y presente, por ejemplo en la leyenda titulada “La bruja y el nahual” incluida en el apartado “Corpus” en la que la narradora alude a un pasado remoto reconocido por la comunidad (cuando no existía aún el molino viejo); a uno más o menos reciente (cuando funcionaba el molino viejo) y al presente (al inicio y al final de la leyenda): “Y ha habido otros casos, por eso hicieron el molino nuevo; porque nadie quería venir hasta acá al amanecer, cuando todavía está oscuro”, dice el relato. Y asimismo da cuenta de la fuerza que conservan ciertas creencias y leyendas en una comunidad ya que, como en este caso, propiciaron la modificación de la vida cotidiana de una comunidad al cambiar la ubicación del molino.
Esta misma función de vinculación se advierte con mucha frecuencia en la variedad de leyendas sobre cuevas con tesoros escondidos e inaccesibles debido a la presencia de ánimas vigilantes o de extraños movimientos telúricos, o sobre cuevas en las que ocurren inexplicables acontecimientos. La carga simbólica de la cueva que, por sí misma representa un vínculo con otros espacios y tiempos, cobra especial fuerza al ubicarse en relieves como cerros o montes relacionados con un pasado más bien remoto pero que forman parte del entorno físico y natural de la comunidad.
La sencillez narrativa y estructural de la leyenda
Tal como han señalado diversos estudiosos, la narración de una leyenda es sencilla o simple en el sentido en que generalmente se cuenta un solo suceso de un personaje. Su lenguaje es sintético, no abunda en descripciones ni del protagonista ni del espacio ya que el narrador cuenta con el factor de prenotoriedad: el auditorio, el público oyente ya los conoce, puesto que son habitantes del lugar por eso resulta prescindible el detalle en las referencias espaciales y en la configuración del personaje; no es necesario desarrollarlos, basta con mencionarlos para que el oyente comprenda todo el relato. En la medida en que una leyenda narra acontecimientos ocurridos en la misma comunidad en que se cuenta, el narrador suele hacer uso de un lenguaje casi coloquial y, con frecuencia, pleno de regionalismos y términos locales.
La estructura de la leyenda de tradición oral puede calificarse de inestable pero es más bien flexible y sus rasgos generales responden a la forma como se transmite en cada región. Después de revisar innumerables ejemplos de nuestro país, podemos señalar que la estructura narrativa de este género se basa en lo que Celso Lara Figueroa llama un “núcleo-creencia”[16] en torno al cual se desarrolla el relato y puede incluir uno o más motivos como unidades narrativas. Generalmente, el suceso narrado queda enmarcado en una especie de fórmulas o estructuras formulaicas de inicio y cierre del relato que se refieren tanto al valor de verdad y las fuentes fidedignas de donde lo aprendió el narrador expresadas en “dicen qué…”, “cuentan que..” o “los viejos cuentan…” como la ubicación en un lugar y un tiempo más o menos determinados. Asimismo, la flexibilidad de la estructura propicia incluir –casi siempre al final y como prueba de lo narrado– una anécdota personal o memorata enunciada en primera persona. Como puede advertirse en algunos ejemplos de la sección “Corpus”, en algunos casos, la anécdota personal se presenta al inicio de la narración y el desarrollo del núcleo-creencia al final, sirviendo éste, como explicación de la anécdota.
La misma apertura estructural permite no sólo este intercambio en el orden de las narraciones sino, también, la posible elisión de la narración del núcleo-creencia en la medida en que éste se infiere del relato de la anécdota personal. No obstante esta posibilidad, hay que tomar en cuenta que la narración de una anécdota personal por sí misma no constituye una leyenda pues, en la mayoría de los casos, se deja a un lado el núcleo creencia y se convierte en el relato de una experiencia individual sin que cumpla las características propias del género tal como sucede cuando se cuentan situaciones personales de momentos en que se ha tenido miedo, se han escuchado ruidos extraños o relatos similares.
En cuanto a los recursos tradicionales propios de la leyenda se puede decir que debido al inmenso grado de apertura del género y a su escasa complejidad narrativa, los recursos tradicionales empleados se reducen en comparación con otras manifestaciones de la literatura de tradición oral como cuentos, romances, corridos y canciones. Sin embargo, podemos señalar como los más recurrentes: las fórmulas o estructuras formulaicas ya mencionadas y la repetición. Ésta se presenta, sobre todo, como recurso para reforzar el valor de verdad y como herramienta nemotécnica. Asimismo, suelen desarrollarse motivos que por su recurrencia podemos llamar tradicionales y que se presentan en diversos géneros para desarrollar distintos temas. Por ejemplo, la voz que dice “todo o nada” y que impide el acceso al tesoro escondido, o la referencia a piedras que se separan dejando abierto el paso a un espacio casi mágico, la alusión a días aciagos o días especiales propicios para que suceda algo extraordinario, entre muchos otros. La presencia de estos recursos tradicionales es mayor en las leyendas que desarrollan el núcleo-creencia que en aquellas versiones que únicamente lo mencionan privilegiando la narración de la memorata.
Desarrollo sociohistórico del género
Resulta difícil establecer una historia propiamente dicha del género pero podemos marcar ciertas etapas en su desarrollo como género narrativo y en su denominación. De acuerdo con lo que señala José Manuel Pedrosa en su trabajo La leyenda:
La voz leyenda, como la mayoría de sus correspondencias en otras lenguas […] procede del latín legenda y del campo léxico de legere "leer". Según la documentación medieval, se aplicaba sobre todo a las vidas de santos (hagiografías) que escribían los clérigos, en las que era típico que lo milagroso y lo fantástico se vinculase con lo histórico y con lo pseudohistórico. Otras narraciones de contenido extraordinario que no fuesen religiosas recibían entonces el nombre de historia (si trataba sobre el pasado nacional o universal), o de enxiemplo, ejemplo o conseja (si se identificaba con el cuento moralizante o de entretenimiento). En un estadio posterior, cualquier narración extraordinaria (no necesariamente piadosa) que se quisiese presentar como auténtica y real quedó englobada bajo el epígrafe de leyenda, aunque sería éste un proceso de resemantización lento y desigual en que la voz leyenda siguió funcionando durante siglos como sinónimo secundario de historia.[17]
Durante el siglo xviii y por influencia del positivismo y la Ilustración, el término ‘historia’ fue asignándose cada vez más al hecho real y, por consecuencia, ‘leyenda’ acabó designando “la narración oral o escrita que combina lo histórico con lo fabuloso”. Pedrosa señala que la aceptación amplia del término leyenda se debió, en parte, a que varios escritores románticos como Walter Scott, Víctor Hugo y, más tarde en España, Gustavo Adolfo Bécquer, el Duque de Rivas y José Zorrilla entre otros, publicaron –utilizando como título este vocablo– relatos y poemas de sucesos extraordinarios pero protagonizados, supuestamente, por personajes de la vida real u obras inspiradas en épocas y sucesos históricos reales pero añadiendo elementos fabulosos y sobrenaturales.[18] Un proceso similar al europeo se dio en el Nuevo Mundo con las leyendas de origen hispánico. Además, en México como en la mayor parte de la América hispánica, el acervo de leyendas, cuentos y otras formas tradicionales se enriqueció enormemente durante el proceso de mestizaje ya que, en mayor o menor medida, los acervos peninsular y autóctonos se mezclaron formando uno nuevo y por esa razón hallamos personajes, temas y motivos compartidos en la tradición oral de nuestro país. En algunas comunidades prevalecen los temas y las características de los acervos indígenas incluyendo la lengua; en otras, lo recurrente es lo peninsular y, en otros casos, se fusionan en el relato las voces de ambas tradiciones. Desde la época colonial, asombrados por la riqueza cultural de los pueblos, varios españoles recogieron y tradujeron al castellano leyendas y creencias de distintos grupos étnicos de la Nueva España. Ya en el México independiente y hasta bien entrado el siglo xx no pocos escritores publicaron –muy al estilo de los románticos españoles y de los costumbristas– relatos, cuentos y leyendas inspirados en narraciones de la tradición oral empleando el nombre genérico de ‘leyenda’ para titularlas, por ejemplo: Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, Juan de Dios Peza, Heriberto Frías, Artemio del Valle Arizpe, Agustín Lanuza, Luis González Obregón, Everardo Gámiz Oliva o Miguel Álvarez Acosta, entre otros.
En la actualidad y prácticamente en todo el ámbito hispánico, el término ‘leyenda’ “se ha impuesto como nombre de la narración oral o escrita que presenta hechos extraordinarios como si fueran históricos, reales y vinculados cronológica y geográficamente con una comunidad”.[19] Existen los dos tipos de leyenda aunque casi siempre las leyendas escritas se basan en el repertorio de leyendas orales.
Diferencias entre la leyenda oral y la escrita
Esta “doble presentación” (oral y escrita) de la leyenda puede prestarse a confusiones y es preciso distinguirlas. En el caso de la leyenda escrita, ésta se inspira en el argumento de la leyenda oral pero su desarrollo literario es mucho más complejo; suele ser muy descriptiva y narrar varios sucesos o aventuras relacionados con el personaje a diferencia de la sencillez narrativa característica de la leyenda oral. Uno de los fines de quien escribe este tipo de leyendas es, además de lograr una creación artística, revalorar y difundir lo que considera el “saber popular” de su región o país. Mientras que en la leyenda oral no hay un autor único sino que se rehace en cada versión enunciada por un transmisor o narrador y la finalidad de conservarlas obedece al deseo de expresar ciertos valores (históricos, religiosos, sociales, morales) y códigos de conducta en dichas narraciones.
