Enciclopedia de la Literatura en México

La Bruja

mostrar Introducción

La bruja es uno de los personajes con más arraigo en los cuentos y las leyendas tradicionales. El concepto de la mujer perversa y poderosa ha existido en las representaciones culturales de toda comunidad. Se trata de un personaje que está situado en la frontera entre la realidad y la ficción: en la realidad, en el sentido de que la creencia de que las brujas existen les ha dado la corporeidad suficiente para ser quemadas en las hogueras que se levantaron en Europa entre los siglos xv y xvii –principalmente– y ser aún objeto de miedo y de odio. Al mismo tiempo, sin perder del todo las características de la bruja “real”, el personaje de ficción aparece en mitos, leyendas, cuentos, chistes, canciones, películas, etcétera, en fuentes tanto cultas como populares, escritas y orales, que se nutren unas de otras. 

En México, el personaje resulta de la fusión de la bruja española –a su vez heredera de una tradición medieval, una clásica y una celta– con las ideas prehispánicas y hasta africanas que se entretejieron durante el periodo colonial. Desde la conquista, en los textos de cronistas de Indias como fray Bernardino de Sahagún y, más adelante, en los tratados sobre hechicería y supersticiones como los que escribieron Andrés de Olmos, Hernando Ruiz de Alarcón y Jacinto de la Serna, entre otros, hasta nuestros días, en los relatos recogidos de la tradición oral, pasando por los archivos inquisitoriales sobre acusaciones de brujería, se puede seguir el rastro de esta temida figura y ver cómo se ha ido transformando y adaptando a su contexto.

mostrar ¿Quién es la bruja? ¿Por qué bruja y no brujo?

La bruja es, en primer lugar, una mujer. Una mujer que, gracias a un pacto con el demonio, adquiere la capacidad de provocar enfermedades y muerte, de transformarse a voluntad –aunque dentro de ciertos límites–, de manipular tormentas, granizos o sequías; puede volver impotentes a los hombres y estériles a las mujeres; puede matar y comerse a los niños; es una mujer que vuela por las noches y se reúne en aquelarres con otras de su tipo. A cambio de estos poderes, la bruja promete entregarse en cuerpo y alma al demonio, convertirse en su servidora, adoradora y amante, y hacer todo el mal que pueda mientras viva. 

Aunque es evidente que a lo largo de la historia y de la literatura han aparecido hombres que igualmente se dedican a la magia maligna mediante un pacto demoniaco, la bruja es, por definición, mujer. En su Tesoro de la lengua castellana o española, publicado en 1611, Sebastián de Covarrubias dice que bruja o brujo son “cierto género de gente perdida y endiablada, que perdido el temor de Dios, ofrecen sus cuerpos y sus almas al demonio a trueco de una libertad viciosa y libidinosa”, pero más adelante agrega que “Hase de advertir que, aunque hombres han dado y dan en este vicio y maldad, son más ordinarias las mujeres por la ligereza y fragilidad, por la lujuria y por el espíritu vengativo que en ellas suele reinar; y es más ordinario tratar esta materia debajo del nombre de bruja que de brujo”.[1] Casi 80 años antes, fray Martín de Castañega, el autor del primer tratado de magia escrito en lengua romance, Tratado de las supersticiones y hechizerias y de la possibilidad y remedio dellas (1529), explicaba que esto se debía a que, en primer lugar, desde el principio Cristo las apartó de la administración de sus sacramentos, lo que las dejó a merced del demonio; en segundo lugar, porque son más fáciles de engañar; la mujeres, además, son curiosas y quieren enterarse de lo oculto; no saben tampoco guardar secretos y se platican todo unas a otras con lo que lo que sabe una lo aprenden las demás; y, finalmente, porque las mujeres son iracundas y vengativas y por eso recurren al demonio para que les ayude. Castañega termina aclarando que lo más importante es que “los hechizos que los hombres hacen atribúyense a alguna sciencia o arte, y llámalos el vulgo nigrománticos y no los llaman brujos […]. Mas las mujeres como no tienen excusa para alguna arte o ciencia, nunca las llaman nigrománticas […] salvo megas, brujas, hechiceras, jorguinas o adevinas”.[2] Esta definición le da al brujo un carácter culto y respetable del que carece la bruja. 

Fray Martín de Castañega retoma con esto lo que ya habían establecido los dominicos Heinrich Kraemer y Jacob Sprenger, los autores no del primero, pero sí del más célebre de los tratados de brujería, el Malleus Maleficarum (El Martillo de las brujas), publicado por primera vez en 1486 y que sirvió de base teórica a la cacería de brujas que tendría lugar durante los dos siglos siguientes. Los dominicos también establecen que la razón por la que hay más brujas que brujos es porque son más crédulas, porque son más fáciles de impresionar y porque tienen una “lengua mentirosa y ligera: aquello que aprenden en las artes mágicas lo ocultan difícilmente a las otras mujeres amigas suyas, y como son débiles, intentan una venganza fácil por medio de maleficios”. Pero, además, los autores tratan de dar una explicación de por qué son así las mujeres: argumentan que la naturaleza femenina es distinta a la del hombre y que no podía ser de otra manera, ya que desde su misma formación, a partir de un hueso curvo, tienen implícita la desviación, lo que las hace más carnales, más falsas, más vengativas y más perversas que el hombre.[3]

Este estereotipo hostil será el que dé pie a la persecución de la brujería en el Renacimiento europeo y del que partirá la caracterización de la bruja moderna, aunque, con el tiempo, perdió su vinculación diabólica que era su característica principal y el argumento para perseguirla y matarla.

mostrar Bruja o hechicera

A pesar de que en la literatura y aún más en la realidad la bruja y la hechicera se confunden y en algunos contextos estas designaciones funcionan como sinónimos, se trata de personajes distintos, al menos teóricamente. La hechicera es una mujer que mediante sus conocimientos y ciertas aptitudes más o menos mágicas, con o sin pacto con el demonio, puede provocar maleficios y enfermedades, y también curarlas. Emplea objetos y sustancias concretas para ejercer su arte. El personaje prototípico de la hechicera es la Celestina.

La bruja, en cambio, se define no tanto por el mal que pueda causar –que puede ser menor al provocado por la hechicera–, sino por su papel de adoradora y amante del diablo, por pertenecer a una cofradía. Las acciones de la bruja suelen ser más sobrenaturales. Comparten con la hechicera la capacidad para provocar el mal, la enfermedad, el amor o el desamor, pero además –y es esto lo que las diferencia– las brujas vuelan y asisten al aquelarre. Un ejemplo de esta diferencia es la que muestra Evans Pritchard en su obra Brujería, oraculos y magos entre los azande, en la que afirma que, para ese grupo, la brujería era una cualidad inherente, por lo que para ejercerla no era necesario realizar un rito, ni pronunciar un encantamiento, ni utilizar alguna sustancia, mientras que los hechiceros eran personas que podían hacer el mal mediante ritos mágicos o con determinadas medicinas.[4]

Para algunos autores, la hechicera es una mujer que mediante pacto implícito o explícito con el demonio es capaz de hacer hechizos; la bruja, en cambio, hace también hechizos, pero lo que la caracteriza es su total entrega al demonio, al que adora como amo y señor, lo que implica renegar de dios y del bautismo, faltando así a la palabra dada en el culto católico; es decir, la bruja es, ante todo, una hereje apóstata, lo que la hace no más peligrosa que la hechicera, pero sí más perversa para los teólogos renacentistas europeos. Se puede decir que la hechicería es una práctica y la brujería una idea. Por eso la bruja como tal no surge sino hasta el momento en que la Iglesia define a este grupo de mujeres que se reúnen con el demonio y se dedican a hacer el mal por orden suya.

Para algunos autores, la hechicera es una mujer que mediante pacto implícito o explícito con el demonio es capaz de hacer hechizos; la bruja, en cambio, hace también hechizos, pero lo que la caracteriza es su total entrega al demonio, al que adora como amo y señor, lo que implica renegar de dios y del bautismo, faltando así a la palabra dada en el culto católico; es decir, la bruja es, ante todo, una hereje apóstata, lo que la hace no más peligrosa que la hechicera, pero sí más perversa para los teólogos renacentistas europeos. Se puede decir que la hechicería es una práctica y la brujería una idea. Por eso la bruja como tal no surge sino hasta el momento en que la Iglesia define a este grupo de mujeres que se reúnen con el demonio y se dedican a hacer el mal por orden suya.

Julio Caro Baroja, uno de los grandes investigadores de la brujería y de la Inquisición en España, distinguía las hechiceras de las brujas diciendo que las primeras eran urbanas, actuaban solas y se dedicaban principalmente a la magia erótica, mientras que las segundas eran rurales, se reunían con otras de su condición y sus actividades eran más oscuras.[5]

Ya superada la cacería de brujas –por lo menos en lo que concierne a los tribunales civiles y eclesiásticos, y aunque se dan antecedentes en las figuras clásicas–, con el Romanticismo del siglo xix hay un cambio de valoración hacia la bruja, pero sobre todo hacia la hechicera, a la que, en parte por su asociación con la magia erótica, se le empieza a retratar como una mujer sensual, provocativa, misteriosa, que atrapa a los hombres con su belleza. Esto ha dado lugar al chiste que dice que la diferencia entre la hechicera y la bruja son 20 años de matrimonio.

Estas distinciones entre las dos figuras son más bien teóricas, jurídicas y teológicas.[6] En el ámbito de la ficción normalmente esta distinción se difumina y con frecuencia en el mismo relato al personaje se le llama bruja y hechicera, y asume características de ambas. Así lo haremos en este trabajo en el que bajo la designación de bruja, a menos que indiquemos lo contrario, nos referiremos al conjunto de personajes femeninos practicantes de la magia maléfica.

mostrar Las prácticas de la bruja

A las brujas y hechiceras se les atribuye una serie de prácticas bien definidas que resultan de una fusión de elementos de distintas tradiciones y cuyos antecedentes pueden ser rastreados en personajes legendarios, mitológicos y de la literatura antigua. Incluso, más que una fusión, se puede hablar, siguiendo a Armengol,[7] de un efecto acumulativo para formar el concepto de la brujería. Así, partiremos de la descripción de las prácticas atribuidas a la bruja española con algunos ejemplos de cómo esas prácticas se adoptaron o se adaptaron en América, y en el apartado siguiente veremos algunos rasgos diferenciadores de la bruja americana.

Entre las prácticas más características podemos encontrar el maleficio y la magia amatoria –más propio de las hechiceras–, y la transformación en animales, el pacto con el demonio, la asistencia al aquelarre, el vuelo nocturno y la antropofagia como prácticas asociadas a la brujería. Revisaremos a continuación esas prácticas.

Maleficio y magia amatoria

El maleficio, según el Diccionario de Autoridades es el “daño o perjuicio que se causa a otro. [...] Se toma también por hechicería, para dañar o hacer mal a otro”. El mismo diccionario define al maléfico, como “el que perjudica y hace daño a otro, especialmente con hechicerías”. Por último, el verbo maleficiar significa “dañar alguna cosa, o bien corrompiéndola o quitándola la bondad o mezclándola con otra mala. [...] Vale asimismo hechizar”.

