En Montes de Oca hay un milagro poético o muchos, en cada página. Lo mismo sucede con Neruda cuando éste no hace propaganda social. Ambos son poetas de la naturaleza, si bien Montes de Oca excede al autor de Residencia en la tierra, en abundancia imaginativa y rigor antológico. Neruda parece y es más grande por la radical hondura de su lenguaje lírico. Habla por todos y para todos. Montes de Oca, poeta más secreto, asombra por la facilidad con que desafía el suelo de lo real, la experiencia de la vivencia unitaria. Villón, Pessoa o Quevedo describen lo que les pasa como suceso global. El poeta mexicano conmueve por la sustancia de su podería verbal, y por la sujeción a una libertad más coherente que la surrealista; maneja el huracán o la calma de la belleza que transfigura su percepción llevándola hacia el centro mismo de la imaginación. Es "El gran celebrador de las bodas del arte con la naturaleza", según lo afirma André Pieyre de Mandiargues. Gerardo Deniz nos dice sobre él: "Más de un crítico no ha podido callar la sorpresa de que aquí está el profetizado renovador de la poesía en lengua española". Octavio Paz que no conoció este nuevo libro, ni tampoco la versión última de su obra completa, nos dice: "Gracias, Marco Antonio, por el gran chorro de vida que durante tantos años ha sustentado y animado. Nos iremos, como todos, pero tus poemas seguirán dando de beber y cantar a los que vengan después de nosotros". En Un trueno, un resplandor y luego nada, Montes de Oca deslumbra e ilumina como nunca en sus poemas breves y añade con su ievitable lírica metafísica sus recientes incursiones en la poesía religiosa.