En el estilo es quizás donde se presentan las mayores diferencias: debido a un desconocimiento de la importancia de ciertos elementos tradicionales de la leyenda y de su modo de enunciación y conservación, muchos autores que encontraban valiosos los temas de cuentos y leyendas tradicionales desearon –como reconocimiento a esa riqueza cultural–“embellecer el relato” desde una estética culta, ajena a la estética tradicional. De esta manera, la inmensa mayoría de las leyendas que se publicaron desde fines del xix y varias de las publicadas en la actualidad son versiones completamente reelaboradas que poco o nada tienen qué ver con las versiones de los acervos tradicionales como las que he citado a lo largo del trabajo y aparecen en la sección de “Corpus”. Ya que con esa voluntad de reconocer y difundir “nuestro saber popular” los autores eliminaron varios de los elementos esenciales del género oral: las repeticiones, las fórmulas y la alusión a fuentes fidedignas, entre otros. Suelen sustituir la breve referencia a la ubicación del relato en un espacio y tiempo más o menos determinados con abundantes datos históricos y largas descripciones de los espacios. Por ejemplo:
Era de madrugada, el alba comenzaba apenas a esclarecer el cielo por oriente; el viento húmedo y fresco del amanecer…[20]
[...]en aquellas noches en las que la luz pálida y transparente de la luna caía sobre un manto vaporoso sobre las altas torres, los techos y tejados de las calles…[21]
o bien, en una recopilación más reciente en la que la autora inserta datos históricos precisos en la narración en un lenguaje un tanto rebuscado o, por lo menos, culto:
En los albores del siglo, allá por los años de 1905 ó 1906, cuando Monterrey era todavía una ciudad apacible y provinciana [...] había por la vieja calle del Comercio (hoy Morelos) un sitio de coches de tracción animal. [...] se acercó al carruaje una mujer, pidiéndole que la llevase a la iglesia del Roble.[22]
Sin advertir que en una leyenda de tradición oral, las referencias al espacio y al tiempo están sintetizadas al máximo ya que en su contexto natural, la leyenda se cuenta a quienes ya conocen el lugar y reconocen la época de la que se habla puesto que son los propios habitantes de la comunidad.
Nuevas comunidades y nuevos acervos de leyendas
Para finalizar este apartado del desarrollo socio-histórico del género, resulta imprescindible señalar un fenómeno que ha modificado el albergue y modo de vida de las leyendas y que se relaciona con la idea de ‘comunidad’. En términos generales, antes podíamos aceptar que al decir ‘comunidad’ nos referíamos al conjunto de personas de un pueblo o región con una cultura, una historia y ciertos elementos que los distinguían de otros grupos cercanos o distantes con los que podían o no compartir algunos rasgos, por ejemplo: lengua, creencias, costumbres, etc. Y comúnmente aceptábamos o suponíamos que se ubicaban en espacios más bien rurales. Ahora bien, actualmente el desarrollo de los pueblos en ciudades y la enorme migración del campo a la ciudad han producido una alteración en lo que se llamaba vida comunitaria. Pareciera imposible conservar el sentido de comunidad en las grandes urbes, sin embargo, si en gran medida desapareció la forma de vida comunitaria en el sentido de comunidad rural, se han creado otro tipo de comunidades en las que las personas no comparten necesariamente un espacio físico ni siquiera una misma cultura o historia pero sí ciertas características que las vinculan y que como grupo procuran conservar gustos e intereses. Es decir, dentro de las ciudades y en especial con la influencia de los medios electrónicos y las redes sociales, se han formado nuevos grupos cuyas características responden a otra acepción del término comunidad pero que en gran medida funcionan como tal, por ejemplo: la escuela, los clubes deportivos, los grupos religiosos, los grupos de seguidores de un tipo de música, los que tienen un modo de vestir determinado, los que admiran un producto televisivo o cinematográfico específico, entre otros. Este tipo de comunidades alberga, también, un acervo de leyendas de acuerdo con sus gustos e intereses; se intercambian versiones ya sea de manera oral en los grupos que conviven físicamente en un espacio como la escuela o la iglesia, o de manera escrita o audiovisual en espacios electrónicos. Es en esta clase de acervos donde se ubica lo que se ha llamado ‘leyenda urbana’ o ‘contemporánea’ que no es sino la adaptación de las leyendas tradicionales a contextos urbanos; es decir que tratan prácticamente los mismos temas y motivos recurrentes en las leyendas producidas y conservadas en regiones rurales o ajenas a la vida citadina. La presencia de estas versiones modernas o ‘urbanas’ son prueba de la riqueza, apertura, conservación y variación de los géneros tradicionales.
Función social y modos de vida de la leyenda
Una peculiaridad de la narración de leyendas es el momento de la performance, es decir, el momento natural o espontáneo en el que se cuenta una leyenda, ya sea en un ambiente familiar, entre amigos o en cualquier otro contexto social en que se suscite la narración, pues suele ocurrir que, apenas terminada la intervención del transmisor, los receptores se convierten en transmisores de otras versiones y/o anécdotas que sirven de ejemplo y confirman, o no, el valor de verdad de la leyenda inicial. Es un género cuya transmisión implica una reunión de dos o más personas que generalmente interactúan; son oyentes y, a su vez, transmisores.
Función social
De manera muy general, podemos afirmar que gran parte de la literatura de tradición oral –y de otras manifestaciones similares– responde a un sistema de valores y creencias válido en cada cultura o comunidad. Los integrantes de una comunidad –en la medida en que forman un grupo o unidad que pretende conservarse como tal– buscan las herramientas necesarias para fortalecer la cohesión del grupo, su pervivencia y desarrollo. Uno de esos recursos o herramientas es el aprendizaje del sistema de valores que puede incluir elementos relacionados con la conducta, los oficios, las tareas, las reglas, la transmisión del conocimiento o cualquier elemento que permita al grupo preservar su unión y procurar su continuidad. Estos códigos pueden variar con el tiempo pero suelen permanecer vigentes por muchos años, incluso generaciones. Las formas artísticas y lúdicas son un medio para transmitirlos y durante ese proceso van quedando constituidos acervos culturales o folclóricos que se expresan en múltiples formas o ‘productos’ culturales: en medicina tradicional, cocina o alfarería; en festividades, juegos, danzas y música; en canciones, corridos, cuentos o leyendas y en una inmensa gama de expresiones culturales con el mismo fin. En el caso de nuestro género, innumerables versiones aluden a formas de comportamiento dentro del núcleo familiar y aunque no suelen incluir una moraleja o enseñanza de manera explícita, claramente manifiestan una postura respecto de ciertas normas de conducta como la obediencia de los hijos a los padres y la fidelidad; o de los riesgos y consecuencias posibles si se tienen actitudes como la vanidad, la soberbia y la ambición. Asimismo, son recurrentes las versiones que explican el origen o la importancia de un lugar vinculado a la comunidad promoviendo una relación de pertenencia a un espacio y grupos determinados. La narración de leyendas es una manera de entretener y enseñar.
Modos de vida
El aprendizaje de los acervos tradicionales varía según de qué se trate, por ejemplo: en varias culturas antiguas se le daba especial importancia al conocimiento de las genealogías del grupo; este tipo de conocimiento no podría variar ni alterarse. Sucede lo mismo con textos que se transmiten oralmente pero que no pueden modificarse sino que han de memorizarse con exactitud para lograr su efectividad, se trata de textos fijos como los conjuros y las oraciones. En el caso de las leyendas –y de otras formas literarias o artísticas– la variabilidad es una condición de vida. Por eso, Menéndez Pidal decía que la literatura “que se rehace en cada repetición, que se refunde en cada una de sus variantes, las cuales viven y se propagan en ondas de carácter colectivo, a través de un grupo humano y sobre un territorio determinado” es la propiamente tradicional y subrayaba que “la esencia de lo tradicional está en la reelaboración por medio de las variantes”.[23] La leyenda es uno de los géneros tradicionales con mayor susceptibilidad a la variación, sobre todo, en la medida en que cada versión responde a la visión del mundo de la comunidad y del narrador en un momento determinado. Esta situación propicia el surgimiento de modificaciones en el desarrollo de la intriga o trama pero la variación se presenta con mayor fuerza en la adaptación de la leyenda a cada contexto comunitario: al principio y final del relato donde se hallan las referencias temporales y espaciales; en detalles descriptivos de los personajes y en los relatos de experiencias personales o memoratas vinculados a la narración del núcleo creencia. Por ejemplo: la leyenda sobre La Llorona es quizá una de las leyendas más difundidas en todo el territorio mexicano y presenta cientos y cientos de versiones pero en la mayoría se conserva la relación del personaje con el agua debido a que –según una de las narraciones más recurrentes de la leyenda– ésta se trata del ánima en pena de una mujer que busca a sus hijos que perdió o mató en un río. Frecuentemente encontramos en la transmisión de esta leyenda que el narrador alude a pozos, acequias, lagunas, presas o sencillamente a la lluvia ante la ausencia de río o arroyo en la comunidad ya sea porque nunca lo hubo o porque el paisaje se transformó por la urbanización, por el clima u otro factor que haya desaparecido la corriente de agua natural. En esos casos es cuando decimos que la propia tradición incluyó esa variante para que la leyenda mantuviera su vigencia.
Asimismo, hay modificaciones que inciden de manera más radical en el relato y pueden propiciar el surgimiento de una nueva leyenda o de un tipo de versión diferente. Estos cambios más trascendentes suelen deberse a diversos factores. En la transmisión de géneros como la leyenda tienen especial importancia: el desarrollo de las mentalidades y la consecuente disminución en el grado de creencia del tema central del relato; la expansión tecnológica y el mayor alcance de los medios de comunicación masiva (desde el cine, la televisión y la radio hasta la internet y las redes sociales) así como el incremento de grandes núcleos urbanos con habitantes procedentes de múltiples tradiciones. Todos ellos han sido determinantes en la forma de vida de las leyendas, en sus transformaciones y en su conservación. Esta característica de constante innovación en la forma de vida del género inició en los países más desarrollados del mundo occidental pero ha alcanzado numerosas tradiciones y sociedades, entre ellas la nuestra. Varios estudiosos han subrayado que, al contrario de lo que se había predicho cuando se propagó el uso de medios de comunicación masiva, lejos de desaparecer o disminuir (lo que sí ha ocurrido con otros géneros) la leyenda adquirió un auge insospechado. Así lo señala Pedrosa cuando dice que: “Hoy en día se mantienen plenamente vigentes leyendas cuyos orígenes pueden rastrearse en pueblos y estadios culturales muy arcaicos, y hasta puede afirmarse que en ocasiones han sido los modernos medios de cultura y comunicación de masas […] quienes han contribuido de manera decisiva a su revitalización”.[24] De manera análoga, Linda Dégh apunta que estos medios tecnológicos ayudaron a la tradición a “viajar más rápido y más lejos, acomodando y transformando creativamente las tramas de las historias, los motivos y los episodios para nuevas audiencias” y que la interacción social electrónica es un modo expedito “de repetición y variación en el mundo moderno”;[25] un proceso acelerado de transmisión que modifica, en parte, al género y a su forma de vida. Y Luis Díaz G. de Viana destaca, además, que actualmente “la interinfluencia entre lo rural y lo urbano es un hecho, una mezcla si cabe más constante y acrecentada respecto a las épocas anteriores” que facilita “la constante actualización al que el folklore se ve sometido” para conservarse y que “la oralidad y la escritura viven encuentros y desencuentros casi continuos en los nuevos espacios de la globalización”.[26]
Es decir que si en algún momento se consideró que la leyenda era un género que versaba sobre temas del pasado o que pertenecía a un acervo que las comunidades rurales deseaban conservar porque implicaba proteger un pasado histórico y cultural, actualmente resulta erróneo ya que, como hemos demostrado, la leyenda tiene completa vigencia tanto en México como en los más disímiles ámbitos geográficos y sociales; su transmisión se mantiene básicamente de forma oral pero se refuerza con otro modo de trasmisión basado en soportes electrónicos y medios de comunicación masiva. En ambos casos, la leyenda se conserva porque admite innumerables variantes que quedan plasmadas en cada una de las versiones que se cuentan. Si bien la difusión electrónica de versiones comienza a tener cierto auge en nuestro país, se puede considerar que prevalece, aún, la transmisión oral o, en todo caso, mixta; es decir que se transmite y vive en ambas formas.