La manifestación más frecuente del maleficio es la enfermedad (de estómago, de pecho, la pérdida del movimiento de algún miembro o la del miembro mismo) debido a algún objeto extraño introducido en el cuerpo mediante la comida o bebida, o a distancia. Este maleficio puede afectar tanto a personas como animales, provocando ya la muerte, ya la ruina, en sociedades que dependen de la ganadería.

El maleficio, fuera de sus rasgos sobrenaturales, incluye el uso (y abuso) de plantas que producen determinados efectos. Dice Julio Caro Baroja que el conocimiento de los efectos de las plantas podría provenir desde la época en que las mujeres recolectaban plantas silvestres para cubrir las necesidades alimenticias de la comunidad y que eso podría haberles permitido conocer no sólo las plantas útiles, sino también las dañinas y que esta información puede haber pasado de generación en generación proporcionando un conocimiento real de las plantas.[8] De ahí que a las brujas se les asocie con una serie de plantas con distintas propiedades mediante las cuales provocan desde urticaria hasta la muerte por envenenamiento, pasando por las alucinaciones y la pérdida de la razón. Un retrato típico de la bruja es la que la ilustra maniobrando frente a un caldero haciendo pócimas.

Aquí es importante referirnos a un par de personajes de los que se retomarán elementos al concebir a la bruja: Hécate y Medea. La diosa griega Hécate, considerada la patrona de la hechicería, era, originalmente, la diosa de las tierras salvajes y de los partos; cuando tardíamente se le incorpora a la mitología griega, en unas versiones es hija de Gea y Urano, del cielo y la tierra, y en otras de Asteria, la diosa de las estrellas y por tanto nieta de Febe, que personificaba a la luna. Es, por tanto, una deidad lunar al tiempo que guardiana de la frontera entre los humanos y los espíritus, entre la tierra y el submundo, por lo que también ostentaba el título de “Reina de los fantasmas”. Su caracterización como diosa de la magia y la hechicería aparece con frecuencia en los antiguos textos mágicos. Hécate, equivalente a la diosa de la mitología romana Trivia (tres caminos), era también la diosa de las encrucijadas y suele representársela como una deidad triple (a veces son tres mujeres, a veces una con tres cabezas); manda sobre los cruces de caminos, zonas peligrosas –como las salvajes–, pues esos sitios donde los caminos convergen están asociados a las apariciones del diablo. Para Julio Caro Baroja, Hécate, junto con Selene y Diana, formarán todo un complejo que relaciona, la noche, la luna, la tierra y el submundo que serán el escenario de la práctica brujeril.

Por su parte, Medea es, de todas las figuras de la literatura clásica, la que más nos recuerda a las brujas y hechiceras europeas. Era hija de Eetes, el rey de la Cólquida. En algunas versiones se dice que era hija de Hécate y en otras su sacerdotisa. También a veces se dice que era hermana de Circe, de la que trataremos más adelante, y en otras que era su sobrina. Se trata de una mujer con poderes sobrenaturales, capaz de detener el curso de los ríos y de interpretar la trayectoria de la luna y las estrellas. Experta en el manejo de hierbas, filtros y venenos, utiliza sus poderes y su conocimiento primero para ayudar al hombre que ama, Jasón, a vencer a su padre y apoderarse del vellocino de oro; y más tarde, ante la traición de que la hizo objeto, con sus mismos poderes se venga matando a la mujer con la que Jasón se iba a casar y a los hijos que había tenido con él. En unas versiones, Tesalio es un hijo sobreviviente de Medea y fue el que dio su nombre a Tesalia, famosa zona de Grecia de donde se decía que provenían muchas hechiceras. En Medea aparece la magia erótica que veremos enseguida, relacionada con la hechicería, la que tendrá un peso importante en el ejercicio de las brujas y hechiceras de la época moderna y hasta nuestros días.[9]

La práctica de la hechicería está relacionada con curanderos y otros especialistas populares en la salud (chamanes, saludadores, parteras, ensalmadores) ya que se supone que en una comunidad en la que no hay médicos o cirujanos, la salud de sus miembros está en manos del mismo personaje que provoca las enfermedades. Tan frecuente como buscar la propia salud por medios mágicos, era procurar la enfermedad ajena por procedimientos similares, como afirma Luis González y González en La magia de la Nueva España; el peón incapaz de pagar con la misma moneda los agravios de sus capataces y patrones, las esposas que no podían devolver paliza por paliza, en fin, todo el que necesitaba de la venganza tenía a su disposición técnicas de maleficio y maleficiadores profesionales.[10]

En un largo proceso que se llevó a cabo en Monclova, Coahuila entre 1748 y 1752, el más importante, si no es que el único caso de cacería de brujas al estilo europeo que se dio en la Nueva España, podemos ver las manifestaciones concretas del maleficio. La india tlaxcalteca Manuela de los Santos –denunciada de ser maestra de brujería por otra india llamada Frigenia (que dijo ser ella misma maestra de hechicería y alumna de aquélla para ser bruja)– confesó en su primera declaración ante el comisario del Santo Oficio en Monclova, Coahuila, don Juan Ignacio de Castilla y Rioja, el 19 de septiembre de 1748, lo siguiente:

Siéndole [preguntado] si es la que declara legítima hechicera, dijo que sí. Y preguntándole que cuánto tiempo ha que sabe el arte de hechicería, dice y declara que cuando supo no tenía todavía hijos y, sacada la cuenta, ha veinte y ocho años, poco más o menos. Y preguntándole que quién fue su maestra, dijo que una española del Real de Boca de Leones llamada Cota. [...] Y preguntándole que qué le dijo al tiempo que la enseñó, dice que le dio a conocer varias yerbas y raíces con las que, compuestas, dándoselas a la persona que ella quisiera moriría y que padecería dolores. Y que también le dijo que usara del solimán.[11]
Y preguntándole que a cuántas personas le[s] ha dado en este tiempo veneno, dice que en La Caldera le dio a un indio llamado Chepe el Largo. Y que es verdad que ella propia y de su misma mano le dio en una taza de aguardiente el bocado a Domingo y que de él murió. Y confiesa que a su hermana Asenso del citado Domingo, le dio la que declara en unos tamales y en ellos el bocado de que murió. Y confiesa que también le dio bocado y maleficio a Antonia de Chávez y que ella propia la curó y que está sana. Y confiesa que por su mano hechizó a Rosa, la hija de Juan Ramos, y que la Quiteria lo pidió y que en pago le dio dos chancacas.[12] Y confiesa que por su mano le dijo a Rosa Barrera lo que avía de hacer para matar a María de la Encarnación y que por esto le ofreció un becerro, pero que no se lo dio. Y que es verdad que murió de tal hechizo. Y confiesa que Rosa Flores le pidió a la que declara hechizo para matar a Ana Flores y que se lo dio y murió de él. Y declara que en pago de esto le dio la tal Rosa una camisa vieja a la que declara. Y confiesa que también le dio a la citada Rosa hechizo para que a su marido lo matara, el cual se halla padeciendo. Y confiesa y declara que la citada Rosa le pidió hechizo para matar a Lorenza, la mujer de Francisco de San Miguel. Y confiesa que ella le dio el hechizo a Antonia Flores para que hechizara a Antonia, la mujer de Joaquín de Osuna, y que está ya buena, aunque contra la voluntad de la dicha Antonia Flores, pues lo que quería era que muriera. Y confiesa también que esta tal Antonia Flores le pidió hechizo para matar a don Santiago de Pruneda y que la que declara dio a esta tal Antonia unas raíces envenenadas para en un chacual de leche matarlo y que, habiéndoselo llevado, no lo bebió luego y que así que se pasó la ora se volvió gusanos. Y confiesa que Rosa Flores, ya nominada, le pidió hechizo para hechizar a Margarita de la Garza y que le dio una espina de nopal, la cual tiene hoy todavía clavada. [...] Y confiesa que ella propia tiene hechizado a Francisco Sánchez y confiesa que ella propia mató con chacual de leche a María Antonia, hija del referido Francisco Sánchez. Y confiesa que ella propia hechizó a Juan Félix, a pedimento de Clara Sánchez, porque éste no se quiso casar con ella. Y confiesa que a María de Hinojosa le dio hechizo para que ésta y por su mano y pedimento matara a Pedro Javier. Y confiesa que ella propia y por su mano, a pedimento de Josefa de Salazar, mató a Lucía, mujer de Manuel de Córdova por casarse con él. Y confiesa que Joseph de Salazar, hermano de dicha Josefa, comió del mismo plato y también murió. Y confiesa que ella misma hechizó a la referida Frigenia, contenida en estos autos, y confiesa que ella misma la curó.[13]

En esta larga enumeración de los crímenes de Manuela de los Santos podemos ver que, además de ser una asesina serial, sus prácticas hechiceriles son un medio de vida: las personas de su comunidad le pagan para elaborar los hechizos para maleficiar a sus enemigos. También se muestra que ella misma es la que cura a los maleficiados, cuando quiere.

Aunque la enfermedad es su manifestación más frecuente, el maleficio también se dirige a la manipulación de fenómenos atmosféricos: provocar lluvia o sequía, nieve, frío o calor. De nuevo serán las brujas de Coahuila las que nos permitirán mostrar un ejemplo. Dice la misma Manuela de los Santos:

Y preguntándole a la que declara que por qué motivo han caído en esta villa tantos granizos y se han experimentado tantas secas y calamidades, dijo la que declara que es verdad que ella, la Frigenia y las cuatro sus discípulas contenidas en estos autos, acordaron juntarse (como lo hicieron), en el cárcamo referido,[14] en el que, juntas las seis referidas, llamaron a Lucifer, que estuvo pronto al llamado; cuya junta hicieron, y así lo confiesa, el viernes en la noche que fue la junta. Y que todas le pidieron y le dijeron que si no destruía esta villa, que lo dejaban, porque el gobernador que había venido celaba mucho la honra de su Dios y que a todas las tenía muy sujetas y que lo que querían era que no hubiese frutos mientras estuviese aquí. Y que el Demonio les dio palabra de hacerlo así. Y que luego el sábado siguiente cayó aquel granizo tan grande que todo lo acabó. Y afirma la que declara que, a no haberse dado esta providencia [que encarcelaran a las brujas] por el Santo Tribunal, mientras este Gobernador estuviera no se había de lograr año ninguno, en la villa, de semillas, y que todos los años había de caer granizo; y que también pidieron que no lloviera para que todo se perdiera.[15]

Por otro lado, el amor y otros elementos asociados a él como el deseo, la pasión, el matrimonio, la fidelidad, y sus antónimos, el odio, la ira, la venganza, son algunos de los motivadores más importantes de los actos humanos vinculados a la magia.

La práctica de conseguir el amor mediante algún procedimiento mágico era y es una de las principales actividades de las brujas y hechiceras –la famosa philocaptio celestinesca–, quizás porque siempre parece algo que está fuera del control humano que se siente impotente para satisfacer sus anhelos amorosos o pasionales. Se trata de un tipo de maleficio específico y el que más comúnmente realizan las especialistas en la magia maléfica. No sólo consiste en provocar el amor o la pasión en contra de la voluntad del maleficiado, sino en otros hechizos asociados: impedir la consumación del acto sexual, provocar infertilidad o abortos, propiciar el adulterio o evitarlo, amansar a maridos violentos o calmar a mujeres celosas.

