Minutos antes de morir, Alfonso Reyes permanece tendido en la cama. Mientras tanto, escucha una voz interior que reconstruye su paso por el mundo. En cada instante, Reyes presencia y revive los momentos determinantes de su vida.
La voz interior se vincula al suceder del tiempo, el cual transcurre en una sucesión melodiosa que le permite penetrar en la muerte como en un alejamiento de la vida. En el tiempo real, el hombre que trata de mantener la coherencia de su personalidad enfrenta que el morir es la dispersión del propio ser y, en la medida que la muerte se va apoderando de su cuerpo, la presencia de Ulises, en su intento de volver a Ítaca, se confunde con la propia visión de sí mismo.
Las ciudades, las personas y los episodios que conformaron su vida se repiten y se interrumpen con la caída de cada minuto que lo regresa a su lecho de moribundo. La reconstrucción de la vida se vuelve íntima, y comprende las motivaciones de su escritura y su liberación por medio de las letras mientras que el dolor por lo perdido se mezcla con la alegría de lo conquistado y los versos de La Odisea se insertan en la narración como el coro de su propia tragedia. Al final, la muerte es incógnita que habrá de resolverse en otro ser.