Leyendas más difundidas en México: temas y personajes recurrentes
Tomando en cuenta lo que hemos dicho sobre la leyenda, difícilmente se pueden enumerar títulos. En primer lugar, las leyendas viven en versiones que responden a gustos e intereses de cada comunidad o grupo. Y, en segundo, porque en los géneros de tradición oral, los títulos no existen como tales ni son fijos. Resulta más adecuado y práctico hablar de algunos de los temas o personajes más difundidos. No se trata de una exposición exhaustiva sino más bien una mínima referencia que puede servir de guía para conocer un poco más acerca de las leyendas de México.
En nuestro país, aún se conserva una inmensa variedad de leyendas explicativas sobre el origen de formaciones naturales: montañas, cañadas, cerros, ríos, lagos, entre otros y sobre el origen de la fisonomía de algunos animales. Estas leyendas suelen presentar a los elementos naturales como personajes, así tenemos que los cerros se enamoran o los lagos se enojan, los vientos prefieren a unos habitantes que a otros, la actitud de un animal lo lleva a tener manchas o a arrastrarse sin patas, etcétera. Seguramente se trata de las leyendas con mayor sustrato mítico de nuestros acervos y viven, sobre todo, en comunidades rurales o suburbanas.
Otro tema de recurrencia considerable es el que se refiere a tesoros escondidos y a su inaccesibilidad ya sea porque nunca se ha descubierto el lugar exacto o porque lo vigilan seres sobrenaturales o ánimas que impiden sustraerlo utilizando, frecuentemente, fórmulas que dicen: “todo o nada” y como la persona que ha descubierto el tesoro no puede llevarse todo lo que hay, se retira con las manos vacías. A menudo están relacionadas con los tesoros y con las caprichosas formaciones de la naturaleza las múltiples leyendas en las que las cuevas son el espacio predilecto para sucesos casi increíbles, y aquéllas en que, además de las cuevas, minas, ríos subterráneos o cualquier perforación se concibe como acceso al inframundo o a mundos desconocidos.
En cuanto a los personajes que gozan de mayor arraigo y difusión en las leyendas de la tradición oral mexicana podemos destacar los siguientes: ánimas o espíritus de personas conocidas o no en la comunidad que interactúan en la vida cotidiana del lugar, es decir: se aparecen casi siempre de manera visual o auditiva, ya sea para rememorar la fecha o la forma en que murieron, para advertir peligros, para castigar conductas erróneas y, muchas menos veces de las que podemos suponer, para provocar efectos nocivos en los habitantes. Dentro de este mismo grupo estarían las llamadas ‘ánimas en pena’ que, de acuerdo con la creencia católica, son las almas que, por sentencia divina, aún no pueden descansar en paz y están condenadas a cumplir ciertos requisitos relacionados con su vida terrenal para alcanzar la paz eterna.
El diablo es otro personaje que aparece reiteradamente en las leyendas mexicanas. Se trata de una encarnación del mal como oposición al bien pero desprovisto, la mayoría de las veces, de un contenido religioso explícito; se presenta bajo múltiples figuras: desde el galán seductor, el charro negro, el vendedor generoso y el desconocido dispuesto a ayudar; hasta en forma animal: un perro negro de dimensiones extraordinarias, una mula negra, una serpiente y otros. Cuando el diablo tiene figura humana suele dejar rastros de azufre o presentar elementos zoomorfos: patas de gallina, chivo o toro en vez de pies, estos rasgos permiten a los habitantes del lugar identificar al personaje. Las leyendas en las que el diablo interactúa con las personas llevan implícita una moraleja o consejo respecto de la importancia de respetar las normas de conducta del grupo o comunidad.
Las brujas y los nahuales también gozan de profundo arraigo en los acervos de algunas regiones de nuestro país. Presentan características diferentes en cada lugar: hay zonas donde se considera que las brujas son una especie de ave con alas “de petate” y que suelen chupar a las personas, especialmente a los bebés; existen remedios y conjuros para impedirlos; en otras quedan representadas como bolas de fuego y en otras más se trata de mujeres capaces de transformarse en brujas mediante rituales específicos. Los nahuales son personajes que proceden de la tradición prehispánica y se considera que son personas con un don especial que les permite convertirse en animal para llevar a cabo algunas acciones ya sea en beneficio propio o de la comunidad; en pocos casos se relatan agravios a terceros cometidos por nahuales. Generalmente, tanto las versiones sobre brujas como sobre nahuales relatan, únicamente, la anécdota o experiencia personal que refuerza la creencia ya que ésta se considera del dominio público.
Otros personajes que podríamos llamar sobrenaturales y que aparecen con bastante frecuencia en las leyendas de algunas regiones de nuestro país son duendes, aluxes, chaneques y otros espíritus o entes cuya principal actividad es molestar o incordiar a las personas; son más que nocivos, traviesos. La mayoría de las versiones narra únicamente la experiencia personal del transmisor o de un tercero con estos seres por lo que, a veces, es difícil catalogar el relato como leyenda. Algunas leyendas dan cuenta de otros seres más relacionados con lo maravilloso; se refieren a personajes como la sirena o la mujer-serpiente. Las versiones que relatan encuentros con estos seres aún tienen cierto grado de credibilidad en las comunidades donde se conservan y aunque genéricamente estén más cerca del cuento (que se concibe como ficción) se pueden considerar leyendas.
Existe, además, un buen número de leyendas sobre personajes de la religión católica, especialmente sobre advocaciones de la Virgen María, representaciones de Cristo y sobre santos, particularmente de los santos patronos de los pueblos. En estos casos hay enorme similitud entre las versiones, la mayoría de ellas explica el origen de por qué se venera una imagen determinada, otras relatan algunos hechos sorprendentes de las tallas, esculturas o imágenes considerados milagrosos por los creyentes, por ejemplo cuando se relata que a un santo determinado no le gustaba la capilla donde lo habían puesto y se iba a otro sitio donde, finalmente, los fieles terminan construyendo su templo. O bien, hay leyendas que dan cuenta de una “intervención divina” en la vida cotidiana de alguno de los habitantes de una comunidad, lo que propicia que se le venere con mayor devoción o que la persona beneficiada realice un cambio en su forma de vida. Estas leyendas también incluyen, de manera implícita, un reforzamiento de normas morales y de conducta válidas para la comunidad que las conserva.
Antologías, recopilaciones y estudios
Antes de hablar de estos tres tipos de trabajos hay que mencionar lo que entendemos por ellos en este espacio: ‘antología’, es la publicación de un grupo de relatos que el autor considera que son las leyendas más recurrentes en un lugar o región; su fin primordial es la divulgación y generalmente sólo incluye una versión de cada leyenda. Entendemos como ‘recopilación’ a la conformación de un corpus o acervo de leyendas grabadas directamente de la tradición oral mediante un trabajo de campo (entrevistas a habitantes de una comunidad o lugar determinado); con frecuencia incluyen versiones; la transcripción y edición de los textos se hacen bajo los criterios establecidos por el propio investigador; se proporcionan datos de los informantes y de la recolección; además de conservar y difundir el acervo cultural de la comunidad o región documentada, su finalidad es el estudio de los textos y de la comunidad que los posee. Finalmente, los ‘estudios’ son trabajos de investigación basados en la revisión detenida de uno o más corpus de textos tradicionales. Pueden tratar temas generales o muy específicos y se realizan desde una o más perspectivas o disciplinas.
Antologías
Como hemos señalado, desde el siglo diecinueve se han publicado innumerables antologías de leyendas en México. Actualmente es fácil hallar en cada ciudad, por pequeña que sea, un libro, un fascículo o un cuadernillo con las leyendas conocidas del lugar. Estas pequeñas publicaciones suelen estar dirigidas al turista, nacional o extranjero. En otros casos, hay antologías más amplias y publicadas por los gobiernos estatales o municipales que cumplen también más o menos el mismo fin y que pretenden conservar parte del “saber popular” de la localidad. El problema de ese tipo de publicaciones es que suelen hacerse bajo criterios ajenos a lo que realmente es la literatura de tradición oral por lo que los antologadores no proporcionan datos de los informantes, tampoco incluyen versiones de una misma leyenda ni conservan el lenguaje tradicional propio de los textos sino que modifican –en menor o mayor medida– el estilo de la narración incorporando datos históricos, términos cultos o lenguaje rebuscado, entre otros cambios. Este tipo de obras no permiten estudiar, realmente, la literatura de tradición oral pero sí proporcionan una guía sobre los temas, motivos y personajes que podemos encontrar en el acervo de leyendas del lugar. Algunos ejemplos de este tipo de antologías son: Leyendas durangueñas de Everardo Gámiz Oliva, Tradiciones y leyendas del Istmo de Tehuantepec de Gilberto Orozco, Del viejo San Luis. Tradiciones, leyendas y sucedidos de Rafael Montejano y Aguinaga publicadas entre 1930 y 1970; de aparición más reciente están Leyendas y cuentos del antiguo Zacatecas de Cuauhtémoc Esparza Sánchez, Leyendas de Chihuahua de Jesús Vargas Valdés, Leyendas chihuahuenses de Clemente Bolio, sólo por mencionar algunas.
