Adolfo Castañón ha rondado siempre a la brevedad y al fragmento, al aforismo conceptual tanto como a la nota descriptiva, pero pocas veces había conseguido como ahora que ambas cosas sean una sola: pensar es caminar, caminar es quedarse quieto. La idea del camino, del caminar, está muy presente en la obra de Castañón. Tanto en su poesía como en sus ensayos como en sus crónicas y en sus relatos el escritor pasea, está de paso como manera del permanecer. En Perfiles del camino ajusta la brevedad a la intensidad y la abre al diálogo, como suele ocurrir en los saberes escondidos que se revelan pura luz, sea la sugerencia apenas esbozada del maestro zen o la indicación socrática. Cuando en una obra como la de este escritor, marcada toda por la condición personal, se subraya esa cualidad y toma un doble valor, no porque pertenezca a esa persona (u otra), sino por su condición comunitaria más allá de los nombres: Manrique citado por Mairena citado por Machado citado por Castañón. ¿Hacen falta las comas? En Perfiles del camino se pasean nuestros rostros.