Alí Chumacero no buscó la novedad sino el perfeccionamiento. En ese sentido su poesía es una prolongación de la espléndida generación de Contemporáneos, particularmente de obras como las de Gorostiza, Villaurrutia y Cuesta, quienes trataron de encontrar las últimas resonancias y oscuridades en la palabra.
El interés cardinal de esta antología, qué duda cabe, es su índole personal, y es la primera que ha hecho y probablemente la última que hará. Es decir, de una obra en donde casi todo es digno de colección, él se ha atrevido a modelar sus propias analectas. Como si de una pieza artística que nos habíamos acostumbrado a ver como perfecta se cortara un trozo aún más perfecto. El resultado, no vacilamos en afirmarlo, es sorprendente. Chumacero, por principio, nos ha entregado otro libro.
Cada poema -y no está de más repetirlo- es de un rigor desesperado, diazmironiano, y cada uno es producto de la labor de un artista que cuidó hasta lo indecible cada línea. Esa búsqueda, por supuesto, convierte la tarea artística más en una tortura que en un placer. La belleza cuesta gotas o hilos de sangre.
He visto a lo largo de quince años, cada cierto tiempo, los libros de Alí Chumacero, y ahora, más que nunca, he gozado con su lectura. Es la suya una poesía que guarda preciosos secretos que sólo se revelan poco a poco. Difícil y fascinante, está trabajada para no darse nunca del todo y vivir para siempre.
Marco Antonio Campos