En otros casos, los antologadores –conscientes de la importancia de la sencillez narrativa del género– reescriben las leyendas que han escuchado y si bien su lenguaje suele ser sencillo y similar al de los informantes se nota una reelaboración en las versiones, tal es el caso de Ermilo Abreu Gómez en Leyendas y consejas del antiguo Yucatán publicada en 1961 o, en años más recientes, los trabajos impresos y electrónicos de Homero Adame quien se ha dedicado a recorrer distintas comunidades del país con el fin de recoger historias y leyendas que transcribe recreando la narración de los informantes; algunas de sus obras son Mitos, cuentos y leyendas regionales. Tradición oral de Nuevo León y Mitos, relatos y leyendas del estado de San Luis Potosí, entre otras, además de su página electrónica y blog.[27] Es distinto el caso de algunas antologías que reúnen versiones de leyendas seleccionadas de recolecciones realizadas por investigadores de instituciones académicas y cuyos materiales recopilados son de difícil acceso a un público más amplio. Por ejemplo, las antologías publicadas por Lilian Scheffler quien proporciona de cada versión incluida la fuente bibliográfica correspondiente y otros datos de utilidad para el lector, entre ellas están: La literatura oral tradicional de los indígenas de México. Antología (1983) y Cuentos y leyendas de México. Tradición oral de grupos indígenas y mestizos (1991).
Recopilaciones
A partir de la segunda mitad del siglo xx, empezaron a publicarse en nuestro país recopilaciones de leyendas de distintas localidades y/o regiones con criterios más cercanos a la literatura de tradición oral; en varias de esas publicaciones predominó una perspectiva antropológica durante los trabajos de investigación y recolección pero como las disciplinas no se oponen sino que pueden complementarse, estas obras son relevantes para el estudio de la leyenda en México. Algunos ejemplos son los siguientes: los volúmenes Mexican Tales and Legends from Veracruz y Mexican Tales and Legends from Los Altos (Jalisco) reúnen una amplísima recolección realizada por Stanley L. Robe en dos regiones de México entre 1947 y 1965. En ambas obras, publicadas en la década de los setenta, el autor describe el contexto de cada informante y de las localidades visitadas así como el material recolectado (temas recurrentes, procedencia y correspondencia con versiones de otras tradiciones). En total, Robe presenta un corpus de Los Altos con más de 50 versiones de 35 leyendas además de 195 versiones de 162 cuentos; la recolección de Veracruz consta de 48 versiones de 33 leyendas y 22 versiones de 20 cuentos, aproximadamente.
Publicada unos años antes, en 1952, pero dedicada una sola localidad está Folklore de San Pedro Piedra Gorda, Zacatecas. La obra es resultado del trabajo de campo realizado por Virginia Rodríguez Rivera y Vicente T. Mendoza durante 1948 en la Ciudad de México (la mayor parte) y en San Pedro Piedra Gorda. Los autores explican la metodología empleada, proporcionan datos históricos de la región, datos de los informantes y comentarios acerca del material recopilado. Se trata de una amplia monografía en la que el corpus recogido consta de ejemplos de distintos géneros tradicionales y populares: 26 versiones de 19 leyendas además de cuentos, romances y corridos; diversos tipos de canción, coplas, pregones, jarabes, sones, tonadillas; una pastorela, coloquios y sainetes; adivinanzas, conjuros y refranes; descripción de fiestas, costumbres, oficios, artesanías, medicina popular y comida y bebidas de la localidad.
La recolección de Socorro Caballero titulada Narraciones tradicionales del Estado de México es más breve. La obra reúne alrededor de 200 versiones de 30 leyendas ordenadas por el personaje principal y los motivos predominantes además de otros ejemplos que la autora clasifica como “mitos” o como “tradiciones”. Los textos fueron recogidos por Caballero en diversos trabajos de campo entre 1971 y 1980 en distintas poblaciones del Estado de México.
Con algunas diferencias en las perspectivas de trabajo, recientemente se han publicado recolecciones de leyendas de la tradición oral de manera impresa o digital que cumplen con los rasgos que aquí hemos anotado. En algunos casos, forman parte de tesis de licenciatura y posgrado en las que, además del corpus recopilado, se incluye un análisis y estudio de los textos; por citar sólo dos ejemplos se encuentran los trabajos de Álvarez Ávalos sobre leyendas en el Valle de San Francisco, S.L.P. y de Badillo Gámez sobre leyendas en una región de la sierra de Puebla. En ambos casos, las autoras presentan un amplio acervo y dan cuenta de los rasgos distintivos de las leyendas en esa región. Este tipo de trabajos que, además se han incrementado en los últimos años, constituye, seguramente, el inicio de publicaciones posteriores que enriquecerán el estudio de la literatura tradicional en México.
Asimismo, existen recopilaciones derivadas de proyectos de investigación que se llevan a cabo en instituciones académicas como el Laboratorio de Materiales Orales de la Escuela Nacional de Estudios Superiores, unam, Morelia dirigido por Berenice Granados y Santiago Cortés.[28] Sus objetivos principales son, como dice en su página electrónica: “construir un repositorio nacional de este tipo de registros [orales]; construir una plataforma en red que permita la consulta pública y el análisis comparativo de ese repositorio; servir como punto de encuentro para los interesados en estos temas de estudio”. Indudablemente este tipo de espacios o proyectos facilitarán el estudio no sólo de la leyenda sino de otras formas de la narrativa tradicional de México.
Por otra parte, existen publicaciones periódicas impresas o electrónicas que ofrecen un espacio específico para publicar textos de distintos géneros de la literatura de tradición oral. Entre ellas destacan la Revista de Literaturas Populares y Tlalocan. Revista de fuentes para el conocimiento de las culturas indígenas de México. La primera nació con el siglo pues su primer número se publicó en 2001 y ha mantenido la publicación semestral desde esa fecha tanto en formato impreso como electrónico. Su directora es la Dra. Margit Frenk y es una publicación de la Universidad Nacional Autónoma de México. Tiene como objeto de estudio, según consta en su presentación, la literatura folclórica o tradicional incluyendo la tradición oral en lenguas indígenas, la actual literatura de masas, la reflexión teórica sobre las mismas y las relaciones de éstas con la literatura "culta". Asimismo, da cabida a trabajos desde otras perspectivas como la histórica, antropológica o psicológica con el fin de conseguir un acercamiento interdisciplinario a su materia de estudio.[29]
La historia de la revista Tlalocan es mucho más larga, sus orígenes se remontan a 1943 en Sacramento, California. En su publicación han estado involucrados reconocidos antropólogos, historiadores y filólogos como Robert Barlow, Fernando Horcasitas y Miguel León Portilla. Durante muchos años su publicación fue muy irregular; hacia 1970 el Instituto Nacional de Antropología e Historia se encargó de su edición, más tarde lo hicieron los Institutos de Investigaciones Antropológicas e Históricas de la unam y a partir de 1997, se ha publicado –cada dos o tres años– desde el Seminario de Lenguas Indígenas del Instituto de Investigaciones Filológicas de la misma universidad. Esta revista se especializa en la documentación de fuentes y textos de tradición oral en lenguas indígenas de México, de Guatemala y del suroeste de Estados Unidos. En los trabajos predomina una perspectiva lingüística ya que es su principal objeto de estudio pero también se incluyen trabajos desde otras disciplinas especialmente la historia, la antropología y la literatura.[30]
Estudios
El propósito de este apartado es proporcionar al lector unas cuantas referencias a estudios en torno a la leyenda en general: aspectos teóricos y acervos de otras tradiciones así como mencionar los trabajos más recientes sobre la leyenda en México. Las obras aquí citadas se incluyen en la bibliografía y es posible acceder a varias de ellas en formato electrónico.
Uno de los trabajos que sirvió como punto de referencia para varios estudiosos es La formación de las leyendas de Arnold van Gennep; esta obra publicada en francés en 1910 y traducida al español en 1914, expone un amplio estudio del origen de las leyendas, su proceso de formación en las distintas sociedades y propone una definición del género y una clasificación minuciosa del mismo. Gran parte de los trabajos teóricos respecto de la leyenda como género tradicional han partido del trabajo de van Gennep y aunque en gran medida ha sido superado, los conceptos de valor de verdad, creencia, variación y conservación por él expuestos mantienen su vigencia no obstante los cambios en la forma de vida del género y de los grupos sociales que albergaban y albergan los acervos de leyendas.
A partir de los años cincuenta del siglo pasado se publican varios estudios sobre el género, especialmente desde una perspectiva etnológica, pero sin duda, Linda Dégh es quien hace mayores aportes al estudio científico de la leyenda a partir de los años sesenta. Su obra se centra especialmente en el estudio de las formas de producción y vida del género así como en propuestas de recolección, análisis e interpretación de versiones contemporáneas y sus vínculos con las sociedades modernas. La autora considera que la leyenda es uno de los géneros tradicionales que mejor permite el estudio de ciertas actitudes humanas ante temas universales como la muerte, la vida y el más allá.[31] Señala que la creencia o no creencia en el relato (el que surja la pregunta de si ocurrió o no; lo discutible) es la razón de ser de la leyenda ya que ésta “demanda respuestas, pero no necesariamente soluciones, a las más misteriosas, críticas y menos discutibles cuestiones de la vida”.[32] La mayoría de sus ideas teóricas se derivan del análisis de acervos europeos, especialmente de la tradición húngara, y de acervos estadounidenses pero, en gran medida, sirven para estudiar acervos de otras tradiciones. Durante varias décadas publicó obras y artículos académicos que, de alguna manera, quedaron englobados en una de sus últimos estudios: Legend and Belief: Dialectics of a Folklore Genre (2001).