Representante literario de este ejercicio maléfico es Simeta, la protagonista del Idilio ii de Teócrito (siglo ii a. C.). Simeta se enamora perdidamente de Delfis –un apuesto (y engreído) joven–, cae enferma de pasión y ruega a su criada que vaya por él para calmar su pasión. Delfis le dice que está enamorado también de ella y que si ella no se hubiera adelantado a buscarlo, él lo habría hecho. La muchacha, emocionada, dice a la Luna, a quien está contando sus desdichas: “Para no parecerte muy indiscreta, querida Luna, / diría que se hizo todo: de amor las ansias, juntos calmamos”.[16] Pero unos días después, Delfis deja de visitar a Simeta y ella, por una amiga, se entera que aquél está presumiendo su amor por otra persona. Despechada, Simeta decide vengarse y se dispone a preparar un filtro amoroso para atraer de nuevo a Delfis a su lado o para matarlo si no vuelve. La muchacha comienza invocando a la Luna y a Hécate para que la ayuden en su hechizo:

Ahora voy a embrujarlo ahumando inciensos. ¡Vamos, alumbra,
Luna, con gran fulgor! Diosa, en voz baja voy a invocarte,
y a Hécate también, la subterránea, que incluso perros
temen, cuando ella marcha por tumbas muertas y en negra sangre:
Hécate horrenda, salve; por esta noche senos propicia,
haciendo estos venenos nada inferiores a esos de Circe
ni a los de Perimeda, la rubia aquélla, ni al de Medea.

A continuación se describen una serie de acciones y unos ingredientes que usa Simeta para hacer el hechizo: mientras repite “ave de amor, al joven aquel arrastra a mi casa”, va echando al fuego granos de cebada y salvado, “una planta Arcadia, muy lujuriosa” (v. 48), los pedazos de una parte de la tela de la ropa de Delfis, vino (tres veces) y hasta un lagarto triturado.

Este tipo de hechizos amorosos, más simples o más complejos, aparecen en la literatura desde la época clásica hasta nuestros días, como se muestra en las siguientes oraciones compradas en un mercado mexicano donde se puede ver que el objetivo, casi 23 siglos después, es el mismo que tenía Simeta:

Las brujas también tenían otros trucos para vengarse del abandono del amante: en el capítulo vii del Malleus maleficarum o El martillo de las brujas, titulado “Acerca del modo como suelen hurtar a los hombres el miembro viril”, los autores dicen que ésa es una típica costumbre de las brujas para impedir la relación sexual o la procreación, o sólo por molestar. Cuenta una anécdota:

En la ciudad de Ratisbona, un joven mantenía relaciones con una muchacha. Cuando quiso abandonarla, perdió su miembro viril bajo los efectos de algún sortilegio hasta el punto de no tocar ni ver más que una superficie aplastada. Angustiado por ello, se fue a una taberna para adquirir vino. Sentándose un momento, se puso a hablar con una mujer para contarle a detalle la causa de su tristeza y le mostraba como así ocurría en su cuerpo. Astuta, ella le preguntó si sospechaba de alguna mujer. Él le dijo que sí y le dio el nombre de ella, contándole, además, lo que había pasado. La mujer le dijo entonces: “Si para decidirla a devolverte la salud no es bastante utilizar buenos modales, convendrá usar alguna violencia”. Así, el joven, al llegar el crepúsculo, se apostó en el camino por el que habitualmente pasaba la bruja. Cuando la vio le rogó devolviese la salud a su cuerpo. Ella se declaró inocente y afirmó que no sabía nada del asunto. Entonces, arrojándose sobre ésta, la rodeó el cuello con una toalla y la ahogaba, diciendo: “Si no me devuelves la salud, morirás a mis manos”. Como no podía gritar, ya tenía la cara tumefacta y se ennegrecía. “Líbrame”, dijo, “y te curaré”. El joven aflojó el nudo y la presión. La bruja le tocó entonces entre las piernas y le dijo: “Ya tienes lo que deseas”. Como el joven contaba después, él había sentido perfectamente, antes mismo de asegurarse por medio de la vista y el tacto, que su miembro le había sido devuelto sólo por el tocamiento de la bruja.[17]

Transformación en animales

A las brujas se les atribuye la capacidad de transformarse a voluntad en objetos, fenómenos meteorológicos y, sobre todo, en animales. Tal y como sucede con el resto de los rasgos que caracterizan a la bruja podemos encontrar antecedentes de este atributo en la mitología clásica en otras figuras femeninas zoomórficas como Melusina, Empusa, las arpías y las sirenas.

Las razones por las que una bruja se transforma en un animal son, principalmente, para pasar desapercibida en su comunidad, para tener acceso a lugares a los que de otro modo sería imposible llegar, para causar un daño específico o para poseer las capacidades especiales de determinado animal. En general los animales en los que se transforma la bruja son bastante limitados: principalmente toman la forma de un gato, de preferencia negro, pero también se transforman en gallina o gallo blanco, en cuervo –o algún otro pájaro, también de preferencia negro–, en serpiente y en liebre.

Aunque también a las brujas se le acusa de transformar a sus enemigos en animales como en el caso de Lucio, el protagonista de El asno de oro de Apuleyo del siglo ii, quien buscando conocer los secretos de la magia, queda convertido en un asno por un hechizo o el capítulo x de la Odisea de Homero en el que la hechicera Circe convierte a los compañeros de Ulises en cerdos, o los perros de El Coloquio de los perros de Miguel de Cervantes, es esta capacidad de metamorfosearse uno de los aspectos que, como veremos más adelante, se pudo adaptar más fácilmente a la cosmovisión americana y que persiste hasta nuestros días.

Además de las figuras femeninas de la antigüedad mencionadas más arriba, podemos encontrar en el personaje de Lamia una serie de elementos que luego se incorporarán a la bruja. A esta reina libia, transformada por Hera en un monstruo que devoró a sus propios hijos (en otras versiones Lamia mató a sus hijos y por el dolor se transformó en monstruo), se le representa con cuerpo de serpiente y pechos y cabeza de mujer. Su aspecto zoomórfico y su antropofagia pasarán a formar parte de el estereotipo brujeril.

Asociada a Lamia y a Empusa, la mitología hebrea –retomando una figura de origen asirio-babilónico– tiene a Lilith, la primera mujer de Adán, rebelde y desobediente, que también guarda relación con este estereotipo. El mito antiguo dice que Lilith era una figura alada –para los sumerios era una mujer pájaro con patas y garras de lechuza, animal considerado su pájaro sagrado– de sexualidad insaciable que acostumbraba salir por las noches y, entre otras actividades, apoderarse del semen de los hombres durante el sueño para engendrar con él a sus demonios. Lilith es considerada el demonio femenino de la lujuria y la madre de las Lilim, súcubos que además de tentar a los monjes, copulaban con los hombres mientras dormían. A los niños recién nacidos les chupaba la sangre o se los comía en venganza del castigo que Dios le impuso: la muerte diaria de cien de sus hijos-demonios. Claramente se trata de un antecedente de la bruja y los vampiros.[18]

Juan Francisco Blanco recopiló directamente de la gente de Castilla y León algunos relatos de brujas transformadas en animales de los que pongo unos ejemplos:

En Fradellos de Aliste [Zamora], en cierta ocasión un señor se encontró una gallina entre las vacas; imaginando alguna brujería, le partió a palos una pata y al día siguiente apareció una señora del pueblo, con fama de bruja, con la pierna rota.
En Bermillo de Sayago cuentan que había un hombre que cuando venía de trabajar, calentaba un puchero con vino y siempre se le acercaba un gato. Un día, cansado ya, puso agua en lugar de vino, y cuando estaba hirviendo, se la arrojó al gato encima. A la mañana siguiente, apreció una mujer muerta y con la cara quemada”.
En San Bartolomé aún se cuentan casos de la tía Claudina, que era bruja, y acostumbraba a tomar forma de gato, costándole trabajo en ocasiones volver a su natural estado”.
En Maragatería, en León, se cuenta que el tío Barrigas –anciano sin hijos y con la mujer enferma, a la que procuraba socorrer con caldos de gallina– un día, después de hacerle el caldo a su esposa, vio que la carne de gallina había desparecido. Esto se repitió varios días, hasta que una noche, escuchó un ruido misterioso dentro de la casa. Se puso al lado de la gatera, tapando el orificio con un saco y logrando, de esta forma, atrapar un gato negro. Lo estaba golpeando contra el suelo cuando oyó un grito dentro del saco:
—¡No me golpees más, tío Barrigas, que no lo volveré a hacer nunca!
Se trataba de la tía Pardala, que era meiga [bruja en Galicia] y se dedicaba a hacer incursiones de noche por las casas del vecindario en forma de gato.[19]

En todas estas historias la bruja se descara al mostrar las heridas infringidas al animal en el que estaba convertida. Julio Caro Baroja también menciona una anécdota similar y dice que “en el País Vasco se aplica a tal o cual persona” y que se trata de un “clásico cuento de brujas”. Estas creencias estaban tan difundidas, que, como cuenta Alfonso Turienzo, en Val de San Lorenzo, León, cuando alguien golpeaba a un gato que no era de la casa, al día siguiente se fijaba a ver si alguna vecina estaba lastimada, porque eso significaba que se trataba de una bruja.

Pacto con el diablo

El pacto explícito con el diablo era, como dijimos antes, el rasgo distintivo de las brujas europeas. Ellas formaban su legión, por instancias de él se dedicaban a hacer el mal y, a su vez, el diablo las recompensaba con apoyo, protección y, principalmente, con satisfacción sexual. 

Para que el Demonio aceptara a una persona, frecuentemente exigía que se realizara cierto trámite que consistía en un pacto solemne y, a veces, también una ceremonia de iniciación. Los pactos solían hacerse por escrito como viene reseñado en los escritos de San Agustín y desde el siglo ix esta práctica estaba totalmente difundida en la Europa occidental. Dice Caro Baroja:

 Hasta cierto punto [el cortejo del Demonio] se halla organizado como el cortejo de un rey de la tierra, y lo que el Demonio ofrece a sus secuaces es lo que los reyes ofrecen a sus vasallos: amparo y protección a cambio de sumisión absoluta, de entrega total. Por otra parte, el pacto diabólico es muy parecido a aquellos con los que se establecían las relaciones entre señor y vasallo en la vida civil. Y más aún a aquel que realizaba un vasallo cuando se “desnaturaba”, es decir, se consideraba fuera de la obediencia de su señor natural y se desterraba o rendía vasallaje a uno nuevo.[20]

El simple pacto con el Demonio no implica la brujería: eran muchas las personas que en un momento de desesperación, prometían su alma al diablo a cambio de algún beneficio (riqueza, suerte, amor, salud, etcétera) sin que eso quisiera decir que se pusieran a sus órdenes. Incluso, para autores como el catalán Nicolás Eymerich, inquisidor general de Aragón, si la invocación al demonio no era suplicante sino imperativa, exigiéndole que hiciera “cosas propias de su oficio”, entonces no era herejía (lo que no quiere decir que no se castigara por tratarse de una superstición).[21] En los archivos inquisitoriales se pueden encontrar estas cédulas.

