Bernardo Esquinca escribe: “La calle aparece, por supuesto, en estas páginas, escritas con las requeridas dosis de curiosidad e intromisión: indigentes parlanchines anclados en el cementerio de las ambiciones; habitaciones de motel donde podemos mirar pero también ser espiados; manifestaciones que se convierten en un carnaval de máscaras de látex y ‘política ficción’; las masas que en su apretujamiento orillan a pensar en los desaparecidos; la pornografía expuesta como una máquina de paradojas, con sus constantes clímax y anticlímax”. Entre “lo público y lo íntimo, la banqueta y la alcoba –añade Esquinca-, la escritura de Ana Emilia Felker funciona como un preciso engranaje que nos permite asimilar la más importante lección urbana: aunque la casa se derrumbe, siempre tendremos andamiajes invisibles que nos permitirán reconstruirnos.”