Respecto de la tradición española, tanto José Manuel Pedrosa como Luis Díaz Viana, especialistas en literatura de tradición oral, han publicado numerosos trabajos sobre la leyenda que incluyen tanto propuestas teóricas y metodológicas como estudios comparativos con leyendas de otras tradiciones. Ambos filólogos han incorporado a sus investigaciones otras perspectivas, especialmente la etnología y la antropología, logrando que el análisis e interpretación de los textos tradicionales se enriquezca notablemente. Entre los numerosos trabajos de Díaz Viana hallamos, además de los dedicados a otros géneros de tradición oral como romances y cuentos, los dedicados exclusivamente a la leyenda; ya sea recolección y análisis de versiones de una región determinada o los que desde una perspectiva antropológica-literaria estudian la función social de la leyenda y su adaptación a los medios de transmisión y formas de vida actuales, tanto en la península ibérica: Leyendas populares de España. Históricas, maravillosas y contemporáneas. De los antiguos mitos a los rumores por Internet (2008) como en el resto del mundo: El regreso de los lobos: la respuesta de las culturas populares a la Era de la Globalización (2003). Por su parte, Pedrosa se distingue por sus trabajos comparativos entre acervos de leyendas, y cuentos, de distintas tradiciones y épocas destacando cómo los mismos motivos funcionan en contextos disímiles y tiempos distantes. Este tipo de análisis “siempre proporciona enseñanzas muy interesantes acerca de las tradiciones propias y de las ajenas, y de la poética dinámica, variable, en perpetua metamorfosis, del cuento oral”.[33] Además de publicar constantemente artículos en revistas académicas, ha publicado varios estudios introductorios o epílogos en recopilaciones de leyendas y cuentos de acervos de diversas culturas en los que establece analogías entre las versiones de la recopilación y de otras tradiciones, por ejemplo en Folklore de Somiedo. Leyendas, cuentos, tradiciones (2003), La mujer del pez y otros cuentos tradicionales de la provincia de Guadalajara (2008) en colaboración con Eulalia Castellote (2008) o su propia obra, que ya hemos citado, La autoestopista fantasma y otras leyendas urbanas españolas (2004) en la que expone las características de la llamada leyenda urbana o contemporánea. Pedrosa dirige, además, el área de Literatura Oral de la Biblioteca virtual E-excellence de la organización Liceus, en colaboración con la universidad a distancia de Madrid, donde ha publicado varios artículos electrónicos de fácil acceso sobre diversos géneros y quehaceres de esta disciplina. Otros trabajos relevantes en el estudio de nuestro género son los de José Luis Puerto Leyendas de tradición oral en la provincia de León (2011). El autor más que estudiar el género presenta una vastísima –más de milquinientas– muestra de versiones (o ‘etno-textos’ como suelen llamársele en España) recogidas en la mencionada región española durante la última década del siglo veinte y los primeros años del presente, ordenados o clasificados de acuerdo al tema tratado o referido: del cielo y del cosmos, del agua, de la tierra, de la naturaleza, de miedo, de humor, de seres fabulosos, de santos, etc. Si bien se trata más de un trabajo de recopilación que estudio propiamente dicho, la sola clasificación resulta una propuesta de estudio del género.
Asimismo, hallamos otros trabajos basados en las leyendas tradicionales de Sudamérica, especialmente sobre la región de La Rioja, en Argentina, elaborados desde hace varias décadas por María Inés Palleiro desde una perspectiva de análisis del discurso, unos; otros en los que predomina una mirada más genetista en los que busca “esclarecer algunos aspectos del proceso de construcción del relato folklórico a través del análisis de las correcciones y variantes” tal como explica en Fue una historia real. Itinerarios de un archivo;[34] y decenas de artículos sobre leyendas y cuentos de distintas localidades argentinas. También hay que mencionar los trabajos de Martha Blache en torno a las formas narrativas de la tradición oral realizados desde una perspectiva folclorista.
Respecto de los estudios sobre la leyenda de tradición oral en México hay que señalar que, generalmente, han aparecido como parte de recopilaciones de leyendas de una región o localidad tal como ocurre en el caso, ya mencionado, de Stanley L. Robe sobre Los Altos de Jalisco y Veracruz; el de Socorro Caballero en el Estado de México y el trabajo, de mi autoría, sobre el estudio de formas narrativas de la región centro-noreste del país en el que un capítulo está dedicado al estudio del género a partir del análisis de 52 versiones de 38 leyendas recogidas en esa zona en los primeros años de la última década del siglo xx. El trabajo da cuenta de la forma de vida de la leyenda; su estructura abierta y flexible; el incremento en la incorporación de anécdotas personales como parte de la narración para reforzar el valor de verdad así como de la conservación y variación en el tratamiento de ciertos temas.
A partir de la publicación de la Revista de Literaturas Populares se puede acceder a breves estudios sobre acervos de leyendas recogidos directamente de la tradición oral; entre ellos se hallan los trabajos de Campos Moreno, Gómez Estrada, Hernández García y Hernández Maldonado, entre varios más. Sobre una leyenda en particular destaco el estudio de Marisela Valdés dedicado a La Llorona. En su trabajo, la autora subraya la relevancia del oído y la vista como los sentidos privilegiados para dar cuenta del personaje incluso para pergeñarlo, darle vida y transformarlo. De especial importancia son las colaboraciones constantes de Berenice Granados quien ha publicado estudios breves sobre versiones recogidas en la Huasteca, Tamaulipas y Michoacán, entre otras regiones del país. Asimismo, la autora publicó en esta misma revista las “Notas y reflexiones sobre la recopilación y el tratamiento de materiales de literatura oral”, un trabajo que sirve de pauta y guía para cualquier estudioso tanto de la leyenda como de otros relatos orales ya que expone métodos de recolección, transcripción y edición de los materiales así como las dificultades a las que se enfrenta el investigador de esta disciplina, todo a partir de su ya larga experiencia en la tarea de recoger y estudiar la literatura de tradición oral.
Corpus de ejemplos destacados del género en diferentes regiones de México
A continuación incluimos leyendas de varias regiones de México. Hemos procurado que las versiones publicadas o inéditas se hayan recogido directamente de la tradición oral. Por esa razón, el lector encontrará al final de cada una el nombre del informante, el lugar de recolección y, en la mayoría de los casos, también su edad y profesión u oficio. La referencia bibliográfica entre paréntesis indica la obra de donde fue tomada y en todos los casos se trata de obras que reúnen muchos más textos tanto de leyendas como de otros géneros por si al lector le interesa consultarlos.
Como se podrá apreciar, el lenguaje empleado en las siguientes versiones es sencillo, casi coloquial, y las características corresponden a las que hemos señalado como rasgos de las leyendas de tradición oral. En algunos ejemplos, las versiones fueron contadas en lengua indígena y traducidas por los recolectores o por los mismos informantes en caso de ser bilingües. Al tratarse de versiones publicadas por distintos investigadores no siempre coinciden los criterios de transcripción y edición (acentuación, puntuación, etc); es decir, en algunos casos las transcripciones son completamente literales incluyendo apócopes como “pa’”, en lugar de “para”; “tons”, en lugar de “entonces”, pausas, titubeos y muletillas de los informantes y, en otros casos, los investigadores han optado por escribir el vocablo completo y omitir ese tipo de expresiones al considerarlas ajenas al texto o versión transmitida. En todos los casos hemos respetado los criterios de edición establecidos por los investigadores, de ahí que no sean uniformes. Asimismo, se han respetado los títulos de las versiones tal y como quedaron consignados por los investigadores.
Se trata de un breve corpus de leyendas ordenado de acuerdo con los temas o personajes que tratan y que da cuenta de algunos de los motivos recurrentes en los acervos de leyendas del país. Seguramente, el lector hallará versiones muy similares a las que conozca o haya escuchado en su lugar de origen.
Índice del corpus
7.1 El Tentzon y La Malinche (Puebla)
7.2 El Cerro Celoso (Oaxaca)
7.3 El Cerro El temeroso (Coahuila)
7.4 Los guardianes del pueblo (Oaxaca)
7.5 Sobre el padre y la madre del maíz (Oaxaca)
7.6 El origen de los barrios (Tlaxcala)
7.7 La X-Tabay (Yucatán)
7.8 La muchacha que se volvió sirena (Michoacán)
7.9 Le gustaban los hombres (Michoacán)
7.10 La linterna (San Luis Potosí)
7.11 La Llorona (Nuevo León)
7.12 El tesoro de la iglesia de Bernalejo (San Luis Potosí)
7.13 El Cerro de la campana (Guanajuato)
7.14 El minero de Sombrerete (Zacatecas)
7.15 El cazador de venados (Sonora)
7.16 Leyenda del indio de Nuyoo (Oaxaca)
7.17 La bruja y el nahual (San Luis Potosí)
7.18 La familia que mortificaban los duendes (Veracruz)
7.19 La mujer que bailó con el diablo (San Luis Potosí)
7.20 El carretero, los muertos y los moribundos (Michoacán)
7.21 Imagen patronal del Santuario de Jesús Nazareno (Morelos)
7.22 Tiene un caballo blanco, tiene su espada, todo tiene el del caballo (Durango)
El Tentzon y La Malinche
También hay otra historia del Tentzon. Se enamoró de la Malinche, se enamoró de la Malinche. Entonces el Tentzon era una especie de volcán. Entonces se enamoró, [la Malinche] dijo:
—Sí te acepto, me caso contigo, pero vamos a hacer un trato, dice. Se va a formar unas nubes de la Malinche y va a caer una tromba, un aguacero. Si logras atajar el caudal de agua, si logras atajarlo, pues me caso contigo. ¿Ve que por acá hay puro arenal? entonces dice:
—Si lo atajas todo esto va a ser arenal, eso.
Entonces el Tentzon dijo que sí, aceptó, pero cuando empezó a llover, trombas, mangas de agua, el Tentzon se aventó para atajar el caudal y todo eso, pero no lo logró atajar, porque se pasó por Molcaxac una parte del cerro, y no lo logró atajar, no se llevó acabo el matrimonio entre el Tentzon y la Malinche.
Por eso, porque no atajó el caudal, todo eso, hay una parte, hay pura piedra, porque toda la arena que trae el caudal se lo llevó. Si lograba atajarla se estancaba toda el agua y la arena quedaría. Habría terrenos más fértiles, arenosos.
