Cuarenta y dos cartas, incluyendo postales, constituyen el cuerpo de esta correspondencia de diez años entre José Gorostiza y Carlos Pellicer. Las primeras cartas nos muestran la iniciación de dos jóvenes en el mundo cultural de un México que pretendía levantarse al amparo de la inquietud vasconcelista. Las cartas posteriores revelan las experiencias de los primeros viajes, de promoción estudiantil, en Pellicer, y de estudios, en Gorostiza; se detienen en los primeros libros de ambos poetas y en sus viajes profesionales y reanudan la marcha hacia los juicios devastadores de Pellicer contra México y sus contemporáneos, y a la angustia aniquilante de Gorostiza.
Esta correspondencia se divide cronológicamente en tres partes: de 1918 a 1920 (viajes de Pellicer a Colombia y Venezuela); 1924 (viaje de Gorostiza a Nueva York); y 1925 a 1928 (viajes de Gorostiza a Londres y de Pellicer a Italia, Francia y ciudades del Oriente).
Este pequeño montón de cartas, atado por las cintas de su poesía, colabora a precisar los contornos dentro de los que se establece la cercanía de estos espíritus en contrapunto. Revelan no sólo rasgos pertinentes sobre cada uno de ellos sino, también, sobre lo que en cada uno había de más dispuesto a la amistad, esa forma superior de interrogar y conocer al mundo. Se diría que su inesperada proximidad prueba ya no la atracción de los contrarios, sino la naturaleza dual de todo principio. Estas primerizas cartas son ejercicios en la sana disciplina que consiste en someter, a la severidad de un contrario, el riesgo de las propias certidumbres. Si ahora se hacen públicas, se debe a que aportan elementos tanto para conocerlos a ellos un poco más, como para amar más aún su poesía y, de modo accesorio, para reconocer la época y el mundo en que esa poesía germina.