Nada más íntimo y más abierto que estos poemas que nos llevan desde la casi inefable belleza del juego de los niños moldeando el barro como dioses a su antojo hasta las voces de los poetas que, virgilios distantes, próximos, presentes, acompañan al poeta en su recorrido de giro solar.
Una poesía entre el ayer y el hoy, desde el ayer al hoy, de aquello que fue un tiempo, pero quiere seguir siendo y que el poeta busca fijar verbalmente en la página como una estaca en la tierra.
Una voz de México por el mundo y la de un solitario por el desierto. Enfrentado a esos grandes amontonadores de piedras para construir, el poeta ha tenido el coraje de cantar en el desierto de las ciudades del mundo y es como si nadie le hubiera oído, como a todos nos pasa. Pero el desierto escuchó.
Margarito Cuéllar bautiza con su poesía la patria profunda que lleva en sus exilios desde la infancia hasta los territorios ignotos de los mundos que crea en cada mirada actual. Su poesía se diferencia de otras porque revela de manera llana la complejidad del entramado universal.