Alfonso Arrioja Méndez, 55 años. Atoyatempan, Puebla.[35]
El Cerro Celoso
En tiempos antiguos toda la cañada de Cuicatlán, hasta arriba de los cerros, estaba quemándose; pidieron las gentes auxilio para apagar la lumbre con agua, pidieron auxilio de todos los cerros, pero especialmente del cerro Rabón. Todos estos cerros empezaron a dejar caer agua y lluvia, pero al principio empezaron con rayos y truenos, pero sucedió que el agua no llegó más delante de Coyula y Cuyamecalco, así se quedó por algunos días. El cerro que está enfrente del pueblo, se puso celoso porque no le pidieron auxilio. Después de algunos días, otra vez pidieron a estos cerros de Cuicatlán auxilio y así pasó que este cerro de Chiquihuitlán resolvió dar auxilio y se preparó a mandar grandes nubes de acá hacia el zacatal grande-este zacatal está en la jurisdicción de Lorenzo Pápalo–allá dejó caer mucha agua y con ésta se apagó la lumbre en la cañada.
De esta manera, este cerro tomó el nombre de Cerro Celoso. A consecuencia del fuego todos los cerros alrededor del Cuicatlán tienen color colorado.
Isidro Hilario, Chiquihuitlán, Oaxaca.[36]
El Cerro El temeroso
Toda la gente de por acá cuenta que, ya más cerca de Zacatecas, donde no hay casi nada, nomás mezquites, hay un cerro, no muy grande, que tiene una cueva. Al cerro le llaman El Temeroso, porque por ahí huyó uno de la guerra de antes de la Revolución. Y como iba en su caballo, se encerró en la cueva para esconderse, pero ya nunca pudo salir, porque allí también había un dinero escondido que lo tentó. Y mientras guardaba el tesoro, se deslavó el cerro y se cerró la cueva. Entonces, por eso dicen que el cerro tiene esa forma saliente en forma de caballo porque el animal se quiso salir pero ya no le dio tiempo. Y la gente se ha juntado muchas veces para ir a sacar el dinero, pero cada vez que se acercan, hay como una luz que no los deja pasar. Unos dicen que es lo que relumbra del oro que hay guardado. Y nadie ha podido encontrar bien la cueva porque pasan cosas muy raras por ahí: se oyen voces y gemidos, y dicen que las ánimas del caballo y del soldado andan sueltas ahí. Y todo esto es verdad, porque lo cuentan desde nuestros abuelos o desde más antes.
David Herrera López, 68 años, campesino. San Francisco, Saltillo, Coahuila.[37]
Los guardianes del pueblo
Dicen que la gente de la raya es gente ordinaria como nosotros que cuida la entrada [del pueblo] para que no entre veneno a Ojitlán, pero también existen guardias invisibles que usan el rayo.
Una vez vino una canoa de Tuxtepec que tenía veneno escondido abajo del nivel del agua. Cuando llegó a la raya vino un rayo fuerte que hizo pedazos a la canoa y a la gente.
Miguel Dublán, campesino, Ojitlán, Oaxaca.[38]
Sobre el padre y la madre del maíz
En los llanos de Ozumacín había una gran laguna, los ancianos decían que en esta laguna estaban el padre y la madre del maíz y también del algodón. Por eso no querían bañarse en este lugar, porque había aire y rayo. Solamente divisaban desde lejos esta laguna.
La laguna se secó en el tiempo de cuando las fincas se pusieron por estas partes y entonces el padre y la madre del maíz y del algodón se fueron a Jocotepec y ahí se encuentran ahora, allá tienen mucho maíz y mucho algodón.
Victoriano Marín, Ozumacín, Ayotzintepec, Oaxaca.[39]
El origen de los barrios
Se cuenta que los primeros pobladores de San Francisco vinieron del oriente, llegando primero al pico de la Malinche, como allí hacía mucho frío bajaron hasta el montecito que se llama “Chiche de la Malinche”, después bajaron hasta el sitio que se llama Lugar de Leones. Tiempo después bajaron más y llegaron hasta lo que ahora es el pueblo y se dividieron el lugar en tres partes, que en la actualidad son los tres barrios, en cada parte quedaron personas de diferentes apellidos, la parte de arriba se llamó Majtlacuahuajcan porque allí se encontraron diez encinos (“Lugar de diez encinos”). El central se llamó Xolalpan porque allí había muchas veredas (“Lugar de veredas”). Y el de abajo Aquiáhuac porque allí había agua (“Agua que está encima”).
Cuando vinieron los españoles los encontraron venerando a un dios que era negro, lo quitaron y les pusieron en su lugar a San Benito, para que no lo desconocieran, pero la gente no lo quería y le pegaba. Esto enojó mucho a San Benito y decidió irse. En su camino se encontró a San Francisco, quien le dijo que lo habían mandado para el pueblo. A este santo sí lo aceptaron, todos lo quisieron y retiraron a su demonio.
Le hicieron a San Francisco una cuevita en el barrio del centro (Xolalpan), después llegaron los franciscanos y comenzaron a construir la iglesia en el mismo sitio donde ahora se encuentra y desde entonces el pueblo se llamó San Francisco.
Evaristo Rodríguez, 65 años. San Francisco Tetlanohca, Tlaxcala.[40]
La X-Tabay
Otro te voy a contar ahora mismo; se ha quedado como cuento porque en esta raza en que estamos pasó y yo lo creo, y se lo creí a mi abuelo, al papá de mi mamá. A ellos les pasó. En aquellas épocas, sucedieron muchos casos: unos que se ven y otros que no se ven. A esos es a los que llaman brujo o X-Tabay. La X-Tabay, amigos míos, existió. Muchos dicen que la mata que se vuelve X-Tabay es la ceiba. La ceiba es verde, así es su madera. Su dueño es la X-Tabay. Lo que ven es la X-Tabay. […] Yo personalmente, cara a cara, nunca la he visto, pero creo que sí existió porque el papá de mi mamá me lo tiene contado.
En aquella época cuando andaban de serenata, eran como cinco [antes se decía salir a tunar y ahora de serenata]. Una vez, cuando les sucedió este caso, estaban allí en la plaza. En aquel barrio que le dicen “La Mejorada”. Ellos estaban tomando agua mala, eso que corrompe a uno; es lo que dicen ron pero del corriente, agua que es puro alcohol. […] Pues salieron a tunar o lo que decimos nosotros serenata. Fueron allá a ese barrio que no está muy limpio, era un barrio sucio, lóbrego. Cuando llegaron allá se pararon en la esquina del barrio; oyeron que estaba llorando una cosita allá entre las hierbas. Dijo uno de ellos, don Antonio Castro que era muy largo pues medía como dos metros y medio; era un gran cristiano. Llegó y abrazó a esa cosita que está llorando. Lo abrazó y el niño no traía ni ropa; eran las doce de la noche o la una de la madrugada. Entonces se quitó la chamarra; ahora hay muy pocas personas que usan chamarra, antes sólo se usaba chamarra. Se quitó su prenda Antonio Castro y envolvió al niño.
Avanzaron y dentro de la población; ni los compañeros ni el que lo tenía abrazado se daban cuenta de nada: estaban todos borrachos. Piensan que lo que traen es un niño y no se dan cuenta que está creciendo, pues al encontrarlo lo abrazaron sin más ni más y siguieron andando y tunando por las calles. Don Antonio lo agarró a horcajadas como le habían enseñado pero ya se estaba fastidiando. Sus compañeros no se daban cuenta de lo que sucedía. Tampoco él, que llevaba la cosita, se dio cuenta. Cuando sintió que ya pesaba mucho, el que lo traía a horcajadas se lo cargó a la espalda. De pronto…sintió que la cosita ya estaba arrastrando la punta de los pies…¡estaba rozando sus talones!
Empezaron entonces a gritarle a mi abuelo; regresaron todos y vieron cómo tenía agarrado por el pescuezo a don Antonio…y se lo estaba llevando a un hoyo. Era ese niño que ya no era tal niño; no era una cosita. Era la X-Tabay…y se lo estaba llevando.
Existió la X-Tabay hace mucho tiempo, ustedes deben haberlo oído contar. Yo lo creí porque mi abuelo me lo contó. Pero si uno de nosotros lo cuenta ahora nadie se lo cree; dicen que es pura abusión, que son inventos del cerebro. No es cierto, mis congéneres. Lo cierto es que existió y por eso se lo estoy contando; es una cosa cierta. Lo que yo les cuento a ustedes son historias de hace mucho tiempo. Ahora, como ya contaron todo, se gastó la paciencia, se gastó nuestra creencia. Ya no vamos a ver casi nada y todavía nos estamos quejando. Ya es muy tarde para ir a quejarse…a la persona que nos dio vida. Eso les quería decir. [Contada en maya-yucateco traducida por el recopilador.]
Juan Gualberto Dzib “Uxul”, 60 años, escultor artesano,Ticul,
Yucatán.[41]
La muchacha que se volvió sirena
Una vez, esta era una muchacha con sus papás, ese es una… que no la dejaban salir a ninguna parte. Que, este, que ni… ¿No ve que en Semana Santa no dejan a uno que haga travesuras, que se vaya a bañar?
Que le decían:
—Hija, mira que el jueves santo, el viernes santo no es día de que se ande uno ahogando, que se ande metiendo al agua, porque si se meten al agua los castiga, los vuelve animal o los vuelve otra cosa. Y si se meten al agua se van a volver pescados, o un animal, pues, con cola de pescado.
No, pus que la muchacha... Ya ve uno, pues, que si le dicen “no hagas aquello”, y uno lo hace porque no sabe. Y esta, dicen que no, pues, entendió. Que dijo:
—¡Ah, yo sí me voy al agua! Me voy a bañar.
Y que se metió a bañar. Y que, este, se volvió, pues, pescado.
O sea, la cola nada más. Los pies se unieron así como la cola, pues, y de aquí pa arriba ella es mujer. Es una mujer. Y entonces ella no creyó, y entonces eso le pasó por desobedecer. Y dicen que es la muchacha que anda, pues, en el agua. Y sí, pues.
María Teresa Melchor Moya, 72 años, artesana.[42]
Le gustaban los hombres
Porque ya decían que sí era cierto que la sirena, por eso se ahogaban los muchachos, porque la laguna era mujer. Era mujer y a la mujer le gustaban, le gustaban los hombres. Y ya decían, ya decían con tiempo, de que cuando ya la sirena quería un ahogao, aquí ya se echaba de ver, cuando quería eso. Porque entons, el lago no estaba así como está: el lago se dejaba venir con unos olones muy fuertes, fuertes los olones. Se golpeaban los caderones y chapaleaban las, el agua. Pero que bajaban tan fuertes las olas, que bajaban. Y decía mi papá, mi papá murió como de unos ochenta y ocho años, y decía:
—Es que el lago, dice, le hace así porque ya quiere ahogado.