El Aquelarre

A las brujas se les acusa de no actuar solas. A pesar de ser generalmente mujeres solitarias, apartadas dentro de su comunidad, tienen, en cambio, relaciones con otras de su tipo. Es decir, las brujas pertenecen a cofradías y es en esto en lo que residía su peligro, según las autoridades eclesiásticas. En estas reuniones se concretaba el pacto demoniaco como una inversión de la misa católica y, como ésta, implicaba la adoración y entrega a su señor. 

A las reuniones de las brujas se les conoce con diferentes nombres pero el más común era sabbath, nombre que hace referencia al sábado hebraico, el día consagrado a dios, ya que a finales de la Edad Media los judíos y sus ritos, se consideraban el colmo de la perversión, por lo que fue fácil trasladar el concepto a las brujas.[22] El otro término que se utiliza, sobre todo en España, para referirse a estas reuniones, es el nombre vasco de “aquelarre” que viene de aker, “macho cabrío”, y larre, “prado”, “campo”, en euskera, en referencia a la figura que preside estas reuniones, el diablo, generalmente en su forma de macho cabrío. 

El concepto, de una enorme complejidad simbólica, tiene sus antecedentes también en la mitología grecorromana, en particular en la figura de Dionisos, dios del vino, y su séquito. Este dios, al que a veces se le representa como un animal cornudo (o por lo menos va a acompañado por uno), suele estar rodeado por un grupo de mujeres que sirven el vino y bailan frenéticamente, como en trance, a su alrededor. Las representaciones de estas mujeres, las ménades –que significa “mujer loca”– se caracterizan por su movimiento de danza y su familiaridad con los animales salvajes, lo que de nuevo remite a Hécate, cuyo nombre en griego antiguo significa “danza de manos” y se asociaba a Artemisa, diosa de los animales salvajes. En algunas representaciones aparecen bailando y uniéndose a sátiros que también típicamente formaban parte del séquito de Dionisos. Poniendo a las brujas en el lugar de las ménades y a los demonios en el lugar de los sátiros, tenemos perfilado el aquelarre.[23] 

Las descripciones sobre los aquelarres varían –muy poco– según los tiempos y lugares: unas son más repugnantes y otras rayan en lo cómico, pero coinciden en varios puntos. Se desarrollan a grandes rasgos de la siguiente manera: son reuniones casi siempre presididas por el diablo en forma de macho cabrío. A medida que van llegando, las brujas le rinden homenaje, frecuentemente besándole el ano. Ya reunidos, estas mujeres y –en menor medida– hombres maléficos rinden cuentas de los daños causados o se realiza una parodia de la misa católica presidida por el Demonio (misa negra). Luego tiene lugar el banquete, donde la comida, si no es repugnante (a veces se trata cadáveres de niños robados por las brujas para tal efecto) es, al menos, desabrida porque nunca tiene sal. A continuación y con la venia del diablo los asistentes comienzan a bailar alrededor de la hoguera. La fiesta termina poco antes del amanecer en una gran orgía, donde puede ocurrir cualquier cosa.

Los aquelarres tienen lugar en claros del bosque, cruces de caminos (que también son lugares que le gustan al diablo para aparecerse), viejas iglesias o ermitas abandonadas o cualquier lugar solitario. Se considera que a veces a esos lugares se les puede reconocer porque en ellos no crece el pasto o porque las personas que pasan por ahí pierden la memoria.[24] 

Estas reuniones suelen comenzar a partir de las 12 de la noche y terminan poco antes del alba, ya que los rayos del sol acaban con los efectos mágicos que permiten el vuelo. Se han narrado casos de brujas encontradas desnudas en medio del campo pidiendo a los caminantes algo con qué taparse para regresar, a pie, a sus casas. 

La periodicidad con la que se celebran los aquelarres es variable. Se considera que las brujas tienen una gran reunión anual que coincide con el solsticio de verano (la víspera de la fiesta de San Juan, noche mágica por excelencia). Pero también semanalmente había reuniones locales, frecuentemente en viernes. 

Julio Caro Baroja hace referencia a un libro escrito por el juez italiano Paulus Grillandus en 1545 quien “dio noticias más circunstanciadas acerca de las reuniones de las brujas que se celebraban, según voz popular, en Benevento [...], tomando como base puros cuentos de viejas”. Efectivamente. Caro Baroja cita un cuentecillo muy popular aún hoy en toda la tradición panhispánica:

Un campesino de cerca de la Ciudad Eterna vio en cierta ocasión que su mujer, después de desnudarse, salía de casa de noche. Al día siguiente le pegó una paliza, hasta que declaró la verdad: la mujer iba a las reuniones de brujas. Él, entonces, le pidió que le llevara en fecha próxima y así, cumpliendo con los requisitos, pronto se vieron transportados velozmente a una reunión de aquéllas por dos machos cabríos. La mujer advirtió al marido que mientras estuvieran allí no pronunciara el nombre de Dios, ni aun en señal de burla. El hombre vio cómo todos los reunidos rendían honor al Príncipe diabólico vestido de modo magnífico y rodeado de la gente más principal. Después de la ceremonia de homenaje ordenó que se bailara, pero con la particularidad de que los participantes en el baile miraban hacia fuera del círculo, de suerte que no se veían las caras, como es costumbre en los bailes populares. [...] Después del baile tuvo lugar el banquete, no sin que antes la mujer dijera a su marido que saludara al Príncipe. Más he aquí que los manjares que se servían no tenían sal. El hombre la pidió y cuando pensó tenerla a mano, dijo: “¡Gracias a Dios que ha venido la sal!”. Al punto desapareció todo, Diablo, hombres y mujeres, mesas y manjares. Y el buen rústico se encontró solo, desnudo, con un frío terrible y a oscuras. Al nacer el día se encontró con unos pastores a los que les preguntó dónde estaba, y ellos le indicaron que en el condado de Benevento; lo ocurrido había tenido lugar a cien millas de Roma.[25]

El vuelo nocturno

Muy ligado al concepto del aquelarre está el del vuelo de las brujas; es normalmente volando como pueden llegar a sus reuniones en lugares muy distantes. Mucho se ha escrito sobre esta capacidad que tienen las brujas. Varias de las figuras de las que se tomaron aspectos para configurar al personaje de la bruja tenían esta cualidad: Lilith, Lamia, Hécate, Diana –en una interpretación posterior–, etcétera. 

Como medio de transporte es universalmente aceptado que las brujas prefieren la escoba, un artículo asociado a la mujer, aerodinámico, que además tiene la ventaja de contar con lugar para un copiloto, frecuentemente un gato negro. Probablemente el uso de la escoba por parte de las brujas tenga su origen en los mismos cultos dionisiacos que vimos antes, ya que el emblema de Dionisos era un tirso: un bastón con unas ramas amarradas. También las acompañantes de Baco, las bacantes, acostumbraban llevar ramas. 

Uno de los elementos que se repite constantemente en las referencias al vuelo de las brujas es que esa capacidad está dada por la utilización de ungüentos que se aplicaba en el cuerpo para volar; de ahí que algunos autores creen que el uso de la escoba tenía en realidad esta función: la de aplicador de ciertas sustancias alucinógenas en las membranas vaginales, lo que llevaba a las brujas a experimentar tan fantásticos vuelos.[26] Para fabricar este ungüento se supone que era necesario robar niños, ya que su sangre o su carne eran un elemento indispensable. Los otros ingredientes eran plantas como la belladona, la mandrágora, la cicuta y el beleño, además de animales, entre los que destaca el sapo.[27] Curiosamente todos ellos tienen propiedades narcóticas, que van desde la somnolencia hasta la alucinación.[28] Refiere el psiquiatra Juan José López Ibor:

Se conoce la fórmula de diversos ungüentos que utilizaban las brujas antes de emprender su “viaje” al aquelarre. Contienen todos ellos plantas alucinógenas. Las brujas se untaban todo el cuerpo pero insistiendo en las caras internas del codo y rodillas, así como en las partes más finas de su piel. La absorción de las drogas proporcionaba alucinaciones que explicarían esos famosos “viajes”.

De ahí que sean muchos los tratadistas que, ya desde finales de la Edad Media, afirmaban que el “viaje” por los aires era puramente mental. Había otros demonólogos que afirmaban que las brujas no viajaban, sino que se quedaban dormidas –“como muertas” suelen decir los testigos– y era el demonio el que las hacía participar “en espíritu” en aquelarres y les revelaba secretos. Por último, estaban los que sí creían en el vuelo efectivo, in corporis, de las brujas gracias a los ungüentos, al poder del diablo y a la pronunciación de un conjuro. 

Efectivamente, tanto el uso de ungüentos como la pronunciación de ciertas palabras aparece una y otra vez asociado al vuelo nocturno. Con frecuencia, para alzar el vuelo las brujas dicen alguna frase que indica de manera implícita tanto el hecho de volar como la influencia del diablo para hacerlo, ya que normalmente en estos conjuros se niega a dios. El más típico de estos conjuros y que lo podemos encontrar en múltiples expresiones de la literatura oral es el que dice “De villa en villa sin Dios ni santa María” o algo semejante. Aparece en los procesos inquisitoriales como el ya mencionado incoado a las brujas en Coahuila en el siglo xviii, pero también en muchos otros tanto en América como en España. Además, lo vemos reflejado en cuentecillos populares y en leyendas tradicionales. Por ejemplo, a mediados del siglo pasado Aurelio M. Espinosa, durante su trabajo de campo en Castilla, recopiló el siguiente relato:

La bruja de Granada
En Graná vivía ante una bruja en la Plazuela e San Nicolás. Y toa las noche cuando se queria marchá de su casa se untaba unos ingüento en lo brazo y en la pierna y decía:
—Envía, envía, sin Dios y sin Santa María.
Y salía golando por er techo e su casa y andaba golando por toa Graná.
Y esta bruja tenia una vez un aprendiz que estaba aprendiendo pa brujo. Y cuando llegó vido que la bruja una noche se untó los ingüento y dijo:
—Envía, envía, sin Dios y sin Santa María.
Y salio golando por er techo. Y logo que se fué la bruja fué él y dijo:
—Yo vi a jacé lo mesmo y salí golando por er techo tamién–. Güeno, pus que va y coge los ingüento y dice:
—Envía, envía, con Dios y con Santa María.
Y claro, como no lo había dicho bien, pus empezó a dá bote contra er techo pero na que golaba. Y allí lo halló la bruja dando bote en er techo cuando gorvió y le arrimó una güena paliza.
Güeno, pus una vez estaba esta mesma bruja en una casa y como naire sabía que era bruja se pusieron toos a hablá de la bruja. Y estaba ai er cura e San Nicolás y dijo que no había bruja, que él no creía en la bruja. Conque la bruja que lo staba oyendo dijo:
—Güeno, que no cre en la bruja. Pus esta noche le vi a enseñá como hay bruja.
Y por la noche cuando ya er cura s’había acostao fué la bruja y lo saco y se lo llevo golando desde la iglesia e San Nicolás hasta la Torre e la Vela y desde la Torre e la Vela hasta la Iglesia otra vez. Y cuando llegó y lo dejó en su cama er cura ya estaba muerto.

