Igual que la mayoría de los mexicanos, crecimos escuchando historias de fantasmas. Ya fueran las abuelas, las tías o los hermanos mayores, sus charlas y anécdotas recreaban un mundo próximo, tan misterioso como intangible. En nuestros años de formación, la literatura profundizó esa educación sentimental, porque los espectros nos enseñan que lo más difícil es aprender a soltar, a dejar ir las cosas que hemos perdido. México no puede explicarse sin su relación con lo sobrenatural. Si lo primero que oyeron los Conquistadores al pisar estas tierras fueron relatos de espantos, sin duda lo último que se escuchará antes del cataclismo final, en las calles vacías y aliviadas, será el coro de las ánimas. Ciudad fantasma es una carta de amor a la Ciudad de México. A todos sus avatares, enigmas y leyendas, pues una urbe se conforma por sus revelaciones, pero también por los secretos que guarda. Poco importa que ese conjunto de "sucedidos" sean verdad o mentira: si alimentan a la imaginación, entonces resultan más vitales que la Historia misma. Al final del día, cuando apagamos la luz y nos vamos a dormir, no son tan necesarios los hechos como nuestra capacidad para soñar. Estamos convencidos, al igual que las autoras y autores convocados es estas páginas, de que los aparecidos -y todas las criaturas de la noche- hacen de este mundo un ligar más habitable. Sin ellos, la realidad sería demasiado simple, demasiado obvia. Son espejo y sombra. Muestran sin mostrarse. Aleccionan con sabiduría: Los fantasmas nos dicen de dónde venimos, y hacia dónde vamos. Bernardo Esquinca y Vicente Quirarte.