Vivo en el último piso de un edificio muy viejo, tan viejo pero tan viejo, que las paredes tienen arrugas y tosen constantemente. En este departamento tengo una terraza en la azotea, desde donde puedo ver gran parte de la ciudad de San Miguel de Allende. Se ve la parroquia, con sus torres picudas, que se parecen a la iglesia donde vivía el jorobadito Quasimodo. Como la terraza es muy grande, mis papás pusieron una mesa con sombrilla y varias sillas para salir por las tardes a tomar un refresco. Yo la uso como hotel para los gatos callejeros. Cuando nadie usa la terraza, los gatos la usan para dormir. Quién sabe dónde viven, o de dónde vienen, pero son muchísimos, como cien. Empezaron llegando uno o dos, y yo les dejaba leche en un platito, que la verdad ni se la tomban, hasta que les empecé a dejar las sobras de la comida. Les encantaron, sobre todo el pollo. Al poco tiempo ya no era dos o tres gatos, sino montones.
Julio Edgar Méndez