La poesía de Manuel Cuautle es. Esto significa que no es otra cosa que poesía y vaya que es difícil que esto suceda,que el poeta instale su reino en ese lugar donde lo ajeno, el mundo y sus distractores desaparecen para dejar paso a la palabra precisa, a la imagen convocada por la imaginación, esa que es capaz de reducir el mundo exterior a su mínima expresión para que la sorpresa del verso diga sólo lo que se puede decir con la palabra, con la magnífica palabra que todo lo puede, incluso recordarnos que el mundo existe, pero que está sujeto a cambio gracias a la voluntad del poeta que lo amasa, lo martilla, lo quema o lo vuelve ceniza al soplo de esas mismas palabras.
Catarsis de la muerte es el libro del exilio. A comienzos del 2003 se prepara poéticamente para asumir el traslado físico de un país a otro (de México a Argentina). Hace fuerza mental que es fuerza poética para soportar la ondulación de lo humano sin heredad, para lidiar el vacío eterno del hombre que, a pesar de tener tierra firme bajo los pies, cae y como contrafuerte, busca solo la palabra. En los poemas del exilio está siempre la indagación por lo inexorable, pero a pesar de lo fatal, no hay derrota, siempre existe una esperanza donde, desde luego, no hay solución.
La poesía de Manuel Cuautle conmueve, inquieta, perturba. Nadie que la haya leído puede quedar tranquilo. El tiempo se alborota, ya no se sabe si hay coordenadas de duración y espacio. Hay un ir y venir de México a Argentina, con ubicaciones que van a Montevideo, Santa Cruz de la Sierra... y de repente, el poeta que contabilizaba los días con sus horas y su lugar al final del poema, rompe la rutina y al no marcar con los datos que fueron tan recurrentes, tan precisos para que el lector supiera cómo y cuándo y a qué horas y en qué segundos se logró el poema, desaparecen. Ya no importa en qué país, en qué geografía, bajo qué señalamientos de horas y segundos se escribió porque todo parece caer en el limbo, es decir, en la verdadera substancia de la vida, esa que se rige sin convenciones espacio temporales: "No hay soledad/ solo espuma/ salvaje/ de mares/ que no recuerdo".
La ruta es simplemente cerebral. Hay que entender, lo sugiere el poeta, que se puede estar en cualquier parte, en cualquier momento. "Aquí/ en la pared/ desconocidos y ausentes/ nos encontramos". La poesía pareciera no tener país ni reloj, porque "ya he muerto/ lo suficiente/ puedo vivir/ en paz".
Álvaro Miranda
Bogotá, 2009