Este libro comienza con la intervención de Enrique Krauze quien propone, para el trabajo del biógrafo, disminuir el peso de la teoría sin desecharla. Señala también que la mejor manera de escribir biografía es lanzarse a nadar libre y azarosamente en el flujo de los recuerdos y documentos para escuchar atenta y apaciblemente lo que allí se dice. Enfatiza que cientos de personajes mexicanos esperan pacientemente a que cientos de jóvenes mexicanos los rescaten del olvido. Krauze señala que estos personajes, vivieron por algo, para algo, hacia algo, de modo que recrear sus vidas es darles vida y darnos vida. Porque eso es, a fin de cuentas, la biografía: un canto en prosa a la vida.
Los autores del libro aseguran que como todas las escrituras históricas, la biografía es ardua, a ratos tediosa, a ratos estéril, pero que siempre está latente el sentir apasionado que significa la reconstrucción de los trozos de vida de aquel ser humano común y corriente o del ilustre del pasado del cual nos enamoramos. Esta serie de ensayos contenidos en el libro tienen la ventaja del aliciente de la experiencia histórica que alcanza lo sublime, “lo verdadero, lo verosímil y lo ficticio” que le da a la historia un matiz especial cuando se echa mano de la biografía histórica para revivir a los personajes ante la aparente o real ausencia de documentos.
Los autores aprovechan la construcción de la biografía para destacar la significación de protagonistas y su contexto a fin de tener la mejor de las panorámicas para ubicar su historia política, económica, social, cultural, de las mentalidades, de la vida cotidiana, de la microhistoria y de la familia. Finalmente los autores destacan que no existe un modelo, enfoque o metodología para escribir una biografía; porque la biografía debe apoyarse en una multitud de ramas y de lenguajes historiográficos para enriquecer la visión imagen, (despertar la imaginación para ver el pasado) y la visión armazón (apoyo conceptual).