Granada, Granada[29]

Antropofagia y sacrificios rituales

La pedofragia, la idea de que ciertas personas se comen a los niños, es uno de los estereotipos más socorridos a la hora de caracterizar al “otro”, el extraño, el peligroso, a los que no están con la voz oficial. En particular en la Edad Media, se les aplicó no sólo a los cátaros, sino también a otras comunidades heréticas como los judíos, los paulicianos que se desarrollaron en Armenia en el siglo vii, a los valdenses –disidentes del siglo xii que luego se integraron a la iglesia protestante– y, por supuesto, a las brujas.[30] Un ejemplo ilustrativo y claro antecedente de lo que será la caza de brujas de los siglos xv a xvi, es lo que sucedió con los canónigos de Orleáns en el siglo xi. A estos hombres se les acusó de quemar a los hijos que procreaban durante sus frecuentes orgías y que con las cenizas fabricaban hostias. Los integrantes de esta secta fueron enviados a la hoguera.

Ya cuando la figura de la bruja estaba bien delimitada, volvió a surgir el asunto y una de las más típicas acusaciones que se hacía contra las brujas era que se comían a los niños. De nuevo, vemos cómo resurgen las lamias y otros seres que encuentran en los niños sus principales víctimas. Ya hemos visto que los cadáveres de los niños servían tanto para hacer los ungüentos como para servir de plato principal en los aquelarres. A veces, como en América, no es necesario que se los coman, basta con “chuparles” el aliento vital para que mueran. Recuérdese el estribillo del popular son mexicano de “La bruja”:

Ay dígame, dígame, dígame usted
¿cuántas criaturitas se ha chupado usted?
ninguna, ninguna, ninguna, no sé
ando en pretensiones de chuparme a usted.

Una de las misiones que el diablo encarga a las brujas durante los aquelarres consiste en matar a todos los niños no bautizados, incluso los que están dentro del vientre materno por lo que muchas veces se acusaba a las brujas de provocar abortos con sólo tocar la barriga de una mujer embarazada. Una de las razones era que una opinión muy difundida en el siglo xv era que cuando se juntaran en el reino de los cielos un cierto número de elegidos, entonces vendría el juicio final y los demonios serían lanzados a los tormentos eternos. El diablo trataba, entonces, de retrasar todo lo posible que se alcanzara esta cuota.

La idea del sacrificio de niños hizo que a las comadronas encargadas de asistir los partos y que frecuentemente también tenían conocimientos de herbolaria se les asociara con la brujería. Dicen los autores del Martillo de las Brujas: “No deben tampoco ser pasados por alto los males causados a los niños por las comadronas que son brujas porque hacen morir a alguno y a otros los convierten en ofrenda sacrílega a los demonios” y cuentan, “con el fin de llevar a detestar un crimen tan abominable”, la siguiente historia:

Alguno ha contado que su mujer, antes de parir en contra de la costumbre de las mujeres en estos trances, había dicho que no permitiría a ninguna otra mujer acercarse a ella sino a su hija que era también comadrona. Queriendo saber el marido la causa de ello, se escondió en su casa cuando hubo llegado el momento, y asistió a todo el ritual de la sacrílega ofrenda al diablo. Vio –según parece– que sin apoyo humano alguno y por el único poder del demonio, el niño se encontraba suspendido en las cadenas de las que se cuelga la olla. Consternado al oír las horrendas palabras de la sacrílega ofrenda a los demonios y demás ritos inconfesables, insistió con fuerza para que el niño fuese inmediatamente bautizado. Cuando le llevaban al pueblo más cercano en el que estaba la iglesia parroquial, fue necesario atravesar un puente sobre un río. Entonces sacando su espada se dirigió a su hija en presencia de dos testigos: no quiero que pases al niño al cruzar el puente, o pasa él solo o te arrojo al río. Se sintió la chica aterrorizada, así como las otras mujeres, pensando si se encontraría en sus cabales, ya que nadie estaba al corriente de los hechos mas que dos hombres que le acompañaban. Él añadió, tu eres la peor de las mujeres porque has hecho subir al niño por la cadena de la chimenea, haz que pase el puente o te echo al agua. Obligada de este modo, puso al niño sobre el puente, invocó al demonio y en un momento el niño se encontraba al otro lado del río. El niño fue bautizado y volvieron a la casa. El hombre tenía dos testigos para acusar a su hija de maleficio, ya que no podría haber presentado como prueba la ofrenda por encontrarse él sólo presente. Tras del tiempo de la cuarentena, acuso a la hija con su madre ante el juez. Ambas fueron quemadas y de esta forma se tuvo público conocimiento de la criminal ofrenda que las parteras tienen por costumbre hacer.[31]

Se supone que estos niños, ofrecidos al demonio en el momento de su nacimiento (o antes), si no mueren, serán más proclives al pecado en cualquiera de sus múltiples formas y en un futuro, podrían convertirse –si dios lo permite– en nuevos brujos y brujas.

mostrar De Europa a América

 

El concepto de la brujería europea llegó a América desde el momento mismo de la Conquista. Los españoles que llegaron a América en el siglo xvi traían la concepción de las brujas españolas y, cuando conocieron algunos de los personajes especialistas rituales mesoamericanos que tenían alguna característica similar, no dudaron en equipararlos con la temida bruja. 

Henningsen ha nombrado a la difusión de las ideas brujeriles europeas en América “el evangelio negro”, es decir, al lado de los evangelistas que se empeñaban en llevar la palabra de dios a los naturales y en extirpar la idolatría, había todo un bagaje de enseñanzas de supersticiones, oraciones, conjuros, cuentos que se encontraban más cerca de las creencias de los indígenas que el cristianismo y que arraigaron fácilmente entre la población.[32]  

El mismo autor ha señalado el importante papel que jugó en la brujería colonial el más importante de los procesos de brujería españoles que tuvo lugar en Logroño en 1610, ya que la transcripción de los testimonios y las acusaciones se publicaron rápidamente y los detalles se pasaron de boca en boca por lo menos en toda la región norte de España y esta gente luego llegaba a la Nueva España con todos esas historias. Así, vemos que en la colonia, en los testimonios de brujería, salen a relucir detalles que se volvieron típicamente brujeriles luego de los procesos de 1610. El proceso de las brujas de Zurgarramurdi, pueblo del País Vasco español, de donde eran originarias muchas de las acusadas en los procesos de Logroño, constituye la visión de la brujería española que tenían los españoles, conquistadores y evangelizadores, que llegaron a América.

Es importante recordar que Juan de Zumárraga, el primer inquisidor de México había sido cazador de brujas en Oña y que cuando zarpó hacia el Nuevo Mundo se trajo a su compañero fray Andrés de Olmos, quien luego escribirá el Tratado de hechicerías y sortilegios (1553) en náhuatl, por lo que aplicó mucha de esa experiencia previa en los procesos que realizó en México, que de alguna manera era la misma experiencia que tenían las autoridades que hicieron posible el proceso de Logroño.

Pero entonces ¿había una brujería prehispánica? No como tal, pero el suelo era fértil. Los dioses del panteón grecorromano, como hemos visto, estaban tan sujetos a las pasiones como los humanos; no había, como en la religión cristiana, una personificación del bien y otra del mal absolutos. De ahí que no sea tan extraño que los primeros cronistas vean a los dioses de la mitología clásica reproducidos en el panteón mesoamericano. Así, fray Bernardino de Sahagún equipara a Huitzilopochtli con Hércules por su fuerza y belicosidad; Tezcatlipoca “es otro Júpiter” porque provocaba y dirigía las guerras y también otorgaba riqueza, prosperidad y fama. Chicomecóatl era, como Ceres, creadora de los alimentos. A Tlazoltéotl la llama otra Venus, por ser la diosa de la carnalidad que provocaba la lujuria y favorecía los amores ilícitos. Xiuhtecutli es Vulcano y Chalchiuhtlicue es Juno. Por su parte, Hernando Ruiz de Alarcón, autor del Tratado de las supersticiones y costumbres gentílicas que hoy viven entre los indios de esta Nueva España (1629), consideraba a Xochiquetzal la diosa de la lujuria equivalente a Venus. Y si a las figuras de la mitología grecorromana se les calificó de paganas y heréticas, otro tanto sucedió con las del Nuevo Mundo y enseguida se diabolizaron y atacaron. Algunos de los personajes y divinidades mesoamericanas se agregaron a la representación Europea, formando así una bruja mestiza que es la que conocemos en México. Evidentemente esta simbiosis es mucho más compleja de lo que se puede señalar en un trabajo como éste, pero señalaremos algunos rasgos. 

Las ideas que constituían este “evangelio negro” rápidamente se asimilaron a personajes del Nuevo Mundo con los que compartían algún aspecto. Así, por ejemplo, estaban los mecatlapouhque, que eran personas que podían predecir la suerte mediante cuerdas atadas unas con otras. Los tetlacuicuilique sacaban gusanillos de la boca y de los ojos y piedritas de otras partes del cuerpo. También algunas divinidades tenían características que las relacionaban con las bruja, como la Chalchiuhtlicue, diosa del agua, que producía torbellinos y tempestades, haciendo naufragar a los barcos. Refiere Sahagún que las mujeres que morían en el primer parto se convertían en unas diosas llamadas Cihuapipiltzin que andaban juntas por el aire y que atacaban a los niños enfermándolos o, incluso, poseyéndolos o dejando que los poseyera el demonio. Se les ofrendaba en las encrucijadas de los caminos, como a Hécate.[33] 

No deja de ser curioso que, según fray Bernardino de Sahagún, a Temazcalteci (advocación de Toci “nuestra abuela”), diosa de las yerbas medicinales, patrona de los curanderos, parteras y adivinos, se le represente con una escoba en la mano derecha. No es difícil así relacionarla con el estereotipo de la bruja europea.

De los 40 tipos de magos que Alfredo López Austin reseña, sólo uno es mujer, la Mometzopinqui, de la que habla Jacinto de la Serna en su Tratado de las idolatrías, supersticiones, hechicerías y otras costumbres de las razas aborígenes de México (1656). La Mometzcopinqui era una mujer que nacía bajo el signo funesto de Ce Ehécatl, bajo el influjo de Quetzalcóatl en su advocación de dios de los vientos y torbellinos. Los nacidos bajo este signo eran nigrománticos y hechiceros. No está claro el significado del nombre. Dice Alfredo López Austin que según Jacinto de la Serna significa “a la que se arrancaron las piernas”; Garibay, en su edición de la Historia General de las cosas de la Nueva España de fray Bernardino de Sahagún, afirma que es la “que se da golpes en las piernas”; Harold Key y Muy Ritchie, en su Vocabulario mejicano de la Sierra de Zacapoaxtla, Puebla, dan al verbo metzcopina el significado de “desarticularse los huesos de los pies”, y que etimológicamente significa “el que se saca molde de sus piernas". Continúa López Austin:

Por otra parte, el Códice Florentino parece indicar que la acción a que se refiere el nombre es propia de las mujeres; pero no la describe, aunque señala a las mujeres que la practicaban entre las perjudiciales, y el poder lo relaciona con el nacimiento bajo los signos Ce Ehécatl y Ce Quiáhztitl. Otro nombre que se da, y cuyo significado es el mismo, es el de mometzcopiniani.[34]

Ligia Rivera Domínguez dice que esta “bruja” prehispánica asume varias formas animales: pero, usualmente, y a diferencia de las brujas europeas, emplea el disfraz del guajolote, un ave común en América. En el proceso ya varias veces mencionado de las brujas de Coahuila, la acusadas dicen que cuando querían ir a volar, iban con el demonio, le pedían permiso, besaban en el ano a un chivo que andaba por ahí y luego se recostaban; poco después llegaban sendos guajolotes que se les metían entre las piernas y así ellas, al grito de “de villa en villa sin Dios ni santa María”, salían volando. También, continúa Rivera Domínguez, la mometzcopinqui puede aparecer como tórtola y –y esto es importante–, como bola de fuego. Es muy común en la tradición mexicana hablar de brujas con esa forma y este rasgo está ausente de la tradición hispánica por lo que podemos pensar que se trata de un elemento originalmente mesoamericano.[35] Este personaje, que, como decía López Austin, se desarticula las piernas, parece relacionarse también con otro rasgo de la brujería americana, igualmente ausente de la tradición española: las brujas mexicanas se “desatornillan” las piernas y se ponen unas de guajolote, se ponen también unas alas de petate y un pico y así, disfrazadas/transformadas en guajolotes, van por el aire en busca de niños para chuparles la sangre. Dice Rivera Domínguez que las brujas, luego de hacer el pacto con el demonio ya no pueden alimentarse más que de sangre y por eso “chupan” la de los niños, la almacenan y la beben. A continuación mostraré un ejemplo de unas brujas que también se quitan una parte del cuerpo y que, además, contiene varios de los elementos que hemos revisado.

