El dios delirante es un libro que nos permite preguntar y reconsiderar las respuestas a ciertas ideas preestablecidas por la costumbre del lector: ¿quién habla en este texto? ¿Escuchamos a la autora, al yo poético, al poema, al lenguaje? ¿La poesía es un extenso diálogo con (o una variación continua de) la tradición? ¿Existe en un mundo aparte o se inserta en nuestra realidad fáctica? ¿El lenguaje poético, en fin, es una lengua universal o un idiolecto afincado en su tiempo y su espacio?
A lo largo de las cinco secciones de este libro, asistimos a la deconstrucción de un sujeto poético en su significado más extenso: como voz que enuncia y fragmenta su discurso y como sujeto actante que construye, cuestiona y quebranta su identidad. A través de ese proceso, atestiguamos un mundo androcéntrico en crisis, en duda permanente sobre su lugar en el mundo. El conflicto de ese yo poético con la figura paterna constituye el centro de gravedad del poemario, en un nivel complejo que intersecta su sexualidad, su interacción con el mundo y su (in)capacidad para complacer a ese Dios múltiple que le niega la posibilidad de reconocimiento. Así, los poemas de este libro van representando el trascurrir del delirio derivado de dicha crisis.
Ahora bien: si en este universo lírico el “hombre es una máquina/ pero también un poema”, la formalización del conflicto no opera solo a nivel de lo que el yo poético representa en tanto individuo, sino también en tanto depositario de una tradición: de Coleridge a Montalbetti, de Jorge Cuesta a Kurt Kobain, de Freud a Deleuze y Guattari, la extensa suma de intertextos y alusiones a la tradición lo mismo literaria que filosófica detrás del discurso, permite entrever que el lenguaje de este libro está formado por la acumulación de referentes resignificados y apropiados por la autora, en un bien logrado acto antropofágico -en el sentido que da Oswald de Andrade a este concepto-.
En suma, las respuestas a las preguntas que El dios delirante permite plantear serán respondidas según el horizonte de expectativas con que cada lector se adentre en él. Lo único cierto es que este texto propone un acto de lectura del que difícilmente saldremos intactos. Con este libro, Esther M. García reafirma su lugar como una de las voces más consistentes y propositivas de la poesía mexicana contemporánea.
Dr. Jorge Aguilera López