El ya clásico relato de Juan José Arreola tiene una dimensión especial. Su prosa, ahora dispuesta como para detenerse a placer en ella, parece cobrar la misma extensión de minutos, de horas en que transcurren los sucesos de la historia que cuenta el autor. Algo más que simples imágenes para acompañar el texto son las fotografías de Jill Hartley. Se leen cada vez que el discurso hace parada en ellas, cuando arrancan hacia él, o simplemente nos envían a otros lugares de nuestra memoria.
* Esta contraportada corresponde a la edición de 1998. La Enciclopedia de la literatura en México no se hace responsable de los contenidos y puntos de vista vertidos en ella.