LOS GATOS DIABÓLICOS
Proceso que el Santo Oficio siguió a María Gómez y a una india amiga suya, por ser brujas y tener pacto con dos demonios en forma de gatos.
[Denuncia de Juana Teresa Gómez contra su madre, María Gómez, y una india]

En el pueblo de Ayo el Chico,[36] de la jurisdicción de la Barca, en once días del mes de julio de mil setecientos y treinta y cinco años, [...] pareció Juana Teresa Gómez, española, casada que dijo ser con Cayetano Salcedo, mestizo, hija natural de María Gómez, quien, juramentada en debida forma de derecho, por Dios nuestro señor y una señal de la santa cruz, voluntariamente, sin ser forzada, sino que de su proprio motu y por temer a Dios nuestro señor, y para el descargo de su conciencia, declaró que la dicha María Gómez, madre de la que declara, casada con Javier Macías, tiene pacto implícito con el demonio.
Que la ha visto, por tres ocasiones, volar en el modo que dirá: que es que tiene un gato (no sabe si es gato viviente o el mismo Demonio); que éste es de color prieto; que éste, estando dicha su madre desnuda en un rincón que tiene cercado en su dormitorio, va el gato y le lame todo el cuerpo de arriba abajo. Entonces ella se voltea de un lado al otro i le da al gato un ósculo en la parte posterior. Que entonces dice su madre estas palabras: “De billa en villa, sin Dios ni Santa María.”
Entonces, despide toda la carne de su cuerpo, piernas y brazos, aparte, la de la cara y pechos separada por ministerio de el gato, y queda sola la osamenta, habiendo antes sacádole los ojos, los que mete dicho gato debajo de un tenamaste. Que, al tiempo de quererse separar la carne de el cuerpo, comienza el gato a parársele en dos pies, maullándole, y que entonces se desaparece y sale una lucecita verde dando como saltos, y que a cada salto se apaga y enciende, y el gato en su seguimiento.
Y en compañía de otra india, que la viene en la misma forma a sacar desde Chichimiquillas, la que trae también otro gato prieto. Que de esta suerte se van como a la media noche y vuelven a el amanecer, y que juntamente se desaparece la osamenta. Que la dicha india cuyo nombre es Leonor, soltera, ya vieja, hace las mismas demostraciones con su gato que dicha su madre. Que dicha india deja su carne separada de la de su madre. Que cuando vuelven, los dichos gatos sacan los ojos de debajo de el tenamaste, que está destinado a este fin y sin servir de otra cosa, y se los ponen. Y que después les ponen la carne de la cara y demás partes de el cuerpo, y echo esto se desparecen los gatos, y ellas se recogen a dormir el resto de la mañana. Que después que se levantan, se despide dicha india y se va para Chichimiquillas, que es a un lado de Jalpa.
Que esto lo vio por tres beses, porque para ello dicha su madre la llamaba, como que pretendía enseñarla a volar y hacer lo que hacía. Y que un día le hizo al gato sacase los ojos a la que declara, en que experimentó bastante dolor, que no hiso la demostración de besar al gato la parte posterior ni le separaron la carne de la osamenta. Que, volando todas, voló la que declara como veinte pasos, i se quedó. Y que no lo a hecho otra vez, porque pide misericordia y confiesa su culpa, de que está arrepentida, y declara haberlo hecho forzada y por darle gusto a su madre. Declara haberse quedado en la parte que cayó hasta que volvieron de su viaje, y que el gato le puso los ojos como a las demás.
Declara que su madre tiene en la casa dos muñecas penetradas de espinas, por todo el cuerpo de dichas muñecas, y en un ojo de agua que está inmediato a la casa, tiene enterrado un muñeco. Y que tiene maleficiadas a dos mujeres casadas, a la una sin campanilla, llamada Josefa de Ornelas, y a la otra ciega; que ésta se llama Josefa Fuentes, mujer de Francisco Ramírez, y la primera mujer de Gabriel de Ornelas.
Declara asimesmo tener su madre dos redomas pequeñas de ungüento colorado, que se unta cuando vuela. Que ha tres años que ejercita su madre este oficio, la que nunca trae rosario, ni reza, ni tiene devoción alguna, que nunca deja venir a su marido a misa.
Preguntada si sabe otra persona alguna de lo dicho algo, dijo que no sabe que lo sepa otra persona, fuera de su confesor, a quien lo declaró y dio licencia para que le solicitase el remedio de su alma y la de su madre.
Que esto es lo que puede y debe declarar, a que no le mueve odio ni pasión alguna, sino que, como [dicho] lleva, lo hace por descargar su conciencia, y porque su alma, la de su madre, y la de la dicha india, no se pierdan.
Dijo ser de edad de quince años. No firmó por no saber; firmólo su merced, de que doy fe. Fray bachiller Diego de Garibay Gonzales y Valdés [rúbrica].[37]

Existe en la cosmovisión mesoamericana un personaje de enorme importancia para nuestro tema: el nahual, un personaje frecuentemente maléfico, aunque no necesariamente, que se caracteriza por tener la capacidad de transformarse en un animal (a veces en varios) y ataca a las personas que se lo encuentran. El concepto de nahual, desde luego, no se limita a esta característica y en realidad se trata de un fenómeno de una enorme complejidad simbólica, además de que su presencia puede ubicarse en todas las regiones de Mesoamérica y la creencia en su existencia sigue totalmente vigente. Pero limitando el sentido del nahual a su relación con la bruja europea, no es descabellado pensar que el atributo de la metamorfosis propició que los indios americanos encontraran algo familiar en la bruja española y que en poco tiempo el nahual adquiriera el apelativo de “brujo” que conserva hasta nuestros días.[38]

mostrar Cuentos

 

En los cuentos populares, generalmente la bruja se define por su aspecto y por sus acciones, más que por los postulados teóricos de los demonólogos. Rara vez aparece junto con el demonio, aunque en algunos casos se da por supuesto que él está detrás de todas sus acciones.

Normalmente, en los cuentos la bruja aparece identificada por sólo una de sus características; sin embargo, las demás podrían estar implícitas. La bruja típica de los cuentos maravillosos tradicionales, al estilo de los que recogieron los hermanos Grimm, con frecuencia actúa “encantando” a alguien y transformándolo en otra cosa, que puede ser un animal, pero también un árbol, una fuente o hasta una estufa de hierro como en el cuento del mismo nombre.[39] Otro ejemplo de la conservación de una sola de las prácticas de la bruja es el cuento de Hanzel y Gretel en el que la bruja atrae a los niños a su casita de dulce para luego comérselos. En la primera mitad del siglo xx, Stanley L. Robe recopiló de la tradición oral en Los Altos, Jalisco, varias versiones del famoso cuento.[40] Se muestra aquí dos, donde se nombra específicamente a la bruja:

EL CUENTO DE LA BRUJA
Una mujer tenía, tenía dos hijos muy pobres. Les dijo: —Hijitos, vamos. Váyanse a la
leña para venderla porque estamos muy pobres, para siquiera para conseguir.
Los niños se fueron ande y ande y se les hizo de noche. Y vieron una lucecita y le
dijo uno a otro: —¿A ónde nos acostaremos?
Estaban muy oscuros. Dijo: —Vamos a aquella lucecita.
Aquella lucecita que estaban viendo allá. Se fueron ande y ande y llegaron allí en la
noche. Y luego les dijo la bruja: —¿A dónde van, niñitos?
—Vamos a la leña para, para, para siquiera socorrernos porque no tenemos ni un
centavo.
La bruja les dijo: —Ahora tienen que llenarme aquel horno que está allá y si no, los,
los mato.
Le dijieron a la viejita: —Sí, sí. Nosotros orita lo llenamos.
Se fueron ya y se ocultaron su tercio de leña. Se lo llenaron y luego, luego fueron
con ella. Le dijieron: —Ya está. Ya está el horno lleno.
Luego dijo ella: —Ahora, ahora vayan a prenderlo.
Y le dijo: —A ver. Luego les dijo la bruja: —A ver. Móntense aquí.
Fue y cortó un palo de huizache: —Móntense acá.
Y luego se jue agarre y agarre y agarre al horno. Le dijo: —Bueno. Ya está prendido.
Ya que se asomó a la puerta los chiquillos la aventaron de cabeza. Se les fue y
luego la bruja, la bruja les decía: —¡Sáquenme, sáquenme!
Luego le dio carcajadas de risa y no la quisieron sacar. Ya se acabó.

Alfredo Barba, Valle de Guadalupe, 18 de noviembre de 1947

LA BRUJA
Que éste era un viejita [sic] y su marido que se fueron a la leña y se encontraron una bruja y la bruja les dijo: —¿Dónde van, buenos viejitos?
—Vamos a la leña porque estamos muy pobres y, tenemos dos... dos hijos y están muy malos.
Y luego les dijo: —Vayan derecho a aquel monte.
Y luego... vieron el cerro de leña.
—Y la leña es grande, porque tengo que ir a calentar unas tortillas.
—Te vas para que coman porque si no se mueren de hambre.
Luego fueron y les llenaron el... el horno muy lleno de... de leña. Y luego calentaron
tortillas y les dieron y comieron. Luego la bruja les llegó a ver si ya estaba el horno calentado a
quemar y los viejitos... y el viejito y la viejita la aventaron... la aventaron y, y se hizo
chicharrones. Y luego la bruja les gritaba: —¡Sáquenme, buenos viejitos! ¡Si no me los como!
Y luego luego le dijeron: —No la saco para que... para que no nos dé las tortillas. Vete.
La otra, la otra se les quemó. Y ya se acabó.

