La memoria es la base con que Esther M. García construye ahora el personaje paterno que intuíamos en sus anteriores poemarios, por la oscura historia del retoño o la madre siniestra en el sentido freudiano. Resulta igualmente familiar y al tiempo extraña la estructura que sostiene La destrucción del padre: conocemos la voz tan precisa como incisiva que particulariza a la poeta de Saltillo y nos resulta ajena, desplazada, la sucesión de poemas, por ejemplo, en notas al pie de página. Conviven la disección del crimen universal y la recóndita escena cotidiana en una fértil escritura híbrida. El relato documental fluye en prosa hasta la écfrasis. Las referencias de esta obra muestran la violencia a lo largo de la historia del arte y de la ciencia que todavía envuelven a la sociedad, tan onírica y surrealista como urgente: “No existe el silencio”. Este libro es un corte que deberíamos hacer.