El mal en la narrativa de Inés Arredondo está estructurado a partir de dos momentos: el primero es una suerte de "viaje a la semilla" que la investigadora emprende en busca de los elementos que sirvieron de plataforma para construir ese andamiaje de ideas, valores y símbolos que han venido nutriendo la concepción moderna del mal. Angélica Tornero hurga en la historia de la filosofía, del arte y de las religiones para rastrear influencias e insertar —con plena justicia— el apellido Arredondo dentro de esa amplia tradición de autores pertenecientes a la literatura del mal. Ese primer momento del libro que, por su calidad, tiene ya un enorme valor en sí mismo, no es, sin embargo, sino un aperitivo que prepara al paladar para degustar un platillo todavía más exquisito: el análisis de la obra de Arredondo. Angélica acomete la tarea de penetrar puntillosamente y con maestría en doce de los mejores cuentos de Inés Arredondo.
Si bien en años recientes ha venido despertándose un mayor interés por la narrativa de esta escritora, no creo equivocarme al asegurar que el libro de Angélica Tornero es uno de los mejores. Y lo es por varias razones: porque elegir el mal como eje conductor le permite a Tornero afinar la puntería y trabajar en detalle con un grupo de piezas clave, que fueron quirúrgicamente seleccionadas. Porque, al deconstruir las narraciones, evidencia las decisiones formales y las estrategias discursivas que utilizó la cuentista, desde la organización de la trama hasta su constitución simbólica. Porque desmembrar el discurso le permite a la investigadora rastrear las negaciones, los silencios, los vasos comunicantes, las contradicciones y los significados que, como heredera del discurso judeocristiano, Arredondo le dio al mal a lo largo de su obra. En suma, porque al definir la ruta de la maldad como herencia cultural, al descubrir las fibras estéticas y desvelar los artefactos literarios de Inés Arredondo, Angélica Tornero nos permite conocer a cabalidad a una de las mejores escritoras del siglo XX.