Alfredo Barba, Valle de Guadalupe, 18 de noviembre de 1947. 

mostrar Leyendas y relatos

 

La literatura oral tiene en las leyendas uno de sus géneros más ricos. Como sucede con todos los “géneros” de la literatura oral, no es fácil definirla ni catalogar los materiales que le son propios, porque éstos suelen tener un carácter fronterizo que los ubica en más de un género. Sin embargo, sigo la definición de José Manuel Pedrosa:

La leyenda oral y tradicional es una narración por lo general breve, no compleja, y formada por uno o unos pocos “motivos” o peripecias narrativas. Su contenido tiene elementos sorprendentes, sobrenaturales o difícilmente explicables desde puntos de vista empíricos, pero se percibe como posible (e incluso a veces como real, auténtico y hasta experimentado en persona) por el narrador y por el oyente. Sus personajes suelen ser conocidos, antepasados o vecinos más o menos próximos, o tienen por lo menos alguna relación con la historia del entorno local del narrador. La leyenda oral y tradicional se inscribe en unas dimensiones de espacio conocido y local, y de tiempo pasado pero no indefinido ni irreal. Es decir, es sentida por el narrador y por el oyente como una historia extraordinaria y con contenidos poco explicables desde el ámbito de la experiencia normal y de la cotidianidad, pero refrendada por su conexión con su espacio y tiempo vitales, y muchas veces también con personajes conocidos o inscritos en un pasado próximo o tenido por próximo.[41]

Entre el cuento propiamente dicho y la leyenda, hay un tipo de discurso que, como los cuentos tradicionales, se transmite de boca en boca y en variantes conservando unos pocos motivos fundamentales para que la narración tenga lógica. Pero a diferencia de los cuentos y lo que acerca este tipo narrativo a las leyendas es que no se consideran de ficción sino reales, que le pasaron a alguien. Incluso al mismo que lo relata, que interpreta determinada experiencia en función de los tópicos brujeriles que conoce. Dentro de este rubro tenemos los testimonios y las anécdotas. Pamela J. Stewart y Andrew Strathern hicieron un estudio muy interesante sobre el papel del rumor y las habladurías en el estudio de la brujería y la hechicería y entre sus conclusiones afirman que en todos los contextos que estudiaron (África, India, Nueva Guinea, Reino Unido y Estados Unidos):

Las interpretaciones que la gente hace de las situaciones y los sucesos son las que provocan los resultados más llamativos. El rumor y la habladuría constituyen vehículos esenciales de la interpretación. No solo transmiten noticias, sino que les dan forma narrativa y significado, estimulando la acción. Es eso y no la cuestión de si el rumor reproduce claramente los “hechos”, lo que otorga al rumor y la habladuría su poder. [...]
Las circunstancias y los acontecimientos graves dan lugar invariablemente a habladurías en la comunidad, luego a rumores que circulan en un radio más amplio y, por último a leyendas (“rumores subterráneos”) que aparecen y desaparecen cuando son asimiladas o sustituidas por sucesos que estimulan los recuerdos de la gente.[42]

Efectivamente, el origen de muchas leyendas tradicionales y urbanas modernas son rumores que antes conformaban estas anécdotas, testimonios, en fin: relatos que, a su vez, también se nutren de estas leyendas y cuentos tradicionales. Las dos fuentes principales para acceder a los relatos son, por un lado los archivos inquisitoriales y por otro el trabajo de campo etnográfico. A continuación veremos a una pequeña selección de relatos y leyendas en la que podemos reconocer muchos de los elementos que hemos destacado, sólo con el fin de mostrar la persistencia con la que esos tópicos literarios viven en la tradición mexicana. Mario Villagrán Fernández, en una pequeña publicación titulada México, tierra de leyendas, registra la siguiente leyenda que involucra a un personaje asimilable a la bruja:

YALAM BEQUET
En Chiapas hay unas mujeres poseídas por el Diablo que por las noches, cuando sus maridos duermen, se acercan a la ventana y dicen “yalam bequet, yalam bequet” que significa “baja carne, baja carne” en tzotzil. La piel se les desprende y queda el puro esqueleto que se echa a volar a donde se reúnen con su amo. En la madrugada regresan a su casa y paradas sobre la masa informe que forma su piel en el suelo, dicen “muyán bequet, muyán, bequet” (“sube carne, sube carne”) y recuperan a su forma humana.
Para matar a una Yalam Bequet es necesario esperar a que se vaya volando y echar vinagre y sal molida sobre las carnes abandonadas; cuando la mujer regresa de su reunión diabólica, al decir el conjuro, ya no funciona y se queda con forma de esqueleto el resto de su vida.[43]

Genaro P. García refiere una leyenda en la que aparecen además de algunos elementos asociados al motivo anterior, brujas voladoras que chupan a los niños:

LAS BRUJAS DE SAN JUDAS EN LEÓN
Cuentan los pobladores de San Judas, una comunidad perteneciente al municipio de León y que se encuentra en los límites con San Francisco del Rincón, que durante el tiempo de lluvias era frecuente saber de alguna bruja que chupara la sangre de un niño o que raptara a una niña.
Las brujas, cuando son jóvenes, son hermosas, usan zapatillas de tacón y largos vestidos de colores claros, y para volar se ponen unas alas de petate. Mientras que las viejas prefieren vestirse de negro y sujetar sus largos cabellos bajo muy variados chongos, para volar usan escobas y para ver mejor de noche se sacan los ojos y se ponen unos de gato, mientras los de ellas los esconden donde nadie pueda encontrarlos.
Para alumbrar su camino llevan una lámpara y con ella encandilan a los viajeros o a los vagos nocturnos, los conducen a las presas o simplemente los hacen caer sobre las pencas de algún nopal.
Les gusta juguetear en el agua de las presas, sobre todo en las claras noches de luna llena, y viajar a lugares remotos. Cuando emprenden el vuelo deben decir: “Sin Dios ni santa María”, y sus alas o escoba las elevan, pero ay de aquella que sea sorprendida en pleno vuelo por los primeros rayos del sol, porque caerá rápidamente.
En un cerrito cerca de San Judas hay una mojonera cuyo pico fue demolido; cuentan los pobladores que sobre ella se posa una luz que es claro indicio de que una bruja anda cerca. Cuando esto pasa, se debe tener cuidado de colgarles una medallita a los niños, sobre todo a los que están sin bautizar. La bruja adormece a la madre y divierte a los niños con luces multicolores mientras les chupa la sangre por el ombligo. Cuando los padres se descuidan el niño amanece muerto. A las niñas las raptan, y cuando llevan la medallita las dejan en los lugares más inaccesibles, llorando de frío.
Para combatir a las brujas se tienen dos formas: una es custodiando la casa donde hay niños, y cuando alguna se presente, enfrentarla con palabras insultantes. La otra es tumbarla en pleno vuelo; para esto se toma un paño rojo, se enrolla y a medida que se reza un rosario se le hacen cinco nudos a lo largo. Al terminar de rezar se hace el quinto nudo y la bruja cae de rodillas frente al valiente que se atreve a realizar este ritual.
En cierta ocasión tumbaron una en el rancho de Los Arcos y otra en El Quemao, pero como eran tan jóvenes las dejaron libres amenazándolas para que no volvieran por el rumbo.[44]

La investigadora Mercedes Zavala recogió una serie de leyendas de la tradición oral del noreste de México protagonizadas por brujas,[45] en las que encontramos algunos de los elementos antes descritos:

LAS BRUJAS QUE CHUPAN A LAS PERSONAS
Una vez venía yo del ejido, montado en un burro pardo, con unos lazos nuevos, y cuando me emparejé con unas torres viejas de la hacienda, pasó chiflando un animal de ésos, una bruja. Entonces me acordé yo de los lazos nuevos del burro, y que me bajo y se los quito. Porque para atraparlas se necesita hacer un nudo por cada una de las doce verdades del mundo, y hay que decirlas primero, y luego, al revés. Y entonces ya dije todo eso y cuando iba a terminar se oyó un zumbido de algo que bajaba y un golpe, como si dejaran caer unos petates, y fue que alcancé a rezar completo y la bruja no llegó hasta donde yo estaba y cayó en los mezquites.
Otras veces, las brujas lo alcanzan a uno, y como son animales que andan volando mucho por aquí, la gente les teme, porque si lo alcanzan a uno, lo tumban y lo chupan y le sacan unos moretones muy grandes, pero no se siente nada, porque queda uno como desmayado. Una vez que andaba distraído, con un hermano mío, estábamos aquí cerca, en la noche, platicando, cuando oímos el ruido. Pero ya la teníamos encima y ahí quedamos tirados hasta la madrugada. Y las marcas duran bastante tiempo.
Timoteo Zapata Huerta, 74 años, campesino,
Venado, S. L. P., 25 de julio de 1994.

LAS BRUJAS I
Esto le sucedió a mi familia, yo todavía no nacía. Vivían mis papás en casa de mi abuelito, en un jacalito cerca de aquí. Ellos tenían una niñita de unos meses. Entonces pasó, como dicen que pasa donde hay niños muy pequeños: vienen las brujas por los tres primeros días de cada mes. Y entonces esos días tienen que velar al niño para que no le pase nada. Mi papá ya había oído un animal que se arrastraba y que aleteaba, como un guajolote, pero con alas de petate. Pero no había pasado nada, y, ya para la tercera noche, a mi papá y a mi mamá los dominó el sueño y se quedaron dormidos. Y a la mañana vieron que la niñita ya estaba muerta y tenía sus deditos morados, porque de ahí los chupan las brujas. Por eso, siempre que hay niños chiquitos, la gente los cuida, cada mes, tres noches seguidas, para que no lleguen a llevárselos.
Josefina Velázquez, 40 años, campesina,
Venado, S. L. P., 26 de julio de 1994

LAS BRUJAS II
Esto sucedió allá por las minas, en un lugar que le dicen Las Cruces. Dicen que iban caminando dos hombres y vieron, por allá, una luz, y que uno dijo: “Mira, allá va una bruja, vamos agarrándola”. Y entonces se quitaron las fajas y comenzaron a rezar y a echar nudos. Y así iban. Y después de caminar un rato, ya que estaban como a cien metros de la luz, uno dijo que ya no podía seguir, y el otro le preguntó: “¿Te sabes las doce verdades del mundo?” “Sí, dijo el otro, ya bien preocupado”. “Pues contéstamelas”, le dijo a su amigo. Y así siguieron caminando, pero como a unos veinte metros después, cayó el que había dicho que ya no podía, y se apagó la luz. El otro amigo pensó: “Éste ya valió”; pero rápido se acercó y sacó el cuchillo y se lo enterró al animal aquel. Y hundió bien el puñal y salieron chispas de luz. Entonces el hombre siguió caminando y seguía soltando nudos, por si había otra. Y, en eso, oyó algo que se movía atrás y volteó, y era su compañero, que todavía estaba vivo y se había salvado porque él atacó rápido a la bruja.
Muy seguido se ven las luces de las brujas volando. Y la gente le teme a pasar por ahí, en la noche, y nunca se meten con ellas, como estos hombres que por poco y ahí se quedan.
Francisco Cortez, 87 años, campesino,
Ejido La Labor de la Cruz, Municipio Charcas, S. L. P.,
27 de julio de 1994.   

