Quizá lo más difícil de lograr, cuando nos decidimos a ser poetas, es convencer a nuestros padres de que esa profesión que elegimos o esa pasión que nos empuja por la espalda nos llevará a buen puerto, sobre todo si pensamos que este oficio carece para muchos - especialmente para nuestros padres - de toda utilidad, no deja dinero y los poetas viven más bien precariamente. En una lección de poesía para mi padre, Glenn Colquhoun nos demuestra todo lo contrario: no solo que la poesía es útil, divertida y entrañable, sino, sobre todo, que lo hace a uno vivir maravillosamente con la convicción de que para ser feliz no se necesita en realidad dinero ni sus aledaños. Colquhoun es, hoy por hoy, uno de los poetas neozelandeses más importantes, y con este libro no hace sino confirmarlo.
Rogelio Guedea