Estudió en el Colegio del Sagrado Corazón y en el bachillerato del Instituto Cardenal Cisneros, en Madrid. En 1926 formó parte del Liceo Femenino, fundado por María de Maeztu y Concha Méndez, para encargarse de todo lo referente a la literatura. Fue discípula y amiga de Juan Ramón Jiménez; con él participó en las tertulias de poesía donde conoció a poetas de la Generación del 27, como Rafael Alberti, Luis Cernuda, Federico García Lorca y Jorge Guillén. En 1930 conoció a Juan José Domenchina, poeta también y secretario político del presidente Manuel Azaña; se convertiría en su marido en 1939. Al término de la Guerra Civil española el matrimonio salió de Madrid. Pasaron por Valencia, Barcelona y Francia, en 1939 llegaron a México por invitación de la Casa de España y por Alfonso Reyes. En ese país realizaron traducciones para el Fondo de Cultura Económica (fce), uteha, Centauro y Herrero, entre otras. Champourcín trabajó como traductora en múltiples congresos y conferencias internacionales. En 1948 participó en la fundación de la Asociación del Personal Técnico para Conferencias Internacionales y durante dos años ocupó el puesto de jefa del Departamento de Traducción al Español en el Comité Olímpico de México. Fue una de las fundadoras de la revista Rueca. Colaboró con poemas y artículos en revistas literarias como Istmo, Romance y la Gaceta Social de México. Impartió cursos de Literatura en el Instituto de Estudios Superiores "Yacatia". En 1972 regresó a España donde residió hasta su muerte.

Ernestina Mitchels de Champourcín y Morán de Loredo fue poeta, novelista y ensayista, traductora y crítica literaria. Desde muy joven desarrolló su principal vocación literaria: la poesía; en ella sobresale su anhelo de perfección y su tono erótico-místico que la aproxima a Guadalupe Amor y Alfonsina Storni. Sus poemas de aguda sensibilidad llevan una gran firmeza expresiva. En silencio, Ahora, La voz en el viento, Cántico inútil, sus primeros libros en Madrid, recibieron la atención por parte de la crítica. En ellos transita por la tendencia modernista y neorromántica influida por Juan Ramón Jiménez, a una poesía de voluntad intimista, amorosa y mística. Sufrió una aguda crisis espiritual por los años de exilio, que propicia una auténtica conversión religiosa y el nacimiento de una nueva poética, reflejada en los poemarios Presencia a oscuras, Cárcel de los sentidos y El nombre que me diste. El contenido religioso de su poesía se intensifica cuando muere su marido y regresa a España en 1972: Cartas cerradas y Poemas del ser y del estar son una buena muestra de ello. En sus últimos libros, Del vacío y sus dones y Presencia del pasado, al filo de sus noventa años, escribe una poesía reflexiva con un tono doliente, que recorre el pasado desde la mirada nostálgica de la senectud.