LA BRUJA Y EL NAGUAL
Por aquí, donde está el molino viejo, dicen que es muy peligroso pasar en las noches que cambian las estaciones, porque quedan todavía las ánimas de una bruja y un nagual que se pelearon hace mucho tiempo. En el tiempo que todavía no había ni el molino viejo, sino que era como un almacén de una hacienda más antigua, cuentan que, una vez, esos dos animales se pelearon tanto, que la bruja acabó por comerse al nagual. Y desde entonces, por aquí las brujas hacen más daño, porque uno no las reconoce, pues se pueden transformar en nagual y en mujer y nomás se le dejan venir a uno encima y no da tiempo de decir nada.
A mi bisabuelo le sucedió, eso me decía mi abuela, porque ella lo vio. Su papá iba caminando, y ella había salido a esperarlo a la puerta y lo vio de lejos que ya venía. Y en eso pasó una señora que lo saludó muy amable y que siguió caminando, y, de pronto, oyó unos ruidos y vio cómo su papá, que ya venía, se estaba retorciendo en el piso, como peleando con algo. Y cuando se quedó tirado, salió corriendo como un coyote, que es el nagual; pero decía mi abuela que todos eran la misma bruja. Y ha habido otros casos; por eso hicieron el molino nuevo, porque nadie quería venir hasta acá al amanecer, cuando todavía está oscuro.
Juana López Murguía, 59 años, molinera,
Cedral, S. L. P., 30 de julio de 1994.

LA YUSCA
Unos dicen que era una mujer que se volvió bruja, y otros dicen que no, que es una bruja, pero que también se aparece como mujer. Pero aquí la vemos siempre en forma de señora con rebozo. Dicen que un día, a principio de ella, como era bruja, tenía que hacer unos trabajos volando; entonces se quitó sus ojos y los escondió en un agujerito que hay en la pared de afuera de la iglesia. Y ella se puso unos ojos de tenamaste, para poder ver bien en la noche. Y cuando volvió de su trabajo, ya no encontró sus ojos y se quedó con esos que son como ojos de gato. Y por eso, de día anda por ahí sin poder ver nada: camina con un bordón nomás anda tanteando el camino; pero en las noches camina rete bien. Y siempre va con una canastita para pedir limosna y un rebozo. Y aparece en todos los velorios, como si viera a los muertos, porque nadie le avisa que hay muertito, y de repente aparece la Yusca en el velorio y le canta en persona a los difuntos. Y luego, ya que se va a hacer de día, se va otra vez. Y nadie le dice nada, yo creo que porque no hace daño.
Enriqueta Rojas Morales, 70 años, La Estancia,
Cedral, S. L. P., 30 de julio de 1994.

Por último, en este interesante relato recopilado por Stanley Robe en Veracruz, que parecería un resumen de todo lo que se ha tratado en este trabajo, el narrador hace algunas reflexiones sobre la brujería. Servirá como muestra del complejo devenir que el concepto ha tenido desde sus primeras manifestaciones en la cultura clásica hasta la bruja mexicana de nuestros días:

EL QUE SE CASÓ CON UNA BRUJA
El señor no era brujo y se hizo de esa señora no, no porque... sabe. Tenía entendimiento que era bruja. Así salmamente [?].[46] Y esa señora, porque es este... es una cooperativa entre todos, ¿no? No más de aquí salen todos. Salen unos de aquí. Salen otros de Jico, otros de Tiocelo y otros. Y se junta aquella cooperativa, ¿verdá? Y se van a onde van, a perjudicar, ¡Uu!, a hacer su banquete por áhi.
Y ésa había... este... áhi tiene usted que el señor lo, se dormía y llegaba como oras, llego yo ahora cansado. Se acostaba y que mi señora, una apariencia, fuera bruja. Echaba su lonchi, se arreglaba y así que ya a éste lo vía ya que estaba con profundo del, del sueño se paraba en el, el bracero. Como ora aquí [indicando una distancia de unos tres metros]. Y tenía una, tenía un tenate, de un tompiate. Bueno, un tenate, y allí este... tenía dos botellas de las porquerías, con perdón, con que se untaban las coyonturas y todo. Y se voltiaba. Ponía pa dentro la, la cara y la espalda así, y decía: —¡Sin Dios y sin María, pa ande voy!
Y daba la manchicuepa y por la chapa de la puerta o por una rendija se colaba y s' iba. Y ya por allá se incorporaban y s' iban al daño hasta la parte donde iban a perjudicar. Y ya este le... tanto y tanto cuando ya como él... una pa las dos de la mañana volvía a venir, que volvía a venir. Y ya le iba a tentar a ver si ella estaba dormida, y aquél se hacía que estaba bien dormido.
Pues que así estuvieron un tiempecito y aquel hombre sus amistades, compadres, familiares: —¡Pero, hombre! Esa mujer todos los días, todas las nochis, la ven que se sale una bola de lumbre y se va. Que salen unas nubes de humo y van hacia el cielo.
Tanto y tanto le caló y un compadre le dice: —Mira, compadre. Dice: —Lo que puedes hacer, hazte dormido y cuando son las doce de la noche te levantas y vas a ver lo que tiene en aquel tenate. Allí tiene sus onturas, sus porquerías. ¡Bueno! Y se las esconde y tiene que llegar y tiene que dir a ver aquello.
Bueno. Y éste dice: —No. Lo mejor es que cuando se vaya a la hora, a la media hora, o más o menos, yo también me unto y me voy a alcanzarla a ver a dónde va.
Bueno. Pos áhi tiene usté que así lo hizo. Se jue la mujer aquella y como a la hora fíjese y se para y que va a ver y se hace un imbido como se untaba y todo. Y que se va y se para en el bracero, y que dice: —¡Sin Dios y sin María!
Bueno. Y jue a caer en el banquete como ora aquí una apariencia aquí donde estaban todos rodeados que iban a comer. Y se admiraron, los demás. Bueno, terrible. Y ya le dice su señora: —¿Venites a alcanzarme?
—Sí, vine a alcanzarte.
—Bueno. Pos, vamos a comer. Ándale.
Con perdón de usted, dicen, ¿no?, porque no he visto que todo el arrocero era de onde iban a chupar la sangre y todo. Que ellos chupan la sangre de uno y la amarga no pueden. Bueno, pos este... ya que le dice su marido: —Oyes, dice: —Sólo una cosa falta aquí para comer. Ya ves que estoy acostumbrado.
—¿Sí? ¿Qué falta?, dice.
—Pos, la sal.
Dice: —No, aquí cómelo. Así comemos nosotros.
Dice: —No. Aquí dame la sal, porque yo estoy acostumbrado a echarle a mi comida sal.
Bueno. Pos, áhi tiene usted que pos no. Y ya dice que allí este al, al empezar a comer los otros, agarró él aquel pedazo de tortilla: —En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
Y se quedó aquí todo vacío, aquí todo. ¡Vaya! Y se desparecieron todos. Lo que en un momento llegó a donde estaba el banquete en un año no llegaba a su casa. Y se encontraba en un arrabal. ¡Vaya! Que se entiende completamente destrozado. Pues llegó. Llegó a la casa y lo estaba esperando la vie... la mujer aquella. Pos, luego lo transformó en burro. Y ya buscó quien lo curara y jue para su perjuicio, porque se... entonces le perdió la vista a la eterna memoria.
Por eso son malos los malhechores, los, ¡ay!, brujos.
Y tienen su rey como gobernante que es el que dirige todo, la comarca. Y la matriz de la brujía está en España. De allá renace. De nación nada más con ver a usted y usté está este... perjudicado, algo así, le dice a usté, porque en efecto, que lo hizo Julana o Julano. Por esto van las venganzas así. El desquite es éste, y el que lo trai de nación lo cura usté. Nomás le da usted una botella de agua como hiel amarga amarga y con eso se salva usté. Y jamás y nunca lo mandan perjudicar a usté. Pero si usté quiere, por ejemplo, tener una pretendienta, burlarse de ella y dejarla, ya estuvo el clavo. Y por eso aquí hay muchos impedidos, muchos malvados, muchos tiestos, muchos ciegos de todos modos. Sí, señor. Y ése es la... ése es el motivo.
Es que el mero jefe de ellos, que los manda es el mero nahual. Como áhi, onde va usté aquí a Jico hay unos buenos áhi. ¡Aa! ¡Me tienes de comer y con nadie, nadie se mete con uno! ¡No, señor! No, no. Y eso, ¿sabe usté por que se venga? Por las envidias en la agricoltura, por las envidias del ganao, o de las bestias. Te quieren tener y no pueden. Pues de áhi viene la... hasta demencia, desde en distintas formas. Por eso, mire usté. La primer [sic] base es que cuando persinan la comida, porque está en más enredado con uno de ellos. Por eso como dice, como le dije a usté, pa la yerba la contrayerba. Porque ellos, todos ésos no creen en Dios. Bueno. Áhi tiene usté. Creen y no oyen, incrédulos esos de todos, ¿no? Pero, ¡sin Dios, nadien! Porque Dios es quien todo lo puede y yo no quiero nada. Con Dios lo que Dios quiere y disponga hasta bien dispusto.
Había un compadre, que ése tenía unos chamaquitos. Como era, éstos que, que salieron a vesita. Fueron a vesitar otros compadres y áhi tiene usté que, que no estaban. Y le preguntan. Uno de aquéllos era ahijado de un compadre de ésos que fueron a vesitar: —¿Dónde está mi compadrito?
—Pos, se jueron por allá. S' iban al río a agarrar camarón, creo yo.
—Bueno, y tú, ¿qué sabes hacer?
—¿Que yo? Dice: —Yo he hecho manchicuepa, dice, —y ya me vuelvo zorrillito.
—A ver, le dice el otro compadre. —Pos, a ver.
Y da la manchicuepa y cai zorrillito.
—¿Y tú?
—Yo también.
Pero eso ya lo train de la naturaleza, de arriba. Y áhi van aprendiendo, ¿ee?, con las mujeres. Las mujeres, saben unas maldades y tienen otras. Que está pasando mala vida, que tiene el hombre con la mujer. ¡Ay, esta porquería!, con perdón de usted. Lo transforman, pierde su sentido, pierde su memoria, y todo. Eso es la brujía, ¿ee? A palos, va a matar el venado, o matar un perverso, como ése que este... le platicó aquí la señora que este... subía arriba uno de un animal a... Es el naguale, que aquél era pretendiente de la mujer que existía allí en esa casa. Y allí aletean y aletean y aletean hasta que abren aquí las tejas, acá abajo. Se bajan y una vez que cae abajo ya se transforma en cristiano. Sí. Y ya una vez se convierte, pues ya a salir.
Pero pa tirárselo allí que, que caiga dentro uno se lo sabe. A la pólvora se le echa este, se echa la, la pólvora y de allí se le echa una, una palmita, una apariencia. Una palmita. Así como está así se hace la crucecita. Mire. Y ésa se raja. En el taco que se le mete pa detener la, la pólvora, que no se salga, se raja, se quede así. ¡Aa! Queda así. Ya sobre del taco se le pone uno encima, aquí así. Ya se echa todo el plomo. Y ese plomo también se le hace una cruz. Tres postas, o una bala o lo que sea y ya el fulminante, el casquillo. A la chiminea se le hace una rayita así, acá en el fundito. Una cruz así, bien bien. Se mete. Y al otro taco se aprensa bien y se le mete una palmita chiquita de dos ojitos y ya se mete pa abajo. Y ya entonces ya la carabina en la boca se le hace aquí así, una cruz. Y que le echen aquel diablo a ver si no lo puede hacer. Si no lo mata así.
Sebastián Morales, Jalapa, Veracruz, 22 de julio de 1965.[47]

mostrar Bibliografía

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