Y sí. Áhi nomás, este, estaba la laguna así y áhi nomás de que había ahogao. Había ahogao y ya se silenciaba. Silencito, silencito el lago.
Por eso ya nosotros empezamos a creer en que sí es encanto la laguna. Es un encanto, es un encanto. Ojo de mar, dicen que es ojo de mar, pero yo creo que es encanto. El agua es nacida de aquí, nacida porque hay ojos de aguas, hay veneros donde está naciendo el agua. Está naciendo el agua y está entrando el agua a la laguna.
Salud Padilla Saucedo, 68 años, comerciante.
Zirahuén, Michoacán.[43]
La linterna
Aquella linterna de la que hablan es en realidad el espíritu de un antiguo trabajador de la hacienda. Era el velador de las milpas y era muy conocido porque era un hombre recio y honesto que hacía todo para mantener seguros los terrenos de sus patrones. La gente lo tenía como un mal hombre, porque cazaba a los ladrones que entraban a las milpas para robar el maíz o los chiles.
En ese tiempo había mucha pobreza y estos hombres se veían en la necesidad de robar de la hacienda, pero el velador no comprendía su desgracia y los perseguía para llevarlos a la cárcel. Aún después de su muerte, seguía apareciéndose para cuidar de los terrenos. La gente le agarró miedo pero su figura se convirtió en una leyenda de este pueblo. Muchos que suelen cruzar cerca de la hacienda por las noches, juran ver una linterna aparecer de la nada y luego esfumarse en la oscuridad, pero no es más que el mismo velador.
María del Carmen Hernández Torres, 82 años, campesina.
Bledos, Villa de Reyes, San Luis Potosí.[44]
La Llorona
Siempre, en los tiempos de agua, desde que éramos chiquillos nuevos oímos a la Llorona. Apenas empieza a venir agua en la acequia, viene la mujer ésta. Porque cuando ella vivía nunca quiso criar a sus hijos porque le iban a estorbar para su trabajo con los señores, entonces ella los echaba al agua. Y mucho tiempo después, quería a sus hijos pero ya no pudo tenerlos. Y, entonces, se volvió una serpiente del agua y tiene la mitad de arriba de mujer y para abajo de víbora de agua. Ella aprovecha cuando el agua corre por la acequia y por el río para ir buscando a sus hijos y los va llorando todo el camino.
Algunas personas creen que se aparece, pero no. Cuando el agua no corre, ella se recoge en la presa para luego salir. Y por eso, cuando es tiempo de aguas uno la puede oír llorando bien clarito.
Una vez que yo fui a recoger unos caballos rumbo a la presa, apenas estaba amaneciendo y me arrimé bastante; casi hasta la orilla de la compuerta y, de repente, oí su llorido y cuando volteé, la vi en la orilla del agua, hacia la compuerta. Yo creo que iba a salir porque cuando regresaba para acá con los caballos, empezó a llover.
José Guadalupe Lara Hernández, 68 años, campesino,
San Francisco de los Blanco, Galeana, Nuevo León.[45]
El tesoro de la iglesia de Bernalejo
En la fiesta de la semana mayor de semana santa, se abre una iglesia en el Bernalejo, se dice que este templo aparece durante los tres días de las fiestas y que adentro está lleno de barras de oro. Un señor tuvo la suerte de encontrar aquella iglesia, entró y anduvo alrededor observando todas las riquezas que se guardaba dentro. Para él las horas transcurrieron de forma normal, no notaba que iba oscureciendo.
Cuando intentó salir descubrió que las puertas estaban cerradas y como el edificio estaba vacío, no hubo nadie que lo ayudara a salir. Tuvo que aguardar hasta el amanecer. Cuando salió el sol, este señor por fin pudo salir. Buscó a los burros que había traído con él para cargar leña, pero buscó, y buscó, y no pudo encontrarlos, así que pensando que alguien se los abría robado regresó al pueblo.
Allí preguntó por los burros y la gente, sorprendida, le dijo que no sabían nada sobre éstos, pero lo que más les causaba admiración es que el señor juraba que hacía sólo un día que había dejado a sus burros afuera de la iglesia del Bernalejo, cuando la gente le aseguraba que de eso había transcurrido un año, tiempo en el que nadie le volvió a ver.
José Reyes Martínez Ortiz, 78 años, ganadero,
Jesús María, Villa de Reyes, San Luis Potosí.[46]
El Cerro de las campanas
Hay una parte, aquí, por este rumbo como a unos cinco kilómetros en que hay un cerro. Dicen que en ese cerro está una iglesia encantada. Que una iglesia encantada. Siempre los mismos comentarios de la gente que vivía de más antes y vivían en el campo, esa gente vivía en el campo, su trabajo era cuidar su ganado en el campo por parte de los patrones de la hacienda y se comenta que en tiempos de semana santa se oye una campana que suena muy finita, de material muy fino. Decían ellos que el sonido era como de plata, la gente que a lo mejor conoció las monedas de plata originales, cómo sonaban. Y contaban, entre ellos, que un señor un jueves santo andaba él vigilando, era el vigilante de los linderos, de lo que tiene cada quién. Entonces, que iba vigilando cuando oyó que sonaba, sonó la campana, y volteó a ver allá a ver al pie del cerro. Dice que vio la iglesia y se metió; que estaban celebrando misa y que él se metió. Se metió y estaba celebrando un padre misa y que era muy poca gente. Nada más lo que había en los lados era montones de dinero en las paredes y abajo en el piso. Y había dos soldados nada más. Y luego dice que ya cuando se acabó la misa, no dice que se salió el señor pa’ afuera. Y entonces que dijo: “no pues aquí hay mucho dinero”. Entonces, en aquel tiempo la gente usaba casi todo el tiempo su cobija, su gabán, que en ese tiempo que era lo que se usaba y que agarró un puño de dinero de un montón y lo echó en su cobija que traía cobijado porque era muy temprano. Cuando iba a salir pa’ fuera. Cuando iba a salir a la puerta se iban cerrando pero que ya entonces iban las rocas en lugar de la puerta en la que entró, eran unas rocas que se iban cerrándose que uno de los soldados que le dijo:
—Te lo llevas todo o nada.
Se regresó y lo vació. Dice que se fue caminando. Caminó como unos quince pasos, y dice, cuando volteó para atrás para ver dónde estaba la puerta. ¡Cuál puerta! ya estaba de vuelta el cerro igual. Ya no se notaba. Y comentaban esos señores que cada año se oía la campana, la campana los jueves santos se oía que sonaba. Es lo que se comentaba que posiblemente era una iglesia encantada. Pero, el por qué sería, ha habido más entendimiento, más conocimiento, no.
José Luis Roque Lucio, 57 años, campesino,
San Pedro Almoloyán, San Felipe, Guanajuato.[47]
El minero de Sombrerete
Eran dos mineros que iban hacia la salida de la mina de Sombrerete. Iban caminando cuando de repente, algo jaló hacia atrás a su compañero y no podía seguir caminando. El siguió caminando, pero luego de unos pasos decidió regresar a ayudar a su compañero; pero fue demasiado tarde: se lo había tragado la mina.
Dicen que esto sucede cada cierto tiempo y que son los espíritus de los que antes vivían bajo tierra que están molestos porque los hombres hicimos hoyos en sus territorios.
El otro minero que sí vivió tuvo que dejar de trabajar en la mina porque nunca se recuperó del susto y quedó medio mal. Ha pasado otras veces, pero no sabemos cuándo va a volver a repetirse.
Juan Mendoza, 51 años y José Hernández, 56 años, mineros, Jerez, Zacatecas.[48]
El cazador de venados
El cuento se trata de un cazador de venados que cada vez que salía al monte estaba muy seguro de que iba a traer un venado muerto. Pero casi todos los días iba a cazar y se le hizo como un vicio para él, no respetaba ni machos, ni hembras. Y el problema es que estaba acabando con los venados que había en el monte. Y pero, según lo que cuenta la historia, y al hombre le salió un venado muy grande, negro; pero no hay venados negros, hay puros venados grises y pintitos. Y el venado ese tenía los ojos colorados, no los tenía verdes como son los ojos del venado; los ojos de los venados son verdes. Pero ese venado era negro con ojos colorados. El cazador de venados ese estaba seguro que lo iba a matar, porque cada vez que iba al monte y estaba seguro que traía un venado para su casa. Y todos los días iba. Pero resulta que a ese venado le estuvo tirando balazos y más balazos y nunca le pegó. Y el venado se llegó con él, el venado lo mató a él a la orilla de la montaña, de un cerro. Y resulta que ese venado, al que el señor quería matar, era una persona que tiempo antes también iba mucho a cacería. Y la madre naturaleza, por haber estado matando muchos venados, lo embrujó y a él lo convirtió en venado. Y esa fue una maldición que le cayó a él por haber matado tantos venados. Por eso tenía el cuerpo de venado pero no el color del venado, sino con la misma ropa negra con la que iba y cazaba. Se le quedó pegada al cuerpo la ropa negra para que en el monte no se mirara él. Si hubiera sido con ropa de otro color, los venados lo iban a mirar y obviamente que se iban a asustar y iban a correr. Y esa ropa negra que traía para ir de cacería, ésa se le quedó pegada. Y anda en el monte vagando con el cuerpo del animal, pues. La gente por lo regular tiene los ojos negros pero cuando quiere cometer una maldad siempre se ponen colorados y eso fue lo que le quedó en el cuerpo, al señor ese. Y a este venado era el que quería matar el señor este, pero nunca lo mató porque era una persona con cuerpo de venado.
Gregorio “Goyo” Flores, adulto, danzante, Vícam, Sonora.[49]
Leyenda del indio de Nuyoo
Decían que ese señor nació en Yucunino, pero no se sabe cómo. Cuando se casó se vino a Nuyoo, donde el cura le robó a su mujer, y entonces dijo: Se fue con mi mujer pero voy en busca de él porque lo voy a matar.
No se sabe si antes de irse ya había estado en la cárcel o de regreso porque estaba en un grupo de naguales, que eran diez. Ellos planeaban su trabajo y salían a la punta de las peñas del cerro o de una cueva para fumar porque con que fumaran se juntaban las nubes y llovía y sembraban. Tenían su milpa y todo. La demás gente no tenía preparado su terreno, entonces no tenían milpa y se morían de hambre. Pero ellos no, porque como eran naguales, sabían lo que hacían. Entonces la demás gente se unió y se quejó de ellos. Fueron hasta Oaxaca y metieron a los naguales a la cárcel. Éstos dijeron: “Vamos a ver quién se muere primero: nosotros que estamos en la cárcel o los que se pusieron en nuestra contra”. Entonces se empezaron a secar los pozos y los manantiales donde las personas tomaban agua: Por ello, la gente dijo: “No vamos a aguantar; si van a sacar toda el agua, nos vamos a morir”.
Entonces, ellos mismos lucharon para que los naguales salieran de la cárcel, pero no se sabe si regresaron todos o se murieron algunos. Remigio regresó con la esperanza de encontrar al cura que se había robado a su mujer para matarlo. Se fue a Yanhuitlán y de ahí siguió a la guerra [de la Independencia], hacia Huajuapan.
Por su astucia, el coronel Trujano lo mando a buscar a Morelos. Pensando en que Huajuapan está lejos de Cuautla, se cree que él se convertía en culebra, en venado, en varios animales; por lo tanto, fue capaz de avisarle a Morelos. Por eso fue que Morelos se enteró del sitio de Huajuapan y llegó a romperlo el 23 de julio. Hasta ahí es donde yo llego a comentar.
Ernesto Pérez López, 72 años, maestro jubilado, Santiago Nuyoo, Tlaxiaco, Oaxaca.[50]
La bruja y el nahual
Por aquí donde está el molino viejo, dicen que es muy peligroso pasar en las noches que cambian las estaciones porque quedan, todavía, las ánimas de una bruja y un nahual que se pelearon hace mucho tiempo. En el tiempo que todavía no había ni el molino viejo sino que era como un almacén de una hacienda más antigua.
Cuentan que una vez esos dos animales se pelearon tanto que la bruja acabó por comerse al nahual y, desde entonces, por aquí las brujas hacen más daño porque uno no las reconoce pues se pueden transformar en nahual y en mujer y nomás se le dejan venir a uno encima y no da tiempo de decir nada.
A mi bisabuelo le sucedió, eso me decía mi abuela porque ella lo vio: su papá iba caminando y ella había salido a esperarlo a la puerta y lo vio de lejos que ya venía y en eso, pasó una señora que lo saludó muy amable y que siguió caminando y de pronto oyó unos ruidos y vio cómo su papá que ya venía se estaba retorciendo en el piso como peleando con algo y cuando se quedó tirado, salió corriendo como un coyote que es el nahual, pero decía mi abuela que todos eran la misma bruja.
Y ha habido otros casos, por eso hicieron el molino nuevo porque nadie quería venir hasta acá al amanecer cuando todavía está oscuro.
Juana López Murguía, 59 años, molinera, Cedral, San Luis Potosí.[51]
La familia que mortificaban los duendes
Voy a narrarle otro caso de aquí de Coatepec, de duendes.
Había una… había una familia que la mortificaban los duendes. El joven ya era hombre y le gustaba siempre dormir con sus cosas debajo de la almohada, sea una pistola, sea un peine, lo que, lo que fuera. Y le sacaban las cosas de debajo de la almohada y el otro día buscaba y no aparecía nada. Buscaba allá afuera y allí estaban, o en un rincón.
Y así pasó mucho tiempo hasta que un día les dice el … el muchacho:
—Bueno, dice. —¿Qué cosa es? Aquí me esconden las cosas.
Y empezaron a buscar y no, pos, no vía motivo por qué. Hasta que un día se cansaron de tanto mortificarlos y entonces decidieron dejar su casa. Se cambiaron a otro lado y empezaron a acarrear sus cosas y la mamá le dice a la chamaca: —¡Oye! ¿Y la escoba, te la trajiste?
Y entonces le contestan: —Aquí la llevo.
Y eran los duendes.
Consuelo Olmos de Martín, 50 años, ama de casa, Coatepec,
Veracruz.[52]
La mujer que bailó con el diablo
Cuentan que por donde está la bomba de agua vieja, ahí en el centro, vivó una señora que de joven fue muy hermosa y que un día hubo un baile pues seguido se hacían bailes y esta joven que era muy coqueta con los hombres y que sabía que era muy bella y que se fijaban en ella, fue al baile porque no se perdía ninguno –y mi abuelita tampoco; ella también estuvo en el baile y lo cuenta. Ella, la joven, tenía su pretendiente que era uno de los jóvenes más guapos de por aquí pero ella era muy vanidosa. Y al baile aquel entró, de repente, un joven que nadie conocía. Dicen que no tenía comparación de guapo y de lo caballero que era.
Pues a esta mujer le llamó la atención y, por asegurarla con él, desairó a su novio. Entonces, él la sacó a bailar y dicen que era de admiración cómo bailaba esa hermosa pareja. Pero cuando terminó la pieza ella dijo que toda la noche quería bailar con él y dejó a las otras muchachas sin oportunidad de acercarse al desconocido y anduvo baile y baile hasta que empezó a sentir mucho calor y como que giraban muy rápido en las vueltas y, de pronto, ella cayó al piso, pero ya no estaba el muchacho; sólo ella tirada. Entonces fueron a ver qué tenía y estaba desmayada. Pero en la espalda tenía el dibujo de las manos de él en una quemada muy fuerte y en sus ojos se le quedó un brillo como rojo que hacía que ya no se viera tan bonita. Y así se quedó; quemada y con los ojos raros porque el joven ése era el diablo que se la había querido llevar.
Josefina Coronado, 47 años, ama de casa, Matehuala, San Luis
Potosí.[53]
El carretero, los muertos y los moribundos
Lo que yo les voy a contar es la leyenda de la Calle Espejo, es una calle céntrica de la ciudad de Pátzcuaro. Dicen que en la época de la colonia azotó a Pátzcuaro una epidemia que fue el cólera entonces muchas personas se estaban muriendo ahí en el centro de Pátzcuaro por el cólera y dice la leyenda que pues la gente ya se veía azolada que ya no quería salir de sus casas que estaba todo muy triste muy oscuro. Muchas personas estaban enfermando y muriendo del cólera y contrataron a un vecino de ahí del centro de Pátzcuaro que tenía una carreta, pero el vecino era muy tomador, y le decían: —Bueno, tienes que llevar a los enfermos a cierto lugar para que los curen y a los muertos los tienes que llevar al camposanto para que los entierren en fosas comunes.
Y así lo hizo él, siempre su recorrido era por la Calle del Espejo recogiendo moribundos y recogiendo muertos pero cuando se emborrachaba iba por la Calle del Espejo y recogía a los moribundos y a los muertos en la misma carreta o sea mezclados los enfermos con los muertos y, de repente, pues ya no sabía qué hacer: quién estaba muerto y quién estaba enfermo y se salía hacia la Calle Real, que le llaman, y tiraba a los muertos y a los enfermos a una barranca y nunca informaba de cómo estaba haciendo su trabajo. Entonces, se dice que los muertos y los enfermos que murieron en la barranca llegaron un día por él. Entonces ahí por la Calle del Espejo se empezaba a sonar la carreta y a los pocos meses murió el carretero y dicen que por la Calle Espejo se sigue escuchando la carreta de esos tiempos de cuando transportaban a los enfermos y a los muertos del cólera y que si una persona de esa Calle del Espejo escucha la carreta, a los tres días fallece eso es lo que dicen de la Calle Espejo.
Leticia Cervantes Naranjo, maestra, Zacán, Michoacán.[54]
Imagen patronal del Santuario de Jesús Nazareno
La historia podría comenzar así: los habitantes del pueblo de Tepalcingo mandaron a hacer la imagen con un escultor al estado de Puebla, por el año de mil ochocientos…, de pasta de harina de la caña de maíz; y los pobladores de Tlacualpicán, Puebla, por ese mismo tiempo, igual mandaron a hacer una imagen de figura pero sólo fue de madera. En cuanto estas están terminadas, las dos imágenes, los pobladores de Tlacualpicán, al ver la imagen de caña de maíz, les gustó mucho más y le dijeron al escultor que se las diera a ellos aunque pagaran más; el escultor aceptó, pero la imagen de caña se puso muy pesada y los del pueblo de Tlacualpicán llevaban veinte personas y ni con las veinte personas pudieron moverla. Más tarde llegaron los de Tepalcingo, ellos nomás eran tres personas y como ya la habían pagado, la imagen, llegaron y le dijeron al escultor, le dijeron que se las diera, pues, y el escultor pus no tuvo de otra manera que dársela porque no pudo dársela a los otros, y se trajeron a la imagen y desde ese tiempo es venerada la imagen por millones de peregrinos cada que es la fiesta patronal, en la segunda semana de cuaresma.
Alejandro Acevedo, 36 años, Tepalcingo, Morelos.[55]
Tiene un caballo blanco, tiene su espada, todo tiene el del caballo
El general Ortiz (del lado del gobierno) era muy asesino. En Chachamoles, enfrente San Bernardino de Milpillas, [los cristeros] tuvieron un combate muy grande; ahí donde pelearon se llama Chachamoles, ahí acabaron el 40 batallón, pero lo acabaron porque les ayudaron, ¿quién?: el del caballo blanco, santo Santiago, ese fue el que les ayudó.
Ahí dicen que se les aparecía un señor en un caballo blanco; se les arrimaba y traía una espada, se les arrimaba al caballo y les tiraba un cuchillazo, les mochaba la cabeza. ¿Usted cree que se le iban a arrimar? Ya después los otros, no. Allí pelearon y allí les ayudó santo Santiago.
Y en el Cerro de las Papas, que está en Teneraca, vamos a suponer la torre, arriba allí les pusieron una emboscada los cristeros: que uno era Federico Vázquez, mi tocayo, y otro era Trinidá Mora, de los cabecillas que encabezaban la guerra, y lo ganaron. Quedó el tiradero de cristianos,como cuando se’hogan 50 borregos, que quedan ahí tirados, así quedó. Y también, ¿quién les ayudó? El del caballo blanco. Tiene un caballo blanco, tiene su espada, todo tiene el del caballo.
Federico Bernadac, Bayacora, Durango.[56]
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