Enciclopedia de la Literatura en México

Pedro Requena Legarreta

José Luis Martínez
1995 / 07 oct 2018 13:07

La temprana muerte, a los veinticinco años, de Pedro Requena Legarreta (1893-1918) frustró su desarrollo poético. Acaso logró ver publicada su traducción de Gilanjalí. Poemas místicos de Rabindranath Tagore (Nueva York-México, 1918, de las primeras versiones en español). Después de su muerte, en 1919, apareció en la colección Cultura (x, 4) la Antología de poetas muertos en la guerra (1915-1918) –introducción  y notas de Castro Leal–, con excelentes traducciones de Requena Legarreta de poetas ingleses, franceses y estadounidenses; en 1920 la misma editorial Cultura publicó, fuera de la colección de este nombre, una Antología de poemas de Requena Legarreta, con un entusiasta prólogo de Rafael López. Esta antología fue anticipo del tomo de Poesías líricas (1930), editado por el padre del poeta y en el que se reunieron sus poemas, bibliografía y juicios críticos de Agustín Loera y Chávez, Rafael López, Joaquín Méndez Rivas –su amigo cercano–, Rafael Heliodoro Valle, Carlos Pellicer, José Vasconcelos y de escritores hispanoamericanos residentes en Nueva York, donde murió el poeta. Loera y Chávez decía que “Requena Legarreta poseyó un caudal de lecturas y erudición como no ha habido entre nuestros escritores de cinco lustros quien lo tenga.” López elogió sus traducciones y lamentó que el poeta enmudeciera “en la mañana de su vida, cuando la esplendidez de la flor, sólo hace presentir el fruto que madurarán estilos”. Méndez Rivas escribió: “La poesía de Requena, como su sangre, era de buena cepa.” Valle apuntó: “Quienes le conocieron le recuerdan con sorpresa y amor […] Este es el caso espantoso de quien nace para reinar y de pronto, antes del mediodía, entra en la sombra de la más larga noche.” Pellicer, en el sepelio de los restos del poeta traídos a México, dijo: “Aquellos que hayan perdido la amistad de un hombre bueno y musical, sabrán sentir conmigo éste pésame insólito de la adolescencia a la adolescencia. Su muerte fue un acto de belleza, antes que ser su mayor acto filosófico.” Y Vasconcelos, como rector de la Universidad Nacional, le organizó un sepelio en el que:

doce poetas cuyas almas cantarán mientras caminen con el féretro en hombros, aunque detrás deudos y amigos lloremos […] y al paso del joven muerto las mujeres regasen flores.  Y así llevaría el cortejo gritos y lágrimas como una protesta contra la fatalidad…

Lejos ya el dolor de la pérdida, apreciamos ahora la importancia y calidad de sus traducciones y, en su poesía original, su tersura en muchos registros, sin voz personal ni innovaciones, y con cierta tendencia declamatoria. Una buena